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sábado, 31 de julio de 2010

Luis Benítez, poemas.




















Un nombre trabaja mientras cae la nieve



Entre unos cobertizos con pilas de basura en cada puerta

Armados de apuro por la fatiga del caballo y del brazo

Todavía tres días después de la derrota un ciego canta.

De pie sobre una montura que apenas lo eleva del suelo

En la pendiente entre los pinos canosos

Y el indiferente vociferar de los tendidos que piden

Su puchero y su vino y una ramera que vieron

Antes de llegar a Quíos un ciego canta

Al ritmo de su lira de madera.

Sentado en la penumbra su criado deja el ojo asustado

Volar por los rostros cuando los alumbra el fuego

No lo distrae vigilar las mulas sino el cálculo

De la moneda de bronce que el oficial cansado

Le dejará en la mano cuando el ciego calle

Y él recorra los fogones con el sombrero en la mano

Y una sola palabra en la boca: “Caballeros…”

Alguien sale de su tienda remendada absorto

Camina dos pasos y se queda mirando al ciego

Y no ve nada por el peso de una decisión

Que le concierne y no ha tomado.

Una decisión que nada tiene que ver

Con las batallas. Alguien orina y se ríe

Contra un árbol. Otro borracho se calza

El casco de bayas crines de caballo

Aúlla un juramento horrible y se desploma

entre los camaradas de corazón fraterno.

Alguien busca en la radio no sabe qué ni dónde encontrarlo.

Sólo produce una voz multicolor

Sin partes pero su afán es largo.

El ciego tiene un traje nuevo y una voz ya entonces

Ronca donde se quedó el invierno. Hace una pausa

Y bebe lo que le alcanza un interesado -el único-

En volver a escuchar cómo enloquece Ajax

O qué suerte le aguarda a Héctor como si el ciego

Fuera a cambiar el suceder ficticio

Más severo que el otro.

Aunque, ¿quién obliga a esa bella palabra caballo

A referirse a esa sombra plateada?

Entre el sonido y la bestia

Algo contento pasa.

En el derrotado y ruidoso campamento

Donde ya las brasas se consumen

Las brasas que a lo lejos semejan

El dibujo de un archipiélago

En los mares oscuros fulgurante

Mientras la nieve vuelve

Y las otras voces se apagan

En murmullos

Mientras la nieve vuelve

Un ciego canta cerca de su criado

Y de sus fardos y nadie

En la región sabe su nombre.

Un camino insuficiente será posible:

Dividir el mundo entre el ciego y alguien.

“Cantá, odiosa, la cólera de Aquiles.

Bueno, desde entonces sólo amo dos cosas:

Los enigmas, las paradojas y los juegos de palabras,

Donde la palabra cazador aguarda inmemorial

El imposible paso de la palabra ciervo

Por el laberinto de la palabra diccionario

Para manchar de repetidas palabras sangre

La palabra verde. Queda claro mortales

Que yo no me visto para los otros

Sino solamente para mí.”



Underground New York


Arriba sopla el cannabis

El viento de la ciudad entre los que hablan solos

Y aquí abajo los trenes brillan y van y vienen

Por el cribado laberinto. La mujer negra borracha sola

A medias incorporada sobre el banco de la estación Lexinton

Le explica interminablemente al prudente policía

-Oigo apenas entre el bosque de sombreros que sonríen

Las blancas manos que aprietan sus carteras

Los impávidos latinos que como yo

Son bárbaros en la farsa de Roma-

Los detalles de una muerte –es su esposo un niño o su trabajo-

Que la llevaron al abandono de la recta vertical de su cuerpo larguísimo

Al charco que bajo el banco de la culpable se derrama. Al abandono.

Entonces la pequeña japonesa

-Dónde dejó la vitrina minúscula de su caja de música

El tu-tu absurdo como la envoltura de un bombón

A mitad de camino entre los agujeros de las medias de baile

Y la cara de la loca-

Hizo un rotundo croisse

Burlando con su pelo amarillo

Las mandíbulas verticales

Clavada en puntas de pie sobre el piso en movimiento

Un lago de los cisnes a toda carrera

Bajo el piso nevado de Manhattan.

Luego el vaso blanco de su delicado y dignísimo gesto

Entre saltos y reverencias y miradas a otra parte

Sin abandonar el otro lado desde donde no nos miraba.

Dónde estaba la pequeña japonesa

En qué salón de luces y de aplausos

Cuando en medio del vagón inclinó el tronco y la cabeza

Y extendió las manos de uñas despintadas

La boca torcida por su risa demente.

En el fondo del vaso sola como su alma la moneda.



La suerte del amor en la posmodernidad


Alguien dijo que nada queda de distinguido en este mundo

Salvo el hábito de la cacería de osos polares

En el verano ártico. Aunque parezca obscena,

Es una actividad ejecutada seriamente:

Familias enteras viven de este afán de conservar

Algo distinto, inmaculado todavía.

Hay hombres serios cada primavera calculando

Que con lo que dé el verano enviarán en invierno

A sus hijos a la escuela. Sucede en tierras tristes:

Kholokohak, Furstboro, Saint Felicien

Son algunos de esos lugares donde,

A medida que se retiran los mosquitos

Y la niebla cede, tienden la vista a lo lejos

O acechan el teléfono, atentos

A la agencia que solicitará sus servicios.

