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lunes, 12 de octubre de 2020

Demian Paredes: “Cuatro notas sobre el poeta Enrique González Parra” y breve selección de poemas

 

Enrique González Parra








Se destacan en la poesía de Enrique González Parra (Michoacán, 1951) la observación y la razón poéticas. Una "razón", por lo tanto, no-instrumental, ni meramente comunicativa-utilitaria, sino, por el contrario, expresiva, sensible, creativa-creadora, en combinación con una aguda mirada, detallista por momentos, atenta a las contradicciones y paradojas. En ¿A dónde van los pájaros? se puede apreciar una hábil, sutil e inteligente capacidad de protagonizar o de presenciar, de escuchar, de recordar e imaginar; destilando, con breves versos, pequeños poemas. En ellos se "narran" acontecimientos: una voz y su circunstancia (en la casa, en la calle, en un café, en viaje…) en torno a los ajetreos cotidianos de la vida, al deseo y a la memoria; episodios que suelen derivar en alguna "conclusión" u observación, generalmente irónica o autoirónica. Otros poemas recuerdan anécdotas familiares y de infancia: el discurso autobiográfico, con sus vivencias y experiencias particulares (el poeta como lector de Borges en "Oferta", o la típica conversación telefónica con una persona remota convocando a reunirse con antiguos amigos para recordar épocas escolares en "La llamada"). Algunos ponen de relieve temas "abstractos" y reflexivos, como "Fuga": "Huir/ olas adentro/ por el líquido tibio,/ batiente,/ lleno de resplandores/ que de pronto se opacan", y originales objetos, como en "Diccionario": "Oí de un diccionario/ que sólo recopila/ palabras olvidadas". Y hay apenas unos pocos que acuden a la metáfora, especialmente aprovechada para rematar con humor -generalmente con cierta mordacidad- algún final. Como en "Control de plagas", donde se menciona lo que dicen los expertos en la materia sobre las cucarachas: sin cabeza pueden vivir "hasta por cuatro días"... ¡como los enamorados! -estos últimos, incluso más-; y en "Tarde", donde se pronostica a una señora "muy mayor", tras un cruce casual, el destino de una taza -cualquiera- de té: finalmente romperse, hacerse trizas. Luto ineluctable.

* * *

Enrique González Parra no desdeña para nada el humor, entonces: con él, en su poesía, se dan la ironía y la risa -incluso por momentos- tragicómica, ante las circunstancias de la vida, y especialmente ante el final de esta: la muerte, sea la propia (venidera) o la de un acontecimiento familiar o de amistades. El inevitable deceso, más temprano o más tarde, que deberá afrontar cada ser humano: tema/preocupación permanente de las comunidades y civilizaciones, desde las antiguas a la "moderna" nuestra, y, claro, también de poetas y artistas, y además, en particular, de la cultura mexicana, ya desde su tradicional Día de Muertos. En el terreno de la poesía se podría mencionar a José Carlos Becerra en "El azar de las perforaciones", a Gabriel Zaid en "Tumulto", a Jaime Sabines en "Algo sobre la muerte del Mayor Sabines", a Manuel Calvillo en "Libro del emigrante", a Margarita Michelena en "La desterrada", entre tantos y tantas más (Amado Nervo, Octavio Paz, Xavier Villaurrutia, Carlos Gorostiza, Elías Nandino…). Sin ninguna duda, los libros de Enrique González Parra forman parte de esta cultura, de esta tradición; es una dimensión fundamental-fundante de su poesía. En ¿A dónde van los pájaros? se encuentran, por ejemplo, "A pulso", "Redondilla" y "Bajo el agua". También "Agencia", donde se puede solicitar un servicio: con los tratamientos estéticos correspondientes se adecenta a cualquier muerte que haya tenido el atrevimiento de instalarse sobre un cadáver. Otro es "Abismo", recuerdo de infancia sobre una sensación o pensamiento inquietante en torno a la "invitación" de un hondo pozo, con agua, a saltar dentro suyo. Está también "Se busca", donde se trata la muerte/ desaparición individual en torno a la colectividad. "Fosa", donde se pregunta por un presente donde hay restos: una calavera, una tibia, analizada por los forenses, y se las contraponen -con una pregunta- con el ayer de la vivencia habitual, entre vecinos. "Luto", que alude a la muerte de un perro doméstico. Y "Sin ruido", a la propia: "a mí me va tomando/ la sigilosa/ por los pies."

