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viernes, 29 de diciembre de 2023

Mariano Rolando Andrade: La Caída de Kabul

 

Mariano Rolando Andrade





                                                                             














                                                                                Al Gordo


Jugaron a ser Burton, Connolly y tantos otros enterrados
detrás de esa pared color tierra y las puertas de madera 
del cementerio británico que cuidaba Rahimullah,
el viejo que venció a los talibanes recostado en una lápida.

Travestidos, con barba y un trabajado andar cansino
vagaban  por el bazar enclavado en edificios en ruinas
mordiendo la kufiya para que no los ahogase el polvo
de las carretillas, los mutilados, las cabezas de cordero.

En cada esquina casi cruzaban soldados sin ánimo
sentados horas en unas sillas de plástico con la Kalashnikov,
o impotentes en los blindados, mientras en las mezquitas
la gente votaba y dejaba su indefenso dedo lleno de tinta.

Terminaban el día en L’Atmosphère o uno de esos lugares
que los afganos desconocían y donde los extranjeros 
volvían a sus vicios, las armas bajo llave en la entrada,
como si Kabul tuviera algún resplandor de Texas.

Al despertar, nuevamente sastres, tintoreros y carniceros
en sus artes al aire libre; las mujeres celestes o invisibles.
Y el cielo azul que se podía tocar, como las mañanas
en los jardines de otoño tardíamente florecidos.

Así había sido, contaban bebiendo sus vinos infames. Así.
Pero ahora la gente corría desesperada hacia el aeropuerto
y ellos miraban la televisión, traidores quizás, quizás 
hombres que tuvieron una juventud épica… traidores, sí.

Ahora, en la noche desfasada de París y Buenos Aires
recordaban a tipos  como Mustafá, Khalil y Rabani,
porque era posible verlos en la pista desquiciada
o encerrados en sus casas sin mañana a la vista.

Sobre todo a Hazis, el actor barrido por la guerra,
soldado en Kandahar, prófugo, exiliado en Peshawar,
que volvió a Kabul cuando cayeron los talibanes
y montó un teatro itinerante para hablar de democracia.

A Fuyadin, que los llevó una tarde justo antes de ramadán
a la mansión de su primo el comandante de Shakarbara
en la ruta a Mazar, y los muyahidines armados fumaban
en la llanura sembrada de carcazas de tanques soviéticos.

Kassem y otros habían salvado los archivos de Afghan Films
quemando bobinas y cintas sin valor en un pastizal 
ante la mirada aprobatoria de talibanes que ignoraban
el muro falso donde escondían los tesoros del cine afgano.

Pero eso fue antes. Ahora la gente luchaba para treparse
a un ala, una rueda, zambullirse en la bodega de un avión.
Kabul había caído sin balas y aquellos mismos hombres
de fajina y chancletas volvían a ser los señores del lugar.

La gente corría. Gente tal vez de los caseríos paupérrimos 
que colgaban de las colinas en los suburbios y que vieron
un día de sol encamino al impenetrable valle de Panshir,
cuando conocieron el mausoleo del comandante Masud.

Gente quizás del barrio pudiente de Qalla-e-Fatullah
que había trabajado con ellos y creído que el pasado
no podía repetirse y esas tierras olvidadas y deseadas
tenían derecho al ímpetu civilizador de los invasores.

Gente como Estefan, el periodista que los cuidó en la Herat
de las mil tumbas de santos, profetas y poetas.
Como Abdulá, el hazara que los llevó a la ciudad roja
en lo alto de la ruta prohibida que conduce a Bamiyán.

Porque jugaron a ser Burton, Connolly y tantos otros
por los lagos vírgenes  de la remota Band-e-Amir.
En noches en puestos de comida en la ruta a Bagram.
En Ka Taroshi, la calle más vieja y esquiva del bazar.

Jugaron o quizás no tanto. Tal vez en verdad creyeron,
y ahora en la noche desfasada de Paris y Buenos Aires
la caída de Kabul, esperada e inevitable, los obligó
a callar para drenar la confusa tristeza del traidor.

Porque no eran afganos y estaban a salvo lejos.
Porque esos rostros eran los mismos que sin pedir nada
los habían arrancado alguna vez de la suerte
de cavar su tumba ante una multitud en un país extraño.


