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sábado, 21 de agosto de 2010

Juan Diego Tamayo, De oficios y esencias.

Juan Diego Tamayo




















DE LA POSESIÓN

No admito que nadie tenga lo que yo no tengo. Siempre he querido poseerlo todo. Me he querido quedar con todo lo de todos. Las riquezas todas son mías. Mías todas las joyas. Mía la piedra de la corona. Mía la fortuna y los caudales de oro que habitan en el orbe. Son mías las prendas de los otros. Mías hasta sus miserias y llantos. Lo quiero todo. Lo busco todo sin importar la finalidad ni los medios. Todo tiene que ser mío. Mío el tiempo y sus vicisitudes. Mía la música y sus calmas. Mía la angustia y su metafísica consumada. Mía es la noche y sus vientos de presagio. Mía la soledad y sus palomas ignoradas. Mía la rosa y sus espinas felizmente clavadas en mis ojos porque la belleza del dolor también tiene que ser mía. Las dudas se acuestan a mi lado para que les pertenezca. Las mañanas y sus auroras de rocío plácido llegan a mí y me hacen su dueño y señor. Lo tengo todo. Y mis palabras son el baúl donde guardo todo lo que me pertenece. No busquen la llave. Nunca la tendrán. También las llaves son mías. Como son mías las hojas de todos los bosques. Como mía es el agua y sus contornos. Como mío es el cielo con sus diamantes estelares. No busquen lo que no les pertenece. No intenten llegar a lo que es mío. No sé si por derecho propio o no. Lo cierto es que me pertenece. Lo poseo todo y quiero aún más poseerlo todo. No importa si es bello o feo. Eso no está en mis valoraciones. Porque mía es tanto la llaga del mendigo como el dejo de la zozobra. Mío es el vino en la reunión y mía la llama del candelabro que deja crecer sus barbas hasta la consumación. Mías las monedas de todos los imperios. El oro del sol en brazos de los árboles. La tristeza anegada de las trompetas mía es. Y el pensamiento lúcido y abyecto que han trazado los siglos. La espada de sangre y la tinta de amores las guardo en mí como una súplica tardía. Todo me pertenece: el granizo de la tormenta, el hacha del verdugo, la sangre de las rosas. Sobre castillos de azúcar levanto mi reino de las posesiones. Digo a todos que todo me pertenece. La miel del olvido, la caricia de los amantes en los puertos, la neblina de la incertidumbre, las palabras que flamean como flores en el horizonte. Esto, todo, también es mío. Mío hasta este adiós que borra el aire…

DE LA TEJEDORA

Mientras tejo, canto. Mi vida ha sido tejer a cada hora y a cada instante. He tejido el follaje de los bosques en las noches más sombrías y caóticas. He tejido la gracia de las olas y en sus crespones me he demorado más que una mala sentencia. He tejido palabras que refulgen como diamantes de ignotas bailarinas. Mi vida ha sido tejer. Y mientras tejo canto la dicha y la desventura de los hombres. Canto el nacimiento de las cosas: del agua, de las piedras, del fuego que en su crepitar me acompaña haciéndome coro. Canto para no olvidar el porqué de las cosas. Y mientras canto tejo y destejo el rumbo de los marinos, los avatares de los guerreros, la penumbra que palpa el ciego. Mis manos se llenan de hilos multicolores para tejer el arco iris. Mis manos se enredan en la trama de los días que viene con su luz de primavera. Y cuán difícil es tejer la lluvia, la que así mismo repite mis canciones que arrullan hasta alcanzar el más plácido de los sueños. Hilo y urdo la trama finísima. Represento historias sobre la tela. Admirable es mi arte como admirable mi canto. De mi telar cuelga la aurora y sus colores que agradarán la mirada de los hombres. Esta noche mientras canto como el murmullo del arroyo espero terminar de tejer una estrella. El cielo no admite los vacíos. Mientras canto bordo los amores de los dioses y de los hombres. Represento la trama humana y divina y por entre mis manos la celebración de la ventura y sus desgracias. Tan arduo me ha sido tejer la sangre de las batallas como los besos de los enamorados. Soy la tejedora. La que con sus hilos urde la trama de la vida. Y mientras canto tejo y destejo el silencio de la incertidumbre. Hilo palabras que como ramas crecen hasta el más allá. Cuán grato me ha sido tejer la ceniza, el canto de las aves, una hoja temblando en la tarde solitaria. Cuán grato que mis hilos aviven el resplandor del mar en la tarde. Hilvano ahora mis recuerdos. Bordo la memoria de mi ser. Mientras tejo, canto. Soy la tejedora. La filigrana del mundo. Espero no dar nunca la puntada final.

