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martes, 29 de julio de 2014

John Berryman: Algunos Cantos del Sueño y El Destino de Henry






John Berryman (1914-1972)



    





















1

Henry malhumorado  ocultó      el día,
sin calmarse Henry mostró su enojo. Yo entiendo
su punto de vista,  un intentar ponerle fin a las cosas.
Era el pensamiento de ellos que pensaban que
 podían hacerlo que transformaba a Henry en maligno y lejano.
Pero él debió haber salido y haber hablado.

Todo el mundo como una amante de lana
alguna vez pareció estar del lado de Henry.
Luego sobrevino  un partir.
Desde entonces nada cayó como pudiera o debiera.
No entiendo cómo Henry, abierto  a la fuerza de lado 
 a lado para que todo el mundo lo viera,  logró sobrevivir.

Lo que él tiene para decir ahora es una larga
maravilla que el mundo puede soportar y ser.
Una vez en un sicomoro yo estaba feliz
todo en la altura de su copa, y entonces canté.
Duro contra la tierra firme se desgasta el fuerte mar
y vacías crecen todas las  camas.

4

Llenando su compacto y delicioso cuerpo
con pollo a la paprika, ella me miró
dos veces.
Desfalleciendo con interés, le devolví  hambrientas miradas
y sólo el hecho de su esposo y  otras cuatro personas
impidieron  que me lanzara sobre ella

o caer ante sus pequeños pies gimiendo
‘Sos la más sexy por años de noche
que los ojos aturdidos de Henry
han gozado, Esplendor. Yo avancé sobre
(desesperanzado) mi spumone.  Sr. Bones: rellenado,
el mundo está, de jovencitas que son alimentadas.

—Negro cabello, cutis latino, enjoyados ojos
miran hacia abajo….  el cerdo a su lado    festeja….    ¿Sobre qué maravillas
está sentada ella, allí?
El restaurante zumba.  Ella podría estar en Marte.
¿Dónde salió todo mal?  Debiera existir una ley contra Henry.
—Señor Bones:  la hay.

14

La vida, amigos es aburrida. No debemos decir eso.
Después de todo, el firmamento destella, el gran mar suspira,
nosotros mismos destellamos y suspiramos,
y además mi madre me dijo siendo niño
(repetidamente) ‘Si confiesas alguna vez estar aburrido
significa que no tienes

Recursos Internos.’ Concluyo ahora que no tengo
recursos internos, pues estoy sobrecargado de aburrimiento.
Las gentes me aburren,
la literatura me aburre, especialmente la gran literatura,
Henry me aburre con sus problemas y quejas,    
tan malas como las de aquiles,  

quien ama a las gentes  y el arte intrépido que a mí me aburren.      
Y las sosegadas colinas, y la ginebra, se parecen al tedio
y de algún modo un perro
se ha llevado a sí mismo y su cola considerablemente lejos
dentro de las montañas o el mar o el cielo, dejando
atrás:  a mí, truhán.  

     1- En minúscula en el original, minimizando la alusión al hijo de Tetis y Peleo.

 
 46

Yo estoy, afuera. Un pánico increíble reina.
La gente a los puñetazos  aporreándose unos a otros sin misericordia.
Los cocktails están hirviendo. Helados
cocktails están hirviendo.  Cuanto peor  se sienta alguien, lo peor
tratado será. Los tontos  eligen tontos.
Un hombre inofensivo en un cruce de calles susurró: “¡Cristo!”

Esa palabra, así hablada, afectó la visión
de, cuando  al día siguiente cuidando el paso se dirigen al trabajo, tenderos
que fueron y les fueron recetados  anteojos.
Disfrutaron ellos entonces una apariencia de amor y orden.
El sonido y el olor del milenio flotando en el aire —uno, uno—eh, eh…
Sus anteojos les fueron quitados, y ellos vieron.

El hombre ha emprendido la más trascendental de las labores,
son fin.1 Buena suerte.
Yo mismo caminé en el funeral de la ternura.
Siguieron otras muertes. Entre las últimas,
como la memoria de un hermoso coito,
fue: Do ut des .2

[1] Su final.
2  Doy para que des.

