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sábado, 6 de septiembre de 2014

Vicente Barbieri: Noticias de una infancia


Vicente Barbieri (Alberti, Buenos Aires,1903-Buenos Aires, Capital Federal,1956)


























                                                                            




                                                                                            Sí, tu niñez ya fábula de fuentes.
                                                                                                             Jorge Guillén


1

Había aquel aljibe
profundo en algún patio
—un patio con aromos
y dulces hojas secas—.

Y había tantos árboles
y ocultos pieles  rojas,
y enfermedades y convalecencias.

2

Había tantos miedos
con noche y cabalgata,
y días con escuela
iguales y estirados.

Y había mucha gente,
niñas y vecindades,
y un perfume de tiza y geografía.

3

Había oscuros ríos
y amenazantes balsas
tripuladas por hoscos
personajes con rifles.

Y había alguna rama
batiendo en la ventana,
y  algún enmascarado perseguido.

4

Había aquel retrato
en su marco dorado,
y algún oscurecido
días de malas nuevas.

Y había un misterioso
personaje en los álamos,
y las conversaciones de una guerra.

5

Había los ausentes
amigos de la familia,
caminos polvorientos,
pueblos y diligencias.

Y había alguna tarde
de premio y elegancia,
y aquel viejo abanico en la repisa.

6

Había mariposas
en torno a una bujía,
y un largo corredor
y una pieza cerrada.

Y había gruesos libros
con adustos grabados,
y un terrible aldabón de mano negra.

7

Había una laguna
con garzas y con juncos,
y blancos “panaderos”
volando por el campo.

Y había una tapera
que tenía luz mala,
y largos temporales y cosechas.

8

Había los silencios
de las gentes mayores,
y algún sobre de luto
con la correspondencia.

Y había ropas suaves
y perfumes dolientes,
y un amplio y desgarrado ver el mundo.

9

Había mil cristales
y escarchas y rocíos,
y acaso un teru-teru
con una pata rota.

Y había los horneros
que huelgan los domingos,
y muchas margaritas y arroyuelos.

10

Había alguna niña
rubia, que sonreía
y el vecino cordial
con su perro y su pipa.

Y había el arco-iris
en la tarde mojada,
y un servicial caballo de ojos claros.

11

Había tantos sueños
con fugas y peligros,
los sueños con columpios
y puentes que se caen.

Y había sueños altos
con torres y arboledas,
y las raras ciudades de los sueños.

12

Había la aventura
de sables y turbantes,
con suaves paquidermos
y carabinas indias.
Y había alguna copla
de ron y abordaje,
y un plano de una isla del tesoro.

13

Había tardes muertas,
papeles y lloviznas,
y aquel pasar   la mano,
silbando, en las paredes.

Y había una escondida
inquietud primeriza
que llegaba en profundas espirales.

14

Había alguna casa
de una esquina en ochava,
y muy serias reuniones
con fiestas y aguinaldos.

Y había algún sombreado
parral con moscardones,
y los duraznos verdes en la siesta.

15

Había un viejo cofre
con libros y retratos,
y aquella fabulosa
venida de un cometa.

Y había un gobelino
con felices aldeas
y una pastora rubia en primer plano.

16

Había algún rincón
del mar, que amontonaba
gastadas lunas viejas
y trémulos ahogados.

Y había los chillones
trajes de los gitanos,
y los titiriteros ambulantes.

17

Había la canción
de  la niña y el piano:
—“No hay sitio bajo el cielo
más dulce que el hogar…”—

Y había cortinados
y un gran candelabro,
y acaso un no sé qué de cera triste.

18

Había un virginal
deseo que brotaba
entre cirios y estampas
y niñas heroínas.

Y había algún incienso
de rubias cabelleras,
y una falda celeste y un breviario.

19

Había —de improviso—
un trébol de cuatro hojas
que anunciaba seguros
sucesos agradables.

Y había la  alta fiebre
que luce y moviliza
los personajes de los tapizados.

20

Había la estirada
solemnidad de un acto,
y el caminar despacio
por espesas alfombras.

Y había exploradores
con cruces y armaduras,
y un doncel degollado junto a un  roble.

21 

Había algún terrible
viento que anda suelto
sacudiendo  persianas
y puertas mal cerradas.