DEL ACTOR

Tengo todos los nombres y ninguno. Cada gesto mío es el reflejo del otro que no se sabe. Represento el trasegar incierto de los hombres y su paso por el mundo. Me muevo en los tinglados del drama y de los sueños. Quienes me ven, unas veces ríen y otras lloran. Soy el fiel reflejo de lo que viven y de lo que pasa por sus mentes. Sobre el tablado del mundo dejo caer la furia de un dios, las dudas de un hombre o la ciega sabiduría del destino. Mi vida ha sido descubrir y representar la esencia del hombre. En su metafísica y en su absurdo. Represento la conciencia del mal, del dolor, del amor, del poder. Me he adentrado en los recodos más abyectos del ser. Mi espada ha sangrado con decoro. He bebido la pócima del amor interrumpido. He llevado con orgullo la corona del poder efímero y terrible.

Ya pronto saldré a escena. Me espera ser el actor de mi propia tragedia. Me representaré como lo he hecho tantas veces con otros personajes. Igual no importa. También he sido el arlequín de las fiestas. El idiota que cuenta la historia del mundo. El infame geómetra que abandona el amor por encontrar la cuadratura del círculo. Pronto saldré al tablado. ¿Moriré en el primer acto? ¿Seré el odiado por el público? ¿El admirado por la vivaz multitud que hoy viene a verme? He sido todos los hombres y ninguno. Lo repito. Ya saldré a escena. Afuera un público incierto me espera con su mirada inquisidora. Pronto me quitaré la máscara. No sabré quien soy.

DEL JUGADOR

No me canso de tirar los dados de la vida. A cada golpe puede resultar la ventura o el infortunio. Mi vida ha sido enaltecer el azar. Me veo en la baraja de los días buscando lo que sin certeza se me ha perdido: desesperanza, angustia, desconsuelo. Pero también un inconmensurable deseo de que por fin el azar sea generoso conmigo y pueda así alcanzar lo que he perdido en tantas y tantas horas en las que tiento las probabilidades.

Me digo que he pasado las horas arañando el infortunio. He visto hombres salir de este lugar sin nada. Han perdido hasta su nombre. Y el pasado ni siquiera lo pueden recuperar. He visto seres asustados porque la suerte los ha abrazado y a quien abraza la suerte, también lo asalta la desgracia. Perdidos caen como un tronco viejo y seco en la locura. Caen para no volver a tener nombre. Para no volver a tener nada. Sólo el silencio y el camino incierto que se ilumina con el amanecer. Pero yo he perdido y he ganado. Y esto lo he sentido también con el amor. El mismo que me rompió el cristal de las ilusiones. El mismo que me partió el corazón de la baraja incierta y despiadada con el olvido y el adiós. Así mi vida cae como estos dados. Se agita como la baraja de esta vida mi vida. Sin que sepa ya nada de nadie. Sin que pueda volver a ver el sol. Sólo con el frío de la noche tentando sin clemencia al azar. Tentando una y otra vez la ruina, la desgracia, la ambición. Dejándome llevar por el humo de los números. Por la sangre turbia de las cifras. Por la impaciencia del triunfo o la desgracia gélida y repentina.

Así pasan mis días. En la penumbra de la suerte. En la incertidumbre del azar. En el orden aleatorio de las fuerzas del destino. Así mi vida cae como estos dados que buscan el golpe de gracia que me separará de la vida misma. La suerte está echada.

DEL OLVIDADO

Soy el olvidado. Aquel a quien ya nadie nombra. Aquel que está en el rincón del tiempo buscando una palabra cercana. Buscando con quien hablar fugaz o interminablemente. Pero ya nadie me llama. Todos me han olvidado. Ya los olvido poco a poco a todos. Estoy en el ostracismo. No sé porqué me olvidaron. Ya lo olvidé. Me dejaron sólo con mis vocablos de primavera. A cada hora trato de recordar las facciones de quienes me rodearon. Rostros fuertes como robles. Rostros suaves como la seda del imperio. Nada ni nadie volvió a llamarme. Ya estoy en este rincón mirando el mundo y sus calamidades. Mirando el mundo como quien pone el ojo en un calidoscopio. Todo cambia. Menos yo: el olvidado. El dejado en la crin de la soledad. Mascullando palabras insensatas. Escupiendo silencios de grima. Sé que fueron otros tiempos en los que célebre fui. Tuve un nombre. Tuve un sitio. Tuve lo que tenía que tener. A mí llegaron todos. A mí todos me buscaron como si fuera la salvación para sus almas. Ofrecí el pan a los hambrientos. Di a beber el vino en la fiesta de mis aniversarios. Entonaron todos los cánticos de la celebración eterna. Ofrecí cenas majestuosas acompañadas de danzarinas traídas de pueblos remotos y milenarios. Arlequines hicieron sus taumaturgias para mis anfitriones. Mujeres de cabellos rubios tocaron el arpa hasta el amanecer como si acariciaran la bruma. Ofrecí regalos: joyas, monedas acuñadas con mi rostro, jarrones decorados… Todo lo ofrecí a sabiendas de lo efímero que es la vida y de la contundencia que viene con el tiempo. Pero ya olvidé la noche o el día en que todos partieron. Ya olvidé ese momento de la misma forma como olvidé que alguna vez hice gala de la riqueza, de la bondad y de la alegría. Ahora, sentado en este rincón, sólo hablo conmigo y me digo que también me olvido.

