Páginas

viernes, 27 de abril de 2012

Affonso Romano de Sant'Anna: Los hombres aman la guerra.




Affonso Romano de Sant'Anna


























Los hombres aman la guerra. Por eso
se arman alegres en coro y colores
para el dudoso deporte de la muerte.

Aman y no lo disfrazan.
Alardean ese amor en las plazas,
crean manuales y escuelas
alzando banderas y recogiendo cajones
entonando slogans y sepultando canciones.

Los hombres aman la guerra. Pero no la aman
sólo con el coraje del atleta
y el orgullo militar, sino con la piadosa
voz del sacerdote, que antes del combate
–sirve la Hostia de la Muerte.

Fue así en Crimea y Troya
en Eritrea y Angola
en Mongolia y Argelia
en Siberia y Ahora.

Los hombres aman la guerra
y mal soportan la paz.

Los hombres aman la guerra, profana
o santa, lo mismo da.

Los hombres tienen la guerra como amante
aunque desposen la paz.

Y qué arrobos, ¡Dios mío! En ese encuentro voraz,
qué placeres, qué gemidos, qué ayes!
qué sublimes perversiones urdidas
en la mortaja de las sábanas, agostando
la cama o campo de batalla.

Durante siglos pensé
que la guerra sería el desvío
y la paz la ruta. Me equivoqué. Son paralelas,
márgenes de un mismo río, la mano y el guante,
el pie y la bota. Más que gemelas,
son siamesas, par e impar, suerte y pesar
son el uróboro-serpiente circular
devorándonos eternamente.

La guerra no es un intervalo
es parte del espectáculo, y no sólo es tragedia,
es comedia, real o popular.
La guerra no es cruel imprevisto.
Es reincidente vicio. Es un rito
lleno de riesgos. Por eso
es mejor que el circo:
–es donde el alegre trapecista
vestido de kamikase
salta sin red ni soporte,
se quiebran todos los platos
y el contorsionista se parte
en el Kamasutra de la Muerte.

Pero la guerra no es el revés de la paz,
es su cuna, y seno complementarlo.
Y el horror no es el revés de lo  bello. El horror
no es oscuro, es la contrapartida de la luz,
Lucifer es Luzbel, brilla como Gabriel
y el terror seduce. Nada más seductor
que Cristo muerto en la cruz.
Por lo tanto, la guerra no es sólo misa
que oficia el padre, ciencia
que alucina al sabio, deporte
que fascina al fuerte. La guerra es arte.
Por eso con ardor de vanguardistas
frecuentamos la Bienal del Horror
e inauguramos la Bauhaus de la Muerte.

Pero sobre la carnicería no hay cuervos,
chacales, buitres, hienas.
Hay lindas garzas de aluminio, serenas
en un electrónico ballet.

Tal vez fuese la danza de la muerte, patética.
Pero no lo es. Apenas es otra lección de estética.
Por eso los soldados modernos
son como médicos e ingenieros
y ningún ministro de guerra
usa ropa de carnicero.

Guerra es guerra
–decía el invasor violento
violando la monja en el convento.
Guerra es guerra
–decía la estatua del almirante
con su boca de cemento.
Guerra es guerra
–decimos en el radar
degustando al enemigo
al norte del paladar.

Por lo tanto, no es preciso disfrazar
el amor a la guerra, con historias de amor a la Patria
y defensa del hogar. Amamos la guerra
y la paz, en bigamia ejemplar.
Yo, poeta moderno y el eterno Baudelaire,
yo y hasta vos, hypocrite lecteur
mon semblable, mon frère.

Queremos la batalla, aviones en llamas
navíos hundiéndose, el espectacular enfrentamiento
de mañana abrimos vísceras de peces
con la punta de las bayonetas,
y al son del culinario clarín
hundimos nuestras dagas en los chanchos
y adornamos de medallas
a los muertos sobre la mesa.

Si es posible, la carne limpia, sin sangre
que el misil, lanzado a la distancia,
en silencio, no salpique nuestra ropa.
Pero si fuera preciso un “baño de sangre”,
como decía Terencio: “Soy humano
y nada de lo que es humano me es extraño”.

