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domingo, 27 de junio de 2010
Guillermo Ibañez: Cuerpo Vivido.
Carta cuarta
Cuando se me cansan las piernas después de largos ratos de trabajo, cuchara de albañil, maderas y martillos; me tomo un respiro, preparo mates.
A propósito, este va a ser un texto “cotidianista”, al decir de Eduardo quién felicitará que baje a tierra por referir justamente, hechos cotidianos.
Él, justamente, que nunca puso un clavo.
Al mirar las cosas que me han robado (mejor dicho, al ver los espacios huecos) de ésta casa que tanto costó y sigue costando enumero lo faltante: televisor, equipo de música, cubiertos, algún cuadro.
Como dijo un amigo: libros no; los dejaron tirados. Justo dejaron lo que les hubiera servido.
Desprecio si los hay, pa’alguien que escribe considerándolos tesoros.
Ya ven, lo valioso no se han llevado. Algunos que lo saben se indignan en mi lugar, pero esto para mí tiene carácter de problema social, no delictivo, culpa del sistema en que vivimos.
Mucho para algunos que no se lo ganaron, algo para quienes toda la vida hemos trabajado y nada, absolutamente nada, para tantos que no tuvieron siquiera la oportunidad.
En el lugar de ellos, haría lo mismo.
Necesito frazadas, máquinas para idiotizar desde donde baja el discurso del consumo, no pudiendo participar del juego y si no tengo un trabajo; ni hablar la comida de mis hijos, haría lo mismo que ellos.
Lo único que les tengo que decir a esos malandrines -porque malandras son los otros, los cipayos que venden el consumo-, es que elijan mejor y se animen con los peces gordos y no con los tipos que hicieron lo que sea laburando.
- Claro, vos me dirás, sí vos; el que estás leyendo; que, ¿cómo van a saber, quiénes son unos y otros?
Acaso alguien va a poner en el frente de su casa un cartel que diga: ”Esto lo hice choreando”. O de los míos: “Esto me costó 20 años de trabajo”?
No, ya sé que no, pero si se avivan, van a ver que no tengo rejas, ni auto nuevo, ni custodio.
¿Por qué con ese dato no son piolas y me dejan algunas cucharitas que detonan estas líneas, y hacen que ponga azúcar y yerba en el mate, desde sus envases?
Undécima carta
Soy un hombre con muchos hijos, nunca demasiados, siempre bienvenidos.
Un hombre que podría estar apesadumbrado por el paso de los años, y aún así conserva su optimismo crítico.
No quedé en dogmas, tampoco soy escéptico.
Desde hace tiempo, si respiro es milagro dado que un asmático que fuma dicen que tiene los días contados.
A pesar de la fe perdida y los muertos, la mañana me encuentra con humo y versos.
Duodécima carta
Ante todo, tal vez sea uno el equivocado, pero qué voy a hacer, tengo esta vida y no otra.
Veo a hombres y mujeres arrobados por “el porvenir” y recuerdo una frase que dice: “El porvenir es cosa nuestra”.
Volviendo: el porvenir de los hombres de mi edad, es ahora; aunque parezca sentencioso.
Fuimos náufragos de la república perdida y estamos ( o sólo yo lo estoy?), atenazado a la existencia.
La mía es una convicción que no sale de este aquí y ahora.
El silencio de este instante después de comer con gente apresurada, anuncia que voy a dormir embriagado de viento, pájaros y sol en la modorra de la tarde.
Decimosexta
Vivo sin timón, brújula ni puerto, sólo con bitácora completa, historias sin detalles de puertos visitados, amarras ceñidas, después abandonadas.
Barco que pisó muchas orillas sembrando su simiente por doquiera.
Bajel sin compás ni catalejo. Sin sonar cuando por aguas fui debajo, sin ojos de buey, sin ancla ni más mástil que mi querido Juan, mi otro enhiesto.
Un barco, una balsa, un bote enamorado del simple hecho de ir siempre navegando.
Soy un bajel naufragado tantas veces que puesto a pensar en esas cosas a veces deseo hundirme por completo sumando la mirada a la de esos peces entre restos que en el fondo han encallado.
Vigésimo primera
Aquel poema de los sesenta, decía: “Yo no sé ciudad si amo tus atardeceres derramados por el sol en tus anchas avenidas...”
porque ahora mi ciudad ya no tiene: “..atardeceres derramados...”
una muralla de cemento los oculta.
Por eso, para ver nacientes y ocasos voy a los confines.
Aquel Barrio Martín donde los chalets florecían, vive hoy en la umbría de edificios altos.
Ese costo de oscuridades es en muchas calles y en tantas que me inclino a vivir en arrabales donde los días conservan sus crepúsculos.
Ya he visto “los dientes de la gente”) Morir no importa, aún con eso, con la historia y el pasado, con los muertos y los que todavía estamos vas a seguir siendo como dice Gary “la única ciudad para nacer y para morir”.
La que añoro y memoro tanto, que estando lejos hace que todavía me cite en los bares de mi barrio.
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