Alejandro Carrizo |
1.
johann sebastian me da un empujón (no
encuentro los anteojos. alguien que huye
quiere voltear la puerta (lo invito a la cocina
le ofrezco un vino empezado y le pido que se calme:
el perro del vecino sigue sin alcanzar la luna.
su saco echa humo aún (por favor, los vecinos
parece balbucear el nombre de un amor antiguo
por sus ojos desesperados camina una palabra muda
corro, pero la pierdo en la multitud
otra vez el hígado –pienso– aunque la mesa ya
ha comenzado a tomar su forma natural
debo volver a mis huesos antes de que empiece
a llover en los espejos (marcela, la violonchelista
no da señales de vida y eso puede confundir a
cualquiera. a esta altura bach se ha llevado al
desesperado a buscar un barcito abierto en
la terminal (la ventana sigue fiel y
empecinada
la ciudad es un rinoceronte dormido
que puedo acariciar con toda mi desnudez
2.
al espejo que no trabaja le crecen
pescaditos de colores (le arde el tajo
del hueco en la piel del diablo. lo dice
la radio: al preso de un viejo amor le
florecen trenes en la mirada que no
harán con la lluvia. que no sabrán qué
¿adónde se ahogaron aquellos rostros?
mariposa de las ciudades
náufraga de mí
no hay lugar en la memoria de los
espejos donde supimos escribir
con el filo de un beso ese tango negro
cosido a la fuga de lo posible. cruzamos
los días sin comer poesía o
sin que la poesía nos coma a nosotros
¿podrá más la bestia? (parafraseando
al silencio: en la espalda de todo ocaso
hay campanas enterradas
(el oído en las vías
3.
no debería contarlo. pero este país
está hecho de traiciones. si miramos
fijo, los ríos suben la montaña. no
debería contarlo: antes de tomar la
pastilla, su madre le dijo “sé libre”, luego
la noche lustró sus armas con tordos agrios.
después de la tormenta nos amamos furiosamente
en cada ocaso (no debería
decir que en la cama era isadora duncan
bañándose con agua de violonchelo.
los trenes dejaron un olor a carne chamuscada
y el olvido picotea contra el vidrio.
no debería decir que hoy la crucé en el
puente, los ojos fijos en el piso, el pelo
sin viento. pero justo aquí llega un
ordenanza y me dice “es hora de cerrar,
hay que desalojar el poema”. justo ahora
que iba a gritar es síndrome de estocolmo
y este viernes no tuve tiempo de sacar la
basura, que la justicia es una tortuga que
aún no ha cruzado las vías. el hombre
cierra los ojos y mueve la cabeza. apagón
4.
don antonio fernández, el farmacéutico loco
que me enseñó a escribir, va a la cabeza,
con sus ochenta años y sus anteojos de sifón
parece un general de bonaparte.
lo siguen
las putas de san telmo y las del bajo de tucumán.
a los pungas del tren estrella del norte
los comandan chiva loca miranda y za-zá del pino.
por la izquierda avanza la compañía de monte con
una bandera que reza “la melancolía al poder”
pertrechados van con bandoneones y guitarras gastadas.
tenemos miedo –debemos admitirlo– pero esperamos
el apoyo de la fuerza aérea: el capitán paul celan asistido
por el contramaestre césar vallejo y todos sus jueves
de tormenta.
con todo viene también el ventrílocuo
richard smith y su muñeco pepito. la retaguardia
está cuidada por el loro quiroga y una troupe de actores
de la radionovela de las dos de la tarde.
en mi último bando he dado instrucciones precisas:
leer al ritmo de la marcha “el albatros” de baudelaire y
“el borracho” de joaquín castellanos (cuando escucho
la palabra hastío me llevo la mano a la cartuchera.
debemos ser cuidadosos. les tengo dicho al comandante
condorí y a su asistente alfaro que no se dejen confundir
por sutiles proyectos. nuestros espías boccanera y el
manicero de lavalle y alvear suelen emitir señales confusas
y mostrar signos de debilidad. también
hemos perdido a demuro en una paleta absurda.
sé que
nuestras tropas sufren de tango, de cierto discepolianismo
crónico, pero debemos estar atentos.
la fuerza enemiga
es sagaz: el lunar junto a su boca es una lluvia de balas
sus ojos de jaguar como vidrios rotos arrojados a la noche
pueden dejar paralizada íntegra a la quinta columna
(sé
que mis contingentes pueden capitular de golpe cuando
presientan la textura de su piel como un lago quieto donde
se baña la vía láctea
(pero debemos quebrar el cerco.
mis
tristes-tristes guerreros tienen el corazón y la voluntad
atados a mis designios, pueden beberse el orín y pasar
días sin respirar debajo del agua, pueden morder la roca y
no soltar palabra,
pero también sé que los inflama el hedonismo y los asfixia
la cadencia de sus manos cortando el aire
(la última vez
mis infernales volvieron encendidos en fiebre porque los
inundó el veneno implacable de su aroma
(sé que pueden
traicionarme como “la cicatriz” de borges con sólo verla
cruzar las piernas (también soy consciente de que sucumbirán
ante la saga de su sonrisa
(esa arma es imposible
por eso estoy aquí –gran perdedor– parado en la torre
del desierto de los tártaros.
sólo espero una misiva
del brigadier gelman y su banda municipal que me
señalen el caminito de la tarde.
quizá mi capitulación ya estaba escrita de antemano.
sé esperar.
un hilo de sangre ha comenzado a recorrer mis labios
y es dulce
dulce
dulce
5.
y aquí y ahora te nombro río para
que te hagas un vestido de espuma y
viento río nuevo que asombre a los
pájaros y subvierta la geografía
¿podrías hacerle el amor a los puentes?
¿harías dudar a los suicidas? ¿o rodear
con un collar de bruma el sueño de
los solitarios? ¿sentirías sobre tu vientre
las monedas arrojadas por jóvenes amantes?
¿soportarías la miel lenta y vacía de la
mirada de los pescadores? ¿y la caricia
sensual de las garzas en el ocaso?
para eso para que sientas el
aliento desesperado y absurdo de
un poeta que busca el mar de una
palabra que te contenga (sólo una
y luego tu cuerpo vuelto lluvia
libre
y sin orillas
6.
llevan un agujero en el bolsillo como
tarántula recorriéndoles la espalda un
poco de agua seca y dos tornillos de
repuesto para mirar por las grietas de
lo posible (se cuidan de la escandalosa
paciencia de los árboles y ríen
por debajo de los relojes aman sin
camisa y sin camisa trabajan en las
orillas del día con sus noches
y sus coches (rumbo al muere. yo
ofrezco recompensa: pago con un ramo
de perejil si encuentro uno me lo como
y me lo bebo me lo bebo y me lo como
–nicolásguillén– lo encierro en mi balcón y
doy vuelta la cara para incitar la fuga, claro:
si dicen a con un oído agudo se les pueden
ver los temblores ante los absurdos fundamentos
del mundo (ojos así tienen y
son pocos, saben que todo todo lo demás
es exilio: son
los hombres que no matan
Alejandro Carrizo (San salvador de Jujuy, 1959) Poeta. Ha dado a conocer los libros: “Pena por Manuel J. Castilla” (1982), “Vencedor de mariposas” (1985), “Elementos” (1987, premio Fondo Nacional de las Artes), “Fosa común” (1990), “La marca” (1999), “Rabdomancia” (2002), “Tren al ocaso” (2005), “Modulación” (2007) y “Tocata y fuga” (2010).