viernes, 26 de noviembre de 2010

Leónidas Lamborghini: Villas.



























los chicos mueren como moscas
los chicos mueren como moscas
-Distrofia: primer grado segundo grado tercer grado
la leche no la ven la carne no la ven
sopa
sopita
Distrofia: malamente
desnutridos: primer grado, segundo grado, tercer grado
Nacido en 1925 en Fort-de France doctor en medicina se especializó
más tarde en psiquiatría
-Es cosa de agarrarse la cabeza pero
estas cosas hay que decirlas estoy
dispuesto a decirlas no
a gritarlas
Las proteínas que están metidas en la carne no están metidas en
la sopa sopita las proteínas necesarias no las ven
es cosa. Nacido en 1925 para no gritar sino decir
hay que decirlas
alimentados malamente
-El 65 por 1000 mueren como moscas sin proteínas:
la carne no la ven
la leche no la ven:
las proteínas de la leche son distintas pero tan necesarias
en Fort-de France 1925 en psiquiatría:
-Estos chicos tienen problemas de dislexia: afasia para la
lectura se sienten segregados rechazados: afasia
dis
lexia
dis
trofia
malamente:
no ven las proteínas que están metidas en la carne no la ven
las proteínas que están metidas en la leche no la ven
primer grado
segundo grado
tercer grado
tan necesarias
Los chicos mueren como moscas
los chicos mueren como moscas
mire señor aquí los chicos la laguna de aguas podridas
sopa
sopita
doctor en medicina
agarrarse la cabeza pero sin gritar estas cosas hay que decirlas
hace tiempo
especializado en no gritar hace mucho que dejé
el grito salió de mi vida el grito salió: nacido en 1925, en
Fort-de France más tarde en
decir distrofia
decir
estos chicos se sienten segregados se sienten afasia rechazados
afasia para la lectura tienen problemas
el grito salió dicho hace bastante tiempo que salió de mi vida
la laguna de aguas podridas con borde de basuras
-Un buzo tuvo que bajar a rescatar el cadáver del niño
los niños mueren como moscas
en la sopa no ven las proteínas en la laguna el 65 por 1000
allí juegan: las proteínas escondidas
la carne que no ven
las proteínas escondidas de la leche son distintas
tan necesarias
escondidas
dis
dis
trofia
dis
dis
lexia
dificultades afasia aquí
los niños juegan en el borde de basura de las aguas podridas
de la laguna sopa las proteínas escondidas escondidas
y mueren como moscas 65 mueren por mil
un buzo tuvo que bajar al fondo para rescatar allí escondidas
-Mire señor aquí
Doctor: en medicina. En el primer año no debe faltarles nada
primer grado segundo grado tercer grado
-En el primer año es como construir un edificio hay que ponerle los cimientos
sopa
sopita
los cimientos con sopa los cimientos en
los cimientos la leche no la ven los cimientos la carne no la ven
los cimientos: es como construir un edificio
malamente
se derrumba
los niños mueren como moscas en la laguna sopa aguas podridas 65
por mil se derrumban edificios construidos con proteínas
no las ven con dis-trofia dis-lexia malamente malamente
malamente malamente malamente malamente malamente mala mente
mala mente:
en el borde la basura las proteínas escondidas jugando a
-El buzo tuvo que descender hasta los cimientos de la laguna de
aguas
la laguna sopa sopita con bordes de basura podridas
 -El buzo tuvo que descender hasta la afacia
dificultades para
dis
dis
para rescatar las proteínas escondidas en la laguna de aguas
el buzo se especializó en: doctor Fort-de France 1925
los niños segregados los cadáveres como moscas
más tarde en psiquiatría
los cadáveres de los chicos malamente
mala mente
mala mente
65 por 1000 no rescatados jugando a ver las proteínas
de la carne no la ven de la leche distintas no la ven
en la laguna de aguas
sopa sopita
en la laguna de aguas el buzo Fort-de France
los cimientos del buzo Fort-de France 1925 rescatando moscas sin
proteínas
estas cosas hay que decirlas
el grito salió de mi vida de la laguna sopa podridas el grito
salió hace bastante de mí
Nacido en 1925.
-La distrofia puede ser de primer grado de segundo grado de tercer grado de cuarto grado de quinto grado de sexto grado de séptimo grado de octavo grado de noveno grado de décimo grado
malamente
dislexia
-La dislexia es una afasia (dificultades para la lectura)
estos niños se sienten segregados rechazados tienen problemas
de estas cosas hay que decirlas problemas de estas cosas:
problemas para la la
-El 65 por 1000
problemas sopa sopita el el
más tarde en psiquiatría
dificultades hace tiempo podridas hace bastante 1000 es cosa
de agarrarse con borde de basuras estos chicos tienen problemas
para la la
leche no la ven
carne no la ven
malamente
-Es un desorden de la nutrición sistematizado o localizado
en la laguna de aguas las proteínas son distintas con bordes
desnutridos es cosa de agarrarse
los chicos mueren como moscas
los chicos mueren como moscas
en el primer año es como construir un Fort-de France en el primer
año los cimientos para la lectura jugando a ver
-Mire señor esta mujer dio a luz aquí sola dificultades problemas
con el cordón umbilical para cortarlo no había nadie un desorden
el grito salió
sopa
sopita
dio a luz aquí
distrofia
el grito salió no había nadie para cortar el cordón malamente
no había.
Dificultades para la
las proteínas de la carne de la leche escondidas
para el
cordón umbilical escondido esta mujer mire señor problemas para
agarrarse la cabeza estas cosas el grito salió para no gritar
sino decir
no había nadie
esta mujer aquí dio a luz con borde de basuras
malamente mala mente
más tarde especializado en psiquiatría
sistematizado
el cordón umbilical el buzo con el cordón tuvo que descender
hasta el fondo de la laguna de aguas localizado jugando a ver los
cimientos
buzo Fort-de France
doctor Fort-de France
descender hasta el fondo de la la:
primer grado
segundo grado
tercer grado
cuarto grado
quinto grado
sexto grado
séptimo grado
octavo grado
noveno grado
décimo grado
mueren como moscas: 65 por 1000
dio a luz 1925 en Fort-de France las proteínas escondidas en el cordón
umbilical nadie umbilical para cortar
umbilical
los niños juegan con el cordón dificultades
problemas de estas cosas:
-Hay una zona de no-ser ellos se sienten segregados una región
extraordinariamente estéril y árida: Fort-de France.
la carne no es
la leche no es
las proteínas no-ser
la sopa sopita extraordinariamente estéril y árida
-Mire señor aquí
la zona esta mujer para no gritar sino decir
 dio a luz afasia dio a luz dislexia dificultades dio a luz
dislexia dio a luz cordón dio a luz primer grado segundo grado
tercer grado cuarto grado quinto grado sexto grado séptimo grado
octavo grado noveno grado décimo grado
dio a luz dio a luz la leche no la ven la carne no la ven
dio malamente dio a la luz no-ser dio a luz
extraordinariamente
-Hay una zona del no-ser esencialmente calva a cuyo término. Doctor
1925
65 por 1000
las moscas mueren como chicos
las moscas mueren como chicos
-Esta mujer los dos últimos meses tuvo un embarazo brutal.
estas cosas hay que decirlas
a cuyo término.