DEL RELOJERO

Doy cuerda a los relojes del mundo. El tiempo me tiene envuelto en su sonido de eternidad. Cuándo llegará mi hora. Lo he preguntado una y otra vez. Desde el primer momento en que di rumbo a las horas, las que para unos han sido lúgubres, las que para otros han representado una manera de sentirse eternos. Voy dando cuerda a los relojes del mundo. Y todos me miran con desconcierto. Detenidamente se quedan mirándome como si fuera el verdugo o el salvador que desde esa pequeña maquinaria recuerda a todos la brevedad de su paso por estas tierras agrietadas.

Nunca me he preguntado si he sido justo o no. Tampoco tendría por qué hacerlo. No encuentro nada más justo que el tiempo. Nunca me he preguntado dónde está la ruptura de la continuidad que lo define. Esa es su esencia. El tiempo con sus barbas largas, larguísimas, no se hace preguntas. Sólo fluye. Hila sus frases de piedra sutil mientras los demás hombres aceitan su maquinaria danzante. Todos van de prisa. De un lado a otro los veo a todos moverse presurosos queriendo alcanzar lo inalcanzable: acaso un mendrugo de eternidad; acaso un poco del pasado mismo que los arrastra hacia un final inconquistable.

Nada me separa del pasado, del futuro o del presente. Estoy, lo sé, en un mismo punto cumpliendo la función asignada: dar cuerda a los relojes del mundo. Por lo que no me atraso. Por lo que no me adelanto. Estoy en la hora fijada. Siempre estoy fijando la hora. Siempre estoy en el centro mismo del tiempo. Dando cuerda a los relojes y recordándoles a todos que él es el único que no se detiene. Que fluye. Que fluye. Que fluye. Acuérdate, acuérdate, acuérdate: él es tu único amo, dueño y señor. Y yo seguiré moviendo su maquinaria hasta que me llegue mi hora.

DEL MÚSICO

Me tocó en gracia la música. Agito las cuerdas de mi violín para que la tristeza tenga un lugar en el viento. Voy de un lado a otro tañendo el instrumento que me regala la compañía del tiempo. Horas, días, eternidades en las que me entrego al sonido en todas las formas y manifestaciones. Días en que paso la mano por el piano, como acariciando las perlas que penden del cuello de la amada. Días en que la trompeta está sonando como si titilara una estrella. Días en los que mi mano toca las cuerdas de la guitarra con la misma suavidad con que se separa el agua. Otras veces me detengo a escuchar los timbales de una vieja sinfonía y los escucho retumbar como un dios que se despierta para continuar su labor. De cuando en vez escucho la caída del agua y siento los resplandores plácidos de una palabra que se acerca al silencio. De las flores entiendo su música de colores y festivos vaivenes. Un torrente de música soy. En gracia me tocó ser músico. Me tocó entender las melodías de las tardes, la armonía de la piedra cayendo al agua. También disfruto del ruido de las calles y sus avenidas. El ruido de los carros. Los pitos que me recuerdan las urgencias sin nombre. Escucho los murmullos de las personas en los parques. Murmullos que parecen hablar con las palomas en un secreto lenguaje de maíz y soledad. Escucho el giro agónico de los columpios en los parques. La gritería infantil que parece espantada por un payaso de pesadilla. Absorto escucho los campanarios que parecen siempre evocar como el tiempo todas las muertes. Nada sé del silencio. En mí y afuera todo suena. La sangre de mis venas suena como el mar enfurecido en la tormenta. Mis entrañas suenan como la caída del polen. A todo sonido me entrego esperando descubrir la armonía secreta que inunda el universo. Todo lo toco para escucharlo con la emoción de quien descubre su imagen tras los espejos. Todo lo escucho. Todo en mí suena. Mientras tanto voy silbando la síncopa de mi vida y templando las cuerdas del destino.

