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sábado, 21 de febrero de 2015

Carlos Bègue: Los salmones



Carlos Bègue




Tras precoces coletazos
bajan por los grandes ríos
los salmones a la mar.
Temerarios
sedientos de aventuras
en frías aguas se les van los días
hasta la hora de pegar la vuelta,
viaje tanto o más azaroso
que las veinte mil leguas del Nautilus
singladas por Julio Verne
(antes astrónomo de balcón)
a órdenes del capitán Nemo
sosía en vela
atento al teatro de los sueños
-pluma y tintero a mano-
detrás de un doblete esquivo:
vento fresco y luenga fama.
“No todo es vigilia la de los ojos abiertos”
primerió Macedonio, a sordas
la bordona,
perdida la mirada en el verdor del Botánico.
Ningún
horizonte
en los abismos
submarinos
mucho menos fronteras, peajes
o alambrados.
Tampoco brama el viento
ni el sol alumbra cofres
trancados por tal herrumbre en flor
que blinda despojos de antaños naufragios.
Dueño de tantas riquezas
¡qué vidurria la tuya, ché Poseidón!
con tu cortejo de ondinas
saturadas de dádivas seminales
bizcas ante las trampas del oro
¿o quizá por tu peluquín de segunda mano
a la deriva?
¿Sabrán que mayor tesoro
es el agua donde alegres chapotean?
Vislumbres desde Tierra firme
bajo el dosel de la noche estrellada
y ráfagas de errantes negruras.
La Osa Mayor orienta al gaviero
hacia dársenas abrigadas con calor
de burdeles.
Debajo hierve el caldero de ungüento
que amaga tragarse la nave al orzar.
Sin escalas
la ruta de los salmones
nunca toca parajes de embeleco
-asientos de palacios
con cúpulas esmaltadas,
muros opalinos y fúlgidas cornisas-
ninguna ínsula hundida
antes afortunada
o ruinas de templos idolátricos
de ajadas lujurias.
¿Cuál brújula secreta
guía por las altas corrientes
a tan tremendos nadadores
faltos de maldad?
Su ímpetu mora en las aletas
en los músculos del vientre el vigor
astillas de nácar las agallas
albos cordones con nervios tramados
en prieto tejido.
Timón a popa
la aleta caudal
fuerte como el roble
jamás flaquean
(aunque de vez en cuando
ahoguen un bostezo)
o los tienta atorrar, siquiera un rato
en cualquier gruta cinco estrellas
kosher friendly
sauna termal
un bouquet de líquenes por alcoba
y menú a la carta
con opciones vegetarianas
lejos de míseras tacañerías.
Máxime que los Tritones
fijo un ojo sobre la clientela
ofrecen en Neptunia Inn,
su red hotelera con onda retro,
rebajas a gremios y ninfas en apuros;
además, canilla libre
entre bocaditos de caviar
si medio fané de tanto yirar
asoma el Snark, su cauto protegido.
Nadar es fuerza tan fuerte
que fuerza el ritmo.
¡Avante! ¡Avante!
mandan los jefes peregrinos.
Vibraciones y texturas
distan en las regiones abisales
de aquellas que al caminante
resultan familiares.
Dos naturas separadas por
el temible lomo negro,
vieja ruta de nautas y peces.
Valles y oteros resbalosos
cobijan un bazar de ensueño
huidizas cadencias
   arpegios líquidos
            visiones quiméricas
                   alquimias tímbricas
                             burbujas funámbulas.
Debussy, toujours Debussy.
Algas pegadas a las rocas
medusas urticantes
ligazón entre sargazos
pólipos de tientos retráctiles
corolas fosforescentes
(ora ramos de flores ínfimas,
ora plumeros con tenues
meneos de abanico),
cada frunce de los huiros
el crujir quedo de los bivalvos…
Palabras mayores la ballena azul
y el tiburón de la buena memoria,
flecha salvaje directa al blanco.
¡Avante! ¡Avante!
redoblan en vanguardia
Aguas arriba, su etimología davídica
los mueve a salmodiar alabanzas a Jehová,
magma coral con toro expiatorio
y clamor talmúdico.
En tarde pálida de otro siglo
al caer la invernada
-cáliz su mano dando vida a las palomas-
con vago acento de voz prestada
habló Jacobo Fijman en los jardines del Borda
“Los salmones son una de las tribus perdidas
de Israel”
Por fornicar con animales de pezuña
fueron devueltos al agua
para no recaer en tan ruidoso desliz;
de paso
expiaban su culpa.
Terrible puede ser la cólera de Yahavé.
Semejable al juego de la oca
¡Ay-ay - ay!
el castigo fue recular muchas casillas
en el tablero de míster Darwin.
Luego de tamaño anuncio
aquel explorador de lo Absoluto
que desterrado del mundo
bebiera la leche del Edén
preludió el salmo 137