Leónidas Lamborghini (Buenos Aires, 1927-2009) Poeta y narrador. Luego de abandonar sus estudios de agronomía y haber desempeñado ocupaciones diversas, ejerció el periodismo.  Integró las redacciones de Crítica, Democracia y Crónica. En los 70 ingresó en la sección cultural de Primera Plana y en el  departamento de prensa de Y.P.F.  Fue subsecretario de cultura de la provincia de Buenos Aires (1973-1974). Residió en México entre 1977 y 1990.
Su poesía ha merecido destacados lectores: Rodolfo Walsh, Juan Gelman, Noe Jitrik, Roberto Fernández Retamar, Ricardo Piglia, César Aira y fue distinguida con los premios Leopoldo Marechal (1991), Boris Vian (1992) y  Konex (2004).
Su primer libro es El saboteador arrepentido (1955) al que le siguió Al público (1957), luego daría a conocer  La canción de Buenos Aires (1968), El solicitante descolocado 1955-1971 (1972, que incluye sus primer libro y Al público, retitulado Las patas en las fuentes); Partitas (1972), Episodios (1980), Circus (1986), Verme (1988), Odiseo confinado (1992), Tragedias y parodias (1994), La reescrituras (1996), El jardín de los poetas (1999), Carroña última forma (2001), Mirad hacia Domsaar (2003) y La risa canalla (2004). Como narrador publicó: Un amor como pocos (2003), La experiencia de la vida (1996) y Trento (2003).



John Ashbery: La aflicción del parque.

John Ashbery, foto David Shankbone. Traducción Sergio Badilla Castillo






 


   

        







Cada uno es verdad un pedazo único,
tú lo dijiste, o, quizás, cada uno
es un pedazo verdaderamente único.
Huelo la diferencia.
Es como el polvo en una casa vieja,
o el agua de ella. Entonces llegas
a un lugar emocionante.
El bandido se compromete
        con la hija del ciego. Las remolachas forrajeras
que salen de cada puerta, saludan al viajero
y se van. O el paso más diluido de jugadores que pasean,
cada uno del brazo de un abatido amorcito, cada
uno pulcro como la idea de uno de toda cosa bajo el sol es pulcra.
Y los glotones
vuelven, con su coche, y la noche,
la noche negra murciélaga, es más negra que cualquier murciélago.

