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domingo, 28 de julio de 2013

Martín Zúñiga Chávez: Poemas.





 
 Martín Zúñiga Chávez





























Parece simple trabajar sin música

Cuesta mirar cuanto te acompaña
un incendio.

Cuando los discos viejos inundan la casa.
Cuando las paredes se vuelven gigantes
y estás parado en medio

y
de pronto las medias se te mojan
sin razón, y sin razón también la luz se acaba.
y un barro antiguo se asoma bajo las señales.

Cuesta no cerrar los ojos
en la necesidad de detener algo.

Los techos de Calamina vibran al compás de la lluvia

Lo mejor que puede suceder es el agua
corriendo en la cañerías
pero pocas veces suceden cosas buenas
en mi casa. Con la palabra amor se acaban
muchas palabras. las canciones y los bailes
de moda. hendiduras imperceptibles en los dientes
como colinas como elefantes blancos;
porque ya es costumbre acarrear tangos
en los baldes de agua. El frío
que se filtra por las grietas me amuebla la casa.
Y aunque es un desierto lleno de espinos y tequila

las musas bailan en mi pecho
al son del carro basurero y se ríen de mi falta de agallas,
de mi inestimable pesimismo al prender los cigarrillos.

Every time we say goodbye revolotea por la casa.
Con el tiempo también aprenderé a reírme.
Pavlov tenía algo de razón en ello.


Esto es un Cover


                                                                       ― ¿Qué tiene de arte jugar con un pezón?
                                                                                              ― Es una nueva forma de arte.
                                                                                                              Philiph Roth, El Teatro de Sabbath


Esto es lo que suena cuando un dedo se posa en una herida.
Trampas en la luz.
Los manifiestos recientes dan por sentado
que dos personas podían compartir sus posibles espacios.
Naranja partida por la mitad sin detenerse en las minucias del placer cotidiano.

En mis cortos cinco sentidos clavados en las tiendas de juguetes,
ella crece para mis adentros.
Entiendes si te digo te quiero? No entiendes tampoco si te digo que te odio.
Que te deseo.
Pintarrajea los quioscos saturados de periódicos atrasados
con transeúntes sombras entre la nieve que deseamos nunca termine de licuar.

Crece como un vómito tierno.

Comparo la vida con éstas palabras.
Trampas en las sombras
Trampas de la luz para ser más exactos.
En las cortes en cambio se sabía que los esposos no podrían.
Que lo esencial está en la súplica;
en el lugar, más, oscuro de la palabra.

Entre las páginas de hermosos libros que nunca entiendo
donde una cortina de centauros ebrios cae delante del sol.
Ella, cuyo nombre desconozco.
           
Tú me quieres de verdad   Pues claro, claro que te quiero
Yo también te quiero                      Pero, pensé
Pero, no vayas tan de prisa           Asentí.
No me atosigues, yo tengo mi propio ritmo para hacer las cosas
Asentí.
Podrás esperar                                Asentí.
Me lo prometes                    Te lo prometo

Éramos una gallina a la que le habían quemado el pico y un gato
al que le habían arrancado las garras.
El ritmo de una gallina no varía en lo más mínimo.
Un gato, en cambio.

Balada para el Amenazado con Epifora y Aforismo chamusqueado

Pájaros de eucalipto arden dentro de sus paredes.
Paredes de carne y de sal. En la primera epístola a los tibetanos el apóstol habla
sobre el sonido en la inmersión del agua y del fuego.
Bolas de fuego cayendo sobre la muchedumbre intrigada.
Bolas de fuego que no les queman; habla

de cómo el agua le teme al fuego, aunque no debería,
de cómo el fuego le teme a la arena, la arena al viento
que la amontona y la separa.

Lo compara con la armonía de las flores y de los insectos repudiando el apetito de la carne.

Abre en su narración un paréntesis: habla de un viejo romano
que antes de cierta batalla, olvidada ya por el tiempo,
tomó agua. Si voy a tener sed, ya la tengo, dijo. Y mató a unos cuantos antes de
seguir la senda de Arquíloco.

