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jueves, 16 de junio de 2011

Eugenio Montejo: Adiós al Siglo XX y otros textos.

Eugenio Montejo























Adiós al siglo XX

                                                 a Alvaro Mutis
            
Cruzo la calle Marx, la calle Freud;
ando por una orilla de este siglo,
despacio, insomne, caviloso,
espía ad honorem de algún reino gótico,
recogiendo vocales caídas, pequeños guijarros
tatuados de rumor infinito.
La línea de Mondrian frente a mis ojos
va cortando la noche en sombras rectas
ahora que ya no cabe más soledad
en las paredes de vidrio.
Cruzo la calle Mao, la calle Stalin;
miro el instante donde muere un milenio
y otro despunta su terrestre dominio.
Mi siglo vertical y lleno de teorías...
Mi siglo con sus guerras, sus posguerras
y su tambor de Hitler allá lejos,
entre sangre y abismo.
Prosigo entre las piedras de los viejos suburbios
por un trago, por un poco de jazz,
contemplando los dioses que duermen disueltos
en el serrín de los bares,
mientras descifro sus nombres al paso
y sigo mi camino.
              
 
La poesía 


La poesía cruza la tierra sola,             
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide
ni siquiera palabras.
            
Llega de lejos y sin hora, nunca avisa;
tiene la llave de la puerta.
Al entrar siempre se detiene a mirarnos.
Después abre su mano y nos entrega
una flor o un guijarro, algo secreto,             
pero tan intenso que el corazón palpita
demasiado veloz. Y despertamos.
              

Los gallos


¿Por qué se oyen los gallos de pronto
a medianoche
si no queda ya un patio en tantos edificios?
Filtrados por muros de piedra
y rectos paredones
nos llegan sus ecos;
no se puede dormir, es más terrible
que en el tedio de las aldeas
cuando llenan el mundo de gritos.
Cruzan el empedrado,
la niebla de la calle,
alzan sus crestas de neón,
entran cuando el televisor borra sus duendes.
Pero no hay troja que los guarde
sino sombra de asfalto y sellados postigos;
¿de qué rincón vidrioso en los espejos
saltan
y se sacuden aleteando
las soledades de sus lejanías?
Gallos ventrílocuos donde me habla la noche,
¿son mi parte de abismo?
Gallos en el sonambulismo de las cosas,
roncos a causa de la ausencia
en caminos de polvo
cuyas voces creímos extintas,
¿qué hacen a medianoche en la ciudad
tan lejos,
¿qué lamento los va acercando a mis oídos?


Pájaros


Oigo los pájaros afuera,
otros, no los de ayer que ya perdimos,
los nuevos silbos inocentes.
Y no sé si son pájaros,
si alguien que ya no soy los sigue oyendo
a media vida bajo el sol de la tierra.
Quizás es el deseo de retener su voz salvaje
en la mitad de la estación
antes que de los árboles se alejen.

Alguien que he sido o soy, no sé,
oye o recuerda,
si hay algo real dentro de mí son ellos,
más que yo mismo, más que el sol afuera,
si es musical la fuerza que hace girar el mundo,
no ha habido nunca sino pájaros,
el canto de los pájaros
que nos trae y nos lleva.



Eugenio Montejo (Caracas, Venezuela, 1938-Valencia, Venezuela, 2008) Poeta y ensayista. Entre otros títulos ha dado a conocer en poesía: Elegos (1967), Muerte y memoria (1972), Algunas palabras (1976), Terredad (1978), Trópico absoluto (1982) y Alfabeto del mundo (1988). En  1998 recibió el Premio Nacional de literatura y en 2004 el Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo. 


Monica Cazón: Poemas.

Mónica Cazón





















La muda

Si te quedas ahí parada
podrás apreciar que no es poca cosa descalzarse
tirar las máscaras y aflojar los elásticos
para descansar a ese animal sometido.
No es poca cosa mudarse, abandonar la cárcel
la mujer de voluntades ajenas
y manos cóncavas,
juego de villanos esta vida
y el momento exacto de oprimir el interruptor
porque es día viernes, el día del amor
según su almanaque ordenado meticulosamente.
Ahí parada, dejarás a la hembra
y esa mujer que fue expulsada
de la honorable Liga de Madres de Familia
volverá a ser protagonista,
y sabrás
que a menos que te quedes ahí parada
la adolescente que comparte tu cama
se marchará en el próximo tren.
Hay una niebla caprichosa
un halo azulgrisáceo,
una voz que no quiere rendirse
y se conserva joven, como siempre.



Como una gota de sal, ella se suelta dos veces al día
se incrusta
 ¿La sal puede convertirse en una lágrima?
¿Una lágrima es una gota de sal?
¿Se incrusta la lágrima?
¿O la sal?
La única verdad es esa lágrima compuesta
por un porcentaje de sal que patenta su dolor,
la loca anda suelta dos veces al día
todos los días
sin ropa interior porque asegura
 que la libertad se vive desde la piel
y la quiere sentir.
Las lágrimas le recuerdan al mar,
al consuelo de su madre
al hielo derretido que rodaba por sus manos
cuando armaba los muñecos de nieve
a esa página en blanco engordada de sinsentidos.
Ella asegura que egresó de la universidad
y se especializó en lágrimas,
hay olor a café, a papeltinta
y un miserable afirma que todo
es mentira.
Una mañana se marchó,
todos dicen que murió
yo creo que se fue con su profesor de Harvard.



