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sábado, 28 de noviembre de 2020

Esteban Moore: A Rumbo Abierto

 

Esteban Moore 















Anduve la tendida llanura de la cuenca del Salado

sus rutas -sus caminos -sus canales hinchados de agua

Dormí bajo estrellas y lunas envueltas en bruma

En el valle del  Río Negro me obsequiaron manzanas  

                                       /del tamaño de una calabaza 

Apagué mi sed en las heladas aguas del Ñiriguau 

Todo esto recuerdo hoy aquí a la ribera del Paraná

y también 

los gemidos de un moribundo en un hospital de campaña

la furia del viento en los grandes eucaliptos

el brillo ardiente de aquellos ojos claros

Todo esto recuerdo mientras observo los buques 

                       /que navegan lentos contra la corriente

y celebro en silencio:

el buen sol - la brisa suave -el vino fresco 

                                                               -la palabra mar




Esteban Moore (Buenos Aires en 1952). Poeta, ensayista y traductor.En poesía ha publicado: La noche en llamas (Buenos Aires,1982); Providencia terrenal (Buenos Aires,1983); Con Bogey en Casablanca (Buenos Aires, 1987); Poemas 1982-1987 (Buenos Aires,1988); Tiempos que van ( Buenos Aires,1994); Instantáneas de fin de siglo ( Montevideo, Uruguay, 1999, mención Honorífica Premio Municipal de Buenos Aires); Partes Mínimas ( Mar del Plata, 1999); Partes Mínimas y otros poemas (Buenos Aires, 2003,   premio Fondo Nacional de las Artes); Antología poética (Buenos Aires, 2004, Fondo Nacional de las Artes),  Partes Mínimas -uno/dos-  (Córdoba, 2006); El avión negro y otros poemas (Buenos Aires, 2007, auspicio, Fondo Metropolitano de las Artes y las Ciencias), Veinte años no son nada (Córdoba, 2010),  Pruebas al canto ( Córdoba,  2012), Poemas -1982-2007- (Córdoba, 2015). En ensayo publicó: Primer Catálogo de Revistas Culturales de la Argentina (Ediciones Revista Cultura, auspiciado por la Secretaría de Cultura de la Nación y la Federación de Revistas Iberoamericanas, Buenos Aires,  2001),  ha dado a conocer en revistas y diarios textos sobre poetas y poesía reunidos en Versiones y apropiaciones (2012) y Jorge Luis Borges: el escritor poeta (Buenos Aires, 2017). Ha obtenido becas del Fondo Nacional de las artes y por su obra ha recibido diversas distinciones entre ellas la Orden Alejo Zuloaga, otorgada por la Universidad de Carabobo, Valencia Venezuela.

 Colabora con publicaciones del país y del extranjero. Su obra ha sido parcialmente traducida al inglés, italiano, francés, alemán, lituano, portugués y Albanés e incluida en diversas antologías 



jueves, 26 de noviembre de 2020

Enrique Molina: Un País, unas Sombras

 

Enrique Molina (Buenos Aires, 1910-1997)





















Yo he sido para siempre, tierra mía,

entre tus arenales

cubiertos por el cielo como por una blanda corteza

      de luces y aguaceros,

una canción de tercas casuarinas

enlazando el insomnio al hechizo nocturno:

algún vago quejido de tablones

bajo cuerpos que trotan en la sombra,

algún grito animal en las hierbas.


Sobre aquellas planicies,

llegadas de tan lejos

a lamer en silencio los muros de mi casa,

en esos grandes valles de lánguidas maderas,

el embeleso de la luz ardía

con misteriosos signos de patas de gallina en el fango,

de infieles golondrinas,

de cueros que crujían en inmensos galpones

donde aleteaba el rápido gemido de las lluvias.


Codicias del invierno entre los montes,

radiosos desafíos del deseo

en aquellas llanuras saqueadas por el sol,

envueltas por ortigas y aliento de caballo.

Esas blancas arenas

han sumido mi sangre,

y confundido a ellas 

hay algo de mi ser que me reclama

sonando tiernamente, tristemente,

a través de los muros,

como el materno acento de unos llanos,

el implacable canto del amor y de la lejanía.


Porque así son las venas

en el hombre.

Ligadas para siempre a algún lugar

      de cuyo polvo nacen.

Mira en ellas:

juegos alrededor de un árbol,

cabalgatas de infancia en las cuchillas,

poblaciones perdidas entre los arenales,

y una larga avenida de eucaliptos

que conduce

a unas habitaciones cuyos muertos

dejan entrar la niebla de la noche.


Yo era aquella tierra.

Yo era su canción empedernida,

el linde tierno de las charcas y la garza salvaje.

Yo he tocado su suelo.

He vivido en su luz de sombrías estatuas,

la  he sentido latir como una bestia pura

tendida entre las secas espadañas.


Y ahora mismo

ligado estoy a ella.

Ligado a su ceniza y a su fuego.

Remolino de formas. Pozo

de calaveras entrañables

oculto tras sus puertas de hierros y pantanos.

Unas pobres agonías sin nombre.

Unos seres efímeros y sin embargo eternos.


¿Qué es un país, me digo,

qué es  esa luz vivida

que ilumina en el alma

la adulación oscura de unas cosas

entre las balbuceantes llamas de la distancia…?