Así precisamente sabes, esto es el irse a pique en
el agua, donde pasean las damiselas y los tíos
saben que es algo deseable cuando ven a una.
El parque es vapuleo
No es lesión de la rodilla, o un sello postal en Marte.
Es todas las cosas antedichas, y algunas otras más también:
una mañana innominada en mayo batida por observadores tensos.
Una cámara de aire en un sofá.
Entonces flotamos hacia abajo por el Gran Río Pompa, cada uno
en nuestra cámara de aire, cada uno con color diferente.
 El mío era verde lima, el tuyo era pistacho
Y la corriente nos murmuraba cuida de tu espalda
para otro día. ¿Estás
tan seguro de no haber pasado los postes de la portería todavía? ¿No lo reconsiderarás? ¿Remóntame a mi fuente? ¡Dios,
Trixie, ¡El agua puede hablar! Como un muchacho
habla, y no estoy tan seguro cuán pequeño es todo esto,
no se debería hacer tanta alharaca. ¿Cuándo otro muchacho camina hasta el borde de las cataratas, y llama, porque es tarde,
no estaremos contritos dejándolo desistir de no haber sido
quienes inventaron todo esto? Entonces, con  seguridad, las olas
de brezo repugnan a los que trajeron al testigo falso, vuelan como cintas
en la brisa rígida, diciendo de nosotros: Parece que una vez
cometimos algún error, y ahora debemos ser juzgados, a menos
que no sea tan malo, alguien me dice que quedarás limpio de polvo y paja,
todos podremos ir a casa, permanecer allí y sonreír otra vez, atorméntate con risitas insidiosas como un culpable. Entretanto, los malabaristas se apiñan
en las laderas escarpadas
del volcán.
Le creemos que es el  extremo de la tierra, así es son las
seis en punto y los pescados navaja se han ido a casa.
Una vez que, en la orilla inclemente de Mannahatta,
pescaba peces con agallas  pero no atrapé nada, nada excepto
un émbolo de goma o dos.
Era una época horrible. Ahora todo es regocijo.
Yo me pregunto, ¿Algo ha cambiado?
¿Los marineros están colgando
de la cubierta de su nave loca? No somos
envidiosos, aunque, la vida sigue estando tan llena 
de numerosas pequeñas conmociones, depende de quienquiera
que lo (la) agarre.
El violín rebana la vida en trozos
manejables, y el violinista no sabe a quién
conmueve, o se preocupa por qué la gente está tan sorprendida ;
su mente está en el extremo, en la extraordinaria empatía de finalizar.
 ¿Qué es lo que está dispuesto para él. Te lo imaginas mejor que para ti mismo?
Mis pies estaban entumecidos, yo le pregunté solamente, ¿Cómo llevas      
                       esto de un lado para otro?
¿Dispones de una barcaza a remolque? ¿Cuántos pies tiene un ciempiés? (respuesta en la edición de mañana.) Oí las grúas que lloraban,
diciendo cómo el tiempo se esfumaba. Era belga,
ellos pensaron. Nadie quema el óleo de medianoche para esto,
aún así pienso que un cierto día seré un erudito pese a todo.
Las horas me acomodan. Y los ramilletes de goma que las muchachas usan dentro y fuera de clase. De seguro, resultaré ser un necio, y tendré que sentarse en  el rincón, pero eso es parte de la aventura apasionante. Sé que las cosas son diferentes e iguales. Ahora si solamente pudiera decirte...
El período de mi excedencia se termina.
Negociaré la caída, y después me
iré llorando tolo a ti. En esos años la paz vino y se fue, el auto
de nuestro padre cargó
con las estaciones, todo alrededor nuestro fue riña y el entusiasmo
de la primavera.
 Ahora, casualmente, todo ha terminado. No me importará la premisa vacante que me disgustó una vez. Sé que todo es demasiado exacto. Y el gamberro fija su ojo en una cala: Solamente
las yemas de los dedos son quizás conmovedoras,
Se piensa, disponiendo de otro puñado de nostalgia madura.
Quizás es  demasiado tarde,
Tal vez llegaron hoy.

Traducción Sergio Badilla Castillo


John Ashbery  (Rochester, N.Y, EEUU,1927).  Poeta. Ha sido reconocido con numerosos premios y distinciones: Premio Pulitzer (1976) por su libro Autorretrato en un espejo convexo, (Self-portrait in a convex mirror); el Premio Nacional del Libro, La medalla Bollingen . Es el  primer poeta de lengua inglesa en ganar el Gran Premio de las Bienales Internacionales de Poesía de Bruselas. En 1992 obtuvo el premio  Feltrinelli, Italia.












Sergio Badilla Castillo (Valparaíso, Chile, 1947). Poeta, narrador,traductor y escritor. Creador del transrealismo poético y promotor del movimiento transrealista en la poesía actual. Ha publicado:  Más Abajo de mi Rama (cuentos, Suecia, 1980); La Morada del Signo,  (poesía, Suecia, 1982); Cantonírico (poesía. España,1983); Reverberaciones de Piedras Acuáticas (poesía, Suecia, 1985); Terrenalis, (poesía, Suecia, 1989); Saga Nórdica (poesía, Santiago de Chile, 1996); La Mirada Temerosa del Bastardo (poesía,  Chile, 2003); Poemas Transreales y Algunos Evangelios ( poesía, Chile, 2005).Entre otros títulos.  






jueves, 25 de noviembre de 2010

Elpidio Isla: Acerca de las lecturas de Poesía

Elpidio Isla









POETIC ANIMAL PLANET

Muchas veces nos preguntamos por qué la poesía no tiene, como en otros países del mundo, el prestigio social o la inserción popular de Chile o Perú por ejemplo. Podríamos hablar de cuestiones políticas o sociales o meramente poéticas. Pero me voy a tomar la libertad de creer que parte de la responsabilidad la tienen las “lecturas de poesía” en bares o lugares ad hoc. Esta costumbre viejísima, anacrónica, decadente, insoportable a esta altura de la historia, deberá ser erradicada en beneficio de la poesía misma. Quisiera que los poetas y los músicos trabajaran juntos, pero no para ponerle música a poemas escritos hace años.  Trabajar juntos (de acuerdo a mi criterio) es crear en conjunto poesía y música, como si fuera un género nuevo. Esto crearía ámbitos nuevos de trabajo y tal vez se podría recuperar ese ámbito de transmisión de la poesía que languidece entre el tedio y la pobreza imaginativa.

