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martes, 7 de junio de 2011

María del Carmen Colombo: de La Familia China.

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María del Carmemn Colombo





 











Como un árbol este abanico tiene un solo pie, pero
de varillas, y un país de papel que se despliega, lento
con dos manos.
      Florece en cada varilla una escena, muy fija y
finita, pintada con pelo de pincel. Entre una escena y
otra  la distancia es inmensa, porque tarda en llegar
la próxima varilla.
      Cuando la escena por venir parece que no viene,
los ojos humean de ansiedad, nublando el cristal con
que se mira; en el fondo sus arpones de pez desean
pescar cada una de las miniaturas, que huidizas se
escurren entre el papel de agua.
      El pinchazo de un ojo podría ser fatal para un
teclado tan liviano. Por suerte, entre el comienzo
y el final de este despliegue sólo transcurre media hora.
Tiempo suficiente durante el cual un semicírculo puede
alcanzar su personalidad verdadera, y en el instante
hacerse aire, como este  abanico.


**

En espacios reducidos es propio menguar, como la
luna y las mareas: la dirección del movimiento obedece
a la necesidad. Es favorable decrecer con rectitud,
orientados por el mapa nocturno que dibujan las tablas
de planchar, cuando doblan sus hojas y culminan firmes
en una reverencia.
       Los biombos se someten al dictado de los tiempos y
ceden, dóciles, las teclas de sus abanicos. Una escalera
devora su propio caracol, peldaño por peldaño.
       Algunos pensamientos ensobran sus intimidades
y se apilan, al igual que las sábanas, en prolijos acordeones.
Las mentes más realistas se ajustan tanto al pan pan y al
vino vino, que después se desparraman en otras dimensiones,
como la gente que vive apiñada en una pieza y sueña con la
amplitud del paraíso.

**

Cuando el ideal baja a la tierra, con la fuerza que derriba
las barricadas metafísicas, sus pies de niebla pequeña
sienten la alegría del descenso. Desnudos, como vinieron
al mundo, se hunden en la línea desafinada de los baches
y felices chapotean en el barro junto a otras flores del arroyo.
      A veces parecen margaritas diamantinas sembradas por
el sol. Otras veces brillan en el lodo como el aura abandonada
de algunos santos.



María del Carmen Colombo (Buenos Aires, 1950). Poeta. Ha publicado La edad necesaria (1979); Blues del amasijo (1985); Blues del amasijo y otros poemas (1992, 1998); La muda encarnación (1993) y La familia china  1999). En 1978, fue premiada por la Fundación Argentina de Poesía en el concurso "Mónica Garcerán" y, más tarde, en 1981, obtuvo el premio "Benito Lynch", otorgado por la Biblioteca Cornelio Saavedra y Union Carbide SAICS. En ese mismo año, logró el primer premio de poesía en el concurso provincial organizado por el Grupo Roberto Artl. En 1992 recibió el "Primer Gran Premio de Poesía V Centenario", organizado por el Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires.

Los textos de La familia china, fueron seleccionados para ser llevados a escena durante el I y II Festivales de Teatro del Centro Cultural Ricardo Rojas, realizados en noviembre de 1999 y julio de 2000.

 

Luis Raúl Calvo: La caída y otros textos.

Luis Raúl Calvo

























La Caída

Uno retiene las cosas
para llamarlas por su nombre
pero no es el nombre
lo que predispone al vacío.

Uno precipita con sus ojos
la caída del mundo
para inventar otras regiones
que nos devuelvan lo perdido.

Pero ¿Quién se esfuma
por las blancas colmenas
como una mujer perturbada
por los comensales en ruinas?

La memoria en llamas
invade otros tiempos.


Líneas de Fuga

No hay un orden
cuya transparencia
se someta a nuestro juicio.
Lo pensado o lo impensado
lo abstracto o lo concreto
son formas manifiestas
de arribar a las desnudas
curvas del deseo.