DEL PEREGRINO

Perdí mi lugar el día en el que los muertos se metieron en mis sueños y me mostraron el rigor de la pesadilla. Desde entonces voy de un lado para otro. Tengo un pie en el día y otro en la noche. He trasegado por lugares insospechados. Sólo sé decir la palabra adiós en todas las leguas. He visitado mares furiosos con sus olas de monstruos. He dormido al arrullo de los arreboles. Me he arropado con el rocío. Calles y calles he recorrido en donde misteriosamente llueve. Voy por el mundo como un viento que en secreto decide fatigas y temblores. En cada paso borro las huellas. En cada paso deshago el pasado. Dejo infortunios, alegrías, clamores. He respirado todos los aires. Desde lo pútrido hasta las más exquisitas fragancias. Perfumes de amor que mi memoria evoca en una sonrisa. He visitado lupanares. Cantinas sórdidas llenas de humo y enrevesadas conversaciones. He llegado a puertos misteriosos donde hombres bañados en salitre levantan las redes de la espera. He mordido la fruta amarga del sueño. He acariciado el duro sereno del amanecer. Voy de un lado para otro. Siembro olvido y recojo esperas. La vida me regala sus pelusas inciertas de poder volver al lugar que me pertenece. Habito horas de espera en las que nadie llega. Habito recuerdos amargos. Habito la dulzura de poder volverte a ver. Habito las encrucijadas de la noche. Los ruidos del viento que me arrullan y me acechan. A nadie digo mi nombre porque no lo tengo. He perdido la esperanza y sólo me resta escupir en la piedra del olvido. Nunca fui. Nunca nadie por mí preguntó. Voy de un lado a otro. Perdido. Incierto entre las multitudes que mueren súbitas como el soplo del olvido. Así también soy el olvidado, el signo de una palabra errante y tosca unas veces, y otras tantas, alegre. Voy por el mundo deshaciendo los humos de la nostalgia y sembrando dudas e incertidumbres. A nadie llamo. Nadie me llama. Estoy en el rincón más austero de las presencias. Apenas puedo llevar mi cuerpo que tengo pegado al camino. Todos las puertas para mí están abiertas. Todas y ninguna. Desde todas las ventanas me veo pasar. De todos los balcones cuelga mi nostalgia. Reclino mi cabeza en el vacío de los tiempos. He escrito con mis pasos el libro de mis viajes. He cifrado la soledad y la compañía. La incertidumbre y el rencor. Ya pronto llegaré a mi destino. Las horas fijan su blanco. Me río en el lecho del olvidado.

DEL ESCRIBA

Mientras escribo me escribo. Soy el que ha gastado horas eternas con la tinta de la noche para dejar en el papel del día la memoria de los hombres. He escrito sobre el desierto y cada punto final es un grano del mismo. Líquidas han sido las letras que del mar hablan y de angustia cada vocablo cuando del olvido se trata. Algunas veces soy la grafía distante que juzga. Otras, la letra que enaltece el amor. Casi nunca la que al hablar de lo justo se trata. En mí están todos los alfabetos y he ensayado horas enteras complejas caligrafías que me traen de incógnitos pueblos. Con sangre he escrito sobre cruentas batallas. He celebrado el triunfo de la muerte. He celebrado con la savia de los árboles de primavera la consagración de la vida. Soy la grafía estelar. La grafía de tantos y tantos tiempos que ya en ella me pierdo. He escrito epístolas de dolor, de rechazo, de sentencias. La más de las veces mi mano tiembla. En algunos momentos mi mano se solaza con lo que escribo y me siento como si acariciara una paloma perdida. He dado orden a obtusos pensamientos. He reordenado los astros y sus movimientos. He asistido a la asamblea donde hombres confabulan contra otros por el poder. La muerte me dicta también sus arbitrios. Oficiante de antiguos alfabetos soy en esta habitación en penumbra. Sólo el candelabro me acompaña y con su luz escribo un horizonte mejor para las generaciones futuras. Escribo ahora, poseso de las sílabas, escribo sobre la piedra del sacrificio. Así la escritura. La letra que me acompaña pule mi sangre como si de un diamante se tratara. Escribo con sangre, con la misma que he visto correr, como ríos de tinta, en las batallas, con la misma sangre que le he arrebatado al ocaso malva, con la misma con la que pondré punto final a estos folios con los que escribo mi vida.


Juan Diego Tamayo Ochoa. Medellín, 1968. Licenciado en Lingüística y Literatura (U. P. B). Magíster en Filología Hispánica. (Instituto de la Lengua Española de Madrid)Ha publicado el libro de poemas: “Los Elementos Perdidos” ( Poemas. 1986- 1998). Cofundador del Festival Internacional de Poesía de Medellín. Ha sido invitado a diferentes Festivales Internacionales de Poesía. Ha realizado diversos talleres de Poesía y apreciación Poética. Poemas suyos han aparecido en las revistas especializadas de poesía: Prometeo, Misterio Eleusino, Imago, Punto Seguido, Isla de Barataria…Tiene inéditos los libros de poesía: Palabra Espejo. Trazas del Bosque. A una Ciudad.