67

No opero con frecuencia . Cuando lo hago,
las personas toman nota.
Las enfermeras muestran su asombro. Ellas pálidas.
El paciente es devuelto a la vida, o algo así.
La razón por la que no hago esto más a menudo (yo cito)
es:  tengo un vivir para fracasar —

debido a mi mujer e hijo — para mantenerlos alejados de mi salario.
-Mr. Bones, eso yo lo veo.
Ellos por estas cirugías sólo le agradecen a Ud. ¿qué?
no le pagan las  —Correcto.
En pocas ocasiones ha sido Ud. tan comprensivo.
Ahora existe  asimismo una dificultad con la luz:

Yo estoy obligado a realizar en la completa oscuridad
cirugías  extremadamente delicadas
sobre mi yo.
—Sr. Bones, Ud. aterroriza a mí.
No es de extrañar que no le paguen. ¿Habrá de morir Ud.?
—Mi
                    amigo, más luego tuve éxito.

El destino de Henry

Todos los proyectos fracasaron, en la tarde de agosto
estaba acostado y se maldijo y maldijo a los suyos
como lo hizo el muchacho de Housman.1
Una brisa a veces llegaba allí. La quemadura de sol producía comezón.
Su esposa había salido a hacer los mandados. Suspiro y se rascó.
Las niñas pequeñas estaban jugando con el teléfono.

Ellas querían dulces, los que él les dio.
Su alma entera se retorcía con la flema.
El sol se quemaba descendiendo.
Fotografías suyas desesperado inundaron el pueblo
o ciudad. Guardó luto por sus muchos amigos, o algo así..
Las niñas pequeñas estaban jugando con el piano.

Aplastó el cigarrillo apagándolo.  Lo aplastó a él apagándolo
sorprendiendo a Dios, al fin, en un parpadeo de tiempo.
Su alma fue enviada.
Adressat unbekant.2 Las niñas pequeñas  con un grito
le dieron la bienvenida  al deslumbrante paquete. En rima oficial
el veredicto oficial fue: fallecido.

[1] Alusión a El joven de Shropshire, de A.E. Housman.
2  Dirección desconocida.

(Versión y nota Valeria Malrossa-Esteban Moore)
  