Bruno se hace algunas preguntas para las que los poetas no tienen respuesta, lo que no está mal, partiendo de que ningún poeta tiene respuestas para nada, sólo preguntas. No se lee poesía, es cierto pero Bruno se queda algo corto: en nuestro país NUNCA SE LEYÓ POESIA al menos con la intensidad de otros lugares donde la poesía Y LOS POETAS gozan de un gran prestigio social. Por estas tierras argentinas hay lugares donde los poetas gozan de “algún prestigio” me refiero al NOA y esto debido a que por aquellos lados los poetas se han juntado a los músicos logrando una asociación más o menos ilícita que les permite compartir peñas, fogones y festivales. Esto no ocurre en Patagonia por ejemplo y voy a cometer una infidencia que no es tal pues se trató de un hecho público; en el último Encuentro de escritores patagónicos de Pto. Madryn en algún momento hubo un chisporroteo pues los músicos se quejaron de que una vez que los poetas agarraban el micrófono preferían morir electrocutados antes que largarlo.  Los poetas (duchos en estas lides) respondieron con rapidez en los mismos términos, afirmando que los músicos se atornillaban a las sillas y los poetas terminaban la noche al borde del colapso atragantados con sus poemas y el vino NO APTO para seres humanos normales. La cosa, por supuesto, no pasó a la categoría de conflicto armado pero marca una cuestión como para tener en cuenta: a los poetas les seduce la idea de leer sus poemas, no importa donde, ni cuantos lo están escuchando, si están en medio del desierto, o pataleando en la boca de cocodrilo del Nilo y sólo hay una ambición mayor: mueren por leer sus poemas A OTROS POETAS los que normalmente no los escuchan, pues están palpitando el momento en sean ellos los que ocupen el sitial del lector. Me atrevo a decir que no hay un poeta EN EL MUNDO que SOPORTE a otro poeta leyendo sin que:
1)      Comente lo mal que lee el otro.
2)      Manifieste que: “este cuando empieza a leer no termina más”
3)      Diga al de al lado: “Esto de las lectura de poemas ya no va más, es un anacronismo”
4)      “Debe haber unas treinta personas”
5)      Yo vine porque es mi amigo pero yo dejé de ir a lecturas hace bastante tiempo.
6)      Siempre vienen los mismos
7)      Debieran fijar no más de 10 minutos por poeta. Yo estuve en una lectura en México o  
          Uruguay o Colombia o Katmandú (nadie podrá probar nunca la veracidad de la 
          afirmación) donde había un coordinador y te cortaban el micrófono si te pasabas los diez 
           minutos que te habían asignado.
8)      Son diez para leer. Este ya lleva 25 minutos y no afloja.
9)      25 minutos por diez son más de cuatro horas, así no se puede
10)   Esto va  a terminar a las cuatro de la mañana
11)   Neruda leía para el carajo.

Pero en el momento en que le toca leer a él, se abalanza sobre el micrófono y lee de corrido, tartamudea y se ahoga durante 50 minutos (son las tres y media de la mañana) pela un manojo de hojas A4 que siempre se calcula en más de 25 páginas y deletrea hasta que los mozos le sacan la silla porque se quedó solo y necesitan barrer. Después de que le cortaron el micrófono lee otros veinte minutos sin advertirlo y cuando no tiene espacio para un sólo segundo más, pide que le dejen leer el ultimo poema, pero la intuición poética no le falla esta vez, como ha quedado solo, descubre que los mozos pueden asesinarlo y tirarlo en un zanjón sin que nadie se interese por él. Recién entonces se va dejando claro que por ese lugar no vuelve ni loco.
Un capítulo aparte merecen “los poetas que se escabullen cuando ya han leído”. Si uno es observador los ve cuando comienzan a analizar el campo por cual planean huir: hacen un  mapa del salón, ubican las mesas y las sillas y trazan un mapa mental de la situación y se agazapan esperando el momento en que el otro: respire, de vuelta una página, tome agua (o lo que tenga) o muestre alguna vacilación que les permita arrancar sin mirar al de la mesa de lectura y pasar raudamente hacia la puerta de salida. Establecen las coordenadas y desaparecen. Si son sorprendidos en mitad del camino dirán:
a)      Salgo a fumar un pucho
b)      Es que el calor aquí te mata
c)       Estoy muerta de frío
d)      Es que mañana tengo un día …
e)      AQUÍ PUEDEN AGREGAR OTRAS EXCUSAS PARA ESCAPAR DE UNA LECTURA DE POEMAS CUANDO HEMOS LEIDO NOSOTROS.
Después de una hora cualquiera puede encontrarlos cenando a una o dos calles del lugar de los acontecimientos o dándose en un bar hasta quedar saludablemente borrachos esperando la próxima lectura. Juro que una vez vi a un poeta que se había escapado con dos compinches, leyéndoles poesía a otros resignados parroquianos en un bar a tres cuadras de donde ellos (los prófugos) no habían soportado la lectura de sus colegas.
Una última reflexión, yo creo que a las lecturas de poemas asisten: poetas, poetas en formación, poetas en deformación permanente, niñas poetas en la edad justa en que sus calidades poéticas no suelen ser lo más importante, siguen las poetas no tan niñas, a las que ya se empieza a juzgar sus valores literarios y poetas a las que se juzga únicamente por sus valores literarios y sólo se las acepta si son grandes poetas. En este último caso, si no son poetas geniales, no existe la piedad para ellas; serán apartadas hacia los rincones más alejados y abandonadas a su suerte. Como si fueran ancianos esquimales de “El País de las sombras largas” de Hans Ruesch, serán olvidados en el desierto ártico porque sus dientes ya no sirven para sobar el cuero que abrigará a la familia en el invierno. Esta es sólo una parte del duro mundo poético en el que sobreviven sólo las especies más adaptadas a la dura lucha. Hay una cadena alimenticia en la cima se encuentran los grandes popes a los que nadie intentaría comerse, de allí hacia abajo todos sirven de alimento al inmediatamente superior. Esta norma se repite invariable a lo largo del mundo poético.
 En sus praderas veremos a suaves y poéticas gacelas huir de los leones devoradores de frescas carnes trémulas. Las grandes manadas poéticas, hoy en extinción, pastan inocentes, de su destino de viejos poetas solos y arruinados, lejos del reconocimiento que llegará a unos pocos, no siempre con méritos para ocupar ese lugar. En los peores charcos rezuman algunos cocodrilos, ellos parecen editores siempre al acecho de algún distraído, es que la poesía no se vende nada les dirán y se los devorarán implacables y certeros. Las jirafas con sus largos cuellos poéticos miran el mundo desde muy alto y todo parece serles ajeno, aseguran que su poesía hermética no es para cualquiera y tal vez tengan razón, pero no olvidemos: existen víboras poéticas, roedores de la poesía ajena y también hienas y otros carroñeros que viven de los cadáveres insepultos que la poesía suele arrojar a un lado del camino.