Y había ese atisbar
de la noche en los patios,
y la noche sobre los cementerios.

22

Había las callejas
para andar en silencio,
y los frescos baldíos
con niños y guerrillas.

Y había una vecina
de grandes ojos negros,
y un patio con macetas de geranios.

23

Había las mañanas
de sol y campanarios,
y  sonando a lo lejos
el yunque y el martillo.

Y había algún secreto
de irse un día
en busca de aventuras estupendas.

24

Había una botella
con un barquito dentro,
y un globo de cristal
que contenía el mundo.

Y había una ventana
y en la ventana un niño
que miraba la lluvia,  ensimismado.

25

Había las películas
y el pianito del cine,
y un timbre que sonaba
para cada intervalo.

Y había las terribles
películas en series
y William Hart y su caballo pinto.

26

Había una agradable
tristeza vencida,
y un andar al acaso
pensando en un suicidio.

Y había un desangrarse
en nobles evidencias,
y un  dulce   persistir, como un arroyo.

27

Había una casilla
con cuatro ruedas altas
y un hombre    que vivía
feliz en su casilla.

Y había muchas quintas
con molinos girando
como una música de calesitas.

28

Había algún arcángel
en las voces del coro,
y un apóstol mostrando
la llagada rodilla.

Y había ese perfume
que hay en las catedrales,
y una luz musical en toda cosa.

29

Había el estar solos
contemplando la calle,
y una desconocida
angustia en la garganta.

Y había un obstinado
silencio resentido,
y acaso algún cariño inexplicable.

30

Había un no saber
mejor que toda cosa,
y un preguntar del mundo
apenas descubierto.

Y había sugerencias
recónditas, magníficas,
en el sonido de las alcancías.

31

Había tantas flores,
jinetes y carrozas,
y una llovizna tibia
sobre   las  plantaciones.

Y había muchos hombres
lentos y sudorosos
que cantaban canciones melancólicas.

32

Había  el  hijo prodigo
de una vieja leyenda,
que regresaba siempre
para bien del relato.

Y había alguna niña
extraviada en un bosque
con malezas y tigres y serpientes.

33

Había en  una sala
un venerado espejo,
que un día de mudanzas
se trizó en mal agüero.

Y había un grueso álbum
con fechas increíbles
y retratos que acaso estaban muertos.

34

Había aquel vaivén
de si es o no es la   vida,
y alguna fruta amarga
y espinas y escaleras.

Y había los secretos
de  la niña que crece
junto a un leve temor interrogante.

35

Habías siempre alguna
flamante novedad,
las vísperas de viaje
y los zapatos nuevos.

Y había reyes magos
que entonces existían,
cuando el Niño Jesús era pequeño.

36

Había —con el sueño—
un duende que tenía
la derecha de hierro,
la izquierda de    algodón.

Y había duendecillos
que en noches tormentosas
se robaban la  leña del hogar.

37

Había —con el sueño—
una verde pradera,
y un grave Carlomagno
como un rey de barajas.

Y había una doncella
en una torre altiva,
y una hechicera y un enano rojo.

38

Había —con el sueño—
las orillas de un río
donde un hombre tendía
los brazos, sollozando.

Y había muchas islas
desiertas, con palmeras,
y  las tres carabelas de un grabado.

39

Había casi siempre
una oscura cochera
y un patio de baldosas
y un  viejo jardinero.

Y había el admirado
maestro de la banda,
y los largos desfiles militares.

40

Había —entre murmullos—
velones y azahares,
y un alto crucifijo,
y lacerados nardos.

Y había raros sueños
en los que alguien volvía
de un misterioso viaje sin retorno.

41

Había —con el sueño—
extraños firmamentos
con estrellas de  vidrio
y lunas de hojalata.

Y había un fin del mundo
que asustaba  a las gentes,
y algún descubrimiento extraordinario.

42

Había los paisajes
de biombos y tarjetas
con un lago de espejo
y torres y cigüeñas.

Y había ese misterio
que irradia el respetado
retrato de primera comunión.

43

Había la plazuela
con fuertes eucaliptos,
y    la temida estatua,
y los niños descalzos.