* * *

La experiencia, la vida toda decanta, y el poeta canta. Y afrontando "el drama estético del creador", como lo llamara Eduardo Lizalde. No escribir poesía como una "cosa ociosa", meramente repetitiva, sino depurando y precisando cada uno de los versos. La poesía de Enrique González Parra pertenece a esta clase: despojada, apela a la concisión. Hay marcas, puntos de partida, referencias autobiográficas (como en "Corto", donde camino a un velorio un cartel indicador en un andén sirve para cruzar o mimetizar una dimensión con la otra, o en "Primo", donde el parecido con el pariente vuelve a alterar las dimensiones establecidas: "me vi difunto/ en otro cuerpo"), pero el remate del poema, la tendencia a la generalización, deviene en reflexión y en alguna clase de conclusión, no necesariamente "concluyente". No casualmente, hablando de un libro anterior de González Parra, Antonio Deltoro escribió acerca de "la sequedad de una mirada iluminadora", que incluso llega "al filo del aforismo". Por otra parte, el tiempo, lectura e interpretación del poema potencialmente no tienen fin: el "mensaje" y sus efectos, surgidos de la combinación, polisemia y ambigüedades de las mismas palabras, expresiones, parafraseos, y la interacción de distintos "sistemas" que pueden hallarse dentro de casi cualquier poema (léxicos y semánticos, fonéticos, gráficos, espaciales, etc.), lo configuran como un objeto textual, un generador de discursos, multidireccional, abierto a todos los sentidos. Aun si en algunos poemas se puede percibir que se piensa, escribe y habla desde la soledad, la voz del poeta se dirige, de cualquier modo, al mundo. Es decir, a quien se anime y encare su lectura. Es posible apreciar varias veces en González Parra un movimiento que va de lo particular a lo general; de un punto a la inmensidad de las cosas, al modo de la conformación, por sumatoria y acumulación, de las constelaciones… Allí se encontrarán, una y otra vez, las huellas de la vida que la poesía mira.

* * *

¿A dónde van los pájaros? es el quinto poemario de Enrique González Parra, donde la sucesiva reaparición de las aves a lo largo del libro funciona como una apelación a -y una muestra de los sentidos, a lo recibido, pero también a lo presentido, imaginado y proyectado (en un poema, unos pájaros "inesperadamente/ alzan todos el vuelo/ y traspasan la luz/ como cuchillos"). Este libro sucede a Ajena geografía (1987), Como el que deja un cuerpo (2009), Mi padre y otros muertos (2013) y El rastro del prodigio (2016), los tres primeros publicados en México y el último en España. En todos ellos también el deseo y la mirada casual o más o menos escrutadora recorren geografías, momentos e historias (véase el humor en "Y punto", o "Bolero", con sus truncados anhelos, en el presente volumen). Y cada cual con sus características: Ajena geografía (nos) trae la palabra "rastro" varias veces, cual búsqueda o interrogación de un primer poemario, aun con tanteos, con felices logros -incluyendo una sección autobiográfica titulada "Siete apuntes porteños en la dictadura"-. Como el que deja un cuerpo comienza a delinear con mayor precisión los temas de González Parra: la anécdota familiar y la perteneciente a "la Historia", con el humor puntuando y acentuando finales. Mi padre y otros muertos apela nuevamente, como ya anuncia desde el título, a las vivencias propias del pasado, donde se balancea y reevalúan las experiencias, donde se dan cita la anécdota y la observación irónica y hasta cáustica, varias veces en diálogo posmortem con la figura del progenitor masculino. Y El rastro del prodigio se organiza en sus "secciones" desde el color -actuando desde la mirada directa y también desde la metáfora-, donde la voz poética se reconcentra nuevamente, desarrollando sus temas con un lenguaje delicado, sucinto, preciso.
Ahora, en Argentina, desde la provincia de Córdoba, gracias a la editorial Alción, la voz de este poeta comenzará a circular por el país -surcando el cielo: cada poema, un pájaro en vuelo-, y es de esperarse que pronto, más ampliamente, por los demás países del Cono sur.

Demian Paredes
Septiembre de 2019

“A modo de epílogo” para ¿Adónde van los pájaros?, de Enrique González Parra, volumen próximo a publicarse por Alción Editora.




Identidad

Hoy volví a platicar
con Guillermo
en su hijo póstumo;
las mejillas
repetían los hoyuelos
que su padre lucía en el salón
medio siglo antes;
y la misma sonrisa
que le ganaba voluntades.

El hijo,
que jamás vio a Guillermo,
reprodujo ante mí
pasmosos ademanes
de quien no lo moldeó
con su presencia diaria.