“Junto a los ríos de Babilonia
nos sentábamos a llorar
acordándonos de Sión.
En los sauces de la orilla
colgábamos las cítaras
y nuestros carceleros
nos pedían cantares
y júbilo los opresores.
Si yo te olvidara ¡Oh Jerusalén!
pierda mi diestra su maña,
péguese mi lengua al paladar”.

Ahí sofrenó. Cayeron dos fieras,
como cordero lo arrastraron…
“¡Pará de versiculear, ruso,
o te culeamos!”
¿Ventear así los cojones?
Sobre gustos nada está dicho,
menos tratándose de enfermeros.
Lagrimeaba
- ningún sauce, sino Fijman-
pero sin desaforar la mirada.
Llovía.
Toda desdicha es remota
hasta que ocurra.
Para el cardumen adviene
si en su derrota
la traición de las jarcias
en los vastos caladeros del Atlántico
es salario del pescador,
bronco siervo del mercado.
En dura porfía, al cabo,
los invictos arriban a destino
para cumplir el Gran Mandato.
Fieles al tiempo cíclico,
a golpes de salmuera
los penitentes repiten su odisea
desde las nieblas del tiempo,
cuando al quinto tronido del
Big Bang,
el gran reflujo de las aguas
precedió a la siembra de peces
y monstruos marinos
a los cuales Dios bendijo
y les ordenó multiplicarse.
Pasan sin pasar del todo
los salmones en la mar,
perpetuo presente que va y que vuelve.
¡A desovar! ¡A desovar!
La muda del color borró
el rosa desvaído de su piel
con pinceladas a lo Bacon,
bermejas, verdinegras, azulencas.
Las aguas germinales también son otras.
Ya no dejan ver la grava del fondo,
guijarros o el caracol en letargo.
Vertederos a cielo abierto
han traído al estuario
pestilencia y corrupción,
torvas parteras de otro siglo de espadas.
¡Polvo al polvo!
¡Ceniza a las cenizas!
Entonces, como el fantasma de Elvis
en las gasolineras de Tennesee,
una espina de pescado
quedará moldeada en algún zanjón mudo,
largo tajo sobre la Tierra,
erial baldío
por donde cierta vez anduvo el Hombre,
sombra pasajera.

Laus Deo
Buenos Aires,
octubre, 2014


Carlos Bègue (Buenos Aires, Argentina, 1935). Narrador y poeta. Ha publicado Oscuro tesoro de la muerte (cuentos, Premio  Municipal de Literatura de la ciudad de Buenos Aires, 1984), El paseo del Centauro (cuentos, 1983), Buitre de pesares la memoria (novela, fue finalista en 1999 del  XVII Premio Herralde, Premio Osvaldo Soriano, Mar del Plata, 2001 y Primer Premio del Fondo Nacional de la Artes, 2003). En poesía es autor de Los Cardales (1986). Le decían cabezón  (cuentos, obtuvo una mención en el premio Casa de las América (Cuba, 1987) y en Uruguay el primer premio del concurso Cuentos de Inmigrantes.