¿Qué es esa provincia torva

ladrada por los perros,

con sus carnosas frutas en medio de fulgores y miserias,

y su savia, su pueblo áspero y lento, el polen,

     la indolencia,

tras sus pasos que arrastran jinetes y naranjos,

y ciénagas que asumen sin testigos la sorda voz

     del viento…? 


¡Pira, túmulo de frutos rodeado de fuegos,

guardada por dementes quimeras que aún musitan

     su signo indescifrable!

Sólo hay una morada en ti para el recuerdo.

Porque tú eres

la última verdad.

Y su nostalgia

es la única dadiva que entregas a tus hijos.


Sé que te pertenezco, como a tus pobres cosas,

al pie de la barranca donde una vez latí.


Hija de unas formas ansiosas

que resumen el mundo,

nombrándome sollozas y acaricias

y siento tu voz dura a través de los seres,

llena de ramas secas, de columnas alzadas por el polvo,

alargando hacia mí tus oscilantes muertos,

una roída mano de sombra y remembranza.


Tierra  mía,

sé que me estas llamando

donde nada es más cruel que tu propia belleza.



Enrique Molina (Buenos Aires, 1910-1996) Poeta, novelista y traductor. Junto a Aldo Pellegrini fundó y dirigió la revista A partir de Cero que agrupó a los surrealistas argentinos. Por su vasta obra recibió diversas distinciones: los premios Martín Fierro, Fondo Nacional de las Artes, y Municipal de la Ciudad de Buenos Aires. 














lunes, 16 de noviembre de 2020

Enrique S. Discépolo: Tangos

 


Enrique S. Discépolo














 

Qué Vachaché


Piantá de aquí, no vuelvas en tu vida.

Ya me tenés bien requeteamurada.

No puedo más pasarla sin comida

ni oírte así, decir tanta pavada.

¿No te das cuenta que sos un engrupido?

¿Te creés que al mundo lo vas a arreglar vos?

¡Si aquí, ni Dios rescata lo perdido!

¿Qué querés vos? ¡Hacé el favor!.


Lo que hace falta es empacar mucha moneda,

vender el alma, rifar el corazón,

tirar la poca decencia que te queda...

Plata, plata, plata y plata otra vez...

Así es posible que morfés todos los días,

tengas amigos, casa, nombre...y lo que quieras vos.

El verdadero amor se ahogó en la sopa:

la panza es reina y el dinero Dios.

¿Pero no ves, gilito embanderado,

que la razón la tiene el de más guita?

¿Que la honradez la venden al contado

y a la moral la dan por moneditas?

¿Que no hay ninguna verdad que se resista

frente a dos pesos moneda nacional?

Vos resultás, -haciendo el moralista-,

un disfrazao...sin carnaval...


¡Tirate al río! ¡No embromés con tu conciencia!

Sos un secante que no hace reír.

Dame puchero, guardá la decencia...

¡Plata, plata y plata! ¡Yo quiero vivir!

¿Qué culpa tengo si has piyao la vida en serio?

Pasás de otario, morfás aire y no tenés colchón...

¿Qué vachaché? Hoy ya murió el criterio!

Vale Jesús lo mismo que el ladrón...



Cambalache


Que el mundo fue y será una porquería

ya lo sé...

(¡En el quinientos seis

y en el dos mil también!).

Que siempre ha habido chorros,

maquiavelos y estafaos,

contentos y amargaos,

valores y dublé...

Pero que el siglo veinte

es un despliegue

de maldá insolente,

ya no hay quien lo niegue.

Vivimos revolcaos

en un merengue

y en un mismo lodo

todos manoseaos...


¡Hoy resulta que es lo mismo

ser derecho que traidor!...

¡Ignorante, sabio o chorro,

generoso o estafador!

¡Todo es igual!

¡Nada es mejor!

¡Lo mismo un burro

que un gran profesor!

No hay aplazaos

ni escalafón,

los inmorales

nos han igualao.

Si uno vive en la impostura

y otro roba en su ambición,

¡da lo mismo que sea cura,

colchonero, rey de bastos,

caradura o polizón!...

¡Qué falta de respeto, qué atropello

a la razón!

¡Cualquiera es un señor!

¡Cualquiera es un ladrón!

Mezclao con Stavisky va Don Bosco

y "La Mignón",

Don Chicho y Napoleón,

Carnera y San Martín...

Igual que en la vidriera irrespetuosa

de los cambalaches

se ha mezclao la vida,

y herida por un sable sin remaches

ves llorar la Biblia

contra un calefón...


¡Siglo veinte, cambalache

problemático y febril!...

El que no llora no mama

y el que no afana es un gil!

¡Dale nomás!

¡Dale que va!

¡Que allá en el horno

nos vamo a encontrar!

¡No pienses más,

sentate a un lao,

que a nadie importa

si naciste honrao!

Es lo mismo el que labura

noche y día como un buey,

que el que vive de los otros,

que el que mata, que el que cura

o está fuera de la ley...



¿Qué Sapa Señor?

 

La tierra está maldita

Y el amor con gripe, en cama.

La gente en guerra grita,

Bulle, mata, rompe y brama.

Al hombre lo ha mareao

El humo, al incendiar,

Y ahora entreverao

No sabe dónde va.

Voltea lo que ve

Por gusto de voltear,

Pero sin convicción ni fe.


