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martes, 7 de julio de 2020

Fabián Domínguez: La mosca de Virgilio –Jorge Rivelli-




Jorge Rivelli (1954-2020) Tinta Horacio Spinetto




Jorge Rivelli, el escritor que vive en estado de poesía, violó la cuarentena, escupió en la cara al Covid 19, salió del hospital, se subió a su bicicleta y se fue pedaleando por una calle que termina en bar. La huesuda lo buscó el domingo 14 de junio, un día después del Día del Escritor. Ahora sé que si el teléfono de casa suena a la medianoche, no será él.
Lo conocí hace dos décadas, cuando él vivía en Del Viso y, junto con Alejandra Mendé, su pareja, pedaleaban por Lisandro de la Torre llevando casa por casa las dos revistas que editaban: La Juntaluz, sobre cultura local, y Omero poesía, sobre los poetas de aquí, allá y todas partes. Nunca pasó por Puán. Su poesía estaba entre Borges y los bomberos voluntarios de La Boca, entre Mozart y Pity Álvarez, entre Picasso y el pintor de paredes de Manuel Alberti. En 1954, pisó Vicente López por primera vez y se dedicó a vivir cuatro décadas, hasta que descubrió la poesía. Militó en el PC algún tiempo y no enloqueció ni con Marx, ni con Lenin, sino con Maiakovsky y los poetas soviéticos, no solo leyendo sino también escribiendo. Cuando ya tenía más de cuarenta años, varios hijos y se había bebido la vida, publicó sus primeros poemas. La década menemista lo provocó y sus textos tenían ritmo de videoclip, sintetizándolo en 2004 en Matambre, tal vez su Álbum Blanco. Pero también dejó Baila Baco baila, Manhattan Gandhi, Barfly, Venus viagra & violetas y su poemario de largo aliento donde visita el infierno y a Dante: Madrigal del diablo. Bukowsky, Waits, Ferlinghetti, Ginsberg fueron sus primos lejanos, y acá César Fernández Moreno fue la voz de su generación. Si, Rivelli era un hippie viejo.
–Además de escribir, ¿de qué trabajas? –fue mi pregunta idiota, pequeñoburguesa, el día que lo conocí.
–El capitalismo siempre te reclama un trabajo como para justificar tu presencia en el sistema –se mató de risa, mientras besaba una copa con uvas fermentadas.
Cuando fue a la Feria del Libro de Junín, un grupo de chicos compraron sus libros, y al tiempo se enteró con alegría que a sus poesías le pusieron música de murga. En la Feria del Libro de Buenos Aires, a cargo de un stand, llegó a vender más de cien libros propios, convenciendo a los compradores dudosos.
–Este libro molestó a muchos políticos, y su autor murió de tristeza. ¿Recuerda la gran quema de libros en la plaza de Anillaco? –mentía convencido, mientras la mujer se conmovía y abría su cartera.
Cuando cerró la revista Omero, abrió el blog cainabella, y los días pares de la semana, a las 10 de la mañana, subía un poema y una escueta biografía del autor, sin repetir ninguno de los dos, superando mil poetas. El tipo se fue, quedaron una decena de libros, y otros por venir, por lo menos tres libros más, entre ellos La metáfora o una ficción en la ciudad de los pájaros, escrita a dos manos con Alejandra Mendé en homenaje a Del Viso. En ese pueblo lo vieron entrar a un bar, pedir un vino, leer un poema en voz alta, recitar un segundo parado en la silla, y después el tercero, arriba de la mesa y a viva voz, con el aplauso de los parroquianos y el vino derramándose entre los labios.
¡Salud, compañero! Recién te fuiste y ya te extrañamos…

El apogeo, periódico : Derqui, Del Viso, Morón y Pilar, 16 de junio, 2020.



Fabián Domínguez Historiador, ensayista, docente y periodista.

Mariano Rolando Andrade: Rivelli en Ajaccio

Jorge Rivelli (1954-2020) Tinta Horacio Spinetto



Lo veo a Jorge Rivelli en un vagón del subte de la línea B en la estación Alem. Lo veo en la puerta de Tano Cabrón la noche de la presentación de El madrigal del diablo. Entre los dos imágenes, no más de dos años. No éramos amigos, llegué tarde en su vida y lo conocí demasiado poco. Además me volví a ir de Buenos Aires. Aún así, ese poco me bastó. El domingo acababa de llegar a Ajaccio, Córcega, cuando me enteré de su muerte. No sé si decir que me sorprendió el dolor, pero sí, así fue de intenso. Volví al lugar donde me hospedaba y me senté a escribir. Surgieron unos versos que no bastan pero que brotaron genuinamente de algún lugar que intuyo profundo.

En el ocaso ignorado de Ajaccio
muere el poeta Jorge Rivelli.
En la calle desierta y apestada del viejo Ajaccio
este domingo de junio
muere de muerte incierta el poeta Jorge Rivelli.
Nadie lo reconoce
en la plateada explanada junto al puerto.
Nadie pronuncia su nombre
en la burguesa plaza del Mariscal Foch.
Pero no por ello
es menos poeta el poeta Jorge Rivelli
ni es menor muerte su muerte.
Acaba de morir antes de la noche,
cuando las gaviotas gigantes
rapiñan voraces bolsas de basura.
Cuando el chico sentado en el umbral 
alarga el cigarrillo por puro tedio.
Cuando los barcos se mecen solos
y los capitanes en casa piensan en el mar.
Es en este momento que el poeta Jorge Rivelli
viene a morir a Ajaccio, a mi lado.

Ajaccio, 14 de junio de 2020.
Mariano Rolando Andrade Poeta y traductor.




Santiago Espel: Recuerdo de Jorge Rivelli


Jorge Rivelli (1954-2020) Tinta Horacio Spinetto






Siempre hay algo que es lo primero que se extraña. En el caso de Rivelli, de Jorge, es la voz, sin duda. Porque quien le entendía la voz, lo sabía, lo llegaba. Y el que no, no. Voy a decirlo aunque sea una redundancia, porque el recuerdo está hecho de fragmentos, de redundancias, de repeticiones, de imágenes que empiezan a modificarse, a ser inopinadamente otra cosa, distinta materia, sustancia. Tiempo. Hay que decirlo: la voz de Rivelli era el relieve de su poesía, la misma cosa. Sus movimientos ampulosos y en extremo vitales, eran su letra dibujada con la cross sobre libretas que apretaban el verso en prolija y obsesiva imprenta. Sobre las hojas el sello violeta y circular del ángel y del diablo rector. El membrete clandestino del bar. Rivelli era un grandísimo lector, cosa no muy sabida, o mencionada. Su poesía, que era como una gacela fusilada sobre terciopelo, tenía una reverberancia de sólida cultura, de lectura muy amplia. Su iceberg, que fue el grito, el aullido, deja ver hoy el monumento sumergido, el cuerpo de los abrevaderos prolijos de su pulcra biblioteca. Como pocos poetas, vivió y murió como un poeta. Fue una llaga en vida: la llama de su amado Dante. Llenó los casilleros con proyectos, acróbata, jugador al fin. Hizo de la amistad un patrimonio, una ceremonia íntima, una fiesta de kermese sin horario de cierre ni de apertura. Tuve el privilegio de ser su amigo, de compartir proyectos y charlas interminables. Vimos la niebla juntos y pudimos reírnos. Hasta el final, seguimos hablando de poesía, metidos con pasión en la cosa. