viernes, 23 de julio de 2010

Rodolfo Privitera, poemas.
















Las aventuras de un joven poeta

Detrás del conventillo, una tela negra
y gritos que se distinguían sobre otros.
El cielorraso de las dos piezas parecían ceder;
un chico corrió hacia la calle que moría en un riacho.
Lo atravesó chapoteando en el agua. Llevaba
un cuaderno y un pequeño libro.
Se sentó en el lado alto del Dock Sud. Desde allí,
se divisaban algunos barcos. Respiró y abrió al azar
la pequeña enciclopedia. Un hombre
agitaba unas alas enormes. Cerró los ojos un largo rato,
luego presenció lo que Leonardo 500 años antes:
pájaros revoloteando sobre su cabeza.
Hizo unos dibujos, se colgó de ellos
flotó entre las nubes, veía casas, ríos
y la extensión azul del mar;
de pronto torres y castillos, cascos y corazas,
mensajeros a caballo le entregaban una carta:
“esperáme a la salida de la escuela” Edith.
Recordó el poema de Raúl Gustavo Aguirre
que su maestro le había enseñado:
”Ella abre sus brazos al horizonte
pero el mar es tan grande
que solo una gaviota la atraviesa”
Volaron sobre puentes y edificios con
pinturas y leyendas en las paredes
desfilaban ciudades, pequeños pueblos,
gigantes recogiendo frutas,
guirnaldas que cubrían su pecho, helados de crema.
Hombres barbados, recelosos, mezclando líquidos de colores;
voy a caerme, ella lo sostenía
remontaba su cabeza una vez más hacia el infinito,
rozó su boca, después su cuerpo,
y en ese instante lo sacudió el aroma de un jardín extraño.

Entre juncos y ramas,
se escucharon voces, el ajetreo de un tren lejano,
un motor, la fuerte voz de su padre;
soltó su mano, se movió en la cama.

La gente que lo rodeaba, pedía cosas,
sábalo o merluza es lo mismo,
miró a la gorda y ese golpe de realidad
le cortó el dedo, le echo sal
revoleó el paquete de pescado
que cayó en los brazos de un mendigo;
sorprendido se arrodilló frente a una virgen
en la pared del mercado
y rezó como nunca por la gracia divina.

Su tiempo fue el silencio,
protegió esa isla por mucho tiempo.
Escribió cartas de amor y pequeñas historias
dando rienda suelta a sus fantasías.
Los poemas en aquellos años,
ya escapaban a lo predicho,
y merodeaban los extremos de la incertidumbre.




Verano

El cielo es un circulo que ignora nuestros desvaríos;
la lluvia es la armónica relación entre dos puntos
y acaricia el conjuro personal.
La cabeza, trompo desfalleciente, captura fantasías.
Manos y deseos
son un recipiente que se alarga
como la voluntad de los libertinos
y recoge gotas de estímulos imprecisos.

Coníferas en un mar azul se dilatan en las colinas
que rodean la casa. Sapos que ruedan en la tormenta.
Mis rodillas se hunden en la tierra transparente.
Todo se escurre con la velocidad del agua.
Todo flota en mis ojos;
el viento se acuesta sobre la belleza de las flores.

El verbo estar no alcanza para conocer
nuestro lugar en el mundo.


Los sueños de Hölderlin

Hölderlin acaparó la atención de un carpintero
con las leyendas de su pueblo.

En el aserrín era un pájaro que cavaba su nido
y se alimentaba con las papas
que llegaron de América del Sur.

Los títeres que inventó
movían las cortinas de su pequeño tinglado
sin saber que iban a persistir más allá de su agonía.
Los soldados de rojo, porque morían en el primer encuentro,
los capitanes de azul y estremecían las cortinas con sus órdenes,
los generales pintados de blanco como las nubes
discurrían sobre las conquistas.

Pero antes coloreaba el alma,
las sensaciones extremas del deseo
el frágil cuerpo del amor
el centro de la tierra que abraza
todo aquello que es humano.

Todas las mañanas contemplaba los árboles
y por la tarde la muerte del sol .

