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lunes, 18 de enero de 2016

TOMAS TRANSTRÖMER: Diez poemas







TOMAS TRANSTRÖMER (Suecia, 1931-2015)























EL CIELO A MEDIO HACER



El desaliento interrumpe su curso.
La angustia interrumpe su curso.
El buitre interrumpe su vuelo.

Tenaz,  la luz se derrama;
hasta los fantasmas se toman un trago.

Y nuestros cuadros se hacen visibles,
animales rojos de ateliés de la Época Glaciar.

Todo comienza a girar.
Centenares los que andamos al sol.

Cada persona es una puerta entreabierta
que lleva a una habitación para todos.

La tierra infinita bajo nosotros.

El agua brilla entre los árboles.

La laguna es una ventana a la tierra.

                                                     

                                                         (de El cielo a medio hacer)


La casa del dolor de cabeza


Me desperté en el mismo centro del dolor de cabeza. El dolor de cabeza es el lugar donde debo permanecer y por esto me he quedado sin recursos para pagar alquiler en ningún otro lado. Me duele tanto el cabello que se me está volviendo canoso. Duele dentro del nudo gordiano, el cerebro, eso que desea tántas cosas, en diferentes direcciones. El dolor es una medialuna que cuelga medio dormida en el cielo celeste, el color desaparece del rostro, la nariz señala hacia abajo, toda la vara del zahorí se tuerce hacia abajo, hacia la corriente subterránea: el dolor. Me he mudado a una casa que fue construida en lugar erróneo, hay un polo magnético casi debajo de la cama, casi bajo la almohada y cuando el tiempo cambió, encima de la cama, hubo un corto circuito. Una vez tras otra intento imaginarme que un enorme cascanueces pellizca con un agarrón milagroso las vértebras del cuello, algo que de una vez para siempre enderezará la vida. A propósito, no sólo hay dolor en mi cabeza privada. El mal se relaciona, entre otras cosas, con las negociaciones de paz en París que se han “malogrado” y la expresión “malogrado” se proyecta en la pantalla de aquí dentro. También duele porque las cartas quedan sin responder, porque ayer estaba enojado, porque uno derriba la vieja y fea casa para construir una más fea aún. Pero la casa del Dolor de Cabeza no está madura para ser eliminada. Antes tendré que vivir allí una hora, dos horas, medio día. Antes dije que era un lugar, luego he cambiado diciendo que es una casa, pero la pregunta es si no será una ciudad entera. El tráfico se desliza implacablemente lento. Los diarios aparecen. Suena un teléfono .

                                                                                                                        (inédito en libro)


Epílogo


Diciembre. Suecia es una extenuada
barca en tierra. Sus ásperos mástiles,
contra el cielo de anochecer.
Y el anochecer dura más
que el día -el camino que conduce hasta aquí es pedregoso:
recién a la hora de la cena llega la luz
y el coliseo del invierno se levanta,
iluminado desde nubes irreales. Entonces sube
de pronto el humo blanco, vertiginoso
de los pueblos. Las nubes están infinitamente altas.
En las raíces del árbol del cielo hurga el mar,
distraído, como escuchando algo.
(Invisible pasa un pájaro sobre la parte oscura,
retraída del alma, despierta
a los durmientes con sus trinos. Así gira
el refractor, atrapa otra época
y ya es verano: muge la montaña, hinchada
de luz y el arroyo levanta el brillo del sol
en mano transparente… Luego, todo se esfuma
como en la oscuridad se corta película.)

Ahora la estrella de la tarde quema la nube.
Árboles, patios traseros y casas se amplían, crecen
en la avalancha silenciosa de la noche que cae.
Y bajo la estrella se revela más y más
el otro, el oculto paisaje que vive
como silueta en la placa radiográfica de la noche.
Una sombra lleva su trineo entre las casas.
Ellas esperan.



