jueves, 24 de junio de 2010

Don Domansky, poemas.














Craig Czury, Héctor Delfino (gritando desaforadamente), Don Domanski, Esteban Moore,
Buenos Aires.




Versiones, Esteban Moore.


Los óvulos del sueño

la ciudad está lo bastante vacía
para que las oficinas
se llenen de vidas después de la muerte
-lo que significa
que está nevando en las calles
lo que significa que hay un perro en algún lado
lo que significa
que el corazón y el hígado están mojados
empapados con los tiempos más oscuros
/que los cirujanos hayan conocido

yo vine a la ciudad desde el ala del saltamontes
desde los óvulos del sueño -desde las piedras golpeadas contra la playa
desde las raíces y sapos y el pelo de mi madre

yo nací porque hace millones de años surgieron
comunidades de lagunas - porque las lagunas necesitan una manera de decir adiós
porque yo siempre estoy diciendo adiós -y vos también

crecimos uno al lado del otro -juntos en el extravagante vestido de los renacuajos
desde el indolente cielo -desde los óvulos del sueño
como flores surgiendo de la desesperanzada luz de la cámara
esa próxima fotografía tomada en el césped

la nieve viene por el deseo
porque tiene que tener su lugar al lado del polvo
porque alguien está cambiando caballos en 1829
porque alguien está discutiendo con su mujer en el 2078
y ésta es la forma en que la tormenta los escucha

este silencio en las calles -este viento que arrastra
todos los destellos - que arrastra los rieles sueltos
que llevan tus manos a la muerte

lo que cargo a través de la tormenta
es lo que cargo a través del sueño
la sombra de cuervos sobre mis hombros
lengua y surco de la edad en mi rostro
las pequeñas cúspides de la historia en mis zapatos
recuerdos mal escritos
a lo largo de mi espina dorsal

estoy caminando rápidamente a través de la tormenta
la nieve es una costa
más allá de ella un bosque ovillado y póstumo
pero nada pavoroso -solo ese movimiento como un juego de manos
de nacer y morir y nacer
un bosque como una habitación en la noche
cuando alguien abre la puerta un crujido
pero nadie entra.





El corazón de un picaflor late 1260 veces por minuto

Este hombre estará sentado en su silla hasta el amanecer. Ha sido un largo día, y ahora las conversaciones del día separan las hojas del pasto para acostarse. Ahora las pausas entre las palabras poseen todo. El esmero del vacío al cual él no le ve el fin, éxtasis de espacios en blanco entre las piedras y todos los pensamientos fuera de las piedras, se los deja errar hasta la mañana. Hay en él una tristeza que no puede interpretar, como arroyuelos trayendo pinceladas de sangre de vuelta a un manantial que esta no comprende. Como todas las pequeñas pitonisas debajo de las tablas del piso que no pueden decir una palabra, y todos los libros en los estantes que no pueden leerse a sí mismos. En su habitación sólo el picaflor entiende, prensado entre las hojas de la biblia familiar de los años 1850, como una rosa que comprendiera el vuelo, aplastada tristemente contra todas las palabras de Dios. Una flor donde la oscuridad se condensa en forma de pájaro, donde la muerte se condensa 1260 veces por minuto. Esta tristeza es suficiente incluso para que un hombre la comprenda, para encontrar su lugar, el peso de su infelicidad, esa pluma que cae dentro de él mismo, donde no existen alas, ningún volar hacia la luz, ni un aleteo, ninguna respuesta que venga del movimiento




Cerrojo del Leteo -llave mnemónica



el olvido es el peso
de una paloma que desciende en el parque

el olvido es un leve sollozo justo antes del viento

cuando camino mido los espacios
entre el olvido
y esos espacios se alinean bellamente
como los túneles de las minas
colocados en depósitos de cartón
que huelen a tabernas nocturnas
y a haber logrado el propósito
de estar sentado sólo

recuerdo el olvido
era parte del follaje
se tragó direcciones
comió la fruta brillante

era espacio
cuando todos
daban la espalda
era el sonido de un portón cerrándose
poco después de ir a la cama

en las pinturas antiguas siempre
se lo representaba como el hermoso niño
con una hoja ancha
que hacía las veces de regazo materno

en sus manos regordetas
siempre había una llave negra

una llave que abría el cerrojo de la memoria

yo nunca he visto ese cerrojo
pero estoy seguro

de que está hecho
de carne y hueso

sé que hay una pequeña oscuridad
esperando allí
que la llave la manipule
dos tambores esperando
que se los gire
como dos cabezas durmiendo
que de pronto se despiertan
miran fijamente a la otra a los ojos
y se dan vuelta.





Don Domanski  ( Sydney, Nueva Escocia, Canadá, 1950) Ha publicado en poesía: The Cape Breton Book of the Dead (1975),  Heaven (1978), War in an Empty House (1982), Hammerstroke (1986), Wolf-Ladder (1991), Stations of the Left Hand  (1994),Parish of the Psychic Moon (1998), All Our Wonder Unavenged  (2007). Obtuvo, entre otros premios, el premio nacional de poesía del Canadá y ha sido traducido al checo y al portugués.

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