La muerte y la guerra, por lo tanto
ya no me toman de sorpresa.
Inscribo su efigie en la piedra
como si el dado de mi suerte
ya no rodase al azar.
Como  si se pasase del blanco
al negro y al blanco retornase
sin ensombrecerme jamás.

Que venga la guerra. Cruel. Total.
El atómico clarín y la génesis del fin.
Cauto como conviene a los sabios,
primero gritaré contra ese hecho.
Pero voraz, como conviene a la especie,
al ver que invaden mis huertas
de las hojas del banano inventaré
la ideológica bandera
y haré estallar el cuerpo de mi enemigo
antes que ataque.

Y si él no tira ni viene, aprovecho
su descuido de hombre débil, invado su casa
saciando mi hambre de caníbal
rugiendo bajo mi máscara de hombre.

–Terrible es tu discurso, poeta!
Escucho a alguien decir.
Terrible fue elaborarlo,
ahora me siento libre.
La muerte y la guerra
Ya no me pueden alarmar.
Como Edipo perplejo
las descifré en mis vísceras
antes que la dudosa esfinge
me pudiese devorar.

Ni cínico ni triste. Animal
humano, voy en marcha, danzas, rezos
para el gran carnaval.
Soldado, penitente, poeta
–la paz y la guerra, la vida y la muerte
me aguardan
–en un atómico funeral.

–Se acabará la especie humana sobre la Tierra?
No. Han de sobrar un nuevo Adán y Eva
para rehacer el amor, y dos hermanos:
–Caín y Abel
–a reinventar la guerra.

(Traducción de Nahuel Santana)
Principio del formulario



Affonso Romano de Sant'Anna (Belo Horizonte,Brasil, 1937). Poeta, docente, periodista, cronista y crítico. Ha publicado más de cuarenta libros y dictado clases en universidades de Brasil,  Alemania, Francia y los Estados Unidos de América.
Desde mediados de la década de los 60 participó activamente en “pensamiento, palabra y obra” en los movimientos de renovación de la poesía brasileña, lo que lo ha llevado a ser reconocido como una de las voces más importantes de su país y del continente. Le han sido concedidos innumerables distinciones a su obra y en 2012 se hizo merecedor del Premio de Poesía Brasilia.  Le fueron otorgadas las becas de las fundaciones Ford, Guggenheim, Gulbelkian y DDAD. En 2007 la editorial L&PM de Porto Alegre comenzó a publicar su obra reunida de la que se han lanzado a la fecha dos volúmenes.  

 

Final del formulario

lunes, 23 de abril de 2012

William Osuna: Epopeya del Guaire.




William Osuna













 

El río Guaire tiene malos modales, cuando va
en los autobuses nunca le cede el puesto
a las parturientas, se sienta primero que las
damas, en los entierros grita más alto que
las viudas, dice impertinencias del muerto, cuentos de
los otros ríos.

A mí que no me nombre, dice el
Orinoco, grumete en La Invencible ni
pudo unir  sus aguas a los siete mares de China.
Los indios lo taparon con  concha de  totuma
para que los españoles no se lo bebieran.

No se parece a los ríos   de   don Jorge Manrique.
La mar océano   no   lo soporta; respecto a
él filosofa como un sabio chino: “Un río que no sabe
             morir es un golfo”.

¿Quién lo maleó?

No lleva doblón ,  ni sencillo, ni baúl de
pirata en  sus    dominios.
Tampoco rabo de tigre, tiene la carne peluda.

No trabaja, no canta.
Se monta en un perol de leche o
sobre el capó de un carro a mirar
los colores de la ciudad: es un río
que contempla, no para que lo contemplen.
Tan pobre: si la luna de los amantes
se atreviera a conversar con él ningún puente
la aceptaría; que no le vaya a pelar
los ojos a la laguna negra, el poeta
Acevedo sería capaz de encerrarlo en un soneto.

Bronca de ríos y que hermanos. No me
meto en esos líos familiares. Así me
enseñaron en la escuela. No es mi problema.

 Por el camino que da a la selva,
donde se gesta un remolino de caimanes;
y  el árbol de caucho brilla   como un
estuche de precioso bisturí , Andrés Mejía le fue
a meter chirimbolos del Guaire al Magdalena:
el Magdalena tan reilón  con sus dientes de
oro y muelas de esmeralda lo dejó beber
ron durante tres días. No le paró.
Lo emborrachó, le silbó una cumbia, un bambuco.