Mariano Rolando Andrade (Buenos Aires, 1973). Escritor, poeta, traductor y periodista. Actualmente reside en París.
Ha publicado la novela Los viajes de Rimbaud (Editorial Vinciguerra, Buenos Aires,1996), la antología bilingüe Poesía Beat (Editorial Buenos Aires Poetry, 2017) y el poemario Canciones de los Mares del Sur (Editorial Buenos Aires Poetry, 2018). Acaba de editar y prologar Luisa Futoransky: Los años argentinos (Editorial Leviatán, Buenos Aires, 2019).
Fue seleccionado en la antología de poesía Buenos Aires no duerme (Eudeba, Buenos Aires, 1998) y ganó el Premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional (RFI) a mejor cuento en lengua francesa (2001). Su obra ha sido incluida en la antología Atlas de la Poesía Argentina (Editorial de la Universidad de La Plata, Argentina, 2018) y Poetas en el Cosmovitral (Ayuntamiento de Toluca, México, 2018).
Ha sido invitado a festivales de poesía y lecturas en Argentina, México, Perú y Marruecos. Colabora en revistas literarias de América Latina y sus poemas han sido publicados en Argentina, México, Colombia, Chile, Venezuela, España, Francia y Marruecos, y traducidos al francés, el italiano y el árabe.










lunes, 18 de diciembre de 2023

Ricardo Ruiz: Poemas

 

Ricardo Ruiz



“No” es la palabra más salvaje que consignamos al lenguaje.
Emily Dickinson


i

no
es el inicio

al borde 
de lo real 
su lente 
orienta 
la mano 
en su pensar
en su hacer luz
de la sombra

cuerpo
de la palabra
ardiente 
pan 
de la duda
resplandece
de incertidumbre

pulso
del cambio
no
es la libertad
de sostenerlo

piedra
en el aire
grito

no
de nos
canta
y así
sucesivamente
al infinito
de su enunciación
el ángel 
abre sus alas


ii

no
es el medio

en tanto río
en su deriva
cauce
del universo
que en su materia 
oscura
sostiene

su infinito

hacerse 
lengua
de ser 
nos
camino: abra

del silencio
luz

rota 
sobre sí
estalla 
el tiempo

ruina 
sobre ruina
construye

lo que no es


ii

no
es el fin 

su nuestra 
memoria
anticipada

no es no

hasta que 
la verdad
sea dicha


***


¿Cómo es posible afirmar la propia identidad,
sin resolverla en lo otro de sí?
Massimo Cacciari

i


es sabido
descendemos 
de los barcos

repletos de sangre

de negros 
esclavos 
de europeos 
de criollos 
de indios 
de inmigrantes

descendemos

de criollos de sangre de europeos 
de negros de sangre de esclavos
de inmigrantes de sangre de indios

no 
es sabido 
de los barcos 
de sangre repletos
descendemos


ii

de los cerros 
de la selva de los ríos 
destos otros continentes
de sus villas ciudades

es sabido 
descendemos

de sus libros

sus oscuras
lenguas
nuestras


iii

de la tierra 
del mar de huesos 

de fantasmas

sus canciones
sus semillas

indias inmigrantes
esclavas criollas
negras europeas 

de sus cuerpos

descendemos

de tristezas 
de lo que se repite
de alegrías 
de lo que podamos 
hacer venir
de lo que fuimos
somos

es sabido


Ricardo Ruiz (Buenos Aires,1953) Poeta. Ha publicado: “Racimo”, Ediciones Kairós, 1980; “peces del aire”, inédito, 1980; “Poemas”, edición del autor 1982; “otros cantos gallan”, Libros de Navegación, 1989; “tristes rüidos furias”, Libros de Tierra Firme, 1990 y “huesos de otros vientos”, Ediciones en Danza, 2015. Formó parte del grupo literario Kairós y coordinó talleres de poesía. Participó en la antología “65 poetas por la vida y la libertad”, Abuelas de Plaza de Mayo, 1983; colaboró en las revistas “Xul” y “Casa de las Américas”. Administra la página de poesía en Facebook “Presente Griego”. Su último libro “husos del no” fue editado en 2022 por la editorial Barnacle.