Clásico
la soledad encarece la carne agota la sal
  las especias, los garbanzos que busca
en los frascos que guardan los secretos
y justo es mediodía
y el caño gotea los ojos gotean
pero es así con la cebolla.
El deseo de ser unos minutos después
para apurar la vida
y largarse desde una colorida colina
le hacen suponer que todo lo que ve
no mira.
Se ha perdido en su sombra,
entonces repta desnuda 
abierta de brazos y de piernas
desgarrada su túnica de sacerdotisa de banda ancha.
Clásico, así de clásico es con la cocina
 para colmo
 las ollas se marchan hacia otras superficies
y el corazón se rehoga en trozos de juliana.


La mendiga

Esta tarde ella saldrá y lo ha comunicado
como algo perfectamente natural,
la espera una película de Almodóvar
el pasto verde de la plaza que visita todos los días
y los artesanos de la feria de Belgrano.
Irá a buscar el último best-seller
ella también sueña de vez en cuando,
y su próxima apuesta será
esa bocina suicida que le sube por los muslos
porque no posee oídos.
Es una desposeída, pero no se engaña
sabe que esos lugares están diseñados para confundirla
sobre todo ahora que la mano de él
quedó amputada prolijamente,
y tuvo que alargar la noche
para acortar el hambre.
Lo cierto es que doblará por las esquinas
cruzará las avenidas
y manoteará el oxígeno de su única ración de pan,
da fe que eso ocurrirá una vez más
y los reproches son inaceptables.


La santa

Soy una mancha de aceite
pero no de oliva
el límite perdido de una calle
el otro lado del mostrador
y la rigidez de las velas en el reclinatorio.
Una santa arrepentida
cuando Dios se apodera de mi,
pero en las noches o en las siestas
los duendes me persiguen
y la mano abandonada en el aire
perdida en el debajo de la falda
se pasea por el patio y el jardín de invierno.
¡Ah estos dedos!
que despistan los templos
los muy útiles y sagrados
sí que son capaces de amar de verdad,
sin verbos conjugados
y en el más absoluto estreno.
La boca seca, el final de la farsa.




Mónica Cazón, Marta Mónica Mabel de F. Luna Juárez Robles (Tucumán 1968). Poeta y microrelatista. En poesía ha publicado Vida Rentada (2010). Tiene varios libros en preparación.
Ha sido incluida en diversas antologías y colabora en diarios y revistas del país y el extranjero.

  




viernes, 10 de junio de 2011

Horacio Salas: Poemas.

Horacio Salas
























GENÉTICA


No me dio muchas cosas: una escasa estatura
el humor permanente
los buenos modales en la mesa
el trato a las mujeres
No me ha dejado ni una casa ni un campo
coleccionaba deudas y acreedores
compañeros de póker y leyendas
pero está en mí
se aparece de pronto en el espejo
en un inesperado movimiento / en una mueca
en las cejas pobladas
se me presenta a veces corrigiendo mi letra
o en los últimos sueños de la noche
lo veo en el medio de la calle
de sobretodo oscuro / despidiéndome
o ya destruido tembloroso irritable
amarillento
triste porque su hijo se ha marchado al exilio
ignorando en el fondo
si estaba en el Pacífico o en Suecia
Confuso y confundido
como lo estuvo siempre
suponía que el tiempo puede volver atrás
que se repite
No amaba los poemas
y prefería una buena sentencia a una novela
se dormía en cualquier parte
y era capaz de gastar en un rato
el sueldo de dos meses
Nunca nos comprendimos
salvo una noche
en que me vio llorar de amor
(y me lo dijo)
aunque al día siguiente otra vez nos callamos
Él no aprendió a llorar
no pudo hacerlo ni ante mi madre muerta
a la que amaba hoy lo comprendo cuánto
de qué manera trabajosa / tramposa
pero intensiva / intensa humorista y dramática
Su soledad se agudizó con mi partida
pero no me lo dijo
(o me lo dijo y no pude entenderle)
Cada tanto llegaban unas cartas
confusas al principio
incoherentes más luego
Cuando después de algunos años volví a verlo
no era el mismo
su cuerpo me pareció resquebrajado
y en su mirada había una nebulosa
- pensé que cada uno elige su destino-
los dos habíamos edificado
nuestras paredes altas sin ventanas
hablamos de la nada
nos mentimos
Ahora junto a mi madre me visita en los sueños

Rara vez nos hablamos.


DINOSAURIO
 

Conocedor de las teorías de Darwin
para sobrevivir ha reducido su tamaño (casi en exceso)
y el mimetismo (el camuflaje) le da buen resultado
Cuando camina por Palermo no lo advierten no llama la atención
salvo si carga con un número inusual de volúmenes
o lee mientras saluda a los vecinos a los porteros de la cuadra
o cuando (por el rabillo del ojo para que descubran
características de su especie)
observa ávidamente los ombligos que brotan en verano
Sabe que hay otros en el mundo que poseen estigmas similares
aman a Mozart a Haydn a Malher se emocionan con Bach
y varias sonatas de Beethoven los conmueven
no se equivocan al citar a Neruda y nunca se refieren a Borges
con ligereza de modelo que resbala sus largos muslos
por una pasarela
algunos además coleccionan postales centenarias
reconocen una frase de Proust de Flaubert o de Barthes
disfrutan El Banquete el sabor de los quesos bretones
las ostras los percebes o la luz de Picasso
El pobre dinosaurio para mimetizarse mira televisión todos los días
y hasta analiza sin errores visibles tácticas y estrategias
detrás de las gambetas
Con el paso del tiempo cada vez permanece más días en la cueva
y lee para informarse de las furias del hombre
de las transformaciones que debe ensayar prolijamente para no descubrirse
Pero los antiguas reptiles son reptiles y esos disimulos
por momentos se hacen evidentes
no les gusta mentir ni hablar de lo que ignoran
la vejez los ha vuelto eruditos bibliófilos
y en el fondo añoran la amplitud de los campos
cubiertos de vegetación de frescos pantanos y biquinis
Algunos dinosaurios utilizan la técnica de manera aceptable
Se indignan se resignan sufren le temen al dolor y a la muerte
se enamoran de humanas y tapan sus angustias tapizando de libros
las paredes
Todavía cada tanto deslizan un poema
que como grandes huevos en la playa
serán festín de arqueólogos
en siglos venideros.


