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jueves, 24 de junio de 2010

Esteban Moore, Ángeles Caídos.















Esteban Moore y Hannelore Biricsz, Galerie Krinzinger, Viena, Austria.


“city of fallen angels *



Borracho de alcohol

y desesperación

Dylan con sus aullidos estremece la noche

Vallejo tose en un conventillo parisino

la noche se extiende en los hemisferios

en México Lowry

oculta sus visiones zoológicas

en las abrasivas lenguas del mezcal

viajando sobre el chirrido de un tren de carga

Kerouac canta ronco vómito tras vómito

las bondades del agrio vino californiano

Bukowski resbala y cae

en la noche brillante del Sunset Boulevard

en la trastienda de una farmacia de turno

Carver abre una botella de licor clandestino

mientras una vieja con un perro ridículo

espera el preparado

que tranquilizará sus tormentas

a esta hora de la madrugada

quizás alguien se esté preguntando

qué sucede

bajo el ardiente sol de los parajes sureños

en el extremo de Oriente pálido de luna

En una jaula iluminada por reflectores

Pound murmura palabras

que sus carceleros no comprenden

Michaux cubierto de noche

en un cementerio de Cuernavaca

se deja volar en sustancias

sin entender la magia del paisaje

en una ciudad que lo desconoce

Julio Huasi

decide por mano propia

abrazar las tinieblas

otros en el pico de una botella

apagan los exactos compases del corazón

En un sitio donde todos cantan la belleza

de las ondulantes mujeres junto al mar

alguien bebe risueño su caipira

absorbe el oscuro aroma del azúcar

el rancio perfume de pobladas axilas

la imaginada fragancia de una flor

pleno sabor deseado

nosotros desde Montevideo observamos

el cielo cargado

Los modos cambiantes del tiempo

no conocen la amabilidad de tus deseos

se desplazan imperturbables

a través de las cordilleras los océanos

las llanuras

cruzan el poniente

someterán a cada uno de aquellos

que intenten penetrar sus polos de radiación

a las pequeñas

obsesivas cuestiones cotidianas

Perlongher viaja en un automóvil

que se desliza

hacia los suburbios

su destino

una capilla donde frente al altar

en el círculo de energía otorgada

ante los ojos

del sangrante cordero de Dios

un sacerdote administra la esperanza

sí y…

qué dones qué palabras mama

en su desesperada desilusión

en qué aguas alimenta esa fe apresurada

Padre Nuestro…

que estás en las sacrísimas alturas

comienza la invocación inútil

su único consuelo

la voracidad de Dios

Al viento en el río

voces extrañas

en el río al viento

desconocidas almas en pena

Aquel que elige

en la pobreza del exilio

el nombre de Sebastian Melmoth

recuerda una esposa los hijos tan amados

añora ese mundo al que no podrá regresar

infantilmente recuerda la redondez

de su colección de fina porcelana

el color de Londres bajo la luz del otoño

anota en su cuaderno:

poseo la tranquilidad de los objetos perdidos/

soy un hombre que ha vivido su tiempo/

en simbólica relación con el arte/

ya no se avergüenza en las calles

cuando alguien murmura a sus espaldas

o grita Fingal O’Flahertie ooo ooooooohhhhh

él repite en voz baja mansamente:

el dolor es un momento demasiado prolongado

Tampoco imaginará de Joyce

el calembour lanzado en

The Ballad de Persse O’Reilly:

Fingal Mac Oscar Onesine Bargearse Boniface

a quién se le ocurre

Ortodebarcaza Carabonita

Las sombras

su proyección geométrica

permanecen

quién o qué

erosiona la forma que envuelve

grabará en la historia

las marcas del pudor ajeno

Alguien recuerda

el eclipse de luna de Lu T’ung

la figura del cielo el emperador

la visión de sus ojos

apagándose en la belleza terrenal

la luna el ojo nocturno del cielo

devorada por la tremenda boca del sol

y de la terrible ejecución

de este poeta que amó las alegorías

en el 835 año del Señor

No tienen nada que decir

Pregunta una voz ajena

El gran círculo gira sobre su propio eje

Las primeras luces del alba

Penetran profundos pliegues abismales

Las imágenes fulgentes

Se repiten

Una y otra vez

En la superficie bruñida

Qué podrán decir en México

en Montevideo en Buenos Aires

que no haya sido cantado en el Occidente

en Venezuela en el extenso Brasil

en el muerto Oriente perdido

donde los magos

buscan por el firmamento

la luminosa trayectoria de una estrella

la develación del secreto

Auden

en vísperas de un nuevo año

propone un brindis alza su copa

elevo dice

en el agrio aroma del licor

el peso de los planetas

la mutabilidad del universo

no busquemos en el pasado

edenes ilusorios

menos aún

la seguridad de las jerarquías

el siglo nos presentará

las imaginadas ruinas

Rimbaud arrastrará

su gangrena de oros

El cuerpo de Alejandra

sus oscuros labios de sangre quieta

callarán la última palabra



A Yeyé in memoriam

Custozzagasse 5, Viena, 1994.



*“Ciudad de ángeles caídos”, Pintada mural, Silver Lake, Los Ángeles, EEUU.





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