Hay sin duda un azar
del que apenas sabemos
y, creyendo ser únicos,
volvemos a meternos en las carnes
de cualquier bisabuelo
al que no conocimos ni en retrato.


Truco

Se corre el maquillaje
aunque no llueva
ni broten lágrimas.

Del hombro
resbala la correa
que sostenía
una mochila, un bolso.
Sin los botones,
¿cómo llevar una camisa?

Faldas
y pantalones,
quien no los asegure
los verá dar en tierra.

Es inútil
colmarlo de amuletos:
el cuerpo está desnudo.


Control de plagas

De acuerdo
con entomólogos
y peritos
en manejo de pestes,
una cucaracha,
perdida la cabeza,
puede sobrevivir
hasta por cuatro días.

¡Cuánto más
-y quién dudalos
enamorados!


Metamorfosis

Un viejo
de barba blanca,
mejillas rojas
y perfil aguileño,
se acomoda un gorro
de lana en la cabeza,
calza a mitad
de la nariz sus lentes
con aros de oro,
saca de la mochila
una torá enorme
arropada en un lienzo
y la lee tan impávido
que no logro advertir
si tiene devoción
o sueño.

Ha erigido un santuario
al lado mío.


Buenos Aires

La luz se pasma
sucia y fría
como plata oxidada.

Mientras bebo café,
al otro lado del cristal
se arremolina gente
bajo árboles sin hojas.
Traen paraguas, abrigos;
en su prisa, se estorban.

Ajeno a sus afanes,
al ciclo de sus estaciones,
veo sus zapatos
enlodados, hundirse
en la boca del metro.
Una nostalgia
de repente me oprime:
en cosa de tres días
quedará lejos
esa prisa que hoy pasa ante mis ojos.



Marcelo Ariel: poemas

























El espantapájaros
Para los niños

en medio del basural

visto de lo alto

un pantalón y una camisa

Son la
evocación del cuerpo
de un hombre 
sin zapatos

sus manos

dos buitres desgarrando un saco

su cabeza

un rato


Motor discontinuo

La máquina de despertar
dentro de la máquina
de respirar
La máquina
de hablar
Dentro de la máquina
de pensar
La máquina
de andar
Dentro de la máquina
de cansarse
En la máquina de ser
La máquina de estar
Dentro de la máquina de dormir
y soñar con
La vida afuera
de la máquina de morir
En la máquina de soñar


Cangrejos aplauden Nagasaki
Para Gilberto Mendes & Mano Brown

(Villa Socó)
Cuerpos en llamas se tiran al barro
mujeres y niños primero
cangrejos aplauden Nagasaki
bebé de ocho meses es calcinado
en cuanto Beatriz
ahora entiende el poema último
Beatriz madre soltera antes de morir dio un inútil puntapié en la puerta

En el aire
gritos mudos
la noche blanca de humareda envuelve todo
alguien en el bar de la esquina
piensa en Hiroshima
en las voces
horror y curiosidad despertaron la ciudad
mezclándose
dentro del infierno ojos claman
por teléfono
el ministro es informado
–El fuego los consume…
La sirena de las fábricas no
silencia
Dos serafines pasando por el lugar
susurran en el oído
del Creador
“Villa Socó: mi amor”
Una vieja permaneció acostada
alrededor de la cabeza en la aureola
el último pensamiento pasa
el coro de las sirenas
en medio del campo iluminado
una garza vuela asustada
con los humanos y su infierno creado
en el manglar el viento mueve las hojas

Un bombero grita:
–¡KSL! El fuego está contra el viento. Cambio…

Fue Dios quien quiso
dice el mendigo
que sobrevivió porque estaba durmiendo en la alcantarilla de la avenida.
Un orgasmo es cortado al medio
cuando la pareja percibe el fuego
quemando el espejo.
Retrocediendo en el tiempo
lamentamos
el movimiento del gas
ligerísimo iceberg
que convirtió fuego en fuego, horror en horror

Villa Socó
Estacionó en la Historia
al lado de Pompeya, Joelma y Andrea Doria
Pensando en eso
levanto en este poema un memorial
para nosotros mismos
víctimas vivas
del tiempo
donde se moviliza la muerte esparciéndose en el paisaje
como el gas
que también incendia al sol
(bomba de extensión infinita)

Beatriz se sentó cerca de la puerta y quedó mirando el fuego.
Hasta que invade la escena la luz suave de otro sol frío.
Fin del juego.

(Lo que no quema)

Beatriz ahora es otra cosa y contempla:
rayos negros en un cielo negro
después blancos en un cielo blanco
suavemente penetré en un jardín
donde un único árbol existe.