Alberto Vanasco, Horacio Salas, E.M., A. Castelpoggi

Horacio Salas ( Buenos Aires, 1938) Poeta y ensayista. Ha publicado más de cuarenta títulos entre otros, en poesía: La corrupción (1969); Mate pastor (1971); Gajes del oficio, publicado en Madrid en 1979; Cuestiones personales  (1985),  y Dar de nuevo  (2003). Han aparecido cuatro antologías de su obra, la primera en la Colección del Quinto Centenario de Madrid y las restantes en Buenos Aires en 1996.  
En ensayo ha dado a conocer, entre otros: La poesía de Buenos Aires (1968); Generación poética del 60 (1976), La España Barroca (1978); El tango  (1986) (con diez ediciones en Argentina y que ha sido traducida al francés, al alemán, al italiano, al griego y al japonés el libro tiene edición castellana en México y Cuba); Borges, una biografía (1994); El Centenario (1996);  Homero Manzi y su tiempo (2001); Lecturas de la memoria (2005). Centenario del Petróleo argentino –dos tomos-  (2007).
Ha recibido Primer Premio Municipal de Poesía, así como el Nacional de Ensayo. Los premios Konex de Periodismo y de  Poesía. Su obra ha sido traducida a doce idiomas y poemas suyos figuran en  medio centenar de antologías.
 En 1991 el gobierno francés lo condecoró con la orden de Chevalier des Arts et des Lettres y en 2002 fue nombrado  Ciudadano ilustre de Buenos Aires. Fue Secretario de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. Durante doce años se desempeñó como Director del Fondo Nacional de las Artes. Fue Director de la Biblioteca Nacional.


Esteban Moore: Horacio Salas; la modulación de un decir.

Horacio Salas










 

 

En la primavera de 1971, aparece en las vidrieras y mesas de algunas librerías de la ciudad,  un libro con una tapa en la que su diseñador, Oscar Smöje, realiza en un estilo propio del  Pop Art,  un collage con diversos personajes del mundo de la historieta. Allí, en un mismo plano, los curiosos y el “…despreocupado lector…” podían ver, entre otros, a  Popeye,  el ratón Mickey,  Dick Tracy, la pequeña Lulú, El llanero solitario, Langostino, Batman y  Superman. Su título, Mate pastor1, no aclara significativamente el asunto del mismo, los que practican el deporte de la inteligencia, incluso podrían confundirlo con un estudio de esta clásica combinación de piezas del ajedrez. 
En sus páginas no existen alusiones  ni se menciona a los mellizos de Éfeso, tampoco  a los de  Siracusa  ni  a ningún otro personaje  de Una Comedia de Errores; sin embargo se estaba suscitando una: algunos de los que se consideraban conocedores del género se referían a él como un libro de poemas, incluso no faltó quien ebrio de  audacia    provinciana sostuvo:  “eso no es  poesía”.
Éste es el sexto libro de Horacio Salas (Buenos Aires, 1938), quien anteriormente había dado a conocer en poesía: El tiempo insuficiente (1962), La soledad en pedazos (1964), El caudillo (1966), Memoria del tiempo (1966) y La corrupción (1969)2.
Mate pastor es un largo poema narrativo, cuya estructura se articula con una serie de pausas que seccionan el relato, creando la ilusión de que las distintas partes, como si se tratara de una novela, pueden ser leídas como capítulos, fracciones de un mismo objeto.
En él el autor recurre a su memoria  y experiencia, los elementos autobiográficos se funden con hechos protagonizados por otros individuos en distintas latitudes, los acontecimientos locales se mezclan con los ecos de aquellos que sucedieron y suceden en otros rincones del planeta,  integrándose en  su discurso poético en el  que  el pasado y el presente viven un perpetuo cruzamiento.
Este texto extenso, algo poco frecuente en la poesía argentina de las últimas décadas que se ha inclinado mayormente por  el poema breve,  tiene un antecedente en su bibliografía. Si no respetamos estrictamente el orden cronológico y realizamos un pequeño salto en el tiempo, podremos observar que en  El caudillo, publicado cinco años antes, se recurre a un procedimiento similar. En este libro que recoge un conjunto de textos de índole epopéyica  y que también puede ser considerado un poema unitario, el poeta licua su voz en la de su personaje, no sin advertirnos antes desde la portadilla: “ Como no existe el bronce riguroso/ y la historia –sabemos- es incierta,/ debo inventar en mi memoria al Chacho”.
En la evocación que  realiza de la figura del general Ángel Vicente Peñaloza y su sufrido via crucis  por los llanos de La Rioja, la voz  del presente es aplicada  al pasado; sin embargo, la  intención no es  revisar la historia ni colocarse fuera de los márgenes de su causalidad para recrearla, no existe la voluntad de resucitar a Cartago; la idea central gira en torno de la recuperación de una imagen histórica, integrarla metafóricamente a nuestra tradición poética y tensionar, como lo hace en otras oportunidades, ciertas proposiciones culturalmente sancionadas y aceptadas socialmente.
En  El caudillo,  según  León Benarós: “…Salas transita, el  ejemplo rector de  Borges, que abrió sendas con aquel poema en que Francisco de Laprida conjetura su verdadero destino, mezclando su sangre a la tierra americana, que le da  una insospechada y alta dimensión de su ser. Desde ese “Poema conjetural” , y desde antes del también poema borgiano en que el general Quiroga va en coche “al muere”, el magisterio de Borges ha encontrado largos ecos. Pero Salas, sin desconocer el nexo posible, asume con verdad su propia voz, y entre sus excelencias debe destacarse lo sostenido del tono, la coherencia, la intensidad de sus poemas…”  
Estas  líneas que en su momento lo presentaron desde la contratapa  destacan la presencia de Borges, asfixiante en esos años, y además reconocen en el por entonces joven autor una voz propia. Voz que por otra parte parece haber hecho suya  una opinión de Walter Benjamin expresada con cierto énfasis en Tesis sobre la filosofía de la historia:  “Toda imagen del pasado que no es reconocida por el presente como una de su propia incumbencia,  nos amenaza con su irremediable desaparición”, palabras que Salas considera cuidadosamente cuando ingresa en el resbaladizo  terreno de la historia.
Pero a diferencia de Borges que en poemas  como  Isidoro Acevedo,  Alusión a la muerte del Coronel Francisco Borges (1833-1874), Página para recordar al Coronel Suárez en Junín, Acevedo, Los Borges y Coronel Suárez,  se impone la tarea de reescribir su genealogía, Salas se propone articular el pasado históricamente, reconocer imágenes pretéritas, rescatarlas en momentos en que el conformismo reinante las  pone en peligro en el ámbito difuso de nuestra memoria colectiva.       
En los sesenta en  la Argentina se renovaría una vez más  la maldición de 1930. Son años extraños y crueles en ellos convive una larvada violencia política y los happenings del Instituto Di Tella. Es éste un período en el que una melancolía de origen moral comienza a extenderse como un sarcoma en el espíritu de los argentinos. A fines de esta década, Salas da a conocer un volumen cuyo título es sintomático: La corrupción. Dice en  el poema Los viejos :