Y había tantos nombres
de personas y cosas,
y era como un mareo y equilibrio.

44

Había días áridos
de estrechez y zozobra
—niñez estremecida,
desvalida niñez—.

Y había tan lejanas
comarcas y ciudades
gratas a la aventura y el   coraje.

45

Había una palabra
mágica y auspiciosa,
que dicha en su momento
salvaba contingencias.

Y había un llanto cálido
en la noche, en la almohada,
un generoso llanto sobre el mundo.

46

Había un niño pálido
con adverso destino,
y al que miraban todos
con piedad silenciosa.

Y había la certeza
de que los muertos oyen,
atentos, con los párpados cerrados.

47

Había aquella oculta
intuición invencible:
las cosas que eran buenas,
las cosas que eran malas.

Y había aquel camino
que, rumbo al horizonte,
se iba más allá del mundo nuestro.

48

Había algún grabado
de brujas y dragones,
con flácidos murciélagos
y nubes de aluminio.

Y había la lectura
nocturna y anhelante,
y un golpe de aldabón  en la alta noche.

49

Había los primeros
versos descalabrados
y escritos a hurtadillas
con tinta apasionada.

Y había alguna tarde
de ocaso interminable
en que el mundo era lila y angustiado.

50

Había el repicar
de la lluvia en los techos,
y un caño barboteando,
y el agua de la acequia.

Y había aquel tropel
cristalino —infinito—
que hacen los “soldaditos de la lluvia”.

51

Había manos suaves
arreglando la almohada,
y en el jardín luciérnagas,
y flores que bostezan.

Y había un derrumbarse
en sueños de amapolas
con estrellas y gnomos y veletas.

52

Había la penumbra
de las habitaciones,
en tardes con enfermos
y obligados silencios.

Y había ese propósito
recomenzado siempre
de construirnos un teatro de muñecos.

53

Había las heladas
mañanitas de agosto
y el campo tiritando
bajo un sol de cristal.

Y había los viajeros
envueltos en sus mantas,
y las viviendas de los campesinos.

54

Había aquella cruz
de palo, en el camino:
con el nombre JUAN SEBASTIÁN RIVERO
                15-3-17

Y había los relatos
del viaje, aburridores…,
y las ruedas crujiendo en las escarchas

55

(Había alguna infancia
que venía de lejos,
con los brazos tendidos
y el cabello revuelto.

Y había un grito amargo
desde una lejanía
y una imagen de luto y despedida).

56

Había el sobresalto
de crecer en el sueño,
que nos llegaba, cálido,
de profundas raíces.

Y había una promesa
repetida en la noche
a alguna sombra descorazonada.

57

Había —nadie sabe
por qué milagro augusto—
esa seguridad
de poseer  el mundo.

Y había frescos cauces
corriendo en las arterias,
y la muerte era azul y silenciosa.

58

Había —con el sueño—
pueblos de pescadores
y  costas con barcazas
y torvos bucaneros.

Y había una alta roca
y una luz en la noche,
y Sandokán entre tapices persas.

59

Había aquella música
de brigadas fantásticas,
de lanzas y gemidos
y devastadas huestes.

Y había  el torturado
sonar de las vihuelas
que decían las cosas, sin consuelo.

60

Había (pero nunca
se supo ese prodigio)
un pastor cuidadoso
que apacentaba  sueños.

Y había la presencia
indudable y segura
del ángel servicial de nuestra guarda.

61

Había  — ¡lejos, lejos!—
islas y amaneceres
con nubes irisadas
y nevadas eternas.

Y había — ¡lejos, lejos!—
la joven y el trineo
y la alta cúpula y el gallo de oro.

62

Había un mar sonoro
con veloces navíos,
con algas y cetáceos
y briosos hipocampos.

Y había un almanaque
que explicaban los sueños
y las graves figuras del Zodíaco.

y 63

Había una magnífica
urgencia de la sangre
subiendo en marejada
feliz y misteriosa.

Y había peces rojos
y sabores celestes,
y azules continentes, y países…

…………………………………………………………

(Y había más aún en todo el mundo
—y era un mundo importante, aunque pequeño—:
cosas que acaso faltarán en estas
recortadas  NOTICIAS DE UNA INFANCIA).