Y así lo envió al Motatán, metido en
un guacal de manzanas para la casa de
Hermes Vargas. Cuentos de Andrés. Más sabe Andrés
por Andrés que el Magdalena y sus pedrerías.
La flor fétida, el aceite de las refinerías, la
garcita urbana y una nevera desportillada
son cifras que acompañan. En algunos casos el
sol es un golpe de espuelas contra las
aguas revueltas.

El río Guaire es mi amigo. Yo le
pido la bendición. Él es como un burrito
indómito que atraviesa la ciudad cargado de botellas 
           vacías:

ningún río de las Francias y de las
Alemanias se le  compara. Está enamorado de la
quebrada de Catuche. Qué  amores
intercambian bacinillas detrás de los estacionamientos,
           si los vieran.
El Dumbo Márquez no lo quiere: su Harley Davidson
se ahogó en sus aguas. Yo sí lo
quiero, no es  como  el Orinoco que se
alimenta de músicos; se tragó  toda una orquesta,
y las cartas de amor de Argenis Daza Guevara;
y si no quería cantar y amar, ¿por qué lo hizo?
Qué desperdicio. Tan pedante.

En mi infancia yo quería al Orinoco.
En ese cruce había un araguaney, donde se
enlazaban los gatos, que lo miraban a uno
con sus ojos de oro. El viento corría
por ahí: hablaba como duro cartón. Bajaba gruesa
neblina por la Puerta de Caracas. Todos los
autobuses pasaban de largo y se metían al cine.

Mi infancia que tenía más colores que los
de un poeta de provincia en su provincia,
no distinguía las aguas, todas eran iguales.


William Osuna (Caracas, Venezuela, 1948) Poeta, docente y editor. Ha publicado: Estos 81 (1978), Más si yo fuese poeta, un buen poeta (1978); 1900 y otros poemas (1984); Antología de la mala calle (1990 y 1994); San José Blues + Epopeya del Guaire y otros poemas; Miré los muros de la patria mía (2004).
Su obra ha sido distinguida con el Premio Nacional de Literatura (2007); Primer Premio, Bienal José Antonio Ramos Sucre, 1976; Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, Distrito Federal, 1983 y el Premio Bienal Manuel Díaz Rodríguez, Mención Poesía, Concejo Municipal del Distrito Sucre, 1984. 


lunes, 16 de abril de 2012

VII Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires:Luis Antonio de Villena.


Luis Antonio de Villena





















Eduardo


Según Baudelaire la belleza
es una mezcla impune de voluptuosidad y tristeza
melancólica: Baudelaire era romántico.
Los clásicos ven y levantan
una belleza más fría. No hielo o de hielo, cálidamente
imperturbable, lejana, aunque cerca, viva, tremante…
Recuerdo tus ojos como dos lagunas en azul,
tus labios hechos de pasta de flores,
el caballete egregio de tu nariz,
tu cuerpo alto, esbelto, que todo lo decía no diciendo apenas.
Belleza perfecta, inmóvil, inmisericorde,
belleza que yo miré infinitas veces y no alcancé y alcancé nunca.
Belleza que desee fuera del tiempo,
hermosa, tierna, gélida, caliente.
Belleza de carne, flores, gema y sacrificio.
Belleza de la belleza que hoy, viva, siempre viva,
melancólica y voluptuosamente,
me hace lagrimear como un orate…
Tú, aún tú:
Impertérrita, impertérrito.