En esta historia aves de eucalipto se postran dentro de su pelo
y todas las verdes criaturas de la tierra y del agua.

Si me quedé a almorzar al borde de la laguna,
si me quedé a ver a un caimán apareándose bajo un lejano trueno,
si me quedé fue casualidad. Y ataraxia.
Y pocas monedas para tomar el tren —¡tan literarios siempre los trenes! —
adecuado para llegar a casa.

En esta historia rondan otra vez la soledad y el frío que es su apariencia.
Luna herida en mi talón a la manera de una metáfora, de un artilugio accesorio, innecesario.

Adorna así la verdad con mentiras y lo llama belleza,
porque sabe que la gente cree disfrutar
de la sorpresa al encontrar un león en mitad del camino.
A los ocho años, en la clase de gramática, su padre de un sopapo le enseñó
el orden cierto de las cosas
que conocía por sus ancestros.
Cosas importantes para un hombre de bien, no para mí, respondió.

Si el sonido de la refrigeradora vacía me acompaña con su canción
de cuna, ¿para qué gasté el tiempo al lado de musarañas?, se preguntaría luego.

Resumamos la cuestión: es delicioso y tentador no hacer nada. Gastar mal el tiempo.

En clases de gramática el filósofo pone nombre al juego de equilibrio
entre conciencia y armonía. Síntesis.
La belleza para el gramático es planear el juego. En cambio el apóstol entró en él:

pone un pie sobre la cuerda
y luego otro
y otro.
El gramático recomienda: no mires abajo está el cielo.

Hay un nuevo intermedio donde las vacas se juntan
tratando de hacer casar sus manchas. Es su ingenuidad, heroica.

La verdad se parece a una cuerda tendida sobre el camino puesta ahí más para
hacer tropezar que para guiar a alguien.
Y tentado por las formas sensuales de la vanguardia, quien habla
reconoce no saber consolar a nadie. Se agarra a golpes
con su soledad: mascota olvidada en el aeropuerto, muerta de inanición y pena.

Al año siguiente se escapó de casa. Fue un viaje corto, por cierto.
Pronto olvidó las reglas para escribir cartas.
Su padre debía tener razón al notar algo raro en su hijo:
le es imposible aceptar a las nubes blancas y decide ver azul,
amarillo, bermellón y gris nieve. Falta de sentido común, repetiría el padre.

Luminosos manuales y tratados sobre el orden cierto de las cosas
vendió para regresar a casa. No volveré
no volveré otra vez
no volveré en ratas alimentadas por mis ojos bajo las uñas de mi soledad.
El caimán será devorado no por su pasión, sino por el resplandor del trueno.
           
El apóstol finaliza su epístola recomendando viajar y no mantener una casa;
incendiar todos los libros
y las paredes en la cabecera de las autopistas. Acostados al costado de las vías
por nuestra cabeza salía el sol, mientras los números del calendario se teñían de rojo.

Encontraron el cuerpo del apóstol detrás de muros tapiados
huyendo de las extraordinarias máquinas del amor.
No encontró defensas que le sean útiles.
No hubiese podido encontrarlas.


Martín Zúñiga Chávez (Cusco, Perú, 1983). Ha publicado los poemarios Gavia (Ediciones Fecit, España, 2009), Pequeño estudio sobre la muerte (Ediciones Copé, Perú, 2010) y Cover (Ediciones Difacit, España, 2011), además de la antología de poesía joven de Arequipa Rastros/Rostros (CRPP, Perú, 2011). Su obra ha recibido varios premios como el Premio Internacional de Poesía Ángel Martínez Baigorri y el Premio Internacional de Poesía Joven Martín García Ramos, ambos en España; y  el Premio Nacional Juvenil de Poesía Javier Heraud y el Premio Internacional de Poesía Copé de Plata en Perú. Dirige la asociación cultural Centro de Recursos para la Poesía www.centroderecursosparalapoesia.org, plataforma de gestión de proyectos culturales que organiza el Festival Internacional de Poesía Ari Quepay, entre otras actividades. Realiza el proyecto LAE LEA Perú http://urbanotopia.blogspot.com. De niño quería un dinosaurio de mascota.