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viernes, 22 de noviembre de 2019

Raymond Carver: 2 poemas





Raymond Carver

























Los jóvenes lanzallamas de ciudad de México

Se llenan la boca con alcohol
y luego soplan
sobre una vela encendida,
lo hacen en los semáforos.
O en cualquier otro lugar
donde los automóviles hacen cola
y sus conductores
enojados y frustrados
están a la búsqueda de algo que los distraiga.
En esos sitios hallarás a los jóvenes lanzafuegos.
Haciendo lo que hacen, si tienen suerte,
por unas monedas. 
Pero antes del año sus labios
estarán quemados y sus gargantas en carne viva.
En pocos meses perderán la voz.
No podrán hablar ni gritar,
estos niños silenciosos
que recorren las calles con una vela
y una lata de cerveza llena de alcohol.
Los llaman los milusos, lo que significa
que sirven para muchas cosas o para nada.


Qué puedo hacer

Mi único deseo
es observar los pájaros
que revolotean
frente a la ventana.
He desconectado el teléfono,
mis seres queridos no podrán comunicarse,
mucho menos atraparme en la cárcel
de sus pequeñas miserias cotidianas.
Les advertí que el pozo se había secado.
Ellos no quieren entenderlo. Insisten.
En un momento como éste
No podría resistir la buena nueva
de un auto que necesita arreglos,
ni que me recuerden la cuota vencida
de esa casa rodante que ya pagué hace meses.
Me olvidaba
del cuento del hijo que viajó a Europa
y le escribe a su desconsolada madre
que no la volverá a ver nunca
si yo no me hago cargo de sus deudas.
Mamá también quiere hablar conmigo,
recordar nuestro mutuo amor,
la leche que bebí en mi niñez,
los sacrificios realizados.
" Estas cosas deben tener algún valor, "
repite constantemente.
Ella necesita dinero para mudarse.
Ahora quiere regresar a Sacramento..
Yo ya no recuerdo cuantas veces se mudó
en los últimos años, quizás veinte.
Hoy en día todos
Creen que la suerte está en el sur.
Yo sólo pido que me dejen respirar.
Debo curar las heridas que anoche
me produjo la dentadura de un perro.
Y luego deseo mirar los pájaros
que no piden absolutamente nada
se conforman con el sol y la brisa.
Tengo que conectar el teléfono
hablar con los miembros de mi familia
aclararles mis conceptos de  lo que está bien,
explicarles hasta dónde pueden llegar.
Una  docena de pajaritos
no más grandes que tazas de té
descansan en las ramas que acarician
los cristales del ventanal.
Repentinamente dejan de cantar
estiran sus cuellos hacia el firmamento.
Ellos no comprenden la situación.
Se zambullen en un prolongado vuelo.

(Versión Esteban Moore)