Edmond Jabès: Preguntas a la luz

 


Edmond Jabés

















Exterior es el límite. Interior, lo ilimitado.

Para preparar mejor al hombre a morir del hombre, ¿creó Dios el tiempo?
Para dejar a Dios el tiempo de morir de Dios, ¿concibió la eternidad el hombre?

El instante muerde en la duración, nunca sobre la eternidad, que es duración incontrolable.

¿Y si el ayer –oh noche clavada, todo mi pasado- se rehusara a abdicar?
No hay palabra que no esté, desde ya, envuelta de porvenir.
El dolor, la desgracia, acceden, ellos también, a la mañana.

Uno se pregunta en la noche; pero movida por una comprensible necesidad de mirar y, 
para nosotros, de mirarnos en ella, la pregunta está siempre vuelta hacia la luz.

La luz de la pregunta nunca es sino la pregunta a la luz.

Hay que haber llorado mucho para apreciar una sonrisa: arco-labios. Arco-iris.

-No puedo conocer a otro sino a través de mí. ¿Pero quién soy?
-¿El fuego conoce el fuego?
-¿El bosque conoce el bosque?

Es a la madera que consume que el fuego le debe el ser fuego; como el bosque, 
al fuego que lo reduce a las cenizas, le debe el haber dejado de ser un bosque.


Edmond Jabés: (El Cairo, Egipto, 1912- Paris, Francia, 1991). Poeta de formación y lengua francesa.

Demian Paredes: México en el corazón de dos literaturas: Tununa Mercado y Noé Jitrik

 

