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jueves, 2 de febrero de 2012

John F. Deane: Poemas.




















Fugitivo

El viejo, en su bata bordada, de color ciruela madura,
está sentado en silencio, en su propio mundo; más allá
                                                        /de las altas ventanas
hay tulipanes de un encendido rojo sangre, narcisos
fúnebres, desordenados por el viento. El amor llega
tambaleándose a su alrededor; él permanece ausente,
                                                                /resuelto a partir,
me abandona a mitad de la oración, mis palabras
cada una de ellas, como pétalos, cayendo alrededor de mis pies.


Los emigrantes

Me desperté a una oscuridad
recargada y poco familiar; intuí
el rumor de la lluvia  pasando a la deriva,
las brisas previas al amanecer en los pinos;

mientras dormía ya todo había comenzado;
los crujidos de un carro,
el ritmo, lento, apagado, firme,
del golpe de cascos de un caballo;

soñé  a través de esos  tristes ruidos.
Y entonces los oí, estaban frente a nuestra puerta,
sus voces urgentes, susurrantes,
movimientos nerviosos contra la oscuridad;

el llanto de una mujer elevándose
en su dolor, como un animal herido
que se paraliza repentinamente y yo
estaba consciente del sonido del ómnibus

aproximándose, del trabajo de la caja de velocidades
para detenerse. Allí permaneció. Ronroneando.
Imaginé el baúl,  voluminoso y nuevo,
atado con sogas de pesca,

cómo lo alzaban sobre el techo del ómnibus
y lo cubrían con lona;
luego esos gestos y voces torpes,
avergonzados besos y palabras desbastadas

como terraplenes de arena batidos por la marea creciente,
y cómo el dolor era contenido, del mismo modo
en que aprietas la  palma de la mano sobre tu costado
para aliviar el sufrimiento. El ómnibus

arrancó, ruidosamente, moviéndose sobre el camino
hacia el silencio. Silencio. Luego los crujidos
de un carro y el mismo, lento, cansino ritmo
del golpe de cascos de un caballo.


Hermanos


Estamos muy cerca de que comience la tristeza.
Nacidos hermanos y mellizos. De los dos, uno
es agua
el otro cielo. La necesidad de orden. El amor
por el desorden. La música natural
de Abraham, Isaac y Esaú se transforman

en una cacofonía: Abraham, Isaac, Jacob.
Yo estaba trepado en las altas ramas de un pino
el día que él llego; mi tío, salido de esa fotografía
en el norte de África, 1942; seis hombres jóvenes en línea,
perfectos, los pies separados, las manos tomadas detrás
de sus espaldas, sus gorras de piloto

cuidadosamente ladeadas. Detrás y encima de ellos,
las negras formas curvas del motor, la elegante hélice,
tan ancha como dos hombres, las alas letales—
un avión de  caza, y hombres en guerra.  Yo le temía
 a él, que descendiendo desde las alturas
 con un rugido poco natural; había distribuido la muerte,

 un sofisticado de la matanza, con ocultas
 memorias que nunca habrán de cicatrizar,
 en perpetua búsqueda del olvido.
El otro: marinero y amante.  Yo estaba
parado en el muelle de Westport, cercano a la insistente
cima de la montaña sagrada —bajo la música sutil,

mecánica,  producida por aparejos, grúas y la lluvia suave
golpeando las aguas —cuando él salió del bar
con un vaso grande de jugo en su puño para mí—
puso en mi palma unas monedas pidiéndome que fuera paciente;
hombre de alta mar, viajero, trotamundos —lo veo en el álbum familiar,
envejeciendo, el traje azul claro, una molestia, su camisa

y corbata, el triángulo del pañuelo en el bolsillo superior, una florcilla
en el ojal —presentándose para casarse nuevamente, un hombre
desconcertado que se ríe de sí mismo, arrepentido y desmoronándose,
buscando ansioso sólo la comprensión, y el apagón total en el alcohol. 
Hermanos. Todos somos tan livianos de alma que deseamos intensamente la piedad,
imaginando que Dios podrá ser engañado

por nuestras posturas políticas. Éstos son los oscuros orígenes,
míticos e inseguros, las tierras fangosas sobre las cuales caminamos
donde crecen las cautivadoras orquídeas. Entierro a uno en agua,
puesto a reposar sobre un océano tranquilo; y el otro,
destruido y fatigado, descansará tendido sobre el aire ascendente
donde las mañanas surgirán para él, finalmente, libres de toda amenaza.