(El incendio acaba y la garza se posa en el mangue, donde los ángeles sueñan)

En aquella noche uno se despertó
anduvo en medio de las llamas
y las llamas
lo quemaron.


Sueño que soy João Antônio soñando que es Fernando Pessoa

En un subterráneo Letes o en un Éufrates interno
Tocando ramas de invisible agua o haciendo círculos con piedritas tiradas en un Tejo etéreo
No importa…
La quimera-esfinge me espera en todas las márgenes teniendo a su derecha a Sá Carneiro y Antero que ríen de la risa de Cerbero, cuando entre ellos paso, soy cercado y como si soñase voy al encuentro de Adília Lopes que está danzando desnuda en la fuente rodeada por una aureola de cucarachas blancas. Adília me señala una fila de hormigas subiendo a los cielos, donde nubes forman el rostro de Dante, sentado acá abajo y esta vez despierto, veo un ángel tuerto de ocho alas leyendo cerca de la casa de Adélia Prado. Sabiendo de la existencia de una iglesia allí enfrente, pregunto al ángel: “¿Y entonces, mi hermano, viniste para la misa?”.  El ángel dijo: “No, yo vine por las hormigas”. “¿Y Dios?”, vuelvo a preguntar. “Está allá oyendo Bach”. Voy hasta la iglesia, empujo la puerta y entro en un terreno baldío donde ángeles sin alas juegan a la pelota con mocosos sin remera, todos muy felices como si realmente existiesen.


Sin señales para las cenizas en el agua
“De las cosas lanzadas al azar, la más bella, el cosmos”
Heráclito

La luz del ser es como el agua
también vino del Sol
donde todos los planetas quieren entrar

Dentro del Sol
El ser es inmóvil
como la gratuidad de un éxtasis
parecido a la respiración

Fuera del Sol
el ser es móvil
Tiempo eternidad
y tiempo cronológico


El agua es el Alma
dentro del cuerpo
En un cuadrado
hay un triángulo
de fuego
un eneagrama
de aire

En nosotros
el agua
es lo que ama
en cuanto el aire piensa
y la emoción es la llama
que el incendio da muerte
alimenta

El agua es lo que sueña
lo que el tiempo dibuja
los círculos que somos
creados por la piedra
que se hunde
cuando despertamos

El Yo
es el vapor que se desprende
del hielo:
esa ilusión llamada identidad
en el fuego del Ser disolviéndose
Cuando decimos Yo
el alma que es el agua duerme
y lo que perdemos es la nube
de lo que no sabemos


Es música todo
lo que el agua piensa
En el rastro de las nubes
se esconde la armonía
de esa sentencia, igual en la tempestad
el relámpago
rasgando el aire
es un silencioso canto
pero el trueno, quiere nuestro despertar
y fracasa, ese rugido estelar
que despierta en nosotros, apenas miedo y espanto,
hacia la estrella retorna
silente furia
que no comprende
nuestro llanto


Versiones: Demian Paredes, Buenos Aires, 2020.
Material enviado por Edson Cruz, poeta y editor del sitio web “Musa Rara” (www.musarara.com.br).

Marcelo Ariel (1968, Santos, SP), poeta, performer y teatrólogo. Autor de Com o Daimon no Contrafluxo y Ou o Silêncio Contínuo poesia reunida 2007-2019, entre otros. Fue actor/guionista del film Pássaro transparente, de Dellani Lima, y grabó el disco de spoken word Contra o nazismo psíquico con “Projeto Scherzo Rajada”. Su blog: http://teatrofantasma.blogspot.com/ 







 