Soy casi un prisionero de la muerte.
Me conformo con releer antiguas revistas,
testigos de los años de adolescencia
que reviven en mí los recuerdos  dormidos,
los paisajes que el tiempo ha derrotado.
No tengo más que un archivo de sucesos.
He vivido la historia que los jóvenes bucean en los textos,
pero el olvido traiciona mis ojeras.
Largas noches de insomnio acumulan los rostros,
las casas derruidas,
los persistentes sueños
que ya no me atrevo a continuar.
Mis hijos han crecido de mis brazos
y luego los hijos de mis hijos,
mientras el  tiempo fue deteriorando mis sentidos.
Hace ya muchos años que comprendo
que la muerte está en mí,
que se apodera de mis menores gestos,
que me mancha las manos y la frente,
que me prohibe parte de la vida.
Los jóvenes me soportan
extrañados de este irónico azar  que me sustenta.
No sin temor me acuesto cada noche.
La mañana es una alegría insólita,
un sabor que no puedo compartir.
Supe del desaliento, del amor, de los sueños;
he visto a la muerte ensañarse con mis viejos amigos;
me doblegó la impudicia de las enfermedades;
conozco la crueldad del  dolor,
la oscuridad, la resignación y el miedo.
Sin embargo –secretamente-,
no quiero convencerme de que mis pocos días
sólo son la certeza de la muerte.