Hoy todo dios se queja

Y es que el hombre anda sin cueva,

Volteó la casa vieja

Antes de construir la nueva...

Creyó que era cuestión

De alzarse y nada más,

Romper lo consagrao,

Matar lo que adoró,

No vio que a su pesar

No estaba preparao

Y él solo se enredó

Al saltar.


¡qué "sapa", señor...

Que todo es demencia!...

Los chicos ya nacen

Por correspondencia,

Y asoman del sobre

Sabiendo afanar...

Los reyes temblando

Remueven el mazo

Buscando un "yobaca"

Para disparar,

Y en medio del caos

Que horroriza y espanta:

La paz está en yanta

¡y el peso ha bajao!...

¿qué "sapa", señor,

Que ya no hay borbones,

Las minas se han puesto

Peor que los varones;

Y embrollan al hombre

Que tira boleao;

Lo ven errar lejos

A un dedo del sapo

Y en vez de ayudarlo

Lo dejan colgao?.

Ya nadie comprende

Si hay que ir al colegio

O habrá que cerrarlos

Para mejorar...


Diseño y realización Jorge Muscia, Alfredo Martínez, Estación Corrientes Línea H, Subterráneos de Buenos Aires.




Enrique Santos Discépolo
(Buenos Aires,1901-1951) Letrista, dramaturgo, guionista y actor.  Autor de letras de tango emblemáticas de la ciudad de Buenos Aires cantadas y grabadas por distintas voces, entre ellas, las de Tita Merello y Carlos Gardel.



 


miércoles, 11 de noviembre de 2020

Horacio Castillo: 3 poemas

 

Horacio Castillo















El cinocéfalo

Devoraste el ángulo de ciento ochenta grados

                 que teníamos delante,

devoraste la seguridad de lo absoluto,

devoraste la posibilidad de afirmación,

devoraste el prestigio de  lo real.

Y ahora, a mis pies, esperas el resto,

miras como pidiendo compasión,

como intuyendo

-hocico de perro, corazón de mono-

que no existe culpable.



Amanecer junto al árbol de la carroña


Toda la noche velamos junto al árbol de la carroña,

el  ojo en vilo, la boca en llamas,

los miembros animados por un desconocido temblor.

Toda la noche velamos bajo sus ramas,

la nariz dilatada, el oído al acecho,

frotándonos los cuerpos unos contra otros

para evitar el frío que viene desde el espacio.

toda la noche velamos, toda la noche,

inmóviles junto al árbol de la carroña,

como blancos cuervos espantando  la nada,

soplando la trompeta de la descomposición.



Homenaje a la palabra alcanfor


La palabra alcanfor, por ejemplo en la frase:

muertos empapados en alcanfor,

¿es una realidad distinta del ojo, la mano o el olfato?

Otro extraerá de ella un río que lleva el ágata y la peste,

¿vírgenes entregadas a los extranjeros en húmedos lienzos?


Muertos empapados en alcanfor:

un idioma estará también bajo la tierra,

descarnándose como nuestros huesos,

antes y después sin interlocutor posible.


Horacio Castillo (Ensenada, Buenos Aires, 1934- La Plata, Buenos Aires, 2010).  Poeta y traductor. Es autor,  entre otros títulos de:  Descripción (1971), Materia acre (1974), Tuerto rey ( 1982) y Alaska (1993).

  





Roger Gilbert-Lecomte: poemas

 



Roger Gilbert-Lecomte





 











Testamento

Vengo de lejos de mucho más lejos

    De lo que pudiera creerse

Y los confines nocturnos de los desiertos del hambre

    Saben mi historia

 Aquella que está en todas partes con sus uñas con sus dientes

    Me hizo mal

Y sobre todo sobre todo su horrible mirada de barro

    Me hizo mal

Si ahora duermo anclado

    Al puerto de la miseria

Es porque no supe decir basta

    A la miseria

Estoy en el fondo del mundo

   Sin antorchas

Caído al fondo del olvido lleno de piedades inmundas

   Solo para mí hermoso


La eternidad en un abrir y cerrar de ojos


                                                               a Arthur Adamov


Aquel que vea frente a frente a su doble debe morir


Final del drama del vidente solitario 

Espejo un ojo mira un ojo que lo mira

Ofrecido y rechazado puro don y duro rechazo 

De la intrusa que no puede más no puede más

Donante abrevada en la fuente de insultos


Obsesión del reflejo glacial sombra vana

De ese doble probado más sí-mismo que uno 

Simulacro negado de luz mentirosa

Perdida en las ondas de sombras en las aguas sombrías de muerte

  

Milagro de mirada que mira al ojo que lanza 

Una mirada inversa vigilante asesino

Provocador 

Asesinato suicidio en el juego mortal


Inmortal que pasa a través del espejo

Pupila que contrae un acto puro destruir

Es la estrella fantasma de alma de fuego negro

Punto nulo vibrando en su propio interior


El ojo devorará al ojo en el punto nulo eterno



El vacío de vidrio


Un palacio con muros

De viento


Un palacio con torres

De llama en el gran día


Un palacio de ópalo 

En el corazón del cenit


El pájaro de aire pálido

Vuela rápido hacia allá


Dejando una línea blanca 

En el espacio negro


Encrucijada del coma

Angustiado, agonizante, cuando veas

En el cielo: un domo de oro salpicado de puntos negros                                                                      

Estelares, y la luna como una negra pastilla

Sobre un gran vientre de luz,

El momento habrá llegado: tu muerte última

Y tu nacimiento primero.



