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viernes, 17 de julio de 2020

Fernando Kofman: Jorge Rivelli, dos evocaciones


Jorge Rivelli (1954-2020) Tinta Horacio Spinetto



   Son muchos los momentos que se agolpan en mi memoria al evocar la figura de Jorge Rivelli. Un ser muy especial que vivía para la poesía, respiraba poesía, soñaba despierto. Pero quiero destacar dos, donde sentí la plenitud de su alma, su intensidad de vivir.
   En el año 2005 fue mi última Feria del Libro. Había hecho más de veinte. En el puesto estaba mi hijo, Santiago, Jorge y yo. Mi hijo se dedicaba a todo lo que fuera ciencia ficción, y Jorge y yo atendíamos la sección de poesía. Siempre dentro del torbellino que es la Feria, recibíamos visitas muy variadas. Pero se destacaban las delegaciones de maestras y profesoras de distintas ciudades de la provincia de Buenos Aires. Cuando preguntaban por poesía les ofrecíamos autores reconocidos. Pero se habían convertido ya en un juego, las interrupciones de mi hijo. Con su entusiasmo de joven y muy amigo de Rivelli, les ofrecía: “Matambre”. Les decía: “Lleven este libro de Rivelli, les va a cambiar la vida”. Algunas aceptaban, y otras no. Así transcurrieron los diecinueve días de la Feria. Pura agitación, mucho ruido y bromas entre los tres. Cuando estaba por terminar la feria, a Jorge se lo veía feliz, como un chico en un parque de diversiones. Nos dijo que se habían vendido más de setenta ejemplares de “Matambre”.
  El otro momento, muy relevante para mí, fue cuando publicó su último libro: “Madrigal del Diablo”. Previo a su publicación, me comentaba por teléfono los cuatro años que le había dedicado, que creía que era lo mejor que había escrito, y que había dejado atrás el registro de sus libros anteriores. Al salir publicado me lo entregó, y me dijo que me iba a llamar pronto porque quería saber mi opinión. Siempre ponía mucha ansiedad conmigo. Y así ocurrió. A la semana me llamó y no paraba de preguntarme: ¿Qué te pareció? Y recuerdo que le dije: “Tu libro tiene momentos de alto vuelo y me recordó a fragmentos de “La tierra baldía”. Hubo segundos en que su respiración se contuvo en el teléfono, y luego me dijo: “¿Cómo es eso?”. Y entonces le leí algunos versos, citándole las páginas, y al final me agradeció mucho.
  Los fragmentos que le leí fueron éstos:
  “Leyendo los avisos fúnebres bebiendo vodka y los meses del almanaque que caen como las hojas de una rama seca pronto…pronto…la carne que la tumba en la cueva comió…estará a sus anchas…”.
  “Tres de la mañana del frío otoño los árboles duermen/la tierra tiesa el empedrado brilla como el hielo en el vaso inclinado/ciudad de escamas, escribo en mi moleskine el lento aleteo de un buitre sobre los restos humeantes de la fauna nocturna”.
  “Ayer cené bajos la sombra de una letrina importante/pescado pescado/la voz de los reyestroikos repetía/pescado pescado/y los hornos repetían y decían/como si todos fuéramos selenitas/pescado pescado”.
  Ahora, que este amigo ya no está, cuando termine esta pandemia, volveré a caminar por el centro de Buenos Aires. Como otras veces, me interrumpirán a mediodía las campanadas de alguna iglesia. Creo que entre esos sonidos escucharé la voz de Jorge recordando unas palabras de John Donne en un sermón: “No preguntes por quién doblan las campanas, doblan por vos”.

Fernando Kofman (Poeta)