Noche  de Antesterias

Eran tres días en Atenas: Las Antesterias,
fiestas en honor de Dioniso. El último de esos tres días
(llamado “Las ollas”) se ofrendaba a los difuntos
bajo la advocación de Hermes Ctonio.
Decían algunos –con respeto o temor-
que quizá las almas de los muertos vagaban ese día
por las calles de la ciudad medrosa…
Hace dos o tres noches, en la tercera Antesteria,
Aute dio un concierto. Sonaron dulces sus canciones de siempre
y me acordé de ti, mi admirable dios joven,
pues sin duda andabas por allí, entre el fervor,
lamentando que mi amigo no cantase aquella canción
que casi te sabías de memoria,
y que tarareaste a mi lado, en otro concierto de Aute,
allá al fondo de mil galaxias de hielo y fuego, quizás en 1981: 
“Anda, quítate el vestido, las flores y las trampas…”
No, no la cantó. Quizás Aute no se acordó
de las ollas antesterias…
Yo, sin embargo, te recordé cálidamente,
no como el inhóspito muchacho hermosísimo,
pagado de sí y de su clase,
ni como al chico ya ruano y algo duro
que huía a Ibiza, quizás enfermo, en busca de droga.
No, no me acordé de los túes sucesivos que no eran míos.
Me acordé del muchacho luminoso y perfecto
como una flor de luna,
que vi un verano, por la noche, bajo las acacias de Recoletos
y que me maravilló
como el descubrimiento de una tierra nueva,
como la vida pura (tan rara)
y como la Belleza que sólo se contempla a sí misma.
Adiós, otra vez, rey de la vida que no tuve.
Maestro involuntario de la Belleza máxima.
Te sirvo una copa de vino blanco. Bébela conmigo.
Deséame suerte, son las Antesterias.
Dioniso nos guíe.
Muchacho maravilloso al que soñé desnudar y amar
y nunca pude hacerlo…
Adiós, gentil compañero de Dioniso.
Aute cantó otras canciones, sí, pero sonaban dulces también
y el cantautor (sin verte) no se aclaró la garganta con agua
sino con vino.
¿No era suficiente? ¿No cumplió el rito?     

Michael  Jackson


Lo dijo alguna vieja mujer,
probablemente no una dama:
“La excentricidad no trae cuenta.”
El pobre Michael (piel derrotada,
cuerpo sin futuro) ha sido el Adán
del porvenir, si Villiers, el decadente,
creó o soñó “La Eva futura”.
¿Qué quiso Michael Jackson,
el bailarín prodigioso,
el negro que dejó de ser negro,
el amante de los adolescentes tiernos
y de los muchachillos al borde de la ventana?
¿Qué quiso? ¿Trascender la vida?
¿Declarar con el ejemplo que la realidad
es pobre y suele ser cegata y mezquina?
Rey del predio artificial,
de la vida más allá de la vida,
es más que natural que Jackson no estuviera
dedicado a la supervivencia,
a planchar la vida en los planchaderos
de la vida. Era –debía ser- flor
de testimonio y sacrificio.
La vida es muy corta a la vida,
y si alguna vez triunfamos
(que no lo haremos)
querrá decir que el artificio –“artifex”-
es mejor, altamente mejor, que la natura.
Michael, mártir de la ilegalidad,
sumiso extemporáneo del final,
flor del jardín extraño y ninguno,
ruega por nosotros a Cástor y Pólux
si es que la vida
-la vida auténtica, más allá de la vida-
debe seguir existiendo.
El País de Nunca Jamás.
Vale. Es el único país.
El reino de siempre. Lo que cuenta.
La vida triunfal y roja más allá de la lastimera vida…
Del reino crisoelefantino de la Artificialidad,
Circe ha huído.                                              


Poemas pertenecientes a Proyecto para excavar una villa romana en el páramo (Visor, Madrid, 2012).

Luis Antonio de Villena ( Madrid, España, 1951) Poeta, ensayista, crítico, narrador. Licenciado en Filología Románica. Realizó estudios de lenguas clásicas y orientales, pero se dedicó nada más concluir la Universidad, a la literatura y al periodismo gráfico y después al radiofónico. Además ha dirigido cursos de humanidades en universidades de verano y ha sido profesor invitado y conferenciante en distintas universidades nacionales y extranjeras.
Ha sido traducido a muchas lenguas, entre ellas, alemán, japonés, italiano, francés, inglés, portugués o húngaro. Ha recibido el Premio Nacional de la Crítica (1981) -poesía- el Premio Azorín de novela (1995), el Premio Internacional Ciudad de Melilla de poesía (1997), el Premio Sonrisa Vertical de narrativa erótica (1999) y el Premio Internacional de poesía Generación del 27 (2004). En octubre de 2007 recibió el II Premio Internacional de Poesía "Viaje del Parnaso". Desde noviembre de 2004 es Doctor Honoris Causa por la Universidad de Lille (Francia).
Ha escrito y escribe artículos de opinión y crítica literaria en varios periódicos españoles desde 1973. Ha colaborado en numerosos programas televisivos y sobre todo radiofónicos. Actualmente colabora en El Mundo y en Radio Nacional de España. Ha hecho distintas traducciones, antologías de poesía joven, y ediciones críticas.