Gabriel Jiménez Emán: EL HOMBRE ABSURDO, LA FILOSOFIA REBELDE DE ALBERT CAMUS





La idea de un mundo absurdo, de una existencia absurda o una realidad absurda siempre han tenido cabida dentro de mí. Desde que comencé a escribir y a observar el mundo, la idea de contrariedad, paradoja o ambigüedad surgieron coetáneas o compañeras de aquella: leí textos del absurdo como los de Alfred Jarry o Eugene Ionesco; novelas absurdas como las de Samuel Beckett y Franz Kafka; poemas absurdos como los de César Vallejo o cuentos absurdos como los de Virgilio Piñera; observé cuadros absurdos como los de René Magritte o  Max Ernst o películas absurdas como las de Luis Buñuel; pero nunca leí razonamientos absurdos tan diáfanos como los de Albert Camus en su obra El mito de Sísifo (1942), donde el escritor francés de origen africano nos pasea por el mundo del absurdo casi sin dejarnos respirar.
Dueño de una las prosas más bellas de la lengua francesa, (que aun en las peores traducciones se disfruta), Albert Camus está ubicado como hombre y como escritor en el corazón de la filosofía pura. Sus novelas, ensayos y artículos respiran y transpiran ideas como si éstas fuesen connaturales con el ritmo de su prosa, y nos abisman e inquietan tanto como pudiera inquietarnos la prosa de un Nietzsche,  que es la prosa más tersa de la lengua alemana. Esta belleza implícita en su manera de escribir es un arma de doble filo, porque jamás logra herirnos con sus dagas sino que nos motiva desde el centro del mismo filosofar, sin que para ello tenga que crear categorías o sistemas.
Ello es lo que hace justamente en El mito de Sísifo: crear un espacio para la sensibilidad absurda, abarcándola desde varios puntos de vista. Por ejemplo, Camus nos dice que no hay espectáculo más bello que el de la inteligencia en lucha con una realidad que la supera: se trata del espectáculo del orgullo humano, que es inigualable. La presencia constante del hombre ante si mismo es un espectáculo. Para el absurdo no hay mañana; el hombre absurdo es el hombre-tiempo: rechaza la añoranza. Esta razón lúcida que comprueba sus límites y que reconoce sus razones al término de ese camino; para el hombre absurdo el hombre no es racional o irracional, sino irrazonable. El hombre razona, quiere ser  fiel a la evidencia que la obra estimula, y esa evidencia es lo absurdo; hay un divorcio entre ser que desea y mundo que lo decepciona. El libro está repleto de ideas de este tipo, dichas de distintas formas. Arranca, de modo inesperado, desde la figura de Don Juan, seductor ordinario y superficial que no cree en el sentido profundo de las cosas, y por tanto es un héroe absurdo. Lo que no puedo negar, lo que no puedo rechazar, eso es lo que importa. Puedo negar todo, menos el caos del presente, el infierno del presente, la vida no tiene sentido pero debería tenerlo, aunque en el fondo, si bien lo vemos, se la viviría mejor si no lo tiene.
La idea del absurdo está asociada también a la de rebelión, que Camus ha abordado y desarrollado ya en su libro El hombre rebelde. La rebelión adquiere entonces un valor filosófico, pues la rebelión metafísica extiende la conciencia a lo largo de la experiencia. Dentro del rango del amor, Don Juan ha elegido no ser nada; el amor es esencialmente deseo, ternura e inteligencia: Don Juan es incapaz de amar y termina en un convento (lo contrario, acoto del Casanova italiano que amaba a todas las mujeres y terminó loco). Se hunde y reconoce que no hay pasión sin lucha, poniendo el ejemplo del joven Werther (el célebre personaje de Goethe) que se suicida por el amor imposible de Carlota.
Lo comprensible es aquello que puedo tocar, e incluso puedo negar todo, menos esa fractura entre el mundo y el espíritu. Para Camus, la conciencia perpetua  renovada entra en la vida de un hombre, y encuentra su fractura en el presente: el presente es un infierno, en cierto modo. Es arduo hablar sobre las cosas a las que alude Camus en este libro, sin usar sus propias palabras y sin usar sus giros verbales tan precisos, con ese estilo suyo tan delicado, pero es el que dice las cosas más terribles. Si la vida debe tener un sentido para vivirla, y se la viviría incluso si no tiene sentido: he ahí la naturaleza de lo absurdo.
Por otro lado, la posición filosófica el absurdo sería la rebelión, ya que la rebelión metafísica extiende la conciencia a lo largo de la experiencia. Cuando habla de la comedia, nos dice que esta es el espectáculo donde queda atrapada la conciencia y que el hombre, inconsciente, se precipita a la esperanza, mientras que el hombre absurdo comienza ahí donde termina el hombre inconsciente. Son, ciertamente, ideas filosóficas. Cuando se refiere al Actor, nos dice que éste cumple un destino absurdo en la medida en que representa otras vidas. El actor vive una gloria efímera que pronto se convertirá en polvo, Es una gloria engañosa la que vive: hace nacer y morir al ser sobre las tablas de un teatro, ese es un buen ejemplo de absurdo. Cuando el actor se asemeja al viajero, símbolo de lo perecedero, pues aquél no se ejecuta ni se perfecciona sino en la apariencia. En todo caso lo que importa no es una vida eterna, sino una permanente vivacidad.