                 A las 18.00 llega el viento
y galopa ruidoso en la penumbra
de la calle del pueblo, como una caballería. ¡Cómo
la negra inquietud actúa y se desvanece!
En danza inmóvil están las casas presas,
en este zumbido que se parece al sueño. Uno y otro  
golpe de viento vagan sobre la bahía, lejos,
hacia el mar abierto que se arroja en la noche.
Flamean las estrellas desesperadas en el espacio.
Las encienden y apagan nubes que van volando;
sólo cuando anochece la luz elimina
su existencia, como las nubes del pasado
que andan cazando en las almas. Cuando paso frente
a la pared del establo, se oye el estruendo
de las coces del caballo enfermo que está adentro.
Y es la partida en la tormenta, junto        
a una reja que golpea y golpea, un farol
que surge de una mano, una animal que cacarea
de terror en el monte. La partida, cuando truena
como la tempestad sobre los techos de los establos, bordonea
en los hilos telefónicos, silba estridente
en las tejas del techo nocturno
y el árbol desamparado extiende sus ramas.
¡ Un tono de gaitas se libera!
Un tono de gaitas que avanzan desfilando,
liberadoras. Una procesión. ¡Un bosque en marcha!
Chorrean en torno a una proa y la oscuridad se mueve
y tierra y agua se transportan. Y los muertos,
los que se fueron bajo cubierta, van con nosotros,
con nosotros, en marcha: un viaje por mar, una travesía
que no es caza, sino amparo.

Y el mundo rasga todo el tiempo su carpa
de nuevo. Un día de verano el viento toma
la jarcia de la lancha y arroja la Tierra hacia delante.
Rema el nenúfar con su pata de rana oculta
en el vientre oscuro de la laguna que huye.
Rueda lejos un bólido en las salas del espacio.
En el anochecer de verano se ven las islas elevarse
en el horizonte. Viejos pueblos van
en camino, se internan en los bosques más y más,
en la rueda de las estaciones, con el rechinar de la urrraca.
Cuando el invierno arroja de sí sus botas,
y el sol tañe más alto, los árboles se cubren de hojas
y se llenan de viento y navegan en libertad.
Junto al pie del monte está el declive del bosque de pinos,
pero viene la ola larga y tibia del verano,
pasa lentamente entre los topes de los árboles, descansa
un instante y se hunde otra vez:
queda una costa deshojada. Y por fin:
el espíritu de Dios es como el Nilo: se desborda
y se hunde a un ritmo que ha sido calculado
en textos surgidos en distintas épocas.
Pero también él es inmutable
y por eso rara vez se lo ve por aquí.
Él cruza la procesión desde el costado.

Como el navío pasa entre la bruma
sin que la bruma nada perciba. Silencio.
La débil luz de la linterna es la señal.

                                                             (de 17 poemas)


El sueño de Balakirev
            (1905)


El piano de cola negro, la araña brillante,
temblorosa estaba en el medio de su red de música.


En la sala de conciertos fue tocado un país
donde las piedras eran livianas como rocío.


Pero Balakirev se durmió con esta música
y soñó con el carruaje del Zar.


Avanzaba rodando sobre los guijarros
derecho hacia la oscuridad graznando como cuervo.


Él mismo estaba solo, sentado, veía desde el carruaje
pero también corría por el mismo camino.


Sabía que el viaje había sido largo
y su reloj medía años, no horas.


Había un campo en que yacía el arado
y el arado era un pájaro caído.


Había una bahía donde estaba el barco
congelado, apagado, con gente en la cubierta.


El carruaje se deslizaba sobre el hielo y las ruedas
zumbaban y zumbaban con sonido de seda.


Un pequeño navío de guerra: “Sevastopol”.
Él estaba a bordo. Se acercó la tripulación.


Te salvarás de morir si es que sabes tocar.”
Le mostraron un extraño instrumento.


Parecía una tuba o un fonógrafo,
o parte de una desconocida maquinaria.


Paralizado y desamparado comprendió: era
el instrumento que dirigía el navío.


Se volvió hacia el marino más cercano,
ansioso, gesticulando, con la mano pidió:


¡Haced la señal de la cruz como yo, haced la señal!”
El marino lo miró triste como un ciego,


estiró los brazos, hundiendo la cabeza:
estaba como clavado en el aire.


Sonaron los tambores. Sonaron los tambores. ¡Aplausos!
Balakirev se despertó de su sueño.