Demian Paredes durante su exposición 


Recordar y homenajear a Noé Jitrik y a Tununa Mercado, dos vidas dedicadas a la literatura, implica, obligatoriamente, asomarse –así sea someramente– a un período de tiempo que el primero denominó, en su libro de relatos autobiográficos La nopalera (y que aquí será citado varias veces), como un “trozo de vida mexicana”.
Porque, en efecto, Noé y Tununa son parte de lo que se conoció como “argenmex”, una denominación surgida durante la década de 1970, ante la cantidad de argentinos exiliados por la violencia política y la dictadura que se instaura en el país, y que escapan como pueden –ante amenazas o ataques–, y se refugian en un país de hospitalaria tradición: México.
En su libro Ráfagas de un exilio, Pablo Yankelevich así lo cuenta: “Los primeros exiliados argentinos comenzaron a llegar a México a mediados de 1974. Una parte de ese contingente estuvo conformado por los asilados diplomáticos y a ellos se unió un grupo de políticos, intelectuales, profesionales y artistas que por haber sido amenazados o haber sufrido atentados fueron arribando a la capital mexicana”. Y da una pequeña lista: “Ricardo Obregón Cano, exgobernador de la provincia de Córdoba; la pedagoga Adriana Puiggrós, exdirectora de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires; el científico Enrico Stefani y su esposa la psicóloga Mara La Madrid; la cantante Nacha Guevara; el escritor Pedro Orgambide; el psicólogo Ignacio Maldonado y su familia, junto a la reconocida psicoanalista Marie Mimi Langer; la historiadora Ana Lía Payró; el literato Noé Jitrik y su esposa la periodista y escritora Tununa Mercado; los actores Luis Brandoni y Marta Bianchi; el periodista Carlos Ulanovsky; el músico Alberto Favero, y los diputados Héctor Bruno y Héctor Sandler.”
Además, en ese libro se da cuenta del rol destacadísimo de Noé impulsando, desde el mismo año 1976, una institución con el objetivo de organizar y actuar ante la llegada constante, e inminente y seguramente creciente, de exiliados desde Argentina, tras el golpe militar. Surge entonces la Comisión Argentina de Solidaridad (la CAS), que tiene múltiples roles y se ocupa de distintas tareas y asuntos: legales y jurídicos, laborales e intelectuales, políticos y culturales, y hasta de la vida cotidiana y familiar. Junto a esto, Yankelevich destaca la publicación en julio de 1976, a tan solo unos meses de instaurada la dictadura, de un Informe sobre la situación argentina, elaboración de la CAS, que aún no tenía sede, realizada en base a datos de la prensa argentina y muchas otras fuentes, como informes de abogados de presos políticos, cartas de los detenidos, etc.
Y, como suele o puede ocurrir, de esta primera organización surgiría otra, comandada en este caso por Rodolfo Puiggrós, otra destacada figura del exilio. La Cospa: Comisión de Solidaridad con el Pueblo Argentino, de orientación política mayoritariamente montonera. Esto dice Yankelevich: “A comienzos de los ochenta, para la colectividad argentina cada organismo era fácilmente reconocible: una era ‘la casa de Puiggrós’ y otra ‘la casa de Jitrik’.”
Sin embargo, haciendo a un lado el camino particular y las características de cada organización, lo que me interesa destacar es lo que este autor, un estudioso del exilio en nuestra región, llama “la apuesta cultural de la CAS”, lo que incluyó su propio centro de estudios. Así lo explica y describe: “Noé Jitrik, Osvaldo Pedroso y Gregorio Kaminsky, entre otros, fueron sus promotores iniciales. La idea que los animó era la de crear un espacio donde reflexionar sobre problemas más generales, alejados de la inmediatez de la coyuntura argentina. En realidad, el Centro de Estudios Argentino-Mexicano fue pensado como un mirador desde el cual acercarse a temas derivados de intercambios y entrecruzamientos culturales, bregando, como lo señaló Jitrik, por ‘vivir la experiencia mexicana’.
Se detallan luego las conferencias que se hicieron (de feminismo, literatura contemporánea, psicoanálisis y “crisis del marxismo”), y los intelectuales latinoamericanos, europeos y norteamericanos que participaron de distintas instancias de reflexión y debate.
Quiero quedarme con la expresión de Noé recién mencionada, “vivir la experiencia mexicana”, y entenderla como un bregar, aun en la adversidad y ante la catástrofe, por lo que podría ser virtuoso, por un abrirse para conocer la riqueza de una nueva cultura, en un nuevo terreno. Una apertura que, seguramente, ya venía motivada, como el propio Noé lo ilustra en La nopalera, por viajes previos a otros países: Francia, Cuba e incluso ya México poco antes, en 1972. Un “cosmopolitismo literario”, podríamos decir, en aquella época de “boom” y “posboom” literarios, y proliferación –ya que no sé si decir “auges”– de  críticas y teorías.
A modo de muestra de esos lazos culturales, que sobrepasan y superan cualquier frontera, sean geográficas o dictatoriales, podemos leer en La nopalera que Noé recuerda varios libros suyos que, por entonces, se publican en Argentina y en otros países de América Latina, incluso ya estando él y su familia en México: el poemario Comer y comer, los ensayos Producción literaria y producción social. También, un cuento ilustrado, “Del otro lado de la puerta”, y un volumen de cuentos titulado Llamar antes de entrar. Y en México se publican muy pronto Las contradicciones del modernismo, de ensayos, y Viajes. Objetos Reconstruidos, bello volumen de prosas y breves poemas, surgido de notas de una experiencia de viaje a Europa, de Noé junto a su hijo Oliverio.

Noé se desarrolla, crece cultural y teóricamente, en los ámbitos literarios y académicos, manteniendo la actividad mencionada anteriormente, de dirección y funcionamiento de la CAS, que insumía muchísimas horas. Cuenta en La nopalera: “Terminábamos agotados, a altas horas de la noche y luego, por la mañana, los trabajos personales y nuestra propia y personal vida con sus exigencias cotidianas, más el deseo de seguir comprendiendo quiénes podíamos ser nosotros en el complejo mundo mexicano, todo eso era vivido como fascinante, de una intensidad que el hecho del exilio no menoscababa, acaso era una oportunidad que se nos brindaba para convertir una situación no deseada en una luminosa experiencia”.