(Traducción Esteban Moore,  Lejano país y otros poemas, Alción, Córdoba, 2011, 150 páginas)


John F. Deane nació en 1943, en Achill, una isla ubicada sobre la costa oeste de Irlanda,  bañadas sus playas, por las allí, frías aguas del Océano Atlántico y batida  por los crudos vientos que soplan, en distintas épocas del año, desde el mar Ártico.
Elementos presentes en su poesía y también, no podemos dejar de señalar ‘la lluvia’, factor climático éste, que como sostiene Bryan MacMahon, refiriéndose a la tradición poética irlandesa: “... siempre ha existido una constante, la lluvia irlandesa, perforando, latigueando, lastimando con sus gruesos chaparrones; o que a través de sus caprichosos cambios  permanece siempre en movimiento, en el semi silencio de la bruma... 1 La lluvia para MacMahon integra lo que el denomina “las constantes de lugar en Irlanda” y habrá de subsistir junto a la constante del paisaje, aventura,  “inalterable en los siglos por venir”.
Las características ambientales combinadas con una prolongada, dramática y cruel historia; invasiones extranjeras; el despotismo político practicado durante siglos por  los conquistadores; las hambrunas; el exilio y la emigración  masiva,  transfieren un sentido de pérdida. Un tono, en muchos casos taciturno,  a la tradición literaria irlandesa.
La derrota en el siglo XVII,  del conde de Tyrone, Hugh O’Neill, quién combatió a los ejércitos ingleses durante nueve años y, su posterior decisión de partir al exilio en 1607, puede ser visualizado como el punto de inflexión que anuncia  el definitivo ocaso de la aristocracia gaélica, la paulatina, progresiva  pérdida de su lengua nacional, el ‘gaélico irlandés’ y la forzosa adopción de una nueva lengua.
Esta circunstancia, entre otras cosas, condena a una vigorosa poesía en lengua vernácula, de la que sobreviven ejemplos ya desde el siglo VI, a un remotísimo segundo plano.
No obstante y, a pesar de las condiciones políticas negativas, existieron varios intentos para preservar la lengua originaria. Sin embargo, no sería hasta bien entrado el siglo XIX, en que aquellos esfuerzos toman un rumbo y una forma cierta. Esto sucedería en 1842,  cuando los escritores Thomas Osborne Davis, John Blake Dillon y Charles Gavan Duffy fundan un periódico, The Nation (La Nación), una de las herramientas esenciales en el proceso de recuperación de la tradición originaria. H. Halliday Sparling 2 en el prólogo a la antología  Arte de la trova irlandesa, considera que en este medio, en el que el pasado irlandés sería releído y resignificado, sus colaboradores tendrían la oportunidad de explorar  nuevas orientaciones y que en muchos casos, éstas hallarían su sustancia “en el renacer de una literatura nacional, en la que las canciones y baladas de sus poetas y de quienes habrían de sucederlos, de ninguna manera fueron el aspecto menos importante.”
En las fases sucesivas del desarrollo de la poesía irlandesa a través del tiempo, existieron fuertes tensiones y conflictos entre ambas lenguas,  sin embargo,  la ruptura nunca fue absoluta.Thomas Kinsella, sin duda uno de los más importantes poetas irlandeses contemporáneos en lengua inglesa  y destacadísimo traductor de la  literatura gaélica al inglés, escribe en Una mente dividida 3: “Ambas lenguas  y sus respectivas  poesías, quizás nunca tuvieron mucho en común —incluso en muchas ocasiones se ignoraron mutuamente, no tuvieron conciencia de su mutua existencia [...] No obstante, la  separación entre ambas lenguas  nunca fue completa, tampoco lo fue la conexión entre estas dos literaturas.”
En la mente del poeta moderno irlándes, escribiendo en inglés, nunca dejaron de resonar las inflexiones, el  acento y el corpus temático de la “vieja lengua dorada” que lograron sobrevivir en la voz de los campesinos que alrededor del fuego del hogar familiar, supieron transmitirlos de generación en generación, trazando el sendero para regresar a ‘lo irlandés’, factor que definirá una sensibilidad diferente. Pero, para darle continuidad a este fulgor histórico-cultural en la memoria popular, necesariamente, habrían de implementarse, necesariamente, otras iniciativas. Y, es aquí donde el traductor, a partir del siglo XVIII, se transforma en una figura fundamental. Samuel Lover en la introducción  a su antología Poemas irlandeses, 4 que rescata varios poetas tradicionales, solicita vehementemente que se les rinda el merecido homenaje, pues ellos son en gran medida los artífices de la literatura moderna irlandesa.
En el Renacimiento irlandés es determinante la tarea de los traductores, pues esencialmente este fenómeno consistió en “un ejercicio de traducción, en el traslado de diferentes aspectos de la cultura gaélica a la lengua inglesa, un idioma muchas veces considerado ajeno y extraño  5
El traslado de la historia oral, el folklore, la mitología y la poesía de la tradición irlandesa gaélica al inglés, es también un modo de apropiarse de la lengua impuesta. Ante las dificultades y obstáculos que presentaba la recuperación de la lengua original, comprendieron la necesidad de llevar adelante una estrategia inversa, se propusieron entonces, dotar al inglés de un conjunto de valores simbólicos extraños y ajenos  a su tradición; colonizarlo, transformándolo de este modo en un instrumento idóneo para relatar su visión del universo y de su propio pasado histórico.