Charles Bukowski: Poetas Blancos-Poetas negros.






Charles Bukowsky -Micky Rourke




















los poetas blancos



los poetas blancos generalmente golpean la puerta bastante temprano
y continúan golpeando y tocando el timbre
tocando el timbre y golpeando
incluso lo hacen a pesar
de que todas las persianas estén cerradas;
finalmente me levanto con mi resaca a cuestas
imaginando que tanta insistencia
debe significar algo bueno, al menos suerte, un premio
de algún tipo ─femenino o monetario,
“está bien! está bien!” grito
mientras busco algo para cubrir mi horrible
cuerpo desnudo. algunas veces primero tengo que vomitar.
luego hacer gárgaras, las gárgaras sólo me hacen vomitar otra vez.
me olvido de todo esto  ─ y voy a la puerta─
“¿hola?”
“¿sos bukowski?”
sí. pasá.

nos sentamos y nos miramos el uno al otro─
él muy vigoroso y joven─
vestido a la últisima moda ─
todo color y seda─
la cara como la  de una comadreja─
“¿ no te acordás de mí? me
pregunta.
“no”.
“estuve aquí antes. no me diste mucha bola. no te gustaron
mis poemas.”
“existen muchas razones para que no me gusten
los poemas.”
“probá  con estos.”
me los alcanzó. eran más chatos que el papel
en el que los había tipeado. no había en ellos emoción.
mucho menos fuego. ni un sonido siquiera. nunca leí
algo tan insulso.

“uhhh,” dije “uh-uhhh.”

“¿quiere decir que no te GUSTAN?

“ no hay nada aqui ─ esto es como  pis evaporado.”
tomo los papeles, se paró, caminó alrededor de la sala. “mirá Bukowski. te voy
a traer unas minas de Malibú. unas potras que
no te imaginás lo que son.”

“¿ah sí, nene? le pregunté.

“sí, sí,” me
dijo.

y se fue
corriendo.

su potras de Malibú resultaron
como sus poemas
nunca me llegaron. 



los poetas negros



los poetas negros
jóvenes
llegan a mi puerta─
“¿vos sos Bukowski?
“si. pasen.”

se sientan observan el
salón destrozado
me
miran.

me dan sus poemas.
yo los
leo.

“no,” digo
y se los
devuelvo.

“¿no te
gustan?

“no.”

“Leroy Jones nos vino a escuchar
a nuestro taller...”

“odio,” les digo
“los talleres de escritura.”

“...Leroy Jones, Ray Bradbury, tipos
 importantes ...ellos dijeron que este era buen
material...”

“hombre, esto es mala poesía. te están entalcando
el culo.”

“ también los leyó un destacado guionista de cine. él
fue quien desarrolló el proyecto del taller de escritores de
Watts.”

“ah, dios, ¿no entienden? les están chupando
el culo! ustedes deberían haber quemado toda ciudad!
hasta sus cimientos! ya me tienen enfermo!”

“lo que pasa es que no entendés
nuestros poemas....”

“cooooomo que no, son cositas rimadas, llenos
de lugares comunes y buenos
sentimientos, ustedes escriben mala poesía.”

“escuchame viejo hijo de puta, estuve en la radio, me publicaron
en el Los Ángeles Times!”

“¿oooooooh?”

“ ¿acaso eso te pasó a vos?”

“no.”

“muy bien viejo hijo de puta ya nos vamos
a volver a ver!”

supongo que si.
que le voy a hacer. pero antes
les quiero decir que no soy antinegro
porque
de alguna manera cuando se llega a esa cuestión
todo el asunto se torna
enfermante.

(Versión Esteban Moore- Fiorello Strucchi)











Abdellatif Laâbi: Poemas.