John Berryman nació en 1914 y murió en 1972. Se suicidó arrojándose desde el puente de la avenida Washington que atraviesa el  río Mississippi conectando las llamadas ciudades mellizas de Minneapolis y St. Paul, en el estado de Minnesota. La crónica del suceso publicada en diversos periódicos locales da cuenta de algunos pormenores y opiniones acerca del hecho: “Berryman no cayó en el agua, lo hizo sobre la base de una las columnas que sostienen el puente… es extraño pero sus anteojos permanecieron puestos… no murió en el acto… seguramente no supo elegir el sitio desde donde lanzarse hacia las aguas, como lo han hecho otros suicidas”. Su muerte es el último capítulo de la vida de un hombre que se propuso una renovación de la poesía contemporánea en lengua inglesa.
Luego de finalizar sus estudios secundarios se inscribió en la Universidad de Columbia, Nueva York, donde bajo la guía del poeta y crítico literario Mark Van Doren (1894-1972) se vuelca decididamente hacia la creación poética, publicando sus primeros poemas en importantes medios como el Columbia Review y The Nation. Se graduó con honores y se trasladó a Inglaterra, donde en la Universidad de Cambridge se sumergiría en la tradición literaria inglesa, particularmente en la obra de William Shakespeare. Allí conoció a T.S. Eliot, Dylan Thomas, W.B. Yeats y  W.H. Auden. Años más tarde reconocería que tanto Yeats como Auden fueron figuras importantes en el desarrollo de su propia poética.
En 1939 comenzó su carrera docente  en la Universidad  de Wayne (Chicago, Illinois),  fue editor de poesía en The Nation y reunió sus primeros poemas, que fueron incluidos en  Five Young American Poets (1940). Posteriormente  publicó Poems (1943) y The Dispossesed (1948) que obtuvo el premio Shelley, otorgado por la Sociedad de Poetas de América. En los años siguientes Berryman  publicaría una biografía psicológica: Stephen Crane (1950) y se establecería como un referente crítico y académico. Escribió sobre  la obra de William Shakespeare, Henry James, F. Scott Fitzgerald,  Robert Lowell,  Christopher Marlowe,  Monk Lewis, Walt Whitman, Theodore Dreiser,  Saul Bellow y Ezra Pound.
La revista Partisan Review da a conocer en 1953 su extenso poema dedicado a la poeta puritana de la época colonial norteamericana Anne Bradstreet (1612-1672): Homage to Mistress Bradstreet, reeditado en un volumen individual en 1956. Este complejo poema consta de cincuenta y siete estrofas de ocho versos rimados cada una, y está dividido en cinco secciones: la invocación a la poeta muerta, un monólogo de la poeta, un diálogo entre Berryman y la poeta, un segundo monólogo de la poeta y finalmente el cierre del poema en la voz de Berryman. La crítica celebró este texto augurando que posibilitaría nuevos rumbos para la poesía norteamericana; el poeta y crítico Robert Fitzgerald lo consideró el poema de su generación; otros sostuvieron que a partir de este libro Berryman se había convertido en una de las figuras centrales de la literatura de su país.
John Berryman, que ya  había recibido diversos reconocimientos, entre ellos el premio del National Institute of Arts and Letters (1950) y una beca Guggenheim (1952), dictó en estos años clases en las universidades de Washington, Cincinnati y en el programa de poesía de la Universidad de Iowa. De esta última institución fue exonerado sin honores debido a sus recurrentes borracheras y varios arrestos por perturbar la paz pública. Sin embargo, su  alcoholismo no le impidió ser, en las palabras del poeta Philip Levine, un profesor “brillante, intenso, articulado”. También, durante breves períodos, trabajó en las Universidades de California (Berkeley) y en la de Brown (Rhode Island).
Desempleado debido a su alcoholismo su suerte parecía echada. Sin embargo, sus amigos el novelista Saul Bellow y el poeta y crítico Allen Tate intercedieron ante las autoridades de la Universidad de Minnesota en Minneapolis, consiguiéndole una cátedra en el departamento de Humanidades. Tate había solicitado para él en primer lugar una posición en el departamento de Literatura. No obstante,  éste le habría sido negado debido a las discrepancias que otros ‘profesores-poetas’ mantenían con Berryman en el campo de la creación poética. La mudanza a la ciudad de Minneapolis reviviría dolorosas circunstancias que lo atormentarían durante toda su vida adulta,  producidas por el suicidio de su padre, quien  había nacido allí.
Es en  Minneapolis donde  comienza a escribir Los cantos del sueño (The Dream Songs). Este  poema largo,  considerado así por el propio autor, que con el tiempo llegará a sumar 385 partes, es un rotundo punto de inflexión en su obra, una divisoria de aguas que lo distancia de su anterior formalismo. En 1964 se publicó la primera serie,  titulada 77 cantos del sueño, que causó cierto revuelo en los medios literarios. En la ocasión Berryman confesó que su modelo fue otro gran poema norteamericano, el extenso Canto a mí  mismo de Walt Whitman. 