Tableteaban las alas de los aplausos en la sala.
Vio levantarse al hombre del piano de cola.



Afuera, las calles oscurecidas por la huelga.
Rápidos pasaban los carruajes en la oscuridad.


(MILIJ BALAKIREV
COMPOSITOR RUSO, 1837-1910)


                                                                        
                                                              (de Secretos en el camino)



La ventana abierta


Parado frente a la ventana abierta,
en un primer piso,
me estaba afeitando una mañana.
Encendí la afeitadora.
Comenzó a zumbar.
Zumbaba más y más.
Creció hasta el estruendo.
Creció hasta ser un helicóptero
y una voz –la del piloto- penetró
a través del estruendo; gritaba:
¡Mantén la vista alerta!
Es la última vez que ves esto.”
Nos elevamos.
Volamos bajo sobre el verano.
¿Importa saber cómo me gustaba todo esto?
Docenas de dialectos en verde.
Y en especial el rojo de las casas de madera.
Los escarabajos brillaban en el barro, al sol.
Sótanos arrancados por las raíces
llegaban por el aire.
Actividad.
Las prensas se arrastraban.
En ese momento la gente
era lo único que estaba quieto.
Guardaban un minuto de silencio.
Y especialmente los muertos del cementerio rural
estaban quietos
como cuando posábamos para las fotos infantiles.
¡Vuela bajo!
No supe adónde volvía yo
mi cabeza:
con visión dividida
como un caballo.

                                            (de Ver en la oscuridad)



Para amigos tras una frontera
                                      

Fui tan parco en mi carta. Pero lo que no pude escribir
se hinchó e hinchó como un antiguo zepelín
y se perdió al fin por el cielo nocturno.


                                         II

Ahora el censor tiene la carta. Enciende su lámpara.
En el resplandor vuelan mis palabras como monos en una reja,
se sacuden, se aquietan y  ¡muestran los dientes!


                                         III

Leed entre líneas. Nos encontraremos en 200 años
cuando estén olvidados los micrófonos de hotel
y podamos dormir al fin, hacernos ortoceratitas.



                                                                                                    (de Senderos)


Boceto en octubre


El remolcador, pecoso de herrumbre. ¿Qué hace tierra adentro?
Es una pesada lámpara, apagada en el frío.
Pero los árboles tienen colores salvajes. ¡Señales hacia la otra costa!
Como si algunos pidieran que los recojan.



Camino a casa veo los hongos surgir en la gramilla.
Son dedos que piden ayuda, dedos de uno
que para sí mismo sollozó largo tiempo, en la oscuridad de abajo.
Pertenecemos a la Tierra.


                                                                                          (de Senderos)


La parroquia dispersa


                 I

Acordamos mostrar nuestras viviendas.
El visitante pensó: son buenas viviendas.
La villa miseria está dentro de ustedes.


                  II

Dentro de la iglesia: bóvedas y columnas
blancos como yeso, como venda de yeso
en torno a los brazos rotos del trono.


                  III

Dentro de la iglesia está el cuenco del mendigo
que se levanta a sí mismo del piso
y camina a lo largo de las hileras de bancos.


                  IV

Pero las campanas de la iglesia tienen que ocultarse bajo tierra.
Cuelgan en los túneles de las cloacas.
Repican bajo nuestros pasos.


                   V

El sonámbulo Nicodemus en camino
a la Dirección. ¿Quién tiene la dirección?
No sé. Pero hacia ella vamos.


                                                                                          (de Senderos)


Mayo tardío


Manzanos y cerezos en flor ayudan a los lugares a deslizarse
con salvavidas blanco; en la bella, sucia noche de mayo, los pensamientos se abren.
Hierba y malahierba dan silenciosos, tercos golpes de ala.
Brilla el buzón en calma; lo escrito no se puede retirar.



Viento algo frío pasa por la camisa y busca el corazón.
Manzanos y cerezos, de Salomón en silencio se ríen,
florecen en mi túnel. Los necesito
no para olvidar sino para recordar.


                                                                                (de Senderos)



Versiones de Roberto Mascaró