Cuando llegue el día del gran viento

El viento se mueve apenas en el extremo del cielo

Pero al crecer

Al imaginarse más poderoso 

Vasto y activo puede de un momento a otro

Aterrorizar 

Las cumbres de fuego del cielo  Pánico

Tu corazón de mármol negro oh rosa de sombra noche

Nutre en sobresaltos bruscos sofocantes

El árbol tonante de las venas 

El espectro de coral de las arterias 

Tu corazón que siente que algo toca en él

En el centro oculto

La perla desconocida


Es este el gran viento que mezcla ahora las capas

Del espacio

Cabo de sombra en el umbral de las noches donde parte el meteoro

Vaivén de arco iris sobre el cristal de la tarde

Lo que va lo que viene es el hacha de alas

Que corta el espacio ebrio de  negros retazos  

Caos que engulle los rostros y las máscaras

Es este el momento del silencio que aúlla  Relámpago

El escalofrío de la tierra devora las mareas

Bajo el viento de los fantasmas 

La tierra es recorrida por temblores de muerte

En las playas altas de la extensión

En las cavernas de éter del fuego 

En la roca que bulle celeste 

El gran viento de metamorfosis

Esculpe las formas

Monstruos policromos hidras de arcoíris 

Estrellas de mar y de cielo

Estrellas de aire separadas del aire por ninguna membrana

Cambiantes ideas multiformes


Cuando el gran viento penetre 

Nadie sabrá qué color tendrá la luz

Sobre el aspecto prodigioso de los bellos monstruos creados 

Qué eclipse de miedo qué incendios de horror

Provocará el gran viento 

Sobre los espacios inferiores donde deambula el sol

Rey de mundos bajos. 



Extraído de Roger Gilbert-Lecomte, Œuvres Complètes II, Gallimard, 1977. Versiones de Adrián Bollini. 

   Roger Gilbert-Lecomte nació el 18 de mayo de 1907 en Reims. Poeta francés, fundador, junto a René Daumal, Roger Vailland y el artista plástico Josef Šíma, de la revista de vanguardia Le Grand Jeu, donde dio a conocer ensayos como Après Rimbaud la mort des arts (1929), Monsieur Morphée empoisonneur public (1930) o L’Horrible révélation... La seule (1930). 

   Publicó dos libros de poesía: La Vie l’Amour la Mort le Vide et le Vent (1933) y Le Miroir noir (1937). La adicción a la morfina lo sumió progresivamente en la pobreza y el aislamiento. Murió de tétanos, por el uso de agujas hipodérmicas mal esterilizadas, el 31 de diciembre de 1943 en París.

   En 1974 éditions Gallimard editó sus Œuvres Complètes en dos volúmenes. Sobre su poesía Antonin Artaud dijo: “En una época antipoética entre todas, donde la poesía escrita parece un secreto perdido, un poeta auténtico finalmente se nos ha revelado”. 


Adrián Bollini (Bragado, Buenos Aires, 1988). Poeta y traductor. Publicó por Alción editora (Córdoba) los libros de poesía Escritos de Dédalo, Sísifo y Pandora (2009) y Ascética de Heuzek (2015).  



martes, 10 de noviembre de 2020

Vicente Franz Cecim: Canción de Arena*

 


Vicente Franz Cecim













Después, el silencio volvía. Las voces paraban.

Y entonces, fue que comenzaron a oír, comenzaríamos a Oír aquel canto.

En él, tú verás, aquellos adormecidos irían a hablar con la carne, decirle cosas, hacer preguntas a ella.

Uno de los adormecidos, abriendo los labios, dejaba oír, en un murmullo: Canción de arena

Y el canto estaba comenzando, en la Residencia en las Tinieblas:


Vivir cada día el más extraño oro, ellos cantaban

Ellos cantarían: La concebida arena.

y al caminante alrededor de la piedra, la arena

y el viento alrededor de la piedra


y en la arena

y reunida la arena, la carne


Y la concebida del ala,


y en la arena todavía

la reunida arena


Volvía el silencio. Una pausa. Y el canto volvía


Fuimos aquellos que primero aullaron para ti,

en la primera noche, el que primero rio en los tiempos

Fuimos a nuestros arrepentidos huesos curvos

pues tú trituras amorosamente lo que contienes, e incontenida


Silenciosos bajo el silencio de la hierba: sensibles

al dolor y a tu hierba

Silenciosos hasta la altura de las ramas vueltas

para el naciente, grande es la cara que te espía de la otra orilla


Pues si de las cosas tenemos un sol caído, y la descendida

Sombra

y el canto degradado de la voz ronca

y todavía los ojos de la primera vez

de la primera, ay inolvidable

y sin podernos ver


tumbados sobre el silencio de la hierba, y sensibles a lo que somos

Al aullido a los huesos a la cara a la hierba


Nuevo silencio. Y el canto:


Por los tiempos y los glaciares,

Animales hicieron la curva luminosa de tu espalda


Verano sobrenatural: no damos un paso

sin tu compañía


Por lo espeso: de él la espesura se desprende

en la forma de los olores salvajes que tanto

empalidecieron la noche:

cada uno de nosotros es un destello visto a la distancia


Tú eres el escándalo de dios que se deshizo

del lado mudo de sus goznes. Y se abre

la puerta oscura de este hombro,

fatigado por los campos

sembramos nuestros huesos más humanos

en los lugares donde tenemos labios y se resecan de la oración


El canto, Los adormecidos


Si estás acostada, es cuando eres la belleza


aunque en el cuerpo en movimiento habite un músculo

de seducción


Si viene la muerte:

es que te estás ejercitando en el cansancio


Cayese algo allí, pero estando de espaldas no verías


Si se curva el árbol, el agua reduce

su ritmo de la música

a cada hombre otro de la mano

Si las piernas lo abandonan,


la oscura luz que asusta


Pues vuelto el rostro para una pared

y tu vida está pasando y ves

pasar un insecto

salido del más extraño sueño, que es estar vivo


Existe un paso que no existe


Volvía el silencio, toda la cada parecía adormecerse,

pero la boca de uno de los adormecidos hacía nuevamente

aquel sonido de aguas, y volvía el canto:


Porque tuya es la sombra,


y tu desierto recorrido dice:

la concebida de la arena


y en la arena la reunida arena, la carne


El canto otra vez elevándose:


Tu lentitud me atraviesa por el camino mío,

los pasos son antiguos en este oro


y aunque se tenga un sol y una baranda de apoyo

para todo

al ausente esmerándose

a la sombra


No pasaría si otro conspirase

En el nombre que es la señal de la inmensa floración


aunque una vena da sentido a lo único


Capas tras capas, las invisibles tintas cubriéndote,

no sabría un hombre nunca cual sería: la nave la Floración

desde que un pie arrastrado por la luz

se quiso allí en las aguas, el árbol de tu savia viniendo

al encuentro de los más jóvenes, emergiendo


Si debíamos estar vestidos para la fuente,

es que la transformación del oro en hierros, en todo eso,

es lo que menos nos oprime el ancla de la vida


El canto. Sus cantos. Aquello sería así en aquella casa entre árboles. Este otro ahora:


Tu agua estancada está bebiendo en lo oscuro

un animal de bruma

Los ausentes dejaron sus aromas


allí, unos huesos esperan sólo la fiebre para desmoronar

Aquí la piel es la residencia, en ella habitan

una alegría, y zarzas, el músico


Su música: tus animales están pateando

la música: paredes que golpean unas en otras


El cuerpo es sólo un hombre junto a su piedra de ternura


Aquellos adormecidos hablando con la carne. El canto:


Estás acumulando lentamente una herida en la espada Real

de tu verano


Desde aquí podemos ver que el día coagula


Y aves como hombres baten las alas, para elevarse

nuestro anzuelo de nubes

un rostro y piedra mirando para el cielo

un paseo de monstruos caminando dentro

Baja la sombra de la sentencia sobre la mano que agita adiós


Que no pase el próximo minuto sin que suene

la voz de la deshojada

La espada es la oferta de un grito: por los ojos,

cuando es aún más bella la estación de las fiebres,

por los tiempos, se fue la más antigua raíz que dio frutos


El canto: eso nos retiene, eso nos retiene, eso nos retiene


Tenemos para ti la consideración de un vaso

donde está depositada la especie


pero abriéndose, la tierra Se muestra al bosque de los hombres

que se extiende


La piel, la helada residencia

Y el cuerpo busca otros pasajes clandestinos

para la región del fondo del pecho,

su Claridad de incendios,

fluctuando en un mar de corchos, cediendo

a los silbidos de esta noche


Ritual de velos: el lodo

Pues sueñas en ti mismo tu visibilidad

si sueñas el barro


Una ave nuevamente estaría revoloteando en su jaula,

tal vez otro sueño de la carne perseguida,

y nosotros

continuábamos allí oyendo aquel canto,


la carne de los

adormecidos hablando con la carne


Pues si también es forma sólida de la música: o sino,

y el hombre es la planta en su temporada de fruta


de lo alto de las atenciones simuladas, sin el artificio nulo

conspirando por el tallo de tu cuerpo

perdida está toda la cosecha


Te llama la voz anunciando la quebradiza que se dobla,

inmóvil junto a un muro está el mudo


-Señal, entonces anunciaría una voz entre los adormecidos. Y todos los adormecidos respondían:

-La señal es no soñar tu nombre.


Y el canto, prosiguiendo:


Libélulas de los huesos, libélulas de la cara cuando la

medianoche se estremece de ansiedad en sueños

El revuelo de tus deseos me supera

en mucho las costas vueltas para la casa

de mis padres: el reloj antiguo de sombras


El canto: eso nos invade, quiere habitarnos los oídos para siempre


Pues es tu sombra y la sombra


y en la arena

la reunida arena, la carne

Y la concebida ala,


y en la arena aún la reunida ala de arena


¿Iríamos también a adormecernos oyendo aquel canto, aquellas voces? ¿Nunca más, nunca más saldríamos de aquella casa?