Estas son sólo algunas de las ideas, torpemente transcritas, de las desarrolladas por Camus en este libro, que impacta por la rotundidad de sus imágenes, las cuales giran en torno a otras como aquella del Individuo que se define mas por las cosas que calla que por las cosas que dice; el individuo se torna marginal; para el individuo absurdo no valen las causas victoriosas sino las causas perdidas, pues éstas exigen “un alma certera”. Para Camus el amante, el comediante y el aventurero encarnan el absurdo; la grandeza de aquello que ejecutan está en la protesta (la rebelión) y en el sacrificio sin porvenir, pues una revolución se realiza siempre contra los dioses.
Prometeo sería, entonces, el primero de los angustiados “modernos”. La revolución de los pobres no es sino un pretexto para hacer una revolución. El hombre es su propio fin. La inteligencia (o la lucidez) es preferible al genio; la inteligencia domina ese desierto con fe en el que nos regodeamos, que muere al mismo tiempo que el cuerpo; sin embargo él tiene una libertad, y esa libertad consiste en saberlo. Entonces, el sabio sería el hombre que vive de lo que tiene y no aquel que aspira a algo, o especula sobre aquello que no tiene.
Existe, pues, una rebelión absurda, como homenaje que el hombre ejecuta a su propia dignidad, y este vendría a ser el goce absurdo por excelencia. Hace una alusión a Nietzsche cuando el gran filósofo alemán nos dice que “tenemos al arte para no morir de verdad.” Siempre tenemos el rostro de nuestras verdades, y el hombre absurdo no necesita explicar ni realizar nada sino disentir y describir cosas: sí, solamente describir: esa es la sola ambición del pensamiento absurdo. Tenemos, pues, que dentro del universo  magnífico (y pueril) del creador, la obra de arte no es un refugio de lo absurdo sino que ella misma es un fenómeno absurdo, y no ofrece solución al mal del espíritu. Y es por eso que para Camus, en el fondo, no habría una oposición clara entre arte y filosofía. Se trata, ciertamente, de un punto muy polémico; para el escritor francés el arte expresa una sola cosa bajo distintas formas; el artista y el pensador lo hacen de su obra una ósmosis, un solo problema estético y esta idea es nueva; se produce una exigencia total entre el artista y su obra; por supuesto el mundo no es nada claro; si lo fuera, no existiría la obra de arte.  Para Camus toda gran obra es esencialmente filosófica, porque a fin de cuentas pensar es sobre todo crear un mundo. Los grandes novelistas son novelistas filosóficos, y si no, son sólo novelistas de tesis; en el creador la ética es una rigurosa confidencia; en este orden de ideas, y aunque se trate de Kant, es un creador porque inventa sus propios personajes, esencialmente porque todo principio de explicación es inútil. Camus entonces nos dice que hay una felicidad metafísica de la defensa de la absurdidad del mundo y que la rebelión absurda es un homenaje que el hombre tributa a su dignidad.
En el fondo, el mal del espíritu no tiene solución, no ofrece respuesta alguna. Llega Camus al extremo de afirmar que, consciente de esta gratuidad, la rebelión no debe suscitar la esperanza y que en el mundo ficticio la conciencia del mundo real es más fuerte; en la creación, la más eficaz de todas las escuelas es la paciencia y la lucidez.
Se trata en El mito de Sísifo de un abigarrado conjunto de ideas, expuestas con una claridad que podemos calificar de crispante, basadas buena parte de ellas en el mito griego de Sísifo, personaje que se halla condenado de por vida a levantar y arrastrar una pesada roca hacia una cima; trabajo en el que gasta sus fuerzas y su tiempo, un trabajo penoso que le agobia. Cuando al fin ha conseguido llevarla hasta arriba, debe arrojarla otra vez cuesta abajo por el abismo. Sísifo entonces es el ser que se dedica a no acabar nada: ese es el precio que debe pagar por las pasiones que ha tenido en su existencia: es un personaje trágico pero con una conciencia de ello; es un bandido y a la vez un sabio prudente aunque esté encadenado a la muerte, es un trabajador inútil de los infiernos. Pero es también por excelencia el héroe absurdo, porque a la par de estar encadenado a la muerte, es un apasionado por la vida; se encuentra agazapado en las guaridas de los dioses y a la vez constituye