Dos meses después, cuando todo haya sido concertado,

La aurora boreal hará iridiscente el paisaje cubierto

De nieve sucia mezclada con barro y ramas,

Grandes montones peligrosos por donde

Estos hombres graves fumarán sus Marlboro

Guiando pausadamente al extraño al mismo sitio,

Al mismo oso muerto el verano anterior.

Luego las fotos, los mesurados festejos,

La alegría que tiene que haber en ese momento.

La alegría es un deber como cualquier otro.

Cualquiera sabe que la ballena azul

Es el más grande animal que jamás haya existido

Y que no se conoce actualmente su número,

Aunque se estima que quedan demasiado pocas

Para el decoro del planeta.

Un animal tan enorme debe ser, asimismo, conservado.

Los sonares y electrodos de la base de estudios de la vida marina en Maryland

Han detectado un nuevo sonido emitido por las grandes azules:

Es como un aullido asqueroso, un chillido de miles de ratones

Encerrados en las bocas de estas bestias, donde pueden

estacionarse cómodamente algunos automóviles.

Achicharra los nervios escuchar ese sonido.

Hace veinte años no existía.

Pero los códigos sólo se conservan desde entonces.

Se dice que son tan pocas, que han desarrollado

Ese sonido especial para llamar al imposible otro

De su especie. Es el deseo, que busca su eficiencia.

Que a veces, pasan su vida entera recorriendo

Los siete o más mares que hay buscando, buscando.

Finalmente mueren emitiendo ese sonido,

Cada vez más débilmente, hasta que cesa del todo

Y unas decenas de toneladas de carne se depositan

En el légamo del fondo del sueño.

Una remesa nueva y silenciosa, al cabo de un tiempo

-fácilmente calculable- trocada en alguna capa más

de grano fino que engrosa la cubierta.

También están el tipo la tipa que descubren en la carroña

Que les ha tocado en suerte muy buenas cualidades:

La nobleza es una cuestión de la imaginación. Hace la vida

Más llevadera desde el desayuno hasta la cena.

Luego, lamentablemente, se sueña toda la noche con lombrices,

Grandes lombrices anilladas que te comen las articulaciones lentamente.

Tienen todo el tiempo de este mundo.

Pero ella/él son lo mejor que nos podía haber pasado.

Mirá si no todavía fresca esa gotita de sangre,

Esa gotita, que es todo lo que queda aquí, a la vuelta,

Del desgraciado/la desgraciada que se había animado

A vivir sólo consigo. Entiéndase: a solas con todo Eso.

Claveteando la puerta infatigablemente, arrimando muebles,

Poniéndole toda suerte de obstáculos, hasta comprender

Que es el monstruo mismo quien nos alcanza los clavos.

Desgraciadamente son la gente

Más romántica de este mundo: Sufren todavía más,

Dulces transformaciones del hombre y la mujer,

Obligadas a salvarse de la locura por el trasvestido salvavidas,

Adán con portaligas, eva con bigotes, representando

Incansablemente, dulcemente, áridamente,

A los últimos héroes de la sexualidad.

No son ciertamente ninguna alternativa.

Ya tampoco tienen ninguna novedad.

Hay una rutina, siempre

en lo humano hay una rutina.

¿Y qué hay de los vampiros, el don juan tirapedos,

la chica del adiós sin caspa sobre las tetas mayúsculas,

torneada a la lentejuela sobre la barra? Nadie

en su sano juicio tomaría eso en serio.

Pero bien pensando, ya no queda nadie

En su sano juicio en este fin de siglo.

Hasta esas reminiscencias son posibles.

Claro que habría antes que proyectar una película o dos,

Poner música, no sé, crear un clima que se hiciera

A sí mismo sostenible. Pocas cosas dependen

Tanto del ambiente. Habría que andar siempre

Con toda esa escenografía al hombro,

Y eso es trabajo duro, pesado alquilar tantos camiones.

Definitivamente otra cosa que no sirve.

Existe también la cuestión del presupuesto.

La hora exacta, los extras preparados, las luces, los diálogos casi,

Casi naturales, esa mesa blanca, el florerito, la curva del gabán exacta,

Exacta. Aquí el amor es cuestión de exactitud. Hay matemáticas.

Impensable el tema de los hijos que desayunan y vuelven luego

De la escuela, el pijama a rayas, esas madres contentas, los primos,

Las tías, los abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, toda la colección

De cretinos en “un largo viaje hacia el final de la noche”, oh Céline,

Confundidos en un inaudible aplauso que es el de toda la especie.

Lo de la simulación es otro tema, todo sería más fácil si fuera posible,

De alguna real, definitiva manera, someter al otro.

Si nos creyera, si no se retorciera de risa cuando lo dejamos solo,

Creyendo que creímos que creía. Porque detrás del ojo brilla

Siempre esa luz fatídica, ese jugar a los dados solamente

Porque todas sus facetas están en blanco.

El amor, esa Cosa, esa porquería que insiste.



Luis Benítez: Buenos Aires, 1956) Poeta, narrador, ensayista y dramaturgo. Ha dado a

conocer 24 libros en Argentina, Chile, España, Estados Unidos,México, Uruguay y

Venezuela. Pertenece a la generación de los 80, de la cual es considerado uno de sus

exponentes más destacados.