Los cantos del sueño formulan una poderosa declaración contra el lugar común, en primer lugar de la poética tradicional, de la idea implícita en la lírica de la existencia de una voz única. En ellos la voz, el yo poético, se fractura, se multiplica, asume una pluralidad de voces. Entre poema y poema la temática varía, esquizofrenia, psicoanálisis y vodevil; en este proceso una voz es reemplazada de continuo por otra, produciendo, si se quiere, textos ruidosos, volubles y dramáticos.
 La figura central es Henry, a quien no pocos han considerado el alter ego del poeta, opinión rechazada con vehemencia por Berryman. A pesar de ello, el autor no pudo negar que el discurso de su personaje se alimenta de su propia y lacerada personalidad y los temas que lo obsesionaron intensamente: el suicidio de su padre, una libido incontenible, la blasfemia,  el alcoholismo y el psicoanálisis. 
El poema, sostuvo en una entrevista otorgada al Paris Review, “se desarrolla a partir de mis observaciones de las experiencias de Henry, su medio y sus asociados, en parte debido a mis lecturas teológicas.” Henry es un truhán,  un norteamericano de mediana edad que habla de sí mismo en primera, segunda y tercera persona. La comisión de pecados capitales no despierta en él ningún sentimiento de culpa. Debido a ello, su amigo el Sr. Bones, otro personaje central, representando de algún modo lo que podríamos denominar una conciencia social, en ocasiones le llama la atención, intenta corregir su comportamiento. A Henry tampoco le molesta no ser ‘políticamente correcto’, se burla de la poesía amorosa tradicional,  parodia distintas costumbres establecidas, y como un Al Jolson de la poesía, imita el modo de hablar de la comunidad afroamericana; cuestión que muchos relacionaron con una forma oculta de racismo. Asimismo, Berryman utiliza diversos aspectos de los estereotipos del teatro de variedades, elementos de la alta cultura y de la cultura popular, del blues y del jazz, para definir el tono y la prosodia de su personaje.
En 1968 dio a conocer Su juguete, su sueño, su descanso (His Toy, His Dream, His Rest). Este volumen culmina el ciclo de Los cantos del sueño y fue reconocido por su desenfado con el premio Bollingen y el National Book Award. En su discurso de aceptación de la última de las distinciones recibidas explicó su estilo iconoclasta de la siguiente manera: “Los cantos del sueño son una manifestación de mi hostilidad hacia todas las tendencias visibles tanto en la poesía norteamericana como en la inglesa.”
En la opinión de Robert Lowell Los cantos del sueño son desconcertantes y difíciles de comprender, pero, sentenció, “cuando no te hacen llorar, te harán reír, y eso es una novedad”. Dijo asimismo que Berryman era un exponente típico de su generación, una generación estudiosa, henchida de nuevas convenciones.”
Si bien Berryman compartía con sus contemporáneos la actividad académica y la investigación, su actitud ante la poesía lo diferenciaba de ellos. Él no buscaba el éxito, discípulos o una cátedra universitaria; todo esto le había sido otorgado por lucidez y talento. Las recurrentes crisis nerviosas, las prolongadas internaciones (a razón de una por año en el hospital local) debido a su alcoholismo, no pesaron en el balance general. Tampoco tuvo demasiada importancia la alteración de las buenas costumbres y del orden público, ya sea en la sala de profesores o en los bares de Minneapolis. Quizás porque Berryman perseguía más que el éxito, la portada de una revista o los premios literarios la gloria misma. Y comprendió que para alcanzarla debía hallar una voz, alterar la sintaxis convencional de la lengua, abolir el lugar común e integrar las diversas variantes lingüísticas del habla coloquial. En cuanto a su sintaxis, ésta parece adoptar la fórmula utilizada por los guionistas de ciertas películas como las de  Tarzán o aquellas en las que aparecen pieles rojas, en las que los personajes hablan en una lengua que se pretende primitiva o alteran los  términos del enunciado.
 En su ensayo El hombre de letras en el mundo moderno, su amigo Allen Tate se pregunta qué debería hacer en nuestro tiempo el escritor, y contesta: “…debería reconstruir para su época la imagen del hombre, y debería difundir modelos por medio de los cuales otros hombres puedan poner a prueba esa imagen, distinguiendo lo falso de lo verdadero.” Su mayor responsabilidad, agrega, “… es la vitalidad del lenguaje…distinguiendo la  diferencia  entre la mera comunicación y el redescubrimiento de la condición humana…” Ésta fue la apuesta de John Berryman, que llevó adelante con la colaboración de Henry y el Sr. Bones.