No obstante el clima de la época, ésta es una etapa de gran actividad para el poeta y el escritor, quien ejerce el periodismo en distintos medios gráficos y la televisión e  incursiona   además  en un género complementario de su actividad poética: el ensayo. Publica en 1968 La poesía de Buenos Aires3, una antología de los poetas de la ciudad que incluye, y ésta no es una decisión menor,  a varios  letristas de tango. Ese mismo año aparecerá Homero Manzi, en el que reafirma su relación con el tango y su poesía, y, en 1970, se edita  Vicente Barbieri y El Salado, trabajo sobre un autor influenciado por el Romanticismo que hace uso de  formas poéticas tradicionales y a quien muchos críticos le otorgan cierta representatividad entre los integrantes de la promoción del cuarenta.4
Al año siguiente dará a conocer Mate pastor, mencionado inicialmente. Este texto puede ser considerado un  punto de inflexión en su obra, el calibrado definitivo    de sus instrumentos de percepción; a partir de él, podemos realizar un doble paneo: hacia el pasado donde se sostiene su producción anterior, y, desde él, también hacia todo lo que sobrevendría posteriormente.
En él la voz se afirma, desarrolla sus propias particularidades, tics y desdoblamientos. El poeta ya no actúa como un flanêur que mira con asombro y registra sus observaciones. Asume una nueva actitud,  merodea por las calles, camina los barrios, se detiene en los cafés, escucha con mayor atención, les pone el oído a los sonidos, el tono y las inflexiones de su lengua en su medio  ambiente: la ciudad.
Mate pastor sale al encuentro del público en un momento en que los principios activos  de la prosodia, aquellos que constituyen lo que denominamos el tono, están siendo sometidos a revisión  por distintos poetas. Alberto Girri, quizás uno de los autores más preocupados por la construcción de una nueva retórica, para quien las palabras desplegaban un brío atolondrado y falso para hacérsenos concretas, sostenía en Diario de un libro (1972): “…Que el   tono se aproxime al del discurso normal […] discurso  corriente transformado en poema”. Alfredo Veiravé a su vez  les recomienda a los jóvenes poetas que expresen: “…su propia, íntima canción, la que suena en la cabeza […] la melodía que llevás, el estilo que te pertenece.”
Salas sintetiza ambos criterios y su resultado es una escritura que nos recuerda la confesión de Baudelaire en el prólogo de Pequeños poemas en prosa: “ ¿Quién de nosotros no ha  soñado, en sus días de ambición, el milagro de una prosa poética, musical, sin ritmo y sin rima, bastante flexible y bastante conmovida para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones del ensueño, a los sobresaltos de la conciencia ?”
En esta atmósfera que en más de una manera le resulta funcional a su estrategia, Horacio Salas desarrolla su poética que no dudará en aprovecharse de los tópicos en cuestión para expandir los enfoques y el campo visual de su propia tradición. Su visión personal, en un tiempo en que la poesía se enfrenta a la brutalidad de lo real, persigue nuevas perspectivas, ampliar sus registros. El poema ya no se resignará a las comodidades de lo universal, indagará meticulosamente en las particularidades del espectro temático que le brinda el mundo circundante, “... la  concepción abstracta / de la experiencia privada en su punto más alto de  intensidad / universalizándose, eso que llamamos poesía”; afirmó T.S. Eliot en  Nota acerca de la poesía de guerra.5
La voz con su timbre singular será su  verdadera máscara, la que comenta la historia, manifestando opiniones y convicciones propias o ajenas; todo es válido, el objetivo lo justifica: la inclusión del otro. No  habla  para  entretenernos, todo lo contrario, aferrada a  los pliegues del silencio,  comprende que el universo sólo será inteligible desde la locución de la palabra. Recurrirá a diversos procedimientos para erigirse sobre la página, el más notorio: la intertextualización. De esta manera penetran en  el territorio del poema en un contrapunto dialógico los ecos de Quevedo, Borges, Molina, Girri, Ginsberg y Vallejo, viejas pintadas en  muros descascarados, escenas de películas, fragmentos de la marcha peronista, el grito de un hombre sobre la mesa de tortura  y  versos de letras de tango.
 La presencia del tango, es, en Salas, recurrente; quizás sea ésta la forma más directa de declararse un adepto incondicional,  desde el campo poético,  de este género musical representativo de la ciudad más cosmopolita de nuestro territorio, posiblemente el producto más acabado y sincero  de  la cultura argentina.
Esta postura lo diferencia decididamente de muchos de los poetas de los sesenta, para quienes el tango  no podía ser aceptado en su estado natural. En el prólogo de la antología  El ’60 poesía blindada, Ramón Plaza, en una apreciación retrospectiva de la música de Buenos Aires, deja testimonio de los sentimientos que ésta despertaba en los poetas jóvenes de la época: “La mayoría se fascinó con lo coloquial, con lo conversacional. Se interesaron profundamente en la poesía que emanaba del tango, tratando de desentimentalizarla pero no en el tango precisamente, pues éste para casi todos, era un deshecho en degeneración, una materia  que debía transformarse de adentro hacia fuera.” (sic) 6
En 1975, publica una serie de entrevistas reunidas en el volumen Conversaciones con Raúl González Tuñón 7, libro que escarba el terreno de la poesía urbana y cumple la función de redescubrir para los jóvenes el trabajo del  autor de A la sombra de los barrios amados, que había fallecido  el año anterior; y, con un artículo que aparece en el suplemento del diario Clarín con motivo de la edición de Quien habla no está muerto de Alberto Girri, obtiene el Premio de Crítica Literaria establecido ese año por la Editorial Sudamericana.