Elpidio Isla ( San Nicolás,  Buenos Aires, 1948). Escritor y periodista.  Ha publicado las novelas,  MOGAMBO (1988), LA CIUDAD DE LOS SUEÑOS TRISTES (1995) y el volumen de relatos LAS LLUVIAS CORTAS (1990). (Cuentos).
Textos suyos han sido incluidos en SUR DEL MUNDO, NARRADORES DE LA PATAGONIA (Ediciones El Patagónico 1992) y DE JULIO VERNE A OSVALDO BAYER: Los mejores relatos patagónicos (Ameghino Editora 1998), RELATOS PATAGÓNICOS: (Instituto Nacional de Fondos Cooperativos (1999) y RELATOS DE PATAGONIA: (Cántaro ediciones 2006).
 
Entre sus obras inéditas figuran: La mano del final (novela 1998); Y no es que un hombre no esté triste ( Novela 1999); Viaje conjetural de Simón de Alcazaba a la Tierra Leve (Novela 2000); El bar de las putas pobres (novela 2005); Un mar de penas (cuentos 2003) y Reciclados (novela 2007). Ha sido editado en diversas antologías nacionales e Internacionales.



domingo, 21 de noviembre de 2010

Eugenia Prado: Objetos del silencio y otros textos.

Eugenia Prado


















 

Objetos del silencio
 (2007)
Mi adultez se construye desde una precaria lucha entre fuerzas antagónicas. Vivimos una infancia atrapada, cercados entre muros de habitaciones enormes, nuestra casa era una fortaleza sellada para el mundo. Despierto atrapado por deseos que desconozco, corro a encerrarme en el baño, con todo creciéndome entre las piernas, sin que nadie, ningún adulto lo advierta. Me quito el pijama, mis manos se deslizan por los muslos, el torso, los brazos, buscan estas manos hacia abajo muy cerca del ombligo recorren, incómodo tiemblo de aquello que pulsa y me agita por dentro, mi sexo palpita, reacciona, crece...

—el hermano menor—
Qué me haces que siento que me muero…
a mis nueve, tú tenías once, eras de los hermanos el mayor.
¿qué me haces, que siento que me muero? que me agoto y ya no puedo levantarme y la luz de la mañana me encandila y me pone tan triste, ¿qué me haces, cuando éramos tan niños? ¿por qué me duele ahora la idea que me sitúa como presa única de tus movimientos feroces?, ¿por qué me besas?, me besas tanto, ¿por qué lo haces con tanta insistencia? ¿por qué me tocas?, me chupas tanto, que casi me gusta cuando lo haces y la costumbre a tus hábitos me obliga a soñarte, te sueño en pesadillas con los ojos brillantes, repasando cada movimiento que me vulgariza de tu hostilidad, ahora de crecido entiendo lo que hacías, sé que poco a poco fuiste poniéndome todo esto en la cabeza, aún así te atreves a negarnos, niegas el placer del primer día, de nuestro primer día, y yo sin poder entender cómo podrías no privilegiar entre tus recuerdos el momento exacto de ese día, cuando tú y yo, atrapados frente al espejo, enceguecíamos bajo la fuerza de extrañas imágenes, pero todo cambió de un momento a otro y pude ver cómo te instalabas en mí con inesperada certeza, me revelaste el secreto de la verdadera fuerza, ese primer día, tú y yo nacíamos para la vida, descubriendo sueños que revolotearon en nuestras cabezas, sueños de cuerpos conmovidos, anticipando los deseos que dibujarían el cómo iría dándose todo entre nosotros, pronto nos amamos sin escape, confundidos y desnudos, repletos y cercados, nuestros cuerpos crecieron, mas uno siempre escapaba indistintamente bajo el consentimiento de una suerte de misterio, como si los ángeles del cielo hubiesen advertido nuestro intenso amor en el acecho de las pupilas dilatadas del que escapa, el espacio de la infancia se hizo sofocante cuando apareció definitiva y rotunda la presencia de nuestra madre, nuestro inmenso amor, amparado bajo sus miradas.