Por eso, con el primitivo
asombro de quien no sabe
vemos más allá de las líneas
de fuga, y comprobamos
que la certeza es una gota
difusa que cae lentamente
en la plenitud
de dos cuerpos abandonados.


Lo que no fue

Ahora, que hemos descubierto
en palabras el origen del silencio
nuestras almas permanecerán
quietas en el horizonte.
Ya no habrá lugar para la duda
ni miraremos con los mismos ojos
la eternidad de la luz.

El vacío cubrirá las anchas veredas
con su obscuro manto de junio
y dejaremos partir mansamente
las cenizas de aquello que no fue.
Acaso, por los fríos designios
de la razón, saludaremos su vertiginoso
paso hacia el abismo.

Sólo los ángeles nos salvan.


                  I

Suele suceder que el tiempo
transforme los recuerdos
en otros recuerdos
las miradas en otras miradas
las sospechas en otras sospechas.

Cada familia celebra sus ritos
cotidianos, crea de la nada

sus propios fantasmas, inventa
por las noches monstruos clandestinos.

De esa lúgubre orfandad, venimos
a este mundo, para iniciar
un extraño pacto con la vida.


                     II

¿Qué recordamos cuando recordamos
la imagen real o la imagen
distorsionada?
¿Qué es lo real? ¿Qué es lo
distorsionado?
Los muertos dejan al partir
sólo su propia vida
es decir, un legado inconcluso
de triunfos y derrotas.
Los otros —siempre los otros—
se encargarán con los años
de convertir esa historia
de bellos renunciamientos
en una obscura suerte de leyenda.

                      III

Nunca sabremos con total certeza
cual fue el ojo de la mirada
que cautivó nuestros sentidos.

Tampoco será fácil reconocer
el ojo que condenó a perpetuidad
estos rutinarios actos.

Lo que sí corroe con furia
los bajos fondos del alma
es esta libertad a medias

a que nos condujo ciegamente
ese ojo, esa mirada.

                       IV

Pensemos un poco en nuestra infancia.
(Pensar es una forma de retornar
a lo sagrado.)
El viejo sabio decía: “Imagina que
del otro lado del portón hay otras
verdades. También, claro, otras mentiras “.


Uno regresaba pálidamente a su casa
y miraba una y otra vez ambos lados
del portón.

Ahí comprendíamos para siempre
que en realidad no hay peor estado
para el hombre, que la sospecha
que encubre otras sospechas.

                 V

Uno recuerda los pasos
de aquellos que alguna vez
acompañaron nuestras horas.

Los rastros de la memoria
son tan fuertes
como esa extensa caminata
sin destino certero
que nos obnubilaba.

Recodos de un país
hoy tan lejano
que comenzaba sin prisa
a darnos muerte
ya de pequeños.

                VI

En las noches de verano
salíamos a la puerta de calle
para ver como soportaba
la gente, el calor de la civilización.

Aún creo desde la ignorancia
lo que pensaba por entonces:
el calor de la casa contamina
menos, duele menos
que permanecer a la intemperie.


                   VII

No era cuestión de perder el tiempo
en erróneas conjeturas.

La soledad de la infancia
nunca admitió liviandades.

De ese furor por desentrañar
los nudos de la vida

una madeja siempre caía
al pozo ciego más insospechado.

                                             



Luis Raúl Calvo (Buenos Aires, 1955.)Poeta, ensayista y músico.  Ha publicado en poesía: “Tiempo dolorosamente resignado”(1989); “La anunciación de la partera”(1992); “Calles asiáticas”(1996)); “Bajos fondos del alma” (2002); ”Belleza nómade”(2007); “Nimic pentru aici, nimic pentru dincolo” (antología poética, Rumania, 2009);“Nada por aquí, nada por allá” (antología, 2009);Profane Uncertainties/Profana Incertidumbre”), Antología Poética, en lengua inglesa, con traducción de Flavia Cosma (Estados Unidos, 2010); “Poetas sobre Poetas”, ensayo, autores varios (2011)