Así era la dimensión del “día a día” de la familia Jitrik, contada sumariamente en La nopalera:
“En los primeros años habíamos organizado nuestra vida de la siguiente manera: en casa quedaba Vicenta Martínez, que nos esperaba con la comida hecha y siempre mexicanamente diversa aunque con matices argentinos que había aprendido con absoluta facilidad. En El Colegio Madrid los niños desde la mañana, Tununa, en el Taller Nacional del Tapiz y luego, cuando empezó a trabajar, recomendada por su antiguo compañero de La Opinión, en la redacción de la consolidada revista Tiempo, fundada por Martín Luis Guzmán [...], y yo en El Colegio de México, todavía en la calle Guanajuato. [...] daba mis clases, conversaba con Raúl Ávila o con Margit Frenk e iniciaba relaciones, sobre todo con los estudiantes del doctorado, iba conociendo a las tropas y al volver a casa recogía a los niños, en esas horas afiebradas de la salida de la escuela en México, en el pandemonio de la calle Revolución y en medio de su tumulto y el siempre tentador mercado de Mixcoac. Tununa volvía por su cuenta contando lo que había visto, leído y escrito en una sección de la revista subtitulada ‘Otros continentes’, o sea el mundo salvo las Américas. Increíble lo que llegaba a saber sobre los rincones más ignotos del universo incluido el espacio estelar.”
Habrá entonces conciencia de la imposibilidad de regresar pronto al país, lo que multiplica viajes y relaciones por México, y a otros destinos, como los dos años seguidos que Noé y Tununa se dirigen a Caracas, en una oportunidad nada menos que para lanzar la “Biblioteca Ayacucho”, con una decena de escritores e intelectuales de América Latina (como Juan Gustavo Cobo Borda, Tulio Halperin Donghi y Augusto Roa Bastos), convocados por Ángel Rama.
Por su parte, Margit Frenk le abrirá las puertas a las universidades estadounidenses. Noé hará algunos viajes cortos –en La nopalera habla de uno junto a su hija Magdalena–, pero no más.
Y hay más libros en ese período: Fin del ritual, de cuentos, premiado con el “Xavier Villaurrutia”,  Los dos ejes de la cruz, ensayos que proponen una mirada sobre la mirada de Colón, a partir de una lectura e interpretación de sus diarios, y El callejón, compilación de artículos periodísticos y poemas publicados en un suplemento literario.

Tan larga sería la lista de libros como mencionar las amistades literarias de ese período, desde Tomás Segovia a Fabio Morábito, pasando por José Emilio Pacheco y Carlos Fuentes.
Al respecto, un párrafo más de La nopalera:
“Margo Glantz [...] nos acogió casi de inmediato y lo que se estableció tuvo un carácter muy especial. [...] empezamos a frecuentar su casa en el corazón de Coyoacán, llena de bellos objetos y cuadros de su padre, el mítico Jacobo Glantz, y sobre todo refugio de escritores a cuya amistad entramos muy naturalmente.” Allí estaban Luis Cardoza y Aragón, Augusto Monterroso, Carlos Monsiváis, Sergio Pitol, Elena Poniatowska y muchas y muchos más.
Las listas de amistades y relaciones, revistas y proyectos, actividades y experiencias serían interminables. Sólo a modo de ejemplo, durante y después del exilio no dejaron de aparecer libros de Noé en México: El melódico perplejo, Díscola cruz del sur ¡guíame! (un poemario con arte de tapa de Magdalena), Lectura y cultura, Limbo (novela pesadillesca sobre la dictadura argentina, recuperada y publicada en Argentina en 2017), una Antología poética, parte de la serie “Material de lectura” de la UNAM, La lectura como actividad, El ojo de jade, Evaluador, Delicados trazos (ensayos, publicados por la Universidad de Veracruz), y Lámpara diurna, un volumen publicado como parte del Premio Internacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña, otorgado por la Academia Mexicana de la Lengua, en 2018.