Criaturas de Dios
Algo más crecidos, juegan los niños sus experimentos. Despierta el más pequeño sus excitados juegos, las nuevas formas, los descubrimientos. Amanecidos los graves apetitos el mayor tarda. Duerme. Traspasar distancias. Desde lejos. Gruñidas sus doloridas ganas, su furia avanza. Entonces, empujar las ropas y salir furioso. Cama abajo y desgreñado. Enloquece. Muy noche, un cachorro corre y con apenas verlo se revuelca. Salta. Ladra, sus esforzados pelos, sus maliciosas ganas. Correr descalzo los sofisticados hábitos, cuando él, su furia empuja, patea y jala. Tiembla su placer largo, lento, y le pide sus perdones. Entonces, las estimulantes cercanías, los gemidos sordos, cuando excitados muerden, corren y hasta se revuelcan. Agitadas las orejas el cachorro amansa sus ladridos. Abiertas sus patas se resfriega y le pide sus caricias. Desatados los movimientos disfrutan a tirones. Entrecortadas risas, y otra vez el animal gimiéndole de vuelta. Las esparcidas ganas. Su fina raza. Agitado el amo de gemir sus babas. Se moja. Lame los enmarañados pelos avanzados de experiencias. Al escuchar los gritos el mayor despierta. Sale. Se arrima. Morder felices. Suavemente revolcarse de juegos encendidos y de olores sofocantes. Perturbados crecen. Contagiados de gritos y gemidos el animal muerde, lame, sus manchados cuerpos.

“Hembros”
Novela Instalación, Enero 2004

—tercera escena—
Nada creo hoy. Nada en este día. Purificación. Depuración. Miércoles Blanco. Serapis Bey arcángel de mi felicidad, —dicen— y ellos dicen, que el blanco existe y también Gabriel Ángel de la guarda, que me guarda de mi padre, que no cree que el blanco existe y que no sabe que yo no creo, y que odio, que odio tanto cuando me subyuga, cuando me somete. Mi padre golpea. Golpea sobre la madre que miente. Golpea con palabras sobre las hijas, cuando dice que la madre miente, que las mujeres mienten. —¡Todas ustedes mienten!— Los niños juegan y aprenden grabando y se mienten de todos estos mensajes la cabeza. Nada creo hoy. Nada en este día. Odio a mi padre y sus desordenados niños, de ideas grabadas con el fuego de los grandes y de todas sus instituciones. Purificación. Depuración. Miércoles Blanco. Serapis Bey Arcángel de mi felicidad.

—final—
Somos cuerpos estallados, atravesados por infinidad de flujos que nos pulsan y nos impulsan, tensionados y torcidos. Próximos desde corrientes opuestas, atraídos todos nuestros sexos entre laberintos sudorosos. Cuerpos que se rozan, hermosos, delineados y excedidos, elaborados en gimnasios, descarados y promiscuos, entre las ropas y el strech, agitados se aprietan, carnes saboreando los atributos de la cultura física y la belleza. Mecidos con otros y para otros, los cuerpos entre juegos prohibidos. Como dioses hermosos del olimpo, seducidos al compás de una música nada convencional en el consumo de precipitados hombres que se frotan. La sexualidad, es ahora nuestra mejor oferta, un asunto de los flujos ¿desde dónde éstos flujos estarían codificados? ¿desde dónde cortados contra fondos de cultura y de máquinas? Actuamos las pulsiones de esos flujos, recortados sobre fondos móviles, cambiantes, acechantes, amenazados, codificados y a la contraluz. Atrapados en reiteradas cadenas de sentidos idénticas e insignificantes, como imágenes inmutables, significaciones de este mundo de posibles, entre roles móviles, categorizándolo todo. Nadie está a salvo en estas estructuras. Otros mirarán con un único ojo, prediciendo los peligros, simularán sus cuentas regresivas, nos prepararán como sus elegidos y aceptaríamos si así pudiésemos sentirnos mejor, elegidos desde centros aparecidos de la nada para una consecuente desprogramación. Pero nada de esto hubiese sido posible, caen despedazados los muñecos, rostros desfigurados, totalmente desfigurados, recibimos esas señales. Un insecto se revuelca cerca de ojos enrojecidos. Pelos estirados como agujas, bordean famélicos pómulos. No hay razón más que la de avanzar cuando reconoces las imágenes impuestas e inmediatas, cuando tu rostro reluce estático, y el brillo impecable en tus dientes blancos, tan blancos. Musa incierta, hermoso hermafrodítico feroz, símbolo ad hoc para nuestra kitch age, respondiendo a las impuestas representaciones de paisajes familiares, imaginerías de padre y madre, fijaciones, regresiones, sublimándolo todo, hacia el inquietante vacío que nadie posee. Animando luchas miserables, ausencias, exclusiones recíprocas, los flujos se agotan, secados por el odio. Extrañas y dulces vibraciones inconscientes nos avanzan, hasta dar con otras finas y sutiles vibraciones.



