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sábado, 26 de junio de 2010

Raymond Carver: poemas.

















Versiones, Esteban Moore.




Los desnudos de Bonnard


Su esposa.

Durante cuarenta años su modelo.

Él la pintó una y otra vez. El desnudo

de su último cuadro, es el mismo desnudo joven

del primer cuadro. Su esposa.

Él la recordaba joven. Los tiempos

en que ella era joven. Su esposa, en la bañadera,

en el tocador frente al espejo. Sin ropas.

Su esposa cubriéndose con las manos

los pechos duros, mirando hacia el jardín,

donde los rayos del sol desparraman

tibieza y color.

Todas las especies vivientes floreciendo.

Ella joven y temerosa y excesivamente deseable

en su desnudez. Cuando ella murió,

él continuó pintando un poco más.

Fueron algunos paisajes, luego se murió.

Lo enterraron junto a ella.

Su joven esposa.



Pasando el tiempo



Hace un momento observé el interior de la

/habitación,

vi mi silla en su lugar, cerca de la ventana;

el libro que debería leer, abierto sobre la mesa.

En el cenicero que dejé apoyado

sobre el marco de la ventana entreabierta

se consume muy lentamente un cigarrillo.

¡Haragán! ¡Simulador! aulló mi tío,

hace años, muchos, muchos años. Tenía toda la

/razón.

Hoy como todos los días he reservado

el tiempo necesario para no hacer nada

de nada.



El lugar donde vivían


Ese día visitó varios lugares,

caminó dentro de su propio pasado.

A las patadas, atravesó

memorias que se le amontonaban.

Miró a través de ventana

que ya habían dejado de pertenecerle.

Trabajo, pobreza, pequeños engaños.

En esos días todos vivían a fuerza de voluntad,

decididos a convertirse en seres invencibles.

Sentían que durante mucho tiempo

nada ni nadie podría detenerlos.

En la pieza del motel

esa noche, en la primeras horas de la madrugada,

corrió las cortinas. Perdió la mirada

en las nubes que ocultaban la luna.

Se apoyó en el marco de la ventana.

El aire frío atravesó los cristales

y le apretó el corazón con su mano helada.

Te amé, te quise bien, pensó.

Esto pensó un minuto antes de dejar de quererla.



El minué


Mañanas que brillan.

Días en los que tengo tantos deseos

que no quiero nada en absoluto.

Sólo esta vida, sólo eso.

Sin embargo, no quiero que visitas inoportunas

me interrumpan.

Si alguien ha de golpear a mi puerta,

quiero que sea ella.

La que usa zapatos

con diamantes en forma de estrellas

en las puntas.

La chica que vi bailar el minué.

Esa danza antigua.

El minué. Ella lo bailó,

como se debe bailar.

Y como ella quiere bailarlo.


La telaraña


Hace unos minutos salí a la galería.

Desde ahí podía ver y oír el agua,

y todo lo que me ha venido sucediendo

durante estos años.

Hacía mucho calor y todo estaba muy tranquilo.

La marea se había retirado.

Los pájaros ya no cantaban.

Apoyé la espalda en una columna del alero, y

al realizar este movimiento

mi frente rozó una telaraña

que se enredó en mi pelo.

Di media vuelta,

entré nuevamente en la casa.

Sé que nadie podrá culparme

de haber tomado esta decisión.

Toso seguía muy quieto y caluroso.

No soplaba ni una leve brisa.

El mar era un espejo de acero silencioso.

Me saqué

la telaraña del pelo

y la colgué de la pantalla de la lámpara.

Ahora cuando mi aliento la toca

tiembla suavemente. Un tejido,

complejo, intrincado. Flotando en la turbulencia

de mi aliento tibio.

Pienso...

No ha de pasar mucho tiempo antes de que alguien

comprenda que he abandonado este lugar.


Madera de balsa


Mi viejo parado frente a la cocina sostiene

sobre la hornalla encendida una sartén

en la que prepara un revuelto de huevos y seso.

Yo me pregunto: ¿Quién tiene hambre esta mañana?

En un día como el de hoy siento en mi cuerpo

la porosa fragilidad de la madera de balsa.

Las palabras flotan en el aire. Algo ha sido dicho.

Mamita lo dijo. ¿Qué es lo que dijo?

Algo, estoy seguro, relacionado con el dinero.

Quiero ayudarlos. Lo haré si no desayuno.

Mi viejo le da la espalda a la cocina oxidada.

Grita: “estoy en un pozo”,

vuelve a gritar: “no me hundas más”.

La luz se filtra a través de la ventana.

Alguien llora.

Lo único que puedo recordar es el olor intenso

del seso y los huevos quemados en la sartén.

La mañana entera mezclada con otros desechos

es arrojada al tacho de la basura.

Minutos más tarde salimos en el auto hacia la quema,

un viaje de unos 15 km., no nos hablamos en el

/trayecto.

En los montículos, oscuros, malolientes,

tiramos nuestras bolsas y cajas de basura.

Las ratas chillan, emiten cortos silbidos,

se mueven arrastrando el vientre hinchado

entre los restos de los desperdicios putrefactos.

Volvemos al auto y observamos el fuego, las llamas,

el humo espeso que se adhiere a los charcos negros.

El motor del auto sigue funcionando.

Huelo el aroma del cemento para pegar avioncitos

que ha quedado adherido a la punta de mis dedos.

Él me observa cuando acerco los dedos a mi nariz.

Después mira hacia otro lado, mira hacia el pueblo.

Quiere decir algo pero no puede.

Está a un millón de km. de distancia.

Los dos estamos muy lejos, y alguien sigue llorando.

En ese momento yo empecé a comprender

cómo es posible estar en un sitio y en otro lugar

/también.



1 comentario:

  1. !por dios!cuanto hay de mi vida en la poesía de carver,cuanto talento

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