En este breve ensayo, Horacio Salas a través de interpósita persona, sesgadamente, brinda algunas  pautas de su búsqueda y anhelos: “Pero el hilo del laberinto está en el poema Pro Wittgenstein: Quizá en lo irrebatible, en lo que no puede  demostrarse / no puede decirse, ser dicho, / está la clave. Una clave que es finalmente la del género, la de la lucha constante entre las palabras y el silencio, entre lo supuestamente irrefutable y aquello que se intuye más allá  de las fronteras de la razón, donde se mueven signos sonoros que por los oídos andan / sin dueños, como rodando, disponibles y expectantes, / ignorantes de sus pautas de significados, de donde obtenerlos; / y su persistencia, insaciable, para adherírsenos, un yo / instalado en el otro yo, / vigilando por  encima de nuestro hombro.”8  Palabras que no sólo  constatan  el amplio abanico de sus intereses y también ciertas coincidencias con una experiencia disímil, sino que además nos develan   los alcances impuestos a la práctica de la apropiación en el paciente  armado del corpus de su discurso poético.
La  Argentina de esos años, muerto el General Perón, se debatía al borde del abismo; diversas facciones conjugaban el verbo de la muerte e intentaban imponer sus definiciones ideológicas con plomo y explosivos, mientras entre bambalinas los dueños del poder disponían el futuro institucional del país.
El 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas, apoyadas por un amplísimo sector de la sociedad que reclamaba orden, inaugurarían el período más oscuro de nuestra historia. Miles de muertos, una guerra inútil y una colosal deuda externa, hechos  que han marcado a fuego el destino de la República, y por los cuales se recuerda el período que culminaría  en 1983.
Salas, quien  había comenzado a recibir amenazas contra su vida antes del golpe militar, decide, frente a la falta de garantías, abandonar con su familia el país, radicándose en Madrid en mayo de 1976. Ese año se publicaría en Buenos Aires su La Generación poética del 60 9.
El exilio no fue una etapa dulce de su existencia, para subsistir realiza distintas tareas: instalador de carteles de publicidad  en las rutas españolas para una empresa petrolera, traductor, escritor fantasma y periodista a destajo. El oficio lo llevó a colaborar con importantes revistas culturales y trabajó en Cuadernos Hispanoamericanos donde dio a conocer ensayos, artículos y notas.
En 1978  se publica su ensayo La España barroca10 y meses más tarde, luego de ocho años de aparente silencio poético,  su nombre integra con Gajes del oficio  el catálogo de la colección Nos queda la palabra de Ediciones Taranto de Madrid, donde lo acompañan Félix Grande, Gonzalo Rojas y Ángel González.
En Gajes del oficio, el autor incluirá textos escritos entre 1970 y 1978, a los que acompaña con una nota aclaratoria  en la que señala que los poemas reunidos: “ No nacieron pensando en un libro; se dieron aisladamente, como borrosos reflejos de la realidad. De ahí que se reiteren obsesiones, imágenes y temores que me han acompañado en estos años de un lado y  otro del Atlántico. ” Estos reflejos pueden ser traducidos  como interpretaciones; Salas nos  convence de que una de las funciones primordiales de la poesía en tanto actividad autónoma de la imaginación, debe ser la de expresar al mundo.   
Los poemas están atravesados por la desazón producida por  la pérdida del ámbito de la lengua materna: “...y al preguntar la hora en el teléfono / no responde esa vieja pariente 113 / sino una voz impersonal  ajena..”; asimismo están habitados por  el  dolor y la muerte que planea como un ave carroñera  sobre América Latina. Podemos considerarlos culturalistas en el sentido de que aluden reiteradamente a  episodios diversos de la  civilización y de la historia del hombre y su condición. Los textos publicitarios que promocionan los productos de las grandes empresas transnacionales le serán instrumentales, por ejemplo en Salmos, XXXVII,28, para trazar irónicos paralelos de estas organizaciones y de los espejismos que irradian. “Mientras era conducido en un viejo Renault por / las calles de Lyon / atravesado por el dolor que le producía el ojo que / acababan de vaciarle  con el taco de una bota / Michel Rosier intuía que  sus compañeros / acaso los mismos que había oído aullar en la rue de Clécy / salvarían a Francia castigarían a esos otros  franceses / que aún a regañadientes cumplían las consignas de Laval / porque de esa forma decían alimentaban a sus hijos / eran recibidos/ por los vencedores asistían a la Ópera reían con / viejos chistes / en los cabarets de Marsella / No es solamente como me  siento  como manejo / Es también cómo me  siento  cuando llego / Fairlane. La gran manera de llegar” 
El poema se arma como un rompecabezas. Pero, los sucesos o piezas del objeto se integran en un premeditado desorden temporal,  a la manera de Ezra Pound en su  Canto 100 11, el tiempo secuencial es pulverizado, aniquilado;  argumentando  como  lo haría Cavafy  que las proposiciones contradictorias están gobernadas por la ley de la repetición. 
Resuelto el destino de la dictadura por la derrota de Malvinas el poeta prepara  sus valijas para el esperado reencuentro con su  ciudad, hecho que parece haber sido anunciado con la edición de Que veinte años no es nada 12 una selección de su obra poética y  el primer libro publicado en la Argentina luego de su obligada  ausencia.
En 1983 llega a Buenos Aires, que vive encendida por la esperanza de la inminente salida democrática.  Aquí retoma su actividad periodística y pone al aire un programa radial de neto contenido cultural y con un formato novedoso que hizo historia en el medio.