Eugenia Prado (Santiago de Chile, 1962). Narradora, dramaturga.Ha dado a conocer en novela: El cofre (1987), Cierta femenina oscuridad (1996), Lóbulo (1998). En 2003 presenta Hembros: novela instalación, que se estrena en el Galpón Víctor Jara: Una instalación escénica plástica que propone la lectura del texto desde otros soportes, en que se exploran las interacción entre los oficios y las máquinas tecnológicas actuales. Luego, en el año 2005 estrena “Desórdenes Mentales”, obra de teatro dirigida por Alejandro Trejo. Su última novela “Objetos del silencio”, del año 2007 trabaja con secretos sexuales de infancia, tema poco explorado, en que sus personajes, víctimas y cómplices se instalan como resistencia contra el horror de volver a enmudecer.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Carlos Bègue: Un mago fortuito.

Carlos Bègue













                                             




            Antes del giro cibernético, cuando a la hora de cierre los fortíssimo sobre el teclado de las máquinas de escribir elevaban cada redacción a sala de conciertos, los chacoteros de siempre eran la sal del periodismo.
            Américo Spinedi fue uno de ellos, también notorio fabulador. Su fama no era arbitraria. Había cumplido tantos oficios, viajado por tantos lugares, que el cómputo de tantos años de andanzas por el mundo discordaba con su madura juventud. Novicio en un monasterio tibetano, tragafuego a las puertas del Bronx, fotógrafo entre los esquimales, pinche de cocina en la costa amalfitana, adivino de sultanes, ayudante del mago Fu–Manchú, maestro karateca no sé dónde...
            En el diario nadie le creía. Cada recuerdo suyo sumaba cachadas, burlas, muecas. Hasta que una tarde se coló en la cuadra un vendedor ambulante prendido al valijón de ofertas. Aquellos pellejos, excrecencias del propio cuerpo, le colgaban como el badajo de la campana. "Forros, corbatas, medias...vendo barato", revoloteaba entre los escritorios con zumbido de tábano.
            Persistente, al fin terminó dentro de un círculo más propenso a divertirse gratis que a meter mano al bolsillo. De pronto, Spinedi avanzó hacia él desde la periferia, le arrebató el lápiz del chaleco y mirándolo fijo le exigió que lo mantuviera a pulso. "Ahora voy a partirlo con el filo de un papel —anunció— y el corte será más limpio que tajo de cirujano. ¿Un billete, por favor? Debe ser flamante".
            Yo se lo alcancé. Las risas en sordina cedieron paso a un silencio expectante. Dócil por fuerza, el mercachifle consentía los antojos de Spinedi sin entender demasiado. El Fáber número 5, virgen, le temblaba entre los puños cerrados.
            Spinedi plegó en dos el billete, a lo ancho, afilándole con las uñas el doblez. Luego se concentró en el lápiz, alzó la diestra y de un certero papirotazo cumplió lo prometido. Quedamos bizcos y el hombre de la valija desconsolado, con medio lápiz en cada mano y sin saber qué hacer. Un impertinente aventuró la pregunta:
            —¿Cómo lo hiciste?
            —Chupame un dedo, che —le propuso Spinedi meneando la cabeza mientras lo miraba oblicuamente de arriba abajo—. Después, solemne y con tono admonitorio, lo aleccionó en voz alta,  como para que hasta las paredes oyeran: —Toda magia, todo poder de la mente deben sustraerse al manoseo del vulgo. 
            Esa noche, ya fuera del diario, al despedirnos en la esquina Spinedi secreteó en mi oreja, a espaldas de la muchachada: "Mañana es sábado y nuestros francos coinciden. Venite a comer a casa".

