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viernes, 25 de junio de 2010
John F. Deane, Lejano País
versión Esteban Moore
Lejano país
1.
Nos contó — a Pushkin, Tolstoi, Gogol;
fuimos tártaros y cosacos, yo: Taras Bulba
al frente de hordas de guerreros con enormes bigotes
cabalgando las planicies, desaguaderos y montículos,
mis pantalones cortos, anchos como el mar Negro.
Bunnacurry la Ucrania
el río Stoney el Dnieper.
2.
Yo observaba sus pasos sobre el piso de mosaicos de la cocina,
las manos en los bolsillos, mirando hacia abajo;
él estaba atravesando las estepas de su imaginación,
su país albo, la inmensidad de las blancas tierras,
praderas brillantes, salones de baile, los siervos,
el poeta, batiéndose a duelo, al amanecer,
de pie bajo la red de sombra de las hojas,
la vela de sebo en su candelabro de cobre
trágicamente apagada.
3.
Durante años desempeñó sus tareas en una mesa rústica
cubierta de expedientes y documentos
mientras gentes acosadas, de manos encallecidas, ancianos,
acudían a él con formularios;
algunas veces sostenía una barra de lacre a la llama del fósforo
y observaba como caía pesada la gran gota de sangre.
Sus ojos glaseados por el polvo,
las largas piernas recogidas.
4.
Juntos descendimos sobre el asfalto de la pista,
él guardaba silencio, suplicante,
al fin en casa, llegar, apoyar la punta del pie, sostenerse
como Dédalo después de su aventurado vuelo;
anciano ahora, y lento, él trasponía
las corredizas puertas de vidrio de sus sueños,
sufriendo en los largos pasillos de la aduana la demora en el control de los pasaportes,
las preguntas acerca de las divisas, las pruebas de su identidad,
de que él era realmente quien pensaba que era y no otro.
5.
De día fuimos turistas, en un ómnibus para turistas,
observamos las glorias mecánicas de la Revolución.
Durante horas hicimos cola para poder ver al santo,
arrastrando despacio nuestros pies, como convictos,
rodeados por la formación de guardias armados;
descendimos, fuera de los alcances del sol, a una cripta,
donde yace Lenín, conservado, bajo el cristal, sus planes
para la reconstrucción del mundo congelados en su cabeza;
la habitación de un hombre muerto
pero no podrás tocar sus manos enlazadas
o colocar tus labios sobre la frente de alabastro.
Mi padre guardaba silencio, implorando; durante la noche
dio vueltas en la cama, escuche el ruido, emitió pequeños,
dolorosos, lamentos animales.
6.
Finalmente al amanecer en el aeropuerto
lo vi sentado, radiante,
bajo las iluminadas arañas de las palabras rusas
conversando con un viejo funcionario en su escritorio
que dejaba caer la sangre del lacre sobre formularios amarillos;
hablaron del tiempo, el tránsito, la nieve,
de Pushkin, Tolstoy, Gogol
de los palacios de verano y de invierno
que aún se mantienen erectos
y brillan como tortas de cumpleaños en su país albo.
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