un momento revelador de la conciencia. El destino le pertenece y la roca es su casa. Entonces el hombre absurdo, cundo contempla su tormento, hace callar todos sus ídolos. Pero para expresar el absurdo, para hacerlo ver, hay que ser coherente, usar un edificio bien estructurado de ideas y de palabras. Entonces Albert Camus pasa luego a ilustrar su idea del absurdo con un breve acercamiento a la obra de Franz Kafka. En la filosofía moderna, lo trágico está unido a lo lógico y a lo cotidiano, y Kafka ha descubierto esto. Gregorio Samsa es un viajante de comercio y no le preocupa sino lo que su jefe va a reclamarle al ausentarse de su trabajo, más que el hecho de haberse convertido en un insecto monstruoso. Mientras en El castillo los detalles de la vida cotidiana vuelven a ganar terreno hasta hacerse infinitos, interminables: nada termina, todo recomienza, al alma sigue indagando.
Las consideraciones de Albert Camus sobre el escritor checo son filosóficas en la medida en que lo conectan con una concepción  absurda del mundo. Y a esta concepción se interpone la idea de esperanza. Comienza Camus a decir que el arte de Kafka consiste en obligar al lector a releer, que la ausencia de desenlaces en su obra supone explicaciones, pero éstas no se revelan con claridad y obligan al lector a releer constantemente: surgen varias posibilidades de interpretación de diversas lecturas. Kafka lleva a cabo una obra llena de símbolos. En El proceso, Joseph K es acusado pero no sabe por qué. Quiere defenderse, le nombran abogados, lo juzgan, lo condenan y él apenas se pregunta por qué. Lo llevan a un arrabal, lo degüellan y antes de morir, el condenado dice solamente: “como un perro”. Joseph K nunca se sorprende; nada le asombra. Y esa falta de asombro es una contradicción y es sobre todo un signo de lo absurdo. En El castillo Camus ve la aventura individual de un alma en busca de su gracia, y le reclama a los objetos que les revelen su secreto real, y a las mujeres los signos de Dios que duermen en ellas; mientras que en La metamorfosis existe la imaginería de una ética de la lucidez: el hombre se convierte en monstruo, en una bestia, sin esfuerzo alguno. Kafka se convierte en el maestro de estas oscilaciones permanentes entre lo natural y lo extraordinario, el individuo y el universo, entre lo cotidiano y lo sobrenatural. En la condición humana, nos recalca, hay una absurdidad fundamental, y al mismo tiempo una grandeza implacable. He aquí el punto nodal de la separación entre el alma y el cuerpo, entre los goces de éste y las intemperancias de aquella. En este sentido, el absurdo en Kafka “se expresa mediante lo lógico, y nunca exagera cuando desea expresar este absurdo, que procede con la mayor precisión y mesura; lo trágico se torna natural, casi sosegado.” 
Para expresar el absurdo, Kafka debe ser coherente, éste debe ser descrito con lujo de detalles. En El proceso la carne triunfa, la desesperación, la rebelión respira todo el tiempo. ¿Dónde entra aquí la esperanza? El proceso plantea un problema que resuelve El castillo bajo una forma científica. El proceso diagnostica y El castillo imagina un tratamiento. Pero el remedio que se propone en él no cura. Lo único que hace es que la enfermedad entre en la vida normal. Ayuda a aceptarla, dice Camus. Recordemos que desde la aldea es imposible comunicarse con el castillo. K no consigue el camino. Cientos de páginas emplea Kafka para describir diligencias, astucias, rodeos, mientras K se empeña en ejercer su oficio de agrimensor.
Camus llama a los personajes de Kafka “autómatas inspirados”. Son unas metáforas de nosotros mismos, privados de diversiones y entregados a la humillación de los dioses. Aquí, Camus pone a Kafka a competir con Kierkegaard: aparece la esperanza. Cuanto más trágica es la situación, más provocativa se hace la esperanza. Lo absurdo en El proceso es más conmovedor que en El castillo. La conclusión es que hay que haber escrito El proceso para escribir luego El castillo.
En este sentido, Kafka, Kierkegaard, Chejov y los filósofos existencialistas (incluyendo al propio Camus) se hallan orientados hacia lo absurdo. Y descubren un gran grito de esperanza. “La esperanza se introduce por medio de la humildad”, dice Camus. En la parte final del ensayo Camus asoma esta idea en Kafka, diciendo que éste niega a su Dios la grandeza moral, la bondad y la coherencia, pero para arrojarse mejor a los brazos de lo absurdo, aceptándolo. La esperanza estaría entonces en escapar a esa condición; el pensamiento existencial está repleto de esperanza, similar a la del cristianismo. Sin considerar propiamente absurda la obra de Kafka, dice que ésta ha sabido simbolizar el paso de la esperanza a la angustia y de ésta a la sensatez.