Abdellatif Laâbi


















El deseo
no se declara
ni se comenta
Arde
y se propaga
o muere
en silencio

*

Solo la lengua
reconoce
ese agua provista de memoria
que intercambiamos
para darnos todavía más sed

*

La cama de los amantes
gira
alrededor del sol
en plena noche

*

Sin abluciones
hago mi plegaria
completamente desnudo
Y me parece
que al cielo le agrada

*

Te entrego
mi palo de lluvia
y me abandono a tu voracidad
Susténtate
del relámpago vivo
confiado a ti
Bebe
directamente de la tormenta

*

Le digo a la razón
¡fuera!
No estás invitada a la fiesta
Y no hay nada que juzgar

*

En los frutos del cuerpo
todo es bueno
La piel
el jugo
la carne
Incluso los huesos
son deliciosos

*

Aquel que nunca
haya gustado lo prohibido
que me arroje
la primera manzana



Poemas de  Abdellatif Laâbi tomados del libro “Los frutos del cuerpo” Alción Editora, 2012. (Traducción Leandro Calle)






Abdellatif Laâbi, nació en 1942 en la ciudad de Fès, Marruecos. En 1963 participa en la creación del Teatro Universitario marroquí y en 1967 funda, junto a otros compañeros, la revista Souffles, un hito fundamental en la vida cultural de Marruecos. La revista fue prohibida en 1971 y Abdellatif Laâbi  fue detenido, torturado y condenado a diez años de prisión por su oposición intelectual al régimen. Hacia 1979 es liberado y se exilia en Francia en el año 1985. Desde entonces, vive (con Marruecos en el corazón) en las afueras de París. Es su vida, la primera fuente de una obra plural (poesía, novela, teatro, ensayo) situada en el encuentro de culturas, anclada en un humanismo de combate, una obra construida con humor y ternura.
Recibió en 1979 el Premio Internacional de Poesía, concedido por la Asociación de las Artes de Rotterdam ; en 2009 el premio Goncourt de poesía y el Grand Prix de la francophonie de l’Académie française en 2011.



Raúl Pérez Arias: Poemas a Grecia.









Raúl Pérez Arias





















Konstantinos el manco de Troya

Konstantinos está en la playa
durmiendo su siesta atrasada.
Tiene el estómago vacío de afecto,
sus años huérfanos de gloria.
Quiso ser como Ulises
porque en su aldea
lo llamaban “El Troyano”.
Pero su juvenil anhelo lo golpeó
cuando lo dejó manco
la soldadesca golpista del 73.
Konstantinos lleva cicatrices siglo XX,
amarguras que no entiende ni reniega.
A veces llora
mastica las miserias
de su burlona pensión.
Entonces, toma su vino amigo
en las noches de vigilia
mientras mira pasar la vida.

Ahora, Konstantinos
está despierto en la playa
esperando hacerse a la mar
con su trirreme.

Tiene ordenados sus trastos
Y un fantasma que no alquiló.
Pero sigue su lucha y pelea
con el joven espíritu mutilado
hasta que Ulises
un día
lo venga a buscar.


Su nombre no importa señor


Ayer murió un hombre
lejos de su aldea,
estaba contemplando
la siembra de ají en Salónica
y tanta belleza no pudo resistir
su corazón ni sus ojos claros.
“Ayer murió un hombre”,
los campesinos comentaban,
y dijo una niña:
es el poeta de Kilkis,
el que le cantó a nuestro pueblo,
sus cosechas, caminos y azahares.
Aquél que cruzó los golfos
y sus palabras hablaron del blanco
de nuestras casas, del amor por su gente.
Niña, ¿cómo se llamaba?
su nombre no importa, señor.
Hoy Grecia no debe llorar;
hoy nuestro dioses
le brindarán su tributo
y  los poetas la bienvenida.
¡Tienen razón!,
ayer murió simplemente un hombre
y un poeta es sólo semilla
en medio de tanta soledad.


Atenea en Buenos Aires


Llovía:
Costa Gavras filmaba en El Pireo.
Una muchacha de faldas cortas
me sirvió un retsina fresco.
Fue un miércoles de independencia
el sueño que tuve
esperando con alegría.
El dios de la tormenta
ahogó mi visión anhelada
porque Febo no apareció en Atenas
y Atenea me sedujo
casi al descuido
bailando tango en Buenos Aires.


Raúl Pérez Arias (Buenos Aires, 1956).   Poeta y gestor cultural. Ha publicado La inmovilidad de los ruidos (2007) y participado en numerosas antologías.  Dirige  la revista El mirador de la cultura.