Saber que la carne tenía que decirnos,

sí, eso nosotros queríamos.  ¿Pero vendría entonces a nosotros, negro, un miedo


Que nunca más saldría de aquí? El canto:


No nos deja olvidar la casa alta,

allá el tiempo repite: cortezas,


aunque nacidas piel clara e incluso

se yergue en el aire a nuestra infancia


Y hay vientos en las ramas, la arena de tu sueño


Pues una es la ley severa que se expresa: si

reverdecen inclinándose hacia la muerte serán hombres

si oscurecen y puntiagudas son espinos

Pero la floresta genuina se extrañará


Tenemos las aberturas del ser para observar de los ojos

a los otros seres,

tanto mejor para la euforia de la tierra

Hierba del destino suculento, ven a mí, lenta

antes de la noche lenta


¿No terminará nunca aquel canto, no iría nunca a acabar?


En ti estoy plantado por los huesos hasta los sueños,

temeroso de las lluvias, y un extraño para los peces,


aquellos adormecidos cantaban.


Andaba cantaba para la carne en aquella casa.

Y antes de adormecernos para siempre, nos apartaríamos de allí


Pues tuya es la sombra

y en la arena la reunida arena, la carne


aún oiríamos, lejos



* Literatura Imaginal, de Viagem Andara oO livro invisível


Versión: Demian Paredes, Buenos Aires, 2020

Material enviado por Edson Cruz, poeta y editor del sitio web “Musa Rara” (www.musarara.com.br).


 Vicente Franz Cecim/Cecim da AmazoOnia (1946) nació y vive en la Amazônia, en Belém. La transfigura en la región metáfora de la vida Andara: una Floresta Verbal. Es el creador de Viajem a Andara oO livro invisível, no libro, no escrito, puramente imaginal, de donde emergen los libros visibles de Andara, estos, los que el autor escribe desde 1979. Recibió de la Asociación Paulista de Críticos de Artes el Gran Premio de la Crítica, en 1988, por Viagem a Andara, y Revelación de Autor, en 1980, por Os animais da terra y, con su libro K O escuro da semente, fue uno de los cuatro finalistas al mejor libro de poesía, en 2016. Fue publicado en Brasil y en Portugal.



Beatriz Casucci: Azules...Necesidad de Vos

 













Beatriz Casucci (Buenos Aires, 1933). Poeta, narradora,  pianista y cantante. Vivió en Mendoza y Buenos Aires. Actualmente reside en Resistencia, Chaco. 

En poesía ha dado a conocer: Trama Abierta (1992). En cuyo prologo el poeta Arturo Cuadrado sostuvo: "En este libro los hilos invisibles, ensueños o deseos, van tejiendo un mundo de raíces y vuelos, donde se forja el misterio de la vida (...) compartir todos los acontecimientos de lo real y espiritual, es don divino o un deseo de la naturaleza. Y amanece el milagro". 

En 2016, publicó Azules...Necesidad de vos , ilustrado con cuatro dibujos de su autoría. 

En tanto narradora en 1995 publica un libro de relatos Ojos ciegos de mirar. En su obra conviven los valores ancestrales, el amor y el erotismo, que encienden, elevando la temperatura de sus composiciones. 

Beatriz Casucci, estudio dibujo y pintura en la Fundación Artes Visuales dirigida por Hermenegildo Sábat, donde asistió a los talleres del maestro Horacio Spinetto. 


 

  

 



lunes, 2 de noviembre de 2020

Rafael Felipe Oteriño: Apostillas sobre el lenguaje de los poetas

 

Rafael Felipe Oteriño









El poeta escribe con las palabras de todos los días algo que solo de manera refleja expone el horizonte de “todos los días”. Porque la suya es una palabra impregnada por la transfiguración: dice esto para significar aquello, dice aquello porque no puede comunicar esto. En ambos casos violenta el “esto” y el “aquello” al sacarlos de su dimensión natural para darles otra vida en el lenguaje. 

Comúnmente, el poeta deja de lado el adverbio “como” en su definición de las cosas, revalidando el rimbaudiano recurso de aunar lo uno en lo otro (aplicación del conocido “Je est un autre” del poeta francés), con lo cual devuelve al lenguaje su función originaria de dar nombre a las cosas. En su lenguaje esto es aquello, tal como lo fue en el orden primitivo.

Esto relaciona la poesía con el regalo de la musa (o don o inspiración o precipitado psíquico o tropel de palabras o mera voluntad de crear algo donde no hay nada: como quiera llamársele al acto creador), que lleva al poeta a expresarse, primero, por la percepción intuitiva; luego, a través de figuras de la imaginación; y al cabo, mediante la pieza verbal con la que corona la pulsión de ir más allá de sí mismo.

Un poema de amor, por ejemplo, no requiere la referencia al autor ni la descripción del ser amado. Tiende a valerse de hechos aparentemente extraños al autor y al ser amado (el poema de Macedonio Fernández dice: “Amor se fue. / Mientras duró de todo hizo placer. / Cuando se fue/ nada dejó que no doliera.”). Lo que expresa, en primer lugar, es el amor que el poeta siente por las palabras.

La poesía pone al descubierto el hiato existente entre la vida diaria, donde las cosas ocurren como una sucesión de hechos físicos, temporales y fugitivos, y la vida presentida, intuida e ideada del escritor (o meta-vida), donde la escritura suspende el tiempo lineal, enmarca una situación y confiere a esas mismas cosas un sentido complementario y revelador.

Alguna vez escribí que para tomar dimensión de la poesía hay que alejarla provisoriamente de las bellas letras. Me explico: evitar la exaltación de lo que es adorno, descripción, sujeción servil al motivo del poema. Esos extremos en los que de ordinario se tiende a ver lo poético, con olvido del misterio de eso que está ahí, ofreciéndose y negándose, y que es el verdadero tema del poema.

