sábado, 25 de septiembre de 2010

Eduardo Cormick: John Daniel Evans pierde un hermano.

Eduardo Cormick



                                                     
  John Daniel Evans cabalga junto a su tío. Van a Carmen de Patagones, a comprar caballos. Es el mes de junio y hace mucho frío. Es el año 1888.
  John no recuerda cuánto frío hacía en Gales. Él tenía  tres años cuando llegó a la desembocadura del río Chubut, entre los más pequeños de los ciento cincuenta y tres  galeses corridos por el hambre, perseguidos por sus ideas, que se montaron en La Mimosa y se fueron a la Patagonia buscando la libertad.
  -- Acá no hay nada; nada más que frío en este desierto – piensa John.  Recuerda que eso es lo que dicen los del gobierno de Buenos Aires, y se siente incómodo con esa reflexión. Así también le llaman ellos en la Colonia, pero reconoce otro énfasis cuando unos y otros llaman desierto a esos campos.
  John aprendió a convivir con el clima, a caminar por los senderos, a descubrir el agua brotando detrás de una piedra, a aceptar los consejos de sus vecinos los tehuelches y a llamarlos hermanos del desierto.
  -- Allá no hace tanto frío – compara John en su pensamiento. – Allá, en el valle, no hace tanto frío.
  Están atravesando la estepa patagónica. Dejaron atrás el valle del río Chubut y cabalgan por la meseta de Somuncurá. Cuando  lleguen al valle del río Negro, Carmen de Patagones estará cerca.
  --Ahí tampoco hará tanto frío -- se consuela.
  John creció en este paisaje, y aprendió a convivir con él. Aprendió a reconocer las señales del clima, las nubes y los vientos, como aprendió a reconocer a los animales de la zona y sus costumbres. Aprendió a vivir y respetar a los hermanos del desierto. Los vio traer a la Colonia la carne de animales que habían cazado, maras, guanacos y choiques; los cueros y las plumas. Los vio agradecer el pan que sus mayores cocían en los hornos de barro.
  -- Bara, bara – los galeses ofrecían su pan recién horneado a los hermanos del desierto como compensación por la carne.
  John vio cuando una mujer de la Colonia  ponía su pequeño hijo en brazos de una mujer tehuelche, y cómo ella lo acunaba como al hijo de una amiga.
  John se hizo amigo de un niño de su edad, un hermano del desierto hijo de una de las mujeres del cacique Wisel. Con él caminó, aprendió cada cosa que había para conocer en este mundo, aprendió a cabalgar y querer a su caballo Malacara. Su hermano del desierto le hizo saber que en el oeste, donde se pone el sol, hay montañas, hay agua abundante y hay oro.
  Con esa enseñanza de su hermano del desierto, John comenzó a conocer cada vez un poco más de esa tierra atravesada por el río Chubut, y el valor de la libertad.
  --¿Dónde estará? – se pregunta John – Hace tanto que no lo veo.
  Pocos años atrás, con poco más de veinte años, John inició con unos amigos una travesía al oeste, el agua abundante y el oro. Pero ese no era el mejor momento. Fueron atacados por hombres del cacique Foyel, perseguidos y acorralados por el ejército de Argentina, enviado para ocupar los territorios que por entonces habitaban los mapuches y los tehuelches.
  Al ocurrir el avance del ejército en la Patagonia, las autoridades de la Colonia habían escrito al Gobierno para rogar por su clemencia y declarar que los tehuelches les dieron  mucha ayuda, que los galeses nunca sintieron temor por su seguridad.
  Pero Foyel y su gente sentían miedo, conocían  la inclemencia del ejército y confundieron al grupo de John con unos espías al servicio de los invasores. Los persiguieron y mataron a casi todos. John pudo escapar con la ayuda de Malacara, y volver a la Colonia.
  Los hermanos del desierto que no morían en combate o que no eran matados en sus poblaciones, eran llevados por el ejército a Valcheta, donde se montó un reformatorio.
  De eso se trata la construcción que John ve crecer a medida que avanza por el camino que está recorriendo con su tío, rumbo a Carmen de Patagones.
  Se trata de un campo cercado con alambre, donde están encerrados los hermanos del desierto, como podría encerrarse una majada.
  John está cada vez más cerca, ve que ellos también se acercan al alambre.    Caminan junto al  cerco de alambre y lo llaman. Presta atención a las palabras de los hombres; usan palabras en galés, y palabras en español; le piden ayuda,  le piden pan:
   -- Bara, chiñor – le dice uno de ellos, que puede tener su misma edad.
   Están cercados por el alambre, y lo llaman. Tienen hambre, y le piden pan. Los guardias están armados y alertas cuando John se aparta del camino que sigue su tío y se acerca a lo que podría ser la entrada de ese encierro.
  Cuando John se acerca todavía más, reconoce a su hermano del desierto, aquel que lo acompañó tantas veces a recorrer los campos, el que le enseñó a descubrir el agua, el que le contó que en el oeste hay oro.
  -- Oiga – le dice al guardia que está en la puerta.
  --Sí – dice el guardia, con desgano.
  -- ¿Por qué tienen a este hombre acá?
  -- ¿A quién? – pregunta el guardia mientras gira su cabeza tratando de hallar uno.
  -- A ese – John señala a su hermano.
  -- Es un indio.
  -- Es mi hermano.
  -- No joda.
  John quiere abrazar a su hermano, quiere llevarlo con él. Ofrece al guardia el dinero que su madre le regaló para que se compre un poncho. El guardia se echa el dinero a la bolsa y le permite entrar. Pero no lo deja salir con el hermano del desierto. John le deja pan a su hermano, un abrazo y la promesa de que volverá a buscarlo.
  John llega a Carmen de Patagones, consigue una orden escrita para liberar a su hermano, vuelve a Valcheta y espera escuchar, mientras cabalga ansioso, la voz de su hermano pidiendo pan.
  -- Bara, chiñor – escucha y busca a su hermano.
  Pero no es su hermano, es otro de ellos pero no quien él busca.
  John tiene el papel en la mano, tiene un caballo ladero para cabalgar, mira al guardia que lo mira y le dice:
 -- No. No está más. Se murió.

Eduardo Cormick  (Junín, Provincia de Buenos Aires, Argentina, 1956).
En 1992 recibió el 2º Premio Iniciación de Novela de la Secretaría de Cultura de la Nación, por su novela “Almacén y Despacho de Bebidas El Alba”.
En 1996 fue premiado en el certamen Joven Literatura, de la Fundación Fortabat.
En 2004 recibió el Premio Edenor-El arte de la novela corta, otorgado por la Fundación El Libro por la novela  “Quema su memoria”, donde el protagonista es Guillermo Brown ya anciano.
En 2006 publicó “Entre gringos y criollos”, relatos ambientados en medio urbano y rural de la provincia de Buenos Aires.  En 2010 publicó “El primer viaje” (novela).