Gabriel Jiménez Emán (Caracas, 1950). Escritor venezolano destacado por su obra narrativa y poética, la cual ha sido traducida a varios idiomas y recogida en antologías latinoamericanas y europeas. Vivió cinco años en España y ha representado a Venezuela en eventos internacionales en Atenas, París, Nueva York, México, Sevilla, Salamanca, Buenos Aires, Santiago de Chile, Santo Domingo, Ginebra y Quito. En el terreno cuentístico es autor de varios libros entre los que destacan Los dientes de Raquel (La Draga y el Dragón, 1973; Monte Ávila Editores, 1993), Saltos sobre la soga (Monte Ávila, 1975), Los 1001 cuentos de 1 línea (Fundarte, 1980), Relatos de otro mundo (1988) Tramas imaginarias (Monte Ávila, 1990), Biografías grotescas (Memorias de Altagracia, 1997),  La gran jaqueca y otros cuentos crueles (Imaginaria, 2002), El hombre de los pies perdidos (Thule, España, 2005), La taberna de Vermeer y otras ficciones (Alfaguara, Caracas, 2005), Había una vez… 101 fábulas posmodernas (Alfaguara, 2009). Ha recibido, entre otros reconocimientos, el Premio Municipal de Narrativa del Distrito Federal, el Premio Romero García de Narrativa del Consejo Nacional de la Cultura y el Premio Nacional de Narrativa Orlando Araujo y el Premio Solar de Ensayo de la Fundación de Cultura del Estado Mérida (Mérida, 2007) por el libro El espejo lúcido y el Premio Nacional del Libro (Cenal, 2004). 
En el campo novelístico nos ha ofrecido La isla del otro (Monte Ávila, 1979), Una fiesta memorable (Planeta, 1991), Mercurial (Planeta, 1994), Sueños y guerras del Mariscal (Comala, 2001; Ediciones B, Bruguera, 2007; Campaña Nacional de Lectura, Quito, Ecuador, 2008), Paisaje con ángel caído (Imaginaria, Yaracuy, 2004), Averno (El Perro y la Rana, 2007), Limbo (El perro y la Rana, 2017), El último solo de Buddy Bolden (Menoscuarto Ediciones, España, 2016). Sus libros de ensayos literarios son Diálogos con la página (Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1984), Provincias de la palabra (Planeta, Caracas, 1995), El espejo de tinta (Fondo Editorial Ambrosía, Caracas, 2008) y Una luz en el camino. Fundamentos de ética para adolescentes (Biblioteca Básica Temática, Caracas, 2004), Espectros del cine (Cinemateca Nacional, Caracas, 1998), El Contraescritor (El perro y La rana, Caracas, 2008), La palabra conjugada (Fábula, 2016), Mundo tórrido y caribe. Literatura y cultura en Venezuela (Fábula, 2019). 
Como poeta es autor de los libros Materias de sombra (Premio Monte Ávila de Poesía, 1983), Narración del doble (Fundarte, 1978), Baladas profanas (La oruga luminosa, 1993) y Proso estos versos (Círculo de Escritores de Cojedes, 1998), Historias de Nairamá (Fondo Editorial del Caribe, Anzoátegui, 2007). Balada del bohemio místico. Obra poética 1973-2006. (Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 2010), Solárium (Casa Nacional de las Letras, 2015) y Los versos de la silla rota (Fábula, 2018). 
Ha realizado una amplia labor como investigador y antologista, entre  cuyas obras se encuentran: Relatos venezolanos del siglo XX (Biblioteca Ayacucho, 1989), El ensayo literario en Venezuela (La Casa de Bello, Caracas, 1988), Mares. El mar como tema en la poesía venezolana (Banco Unión- Ateneo de Caracas, Premio ANDA, 1990), Ficción Mínima. Muestra del cuento breve en América, (Fundarte, Caracas, 1996), y antologías literarias con sendos estudios sobre Víctor Valera Mora, Luis Fernando Álvarez, John Lennon y Bob Dylan, Brian Patten, Baica Dávalos, José Lezama Lima, Vicente Huidobro, Ludovico Silva, Salvador Garmendia y Adriano González León. Es traductor de poesía de lengua inglesa y editor independiente. Dirigió la revista y las ediciones Imaginaria, dedicadas a lo inquietante y lo fantástico y la revista Imagen en el Ministerio de Cultura, es Coordinador General de la Fundación “Elisio Jiménez Sierra” y director de Fábula Ediciones (Coro, Venezuela). Organiza desde hace ocho años el Festival Internacional de Poesía Palabra en el Mundo desde el Estado Falcón. Recibió en 2019 el Premio Nacional de Literatura correspondiente a 2016-2018.
En 2019 obtuvo el Premio Nacional de Literatura de Venezuela por el conjunto de su obra.