Seamus Heaney en su ensayo La recuperación de la poesía de los desposeidos (The Poems of the Dispossed Repossesed )  6 refiriéndose a la antología de poesía irlandesa compilada por  Seán Ó Tuama 7 y sus textos traducidos por Thomas Kinsella, destaca que este último (como muchos otros traductores de la literatura gaélica): “está sumamente interesado en el tono, en su intención de llevar el tono del gaélico irlandés a través de la divisoria lingüística. El tono es la vida interior de una lengua, un espíritu secreto jugando detrás o enfrentándose con aquello que está siendo dicho y como esto  se estructura en la sintáxis y en las figuras retóricas y las formas de expresión. Sutilmente tiene que ver con el más profundo sistema de valores que rigen a esa comunidad de hablantes.” Los resultados de este largo proceso pueden observarse finalmente en la consolidación de una voz propia y distintiva. 
Es en el ámbito de esta voz, que aún le susurra al poeta desde el fondo de la historia,  donde John F. Deane halla la materia a partir de la cual formula, con un timbre personal, su poética. Esta elección pareciera derivar de una intima necesidad por darle forma cierta a su experiencia en un territorio en el que lo rural y lo urbano aún se entrecruzan. Una pequeña isla, frente a otra isla, cuyo centro cultural y capital política,  Dublín, permaneció durante décadas apartada, de espaldas al continente europeo, un territorio, por lo tanto, doblemente insular.
Esta circunstancia, infiero, es la que impulsa a Deane a llevar adelante una intensa actividad como gestor cultural, funda la sociedad de poesía irlandesa, la revista Poetry Ireland y la editorial Dedallus Press desde la cual promueve la poesía irlandesa contemporánea en el mundo y difunde en Irlanda a distintos poetas extranjeros. Él mismo tradujo a Martin Sorescu, Tomas Transtormer y Jacques Rancourt. Esta tarea de doble vía, dar y recibir, no sólo apuntala la apertura al mundo ya  iniciada en la década de los 50, también afianza la autoestima de una tradición poética sojuzgada durante siglos, la cual no necesita apelar a Grecia y Roma, ella posee su propia y milenaria mitología.   
Los poetas irlandeses podrán entonces resignificar su contexto cultural, en el que los diosas y dioses celta gaélicos, como refiere  Sean O’Faolain en La muerte de los grandes dioses 8 aún: “... silban en el aire, aparecen y se desvanecen, revolotean, resplandecen tenuemente a través de un velo, el Otro Mundo siempre está detrás tuyo y el sentido de la poesía en todas partes..”
En el caso particular de John F. Deane, existe asimismo un profundo proceso sincrético, pues su imaginación se nutre también de una estricta educación católica, cuyas huellas son perceptibles en su obra. No obstante, su catolicismo inicial, a través de la relectura de los textos sagrados, evolucionará dotando a su yo poético de una conciencia  culturalmente cristiana, en la que Dios, en tanto representación de lo trascendente, no siempre es, una presencia consoladora. Al respecto el autor
consultado acerca de los objetivos de su poética responde: “ Escribo como una ayuda para recuperar lo que he perdido en el transcurso de mi experiencia personal y de las dudas y vacilaciones  producto de las filosofías modernas y los eventos mundiales,  en el campo de la  fe.  En mi obra me propongo relocalizar, renombrar y reevaluar la experiencia cristiana y sus valores, sin ninguna atadura a ningún credo en particular.”
La suya es una obra en la que se mezclan sus agudas observaciones de la naturaleza con el dolor y el temor de todo ser sensible. Para ello se vale de una prosodia cadenciosa, un lenguaje rico en imágenes y una mirada atenta que observa curiosa
los sucesos en el mundo.
Denise Levertov, refiriéndose a Deane expresó: “Cuando el fusiona la música del pensamiento y el sentimiento con la propia del lenguaje, crece en mí ese ¡Sí! interno que inconscientemente todos deseamos experimentar intensamente cuando nos acercamos a un poema o cualquier obra de arte.”


 1 Bryan MacMahon, Place and People into Poetry, Irish Poets in English, Seán Lucy, ed. -The Thomas  
      Davis  Lectures, , Mercier Press, Cork, Ireland, 1972.
 2  H. Halliday Sparlin, Irish Minstrelsy, Walter Scott, Ltd., Londres, 1888.
 3  Bryan MacMahon, Place and People into Poetry, Irish Poets in English, Seán Lucy, ed. -The Thomas Davis Lectures,   Mercier Press, Cork, Ireland, 1972.
 4 Samuel Lover, Irish Poems, The People’s Standard Library, Ward, Lock & Co., London-New York, 1859.
 5 Declan Kiberd, Inventing Ireland: The Literature of the Modern Nation, Vintage, New York, 1996.
 6 Seamus Heaney, The Government of the Tongue, Faber & Faber, Londres, 1988.
7 An Duanaire 1600-1900: Poems of the Dispossesed, Séan Ó Tuama ed., Dolmen Prees, 1981
8 Sean O’Faolain, The Irish, Pelikan Books, Londres, 1947.


Esteban Moore