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martes, 18 de diciembre de 2018

Amelia Biagioni: Poemas


Amelia Biagioni


































Decir


1

Donde más digo menos digo.
Y si porfío sin cambiar de elán o polo o centro
enrosco ablando borro lo ya dicho.
Porque decir es un rayo y su sombra.


2

Tengo una herida siempre verde
que reconoce el filo
del nombre oculto en la neblina.


3

Cuando recibo una palabra inesperada
la retengo y vigilo sus diferentes porvenires
hasta que alguno de ellos
de pronto se recuerda se incorpora
y no hay palabra ya
sino un gran viento que me empuja.


4

Quisiera ensayar
el paso de lis
del fuego que sube al espíritu.


5

Persiguiéndome por los ríos
espero alcanzarme en el mar
y encontrar en mi infancia
un dios irresistible
un sonido que abra y cierre los otros
como un nocturno barco surcando un arpa.


6

Quisiera decir la pasión
aterradora del universo en la noche,
su ardiente abrazo que abandona.


Amelia Biagioni (Gálvez, Santa Fe, 1916- Buenos Aires, 2000).  En 2009 Adriana Hidalgo Editora publicó su obra completa.



jueves, 13 de diciembre de 2018

Antonio Colinas: Poemas

Antonio Colinas




























 Necrópolis


aquí el centinela vigila la necrópolis,
aquí las puertas de piedra sólo abiertas al   alba,
aquí la sala para los esclavos que esperan
con la sal y la  leña   para los sacrificios,
aquí el olor de aceite y de flores bravías,
aquí la fresca gruta en estío y el cálido
refugio  para lobos y liebres en invierno,
aquí donde la noche, de puro impenetrable,
sólo es rota por lámparas muy tristes y tambores,
aquí la terracota que no ha visto la nieve,
aquí el cuenco, la piedra para majar la grasa,
aquí ánforas de trigo negras por el gorgojo
y el último de agosto con cáscaras doradas,
aquí las huellas tiernas en el húmedo barro,
aquí el primer cadáver irreverente, enorme,
el romano aguerrido de las tropas de Augusto
y  el bastón y la huesa del bárbaro celoso,
aquí los idolillos de piedra sin cabeza,
aquí donde no entró un labio de mujer,
aquí el grito, los rezos al dios de la negrura,
aquí el ara y la sangre no sabemos si humana,
aquí la tosca cátedra de los astros hambrientos,
aquí  la sala grande y las mil hornacinas,
los cantos arrojados por  las manos sin nombre,
la honda desolación de  las vasijas rotas
la tremenda hecatombe de las santas cenizas


Nuestra sangre es la luz
(Castro de las Labradas)


Éstas son las ruinas del cielo.
Éstas son las altas praderas de la desolación.
Cerrar  los ojos y quedarse aquí,
o abrir los ojos y sobrevolar
las nubes y los límites,
los espinos del mundo, las heridas del mundo.
La idea es aquí sólo un aroma.
La palabra aquí sólo un silencio.

Este nido de soledad colmado
tuvo un día dos cercos de murallas,
pero el tiempo ha vencido, una a una, a sus piedras.
Derrotadas están por la más pura luz
las piedras de  la historia,
las que sembró y recolectó la muerte.
(La piedra sólo es hoy un pájaro que canta.)

Roma venció a este nido de la luz,
a este cuenco de nieve, a estos labios helados de la roca
donde el ocaso viene a posar
las brasas de los suyos.
Luego, las nuevas piedras que alzó Roma
con sus armas, sus versos, sus amores,
también las derrotó el tiempo cruel.
Para sacralizar estos espacios
sin dioses conocidos,
hoy  queda un laberinto de raíces,
una trama de sierpes.

Y las enmudecidas peñas no revelan
ni un solo secreto de estos montes;
ni  los prados muertos, ni los prados vivos
nos hablan de los rebaños sonámbulos,
de los pastores ausentes;
ni nos hablan las piedras
de  los llantos, aullidos, sonrisas,
de  los que por aquí vagaron como lunas.

En el silencio de  la cima
se guarda una lección no escrita, un secreto,
pues todavía hay algo que nos canta
como  la piedra, un silencio
de nevero que reverbera, un ara
en la que arde lenta una hoguera
de llamas blancas.
(El  fuego que concede el instante sublime
de la plena consciencia.)

Cerrar o abrir los ojos
en estos páramos del firmamento,
sintiendo el dilatado expirar del otoño,
la música que asciende desde pinares fríos
hasta el negro encinar,
la música que nace de la respiración
de los que ahora estamos leyendo en estas ruinas
y a los que tanta luz
también nos deshará despacio un día.

Aquí tú y yo, lo tuyo y  lo mío,
lo de él, y lo de ellos, lo de todos,
nada serán al fin, nada seremos.
Porque ésta fue la sima
                                     de los puñales,
abismo de las lanzas.
Aquí hallaremos la última lección
y la tumba de las ideas contrarias,
aunque allá abajo, en valles confiados,
el hombre aún no aprenda:
luche sin fin por nada un siglo y otro siglo.

Torques y ajorcas de oro sólo son un silencio
amordazado por esta montaña
de los olvidos.
Todo lo que no son signos o símbolos
aquí yace  dormido o sepultado.
(Los mejores tesoros
la muerte los mantiene muy ocultos.)

Valdemoratones: pozo sin fondo de lo  morado.
Pozo de la Negruría: el ojo que devoró y devora
cuanto no es paz en el mundo,
cuanto no es alma en el hombre.
Y allá,  en la lejanía, Petavonium
(tan sólo unas esquirlas de sol cobrizo,
unas pestañas quemadas de plata,
un fuego que huye siempre al noroeste).

Jamás busquéis aquí los territorios
de la sangre, ni de las ideas
enfrentadas, ni los de la ambición.
Aquí no queda ya una gota
de sangre, pues  la sangre
ya es la luz.
                        Nuestra sangre
será la luz mientras la luz no muera.
Castro de las Labradas




Antonio Colinas (La Bañeza, León, España, 1946) Poeta, novelista y traductor. El Fondo de Cultura Económica, México, publicó en 2011 su Obra Poética Completa. Ha sido distinguido con diversos premios, entre ellos el Premio Nacional de Literatura (1982) y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2016).