***

Hay una serie de TV titulada “Los Argenmex”, coproducción entre Canal 22 de México y el Canal Encuentro de Argentina. La primera (y creo que única) temporada comienza con el primer episodio dedicado a Néstor García Canclini (otro argentino exiliado, quien comienza diciendo “Ser argenmex... ¡es complicado!”). El tercer capítulo está dedicado a Juan Gelman, y el segundo, por supuesto, es sobre nuestra dupla infaltable: “Tununa Mercado y Noé Jitrik”. Allí, junto con el recuerdo ya comentado de sus relaciones con las colonias y grupos de exiliados de Argentina y América Latina, Noé reafirma su actitud de apertura y búsqueda de productividad (crítica) en esa situación tan adversa. Dice: “no podía atarme a la exaltación de lo perdido, en materia cultural”. Y brinda su visión: “Creo que el argenmex se define por una memoria. No es un desagradecido ni un olvidadizo. Es alguien que recogió una experiencia, que la incorporó, y que la quiso validar o que la valida, ya sea por la pasiva, ya sea por la activa.”
Por su parte, Tununa Mercado, en ese mismo programa, cuenta sus primeros acercamientos, las primeras apariciones en su vida del país que, en un futuro –no tan lejano–, le daría asilo. Cuenta ella que, en una estadía en Francia, trabajando, tuvo que dar en clases, además de Juan Rulfo, a la novela de la revolución mexicana Los de abajo, y que ahí descubrió por primera vez, “desde el lenguaje”, a México. Y da una intensa definición: “México me entró por los ojos, por el oído, por el olfato… como un enamoramiento, como una excitación, un eros que se despertó, viniendo de un territorio de muerte…”. (Y son esos los momentos en que se gesta Canon de alcoba: textos de diversas e intensas temperaturas.)
También en “Los Argenmex”, cuenta Tununa otro aspecto de la tradición histórica y política, y del vivir de los exiliados: “Creo que hay cosas medulares de México que pude captar. Como la medular relación de los exiliados argentinos con León Trotsky. Cuando nosotros llegamos, fuimos pioneros entre los exiliados en empezar a ir a la Casa de León Trotsky. [La expresión] ‘Empezamos a ir’ habla de un continuo. En mi caso, cada vez que llegaba un argentino íbamos de visita a la Casa de Trotsky y, por añadidura, a la Casa de Frida, que quedaba en la Casa Azul –a la que todo el mundo visita–.”
Los trabajos de traducción del francés de Tununa, ligados a las ciencias sociales, la historia y la política, incluyeron también un volumen de memorias del secretario de Trotsky, Jean van Heijenoort, llamado Con Trotsky, de Prinkipo a Coyoacán, y otro volumen de cartas personales entre Trotsky y su esposa, Natalia Sedova. Todo un mundo ideológico proveniente de la primera mitad del siglo XX, hasta los comienzos de la Guerra Fría; acontecimientos y personalidades de la historia que también tienen su aparición, como trasfondo, en el volumen de corte autobiográfico que escribiría Tununa años después: La madriguera.
Otro trabajo emprendido en México por Tununa, para destacar, muy valioso y renovador, fue el de la revista fem, publicación donde se combinó con alta calidad periodismo y literatura, ciencias sociales y arte, crónicas, libros y la agenda de denuncias y reclamos de los feminismos de la década de 1970. Son textos que, en gran parte, se pueden leer en una antología reciente cuyo título es El vuelo de la pluma.
En su libro En estado de memoria, Tununa detalla y habla de dos exilios. Un “primer exilio”, cuando contaba con 27 años, en 1966, con el golpe de Estado de Onganía, que duró hasta el año 1970, cuando ella tenía 31 años. Y otro, el “segundo exilio”, que va de 1974 a 1986. Tununa se fue cuando tenía 34 años, y volvió con 47. En ese libro se encuentra el relato “Visita guiada”, donde Tununa da por primera vez noticia de la historia de su maestro de telar, Pedro Preux, hijo de milicianos combatientes antifascistas durante la Segunda Guerra Mundial. De ese relato –que transcurre en una encrucijada histórica, entre Europa y América– emergerá su gran novela, que le llevó años de investigación, viajes y traducciones: Yo nunca te prometí la eternidad. Novela que, a la postre, recibiría –en México nuevamente: en la FIL de Guadalajara– el Premio Sor Juana Inés de la Cruz.
¡Y cuánto más habría para recordar de México en Tununa! Como su bello escrito “El arte de lo mínimo en México”, publicado en la antología La letra de lo mínimo (1994). O el recuerdo acerca de su primer libro, publicado en Buenos Aires en 1967, Celebrar a la mujer como a una pascua, en el prólogo que hizo para la reedición, 40 años después, sobre su premonitorio “color mexicano”.
Y entre las amistades literarias, la ya mencionada Margo Glantz tiene su correspondiente lugar en otra antología de Tununa, Narrar después (2003). En “Leer el rastro con Nora”, cuenta: “He leído varios libros de Margo Glantz a lo largo de estos últimos veinticinco años: Las mil y una calorías, novela dietética en el 78; y después, sucesivamente, entre otros, Doscientas ballenas azules; No pronunciarás; [Las] Genealogías; El día de tu boda; Síndrome de naufragios; De la amorosa inclinación a enredarse [en] los cabellos, La lengua en la mano, Erosiones, Apariciones en el 96, Zona de derrumbe, en el 2001, y algunos ensayos críticos que sería excesivo citar.” Agrega: es “una obra profusa que va de lo académico a lo literario, e incluso mentes disciplinadas y especulativas [...] a partir de la escritura misma de Glantz, habrán logrado ver el registro complejo y abigarrado de saber y sentir, de inteligir e imaginar que sustenta sus trabajos críticos, filológicos o históricos, y su narrativa, y advertir cómo se rompen las divisorias, cómo estallan esos presuntos antagonismos formales y de género.” Son “textos aparentemente indisciplinados e insumisos, dotados de un poder de condensar los estados de esa anomalía del espíritu que consiste en escribir.” Recuerda Tununa: “en el momento en que empecé a leer a Margo Glantz, a finales de los setenta, [sus libros] pasaron a ser primeros en la lista de mis preferencias cada vez que me interrogaban sobre la literatura mexicana de esos años.”
Al mismo tiempo, Margo Glantz, en De la amorosa inclinación a enredarse en cabellos (libro reeditado varias veces con un nuevo título: La cabellera andante), en la sección final titulada “A cada quien su pelo”, agradece a sus fuentes literarias y amistades lectoras, colaboradoras para su trabajo. Y por supuesto, los nombres de Noé y de Tununa aparecen allí.