Entornaba los ojos por la noche y decía:
El tiempo da vuelta en el universo y retorna a mi
cargado de palabras, dioses y presagios.


De el libro “En el Límite”



Travesía

Caminar es mi signo.
de quienes piensan que es turismo mejor no hablar.
El barco sale a los ocho de Puerto Nuevo
para encontrarnos en Honolulu a las diez menos cuarto.
La incógnita nos moviliza hacia la rompiente.
Vuelan serpentinas desde los mástiles.
La proa choca con todos los faros que bordean las costas.
Se esquivan las viejas islas en donde flotan leyendas
en papelitos de colores. La espuma nos rodea,
las olas cantan su canción de cuna.
Las nubes saludan
mientras los pigmeos gritan suponiendo derrotas.

II

Centuriones fantásticos en su afán jubiloso
bailan en su mítica melancolía.
Se ponen en fila y ofrecen las suaves trenzas
que cuelgan de sus pechos. Me ayudaron a contemplar
las extrañas raíces de las rocas en Sicilia .
Las mezclas de Siculi y fenicios, de troyanos y árabes,
de ostrogodos y griegos; las razones de Homero
que pasó como una sombra en su eleática añoranza.

III

El tiempo tiembla entre las frutas tropicales,
es un elástico de seda suave que se ajusta al espacio de los sueños.
Lo sé
por que lo presagiaron en Samoa las nativas desnudas a mi lado.
Leían en el movimiento de las palmeras el destino del mundo:
Nada grave; sólo mierda de los buitres a enterrar.
En Vailima escuché a Stevenson que repetía :
el verdadero realismo, siempre y en todas partes, es el de los poetas:
averiguar dónde reside el gozo y darle voz audible


IV

Guinea disfruta el encantamiento de los pájaros que no se ven,
allí detienen las máquinas para que alarguemos el oído
hacia las altas copas de los árboles.
En el mar, en su agua espesa, cristal traslúcido, repiten:
olvida las efemérides, pon las alegorías en anaqueles especiales.
No dejes que crezcan como las manos de los que siembran odio.
Deletrea tu ciudad y habrá un juicio, es inevitable.

V

En Agadir hicimos tierra.
En el muelle saltaban las vísceras de todos los pescados.
Ofertas y gritos se mezclaban con el té de menta y las especias.
Preguntas …. hubo tantas.
Leían en las agallas de los peces los viejos proverbios:
el viento, decían, es la caricia de las estrellas cuando estamos en el mar .
Comí langostas entre esos viejos marineros ;
pero en el horizonte, la cadencia de camellos en dirección a Agadez
se reflejaban en la arena.
En el sepia de las casas los colores revivían la frase;
solo la voluntad ayuda a perseguir lo que se desconoce .
Tuareg llenos de sol, mimbre al caminar a nuestro encuentro,
extendieron sonrisas y su néctar de sobrevivencia:
una bota de agua.

VI

De Dakar traje las veintiuna mordidas de serpientes
que alientan la voluntad de los ancestros. Sus vivencias persisten repitiendo gestos, los mismos pasos y las formas de matar. Las flores grabadas en el cuerpo se exhiben los días de fiesta.
Mírate allí y limpia tu pelo con alcohol de ámbar, me dijeron.

VII

El barco volvió a Puerto Nuevo con una sola cabina . El recorrido fue nocturno, torcazas lugareñas hacían nido en la popa.
Los pasajeros se vistieron de gala,
creían bajar las escaleras del Waldorf,
proponían nombres en idiomas que aprendieron al pasar.
Después invadirían las calles de su ciudad con letreros en inglés,
vendían figuras repetidas.
Insinué otra idea;
pequeñas cartas sin fantasmas imaginarios.
Se aceleró el más humano de los recelos.
Como vegetales arroparon sus carnes con las secas ramas color tierra.

VIII

La dulzura, como siempre, apareció en los labios infantiles.
Me quedé allí,
frente a esa inocencia,
escuchando al jilguero en el mástil que anunciaba
con su canto la terrosa agua del Plata.

De el libro “Deriva”

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