La poesía tiende a ir más allá del sujeto y del objeto, y eso pone de manifiesto una dimensión que no es tanto metafísica como inexpresada (latente, oscura, velada), hacia la que el poeta se asoma y de la que se aleja durante la escritura, como en un juego de aproximaciones. Ese renglón ulterior cuyo depositario es la forma poética, entendida como custodia, fuente y espacio de develamientos.

Refugiada casi con exclusividad entre quienes la cultivan –parlamento solo interrumpido por el diálogo con el lector-, la poesía pone en práctica su principal función que es decir lo otro. No definir ni pontificar ni sentenciar, sino decir lo otro. Lo que estaba llamado al olvido, lo que era refractario al discurso, lo deliberadamente callado. 

Con la plasticidad propia de su palabra, la poesía se constituye en una defensa de la interioridad. Perdida su incidencia en la Historia, abandonada su práctica como gracia nemotécnica, alejada de las costumbres mundanas, devuelve la atención sobre la vida privada, en una época entregada a la idolatría del mercado, con la consiguiente aniquilación de los lenguajes familiares, hechos de sobreentendidos, acentuados por la emotividad y atravesados por la discreción y el silencio.

La poesía aporta conocimiento. No conocimiento de lo patente y discernible, sino de los modos y de las relaciones, de los fragores y los matices de la persona individual. Adoptando los tres modos de conocimiento –el natural, el analítico y el revelado- se enfrenta a la realidad mediante la creación de una concordancia distinta de la ofrecida por los usos prácticos, utilitarios y convencionales de las palabras. 

Para alcanzar esa otra realidad (que no es abstracta, sino sensible y concreta), la poesía opera el lenguaje de conformidad a un uso alusivo, sometiéndolo a pruebas extremas, giros audaces, metáforas, retruécanos y sinonimias. “Ver en la muerte el sueño, en el ocaso / un triste oro” escribe Borges, instituyendo una existencia verbal que, por encanto de la sintaxis, escuchamos como perteneciente al mundo natural. 

La acción poética se traduce en una reflexión sobre la vida vivida y sobre la vida presentida, ya que los vínculos con el lugar y con el mundo de la conciencia resurgen en ella transfigurados. Esa variación emplaza una mirada nueva sobre los hechos y las cosas. Así ensanchado el horizonte, el primer efecto de la poesía es experimentar la propia vida en su temporalidad. 

Gottfried Benn apunta: “A menudo se piensa que con una pradera o un crepúsculo y un joven o una joven en estado de ánimo melancólico nace una poesía. No, así no nacen las poesías. Las poesías nacen, por lo contrario, muy rara vez. Las poesías se hacen. Si de una composición rimada extraen ustedes lo ligado al estado de ánimo, lo que queda, suponiendo que algo quede, eso es tal vez una poesía.” (…) “La lírica es un producto artístico”. 

De la experiencia de los sentidos se habrá pasado a la experiencia verbal. Del yo-biográfico al yo-literario. De una historia personal, a otra animación en la que el tiempo habitual se ve interrumpido. En el proceso, el sujeto real se desdibuja y pasa a ser otro: la voz poética (que ya no es la voz del autor, sino el fundido de muchas voces, entre las que se encuentra la lección dejada por los libros leídos y los escritores amados).

Se escribe, pues, desde imágenes proporcionadas por la vida, pero no para quedarse en ellas, sino para trascenderlas. Se remite lo desconocido a lo conocido, a fin de volverlo familiar. En un abrirse al mundo y frente un abrirse del mundo, el poeta va a través de las cosas (piedra, viento, río, lluvia) hacia lo aún no pronunciado, en procura de darle entidad verbal. 

El poema organiza todos esos elementos de manera sorprendente, dando lugar a una realidad verbal que se superpone a la realidad contingente. Los saltos del pasado al presente, la organización del recuerdo, la unificación de lo múltiple, la creación de futuro en muy pocas líneas, hablan de atributos que concentran una información que cualquier otro registro lingüístico demoraría muchas páginas en conseguir.

Por eso, no es la preceptiva y sus variantes –oda, himno, sextina, copla, canción, con sus metros, rimas y sílabas pautadas- la que revela la presencia de la poesía, sino las constantes que la acompañan desde el fondo de los tiempos: intensidad, concentración y velocidad, y que confluyen en otra más terminante: inevitabilidad (que lo dicho por el poema no pueda ser expresado de otro modo).

La distribución de las palabras en la página y la voz del intérprete durante la lectura son avisos de que nos hallamos en presencia de algo que excede la significación normativa. Que a partir de ello se ha de participar de un rito en el que los aspectos informativos del lenguaje serán traspasados, violentados, transfigurados. Una ceremonia en la que se oirá la otra voz, esa latencia que acompaña la penumbra de lo aún no pronunciado. 

El poema habrá instaurado una realidad distinta, de algún modo autónoma, en la que las referencias objetivas serán puentes para una significación anidada en los pliegues del lenguaje. Todos los matices de las palabras operan en ella, sin respetar otro orden que el de su conjugación feliz, lo cual es el primer paso hacia esa presencia todavía no mencionada: la belleza.