            Soy puntual. Al día siguiente, con el toque de las nueve, en noche de luna llena, yo me arrastraba con dos botellas de buen vino por la escalera de aquel caserón donde, según vox populi, a Spinedi lo mimaban su madre y una hermana soltera, restauradora de muñecas.
            Recostado contra la medianera de una fábrica vacía (sin vidrio sano en ninguna de las ventanas) el edificio de tres plantas pedía urgente socorro. Las paredes de ladrillo a la vista tenían la misma mugre centenaria que los adoquines del pavimento.
            Apenas Spinedi abrió la puerta, los tufos del ajo disiparon la fatiga de haber subido esos tres pisos por escalera a falta de ascensor. "Hoy tenemos buseca, ¿ya habrás adivinado? La vieja no mezquina los condimentos", me saludó en mangas de camisa. Por cierto, no cualquier camisa, sino una tropical, de rabiosos estampados florales y leves colibríes libando en las corolas. "Cayeron las visitas", anunció con tono de heraldo, precediéndome a grandes zancadas por el vestíbulo para encender las lámparas de la sala. "Ponete cómodo, che", me indicó uno de los dos sillones libres. Los demás asientos, cubiertos también con fundas color de cera, estaban ocupados por las muñecas. Todas tenían los ojos bien abiertos salvo una, excedida de carmín en los mofletes; a ella, un párpado caído le otorgaba cierto aire ausente. La sonrisa era otro rasgo común: una sonrisa un poco vanidosa, un poco pasmada, como la de todas las tímidas. En un sofá conté siete, tal vez ocho, vestidas de organdí. "Es difícil vivir entre tantas mujeres...jamás podrías imaginarlo", suspiró mi amigo antes de declarar enfático, casi al borde de lo cursi: "Pero, ya se sabe, no hay rosas sin espinas". Apenas repuesto de la sorpresa y ya apoyado en mis nalgas, le oí decir: "Ellas, por discretas, (aquí abarcó a las muñecas con un amplio giro del brazo) nos dispensan un silencio obsequioso". En seguida trajo el vermut y tuve ganas de tentarlas con la picada. Ricitos de oro parecía la más angurrienta: no le quitaba ojos al salamín. La Decana, resbalándole los anteojos sobre la nariz, me recordó a mi abuela por el luto y las agujas de tejer. Olía a lavanda y a viudez. Llevaba encaje en la pechera y los puños bordados con festones. Una cofia escondía las nieves del tiempo. ¿Llegaría a pedirme ayuda para ovillar otra madeja? ¿Me pincharía la rodilla en cuanto tuviera ocupadas mis manos? Pero no hubo tiempo para que se diera el gusto. Desde lejos nos convocaba una voz fogosa, acechante: "¡Avanti! ¡Avanti!"
            "Clotilde no podrá acompañarnos esta noche", excusó Spinedi a su hermana guiándome hacia el comedor por un largo corredor de baldosas en damero. "Por cierto, será una velada menos entretenida. Hoy tiene quirófano. Los golpes en la nuca, ¿sabés?, exigen pulso firme y olvido del reloj".
Por el piso corrían algunos hilos de agua que filtraban de los maceteros recién regados. Al atravesarlo rocé las hojas de una Rodgersia y más adelante evité por cábala las de un gomero, padre de la desgracia según antiguas consejas. 
Ya descorchado, uno de mis tintos ponía el toque de color sobre el mantel. La dueña de casa estuvo amable, aunque cargosa con el cucharón. Tenía un tono meloso y se mostró servicial hasta el límite de la pleitesía. Aquel gran flato de palabras chorreaba sobre el fino tejido de lino los flujos del más desaforado cocoliche. Pude, sí, entender sus maldiciones cuando una mosca se zambulló en el plato donde comía. "Propio a me dovera capitare! Che schiffo! Mi ha rovinato la cena. Non voglio mangiare più. Vorrei butare piato e minestra." Quizá la mujer hallara consuelo al día siguiente en la fajina de las hornallas. Hay vidas culinarias, y la suya debía ser ejemplar.
Es curioso, pero la sensación de ahogo me acecha desde chico cuando estoy encerrado entre cuatro paredes y en ninguna descubro ventanas. En atención a mis anfitriones, esa noche procuré disimular toda zozobra, aunque detrás de mi sonrisa congelada yo estuviera atento por si sus bocas, momentáneamente desocupadas, me prevenían contra algún peligro.
Ponderé la calidad del plato principal (truco eficaz para soslayar segundas partes) y al disiparse sus vapores no perdí de vista ciertos corpúsculos suspendidos alrededor del quinqué. Flotaban cual minúsculas pompas de jabón. Dándose cuenta de mi inquietud, precisó Spinedi para calmarme: "Es el gato. Bueno...en verdad son átomos de él. Ahora bajará". Dejó de comer, entornó brevemente los párpados, como si se fuera de viaje en tren, y al volver dibujó con la cuchara extendida hacia la luz una figura conjetural.
"¡Vieni! ¡Vieni!, miccino", profirió desde la cabecera mamá Spinedi, babeándose el  labio inferior caído, las encías flojas. Se la veía ansiosa ("el culo de mal asiento", observarían en campaña), sólo atenta a esos fragmentos detenidos bajo el resplandor opaco de la lamparilla como gotas de mercurio en susensión.
"¡Calma!, vieja. ¡Calma, que ya baja!", procuró sosegarla su hijo. Y agregó dirigiéndose a mí: "Lo del lápiz fue una pavada. Este numerito, al contrario, requiere máxima abstracción. Lo aprendí de un faquir en la India. Te lo dedico a vos porque no sos preguntón".
Creí soñar, medio adormilado por el monótono ensalmo que Spinedi, vuelto pura trompa, modulaba en tono monocorde y tenuamente ascendente:
                        OmmmmmmmmmOmmmmmmmmOmmmmmm

"Las patas, bambino. Faltan las patas", oí quejarse a la dueña de casa, cada vez más alterada. "Ahora los átomos entran en conjunción y pronto lo tendremos aquí, de cuerpo presente", nos previno el operador sin soltar la cuchara ni quitar la vista del quinqué.
El fenómeno anunciado excedía cualquier comentario razonable. Corporizado de sopetón, apenas rozar el borde del mantel con su cola, al gato, confundido en su negrura, se lo tragó el torrente de oscuridad que avanzaba por el pasillo del fondo con promesa de ratones. "Dudo si van a creerte cuando lo cuentes", se resignó Spinedi mientras sonrosaba otra vez mi copa vacía.
Bajo circunstancias semejantes, ¿será demasiado obvio confesar que esa noche la buseca me cayó pesada?

Del libro inédito Cerca está la luz de las tinieblas


CARLOS BÈGUE (Buenos Aires, 1935). Poeta y narrador. Ha publicado:  Oscuro tesoro de la muerte –cuentos–  (Primer Premio Municipal de Literatura , Buenos Aires, 1984); Los Cardales (poesía), 1986;  El paseo del centauro cuentos 1993 ;  Buitre de pesares la memoria –novela-2004– finalista del premio Herralde de Novela-Barcelona (España 2002); Premio Osvaldo Soriano de Novela (Mar del Plata 2002) y Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes (2003).