En otro libro, Tierra que anda. Los escritores en el exilio (1999), de Jorge Boccanera ¡también argenmex!, tenemos este testimonio y reflexión de Tununa, sobre su propia literatura, mencionando una serie de obras de colegas, constituidas sobre el mismo horizonte histórico y experiencial: “El exilio no fue viaje, ni aventura extravagante, y la perspectiva de distancia que tal vez se ofreció para una mirada literaria se constituyó sobre una pérdida. Sin intención de generalizar, podría decirse que los textos que se escribieron en el exilio, aún los más separados de las referencias estrictamente nacionales, tuvieron un horizonte de escritura en el que la muerte acechaba o francamente reinaba. Desde novelas de experiencia política como Recuerdo de la muerte de Miguel Bonasso; Cuerpo a cuerpo de David Viñas, o Qué solos están los muertos de Mempo Giardinelli, hasta textos como Limbo de Noé Jitrik, o Lugar común la muerte, de Tomás Eloy Martínez, libros que me fueron cercanos en México, o, entre otros, Nada, nadie, nunca, de Juan José Saer; No velas a tus muertos, de Martín Caparrós, o La rompiente, de Reina Roffé [...], lo que se escribió durante o inmediatamente después de la dictadura militar tuvo esa marca de sustracción y violencia que anida en cualquier nostalgia. El país segregaba muerte cotidiana, aislaba en un no lugar [...], escribir pudo ser un gesto de supervivencia”.

***

Tenemos un país, entonces, que dio asilo y cobijo, que ofreció su historia, cultura y política, su exuberancia natural y mural, su excelsa gastronomía, su inabarcable literatura, y su rico, delicado y variado minimalismo de lo artesanal. Un país que, así como dio, también recibió, por parte de Noé y Tununa, admiración, trabajo y dedicación: una experiencia de crecimiento literario, con cruces y enriquecimientos culturales mutuos, con la sombra ominosa de la larga noche dictatorial en la Argentina. (Una dictadura que, aún desde la distancia, nunca dejaron de denunciar y de combatir.)

Hablamos de México, de un país que se encuentra en el corazón de estas dos –intensas, vitales, vibrantes e incesantes– escrituras.



* Texto leído por Demian Paredes, escritor, traductor y periodista, en el marco de las “Jornadas Tununa Mercado-Noé Jitrik”, organizadas por el Instituto de Literatura Hispanoamericana y el MALBA, realizadas los días 8 y 9 de noviembre de 2023.