El retorno, simbolizado por el genio de Alfredo Le Pera en la voz nunca igualada de Carlos Gardel,  tiene para los argentinos y muy especialmente para los porteños el sabor de la victoria que, como ya sabemos, puede paladearse con o sin azúcar. Pero, dulce o amargo,  el regreso a La Reina del Plata, sólo es comparable a la vuelta al pago o a la casita de los viejos; es la acción  de ponernos en contacto nuevamente con nuestras raíces, moldeadas por el habla de un monstruo  cosmopolita que observa desde los márgenes  una imagen deformada del mundo.
La mudanza de Horacio Salas desde una capital europea a Palermo, uno de los barrios más emblemáticos de los cuarenta y siete  que componen la capital de  la República, (recordemos a Carriego y Borges),  es también la recuperación de un territorio, de un ámbito en el que  ajusta una vez más el ritmo de  su respiración y el tono de su voz, que bajo la superficie de las palabras, no son otra cosa que los factores  determinantes  del estilo de un escritor.
Dos años después de su llegada termina de corregir los originales de Cuestiones personales13.   En él  “ La literatura teje ese tapiz no personal, sobre la hechura de  innúmeras versiones precedentes donde se ha dicho todo y el texto se borra y se reescribe, acaso escolio del anterior. En este eterno retorno que explica la fantasmagoría del presente, somos sombras enigmáticas, como los objetos y los destinos trenzados en infinitas causas secretas, ignorantes móviles de inagotables posibilidades para el porvenir. Así como los hombres somos una continuación levemente alterada del pasado en la tierra y convivimos en el presente con nuestro conjeturable e inconcebible futuro, las formas literarias reeditan viejas destrezas, las comentan y las homenajean o refutan y se heredan y se legan de manera vicaria.”14
En Cuestiones personales  confirma la técnica constructiva del poema en el que  continuará amalgamando elementos diversos y contrapuestos, sirviéndose del amplio menú que tiene a su disposición:  los mitos culturales, la fotografía, textos ajenos, el deporte o el cine. El ojo del poeta anda por el mundo y sus culturas apropiándose de todo aquello que le resulte relevante, lo  absorbe todo; no obstante ello, ha de replicar con una dicción ya inconfundible.  Esto pone de manifiesto aspectos paradojales de su génesis: estos textos que fueron escritos en gran parte  en Madrid, ratifican una visión del universo que en los dominios de una lengua común es apuntalada por la diferencia, rasgos connotativos que surgen de nuestro propio paisaje y geografía  cultural. Cuestión que James Joyce  pone en la boca  de Stephen Dedallus en A Portrait of the Artist as a Young Man (Retrato del artista adolescente), luego de  que éste se    entrevistara con el director del colegio jesuita en Dublín, un inglés converso: “El lenguaje que hablamos le pertenece antes a él que a nosotros. Qué diferentes suenan las palabras, hogar, Cristo, cerveza, amo, en sus labios y en los míos. Su lengua, tan familiar y tan extranjera, es siempre para mí una lengua adquirida. Yo no he fabricado ni aceptado sus palabras. Mi voz las mantiene a distancia. Mi alma  se inquieta en la sombra de su lenguaje.”  15
La cita no es arbitraria ni pretende instituirse en el antecedente de  una boutade. El trabajo de Salas tiene muchos puntos de contacto con el de escritores y poetas  de diferentes  literaturas postcoloniales que a partir de 1945 se inspiraron en el autor irlandés acelerando un proceso de inversión de la mirada en el que se niega la pretensión, tan extendida en la metrópoli y la periferia, de considerar simplemente a las naciones emergentes y su cultura como un efecto de los deseos de los países centrales, guardianes celosos éstos de su tradición  que vigilan los usos que le damos  y que, ante cualquier atisbo de insurrección lingüística,  están preparados a lanzarle a la mente del rebelde la biblioteca de sus clásicos. Esta circunstancia que se repite a través de los tiempos y de la que existen infinidad de ejemplos, halla uno casi perfecto en una  frase de Thomas Macaulay: “un solo estante de una biblioteca europea tiene más valor que toda la literatura nativa de la India y de Arabia”. 16
En este contexto esta  operación de inversión de la mirada requiere que la revisión de la historia y el análisis  de la cotidianeidad se hagan en lo que H.A. Murena denomina una  clave local 17. Se trata de someter nuestra incipiente tradición literaria -cuya trama está atravesada por una serie de entrecruzamientos de los que participan distintas tradiciones poéticas- a una nueva lectura. Este ejercicio, un claro acto de traducción, está subordinado a ciertas condiciones. Walter Benjamin18 pensaba que la falla de la mayoría de las traducciones del siglo XIX se debía al excesivo respeto del traductor por las convenciones de la lengua de destino y el temor de que la lengua de origen perturbara su sintaxis. Por lo tanto, este recorrido, si tiene aspiraciones de releer efectivamente el campo de lo heredado, debe desembarazarse de la actualización de esos prejuicios: los recortes que impone el periodismo cultural -reemplazados cíclicamente cuando el supuesto canon y sus objetos de culto se disuelven en la memoria- y la aprensión a que los signos aún vitales del pasado estallen en la voz del presente. 
Este mirarse a uno mismo a través de los otros y de un devenir cultural es una  característica que fija o radicaliza un rumbo definitorio de la poética de Horacio Salas. La modulación de un decir que en el nosotros halla las razones de su existencia, emparentado carnalmente con los compases y las letras del dos por cuatro, que durante su exilio español se le cruzaban de maneras hasta entonces insospechadas, y que nos son devueltas en imágenes plenas de brillo y efecto,  como se da en el recordado  Anclao en Madrid:

Mientras tomaba mate en el estudio de Velázquez
llegó Quevedo sacudiéndose
los copos de la última nevada
y confirmó lo que pensábamos
los grabados eróticos de Picasso  -dijo-
me resultan auténticamente afrodisíacos
Después muerto de frío
Levantó  el volumen de un disco del Polaco
Y nosotros quedamos en silencio

(Garúa...  tristeza...
Hasta el  cielo se ha puesto a llorar.

En 1986 se distribuye la primera edición argentina de El tango, que lleva un ensayo preliminar de Ernesto Sábato, y en 1990 aparecerán Poesía argentina del siglo XX (Ginebra, Suiza) y  El otro 19, a la fecha su último libro de poemas. En su prólogo nos confía que advierte: “...que el libro está salpicado de preguntas y que se encuentran pocas de las metáforas que en otros tiempos parecían protagónicas. Sólo espero que nuevos chaparrones me permitan responder con los años a algunas (me bastaría un puñado) de las indagaciones que aún no puedo contestar.”  Estas palabras que expresan el anhelo del autor, hallar respuestas, se niegan a sí mismas, afirman su contrario cuando penetramos en  el mundo de los textos: “ ¿De algo de lo que ocurra/de lo que está ocurriendo / de lo que ocurrirá/de lo que ocurre a miles de kilómetros / podremos algún día descubrir el sentido? [...] ¿los poemas son tan solo preguntas?/ ¿los poemas son tan solo preguntas sin respuesta? ” Toda respuesta en realidad sería para él una nueva pregunta, incluso en aquellos poemas que prescinden de los signos de interrogación, éstas laten en el posterior efecto poético. El  cometido no es  verificar la taxabilidad de los enunciados a través de descripciones o imágenes. La demanda de la poesía como forma  del conocimiento, parece decirnos, es  la de  imaginar el sentido a través de la reafirmación de las preguntas, cuyo fin es el de reproducirse instalándose como mecanismo primordial del proceso poético. Acto que se lleva a cabo en un escenario donde la volubilidad del objeto tiende a confundir a la mirada: “La cercanía es mezquina / se hipnotiza con las deformaciones de la lupa / se obstina en detalles aparentes / pide peras al olmo / se equivoca.”
Estas preguntas que no buscan la réplica o la refutación o una mera conclusión, crean en esta falta de correspondencia de los términos, los intersticios o huecos  en los que la voz puede callar. En su acertada y reciente ¿podríamos llamarla vindicación de la poesía? Raúl Dorra afirma: “La incorporación del silencio en el interior del lenguaje es una conquista de la poesía, una conquista trascendental que hace de la poesía un género único, el único para el cual el no decir puede alcanzar un valor incluso más alto que el decir, el único donde el callar encuentra el modo de expresarse, un modo que tiene que ver con el misterio, con la angustia, con la desgarradora aventura de situarse al otro lado de la palabra.” 21
Este colocarse más acá o si se prefiere más allá de los límites de la palabra, espacio en el que  la estela de su sonido entabla un duelo con el sentido, revela el muchas veces esquivo efecto poético, territorio donde lo no dicho asume su dimensión semántica.
Para ello, el poema deberá guiarnos desde las zonas más oscuras de la expresión poética hacia ese vacío casi mágico donde repentinamente estallarán los fuegos de artificio de la significación.
Horacio Salas  lo logra plenamente. Para hacerlo, monta en la página  una ajustada organización prosódica.  La relación sonido-sentido se apoya en una estructura rítmica en la que el tono del habla coloquial, instalada como una  música de fondo, reaparece en un rearmado armónico, combinándose en un doble contrapunto. La primera de las  fases de éste se produce en  la línea donde  las palabras, como si fueran notas, enfrentan sus sonidos construyendo el primer movimiento de un compás de duración variable cuya disposición acentual entra en tensión, cuando en una segunda instancia, su eco se  enfrenta al  de la siguiente línea. Este contrapunto regulado y medido obsesivamente por las emisiones de la voz escribe su melodía, este es  el medio que utiliza  lo expresado para  estimular  las correlaciones emocionales en la imaginación del lector.  
La labor sostenida por Horacio Salas, un autor familiarizado con muchas tradiciones literarias, abierto a  las más diversas influencias, puede ser considerada la de un genuino multiculturalista. Un hombre cuya curiosidad funciona como una antena que no cesa de captar mensajes lejanos que luego serán filtrados por esa voz histórica  que repta murmurante en  las calles de su ciudad. 



1- Mate pastor, Buenos Aires, Ediciones del Flor, 1971.

2- El tiempo insuficiente, Buenos Aires, Ediciones Cuadernos del Siroco, 1962); La soledad en pedazos, Buenos Aires, Ediciones Barrilete, 1964; El caudillo, Buenos Aires, Pleamar, 1966; Memoria del tiempo, Buenos Aires, Losada, 1966 y La corrupción, Buenos Aires, Americalee, 1969.

3- La poesía de Buenos Aires, Buenos Aires, Pleamar, 1968.

4- Homero Manzi, buenos Aires, Brújula, 1968.Vicente Barbieri y el Salado, La Plata, Cuadernos del Instituto de la provincia de Buenos Aires, 1971.

5- T.S. Eliot, Collected Poems, 1909-1962, London, Faber & Faber, 1963.

6-Ramón Plaza, El 60’ Poesía blindada, antología, prólogo Ramón Plaza, selección Rubén Chihade, Buenos Aires, ediciones Gente Sur, 1990.

7- Conversaciones con Raúl González Tuñón, Buenos Aires, La Bastilla, 1975

8- Horacio Salas, Alberto Girri-Homenaje,Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes/Sudamericana, 1993, pp.109-113.

9-La generación poética del 60, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1976.

 10- La España barroca, Madrid, Altalena, 1978 ; Gajes del oficio, Madrid, Ediciones Taranto, 1983  

11-Ezra Pound, The Cantos, London, Faber & Faber, 1986.

 12- Veinte años no es nada (Antología), Buenos Aires, Fundación argentina para la poesía, 1982.

13- Cuestiones personales, Buenos Aires, Torre Aguero Editor, 1985; Madrid, Playor, 1986.

14- Javier Adúriz, Borges como mito, revista Hablar de poesía, número 5, año III, Buenos Aires, 2001.

15 James Joyce, A Portrait of the Artist as a Young Man, Dublin, Hardmondsworth, 1992.

16 Thomas Macaulay, Lord, Prose and Poetry, ed. G.M. Young,    Cambridge, MA, Harvard University Press,  1967, pp. 721-724. 

17-H. A. Murena, El pecado original de América, Buenos Aires, Sur, 1954, p. 23 y ss.

18-Walter Benjamin, Illuminations, New York, Schocken Books, 1979.

19-El tango, Buenos Aires, Planeta, 1986; Poesía argentina del siglo XX, Ginebra, Fundación Patiño, 1996; El otro, Buenos Aires, Manrique Zago Editor, 1990.

20- Raúl Dorra, “¿Para qué poemas ? », Revista Críitica N° 90, [Universidad Autónoma de Puebla],  2002, p. 68.