A su vez, las cosas de las que habla el poeta se convierten en disparadores de la imaginación antes que en corolarios de la conciencia. Y la realidad contada está más cerca de la ficción, parábola o leyenda, que de la naturaleza tal como la vemos, oímos y tocamos. El poema instaura una existencia verbal cuyo primer efecto es reinventar el perfil de personas y cosas.

Se trata de una experiencia en los límites del lenguaje. Lo que de ella se extrae es un acompañamiento, no certezas. La sensación de que ese algo más que nos excede tiene su aliado en las palabras. Que con ellas es posible evitar las aporías de lo inexpresable, reunir el aquí y el allá en pocas líneas, dar saltos temporales, y con imágenes que corren en paralelo con la realidad objetiva, entronizar la alteridad como escenario. 

Capacidad que nos enseña que las palabras, emisoras y receptoras de sentido, también obran de modo independiente, mediante una cierta magia técnica sostenida por sus componentes visuales, semánticos y sonoros. Esto es: como puesta en escena, simulacro, pequeño teatro, en los que se procura comunicar lo inexpresado, y en los que se expone la difícil tarea de comunicarlo.

Al amparo de su irreductible subjetividad, la pregunta por la belleza es seguida de una respuesta solo atinente a la forma: excelencia de la composición y maestría en cuanto al lenguaje. Lejos de cualquier sobrecarga sobre el objeto y de toda idea concerniente a pompa o lujo –encaminada a enlazar el mundo y la lengua en una sola unidad-, lo bello se traduce en el goce de compartir su suficiencia. 

Excelencia de la composición: por la eficacia de la palabra aislada, el encabalgamiento feliz, la distribución afinada de los versos. Maestría en cuanto al lenguaje: por el manejo sin igual de las palabras (“Tornasolando el flanco a su sinuoso / paso va el tigre suave como un verso…”, escribe Enrique Banchs, replicando magistralmente el paso sigiloso del animal). Lo demás es adorno o idealización. 

En cualquier caso, la poesía aporta algo que es indispensable en la hechura del mundo: una positiva libertad, una cuota de imaginación asociativa y un afán constructivo que permiten elaborar la palabra que falta y encontrar en ella el horizonte reparador que nos conduce a buscar abrigo en las palabras. 

En suma: la creación de un objeto nuevo sobre la tierra, en el que se aúnan la revelación de un hecho puntual, el acto de darle cabida en el lenguaje, y la sintaxis que permite llevar a cabo dicha operación. El resultado no es otro que el de aparejar una visión refrescante, menos condicionada. Una “metáfora ascendente”, para decirlo con palabras de Matsuo Basho.

En esta dirección, Brodsky apunta que “El arte es un espíritu que busca carne, pero encuentra palabras”. Agamben estira auspiciosamente la idea: “el hecho poético no nos devuelve la vida, (pero) nos deja la literatura”. Wallace Stevens lo había anticipado en términos realistas: “Todo poema es un poema dentro de un poema: el poema de la idea dentro del poema de las palabras”.

Bajo estas condiciones, la poesía crea un espacio de fe. La confianza en lo que apareja el lenguaje, la fascinación por los puertos que toca, la bruma que despeja en el recorrido de la lectura, son conquistas en el continente de lo decible. Esa otra victoria de las palabras que es natural y extraordinaria a la vez. 

Ello muestra a la poesía como una invitación a creer más que como un escalón de la certidumbre. Y de su mano, a la confianza de que ella es la experiencia. Lo múltiple le gana a lo único, las vísperas al orden, la novedad a lo desconocido, mientras la perplejidad adquiere la categoría de un valor y el extrañamiento el de un norte.

Se le ha llamado revelación, podríamos denominarlo descubrimiento. Es una experiencia que se cumple en el corazón del autor y que es revivida por el lector. Versos que no se llegan a entender, seducen por su musicalidad; palabras que conforman imágenes, transportan a una realidad viva, inmediata, distinta. 

Controvirtiendo la enigmática frase de Mallarmé “Un golpe de dados jamás abolirá el azar”, el poema suspende momentáneamente el azar, dando paso a un testimonio no lógico ni discursivo (“efecto de verdad”, se le ha denominado) directamente emparentado con la forma poética, convertida, de este modo, en la primera articulación del pensamiento.

(Inédito)


Rafael Felipe Oteriño (La Plata, Buenos Aires, 1945) Poeta, ensayista, crítico y  docente universitario. En poesía ha publicado: Altas lluvias, 1966; Campo visual, 1976; Rara materia, 1980; El príncipe de la fiesta, 1983; El invierno lúcido, 1987; La colina, 1992; Lengua madre, 1995; El orden de las olas, 2000; Ágora, 2005; Todas las mañanas, 2010; Viento extranjero, 2014; Y el mundo está ahí, 2019. En 2016 reunió una serie de ensayos sobre poesía: Una conversación infinita (2016).

Entre otras distinciones a su obra poética se cuentan: Premio Fondo Nacional de las Artes (1966); Primer Premio Regional de Poesía de la Secretaría de la Nación (1988);  Premio Konex de Poesía (1993); Consagración, Legislatura de la provincia de Buenos Aires (1996);  Premio Nacional Esteban Echeverría (2007); Gran Premio de Honor, Fundación Argentina para la Poesía (2014); Premio Rosa de Cobre, Biblioteca Nacional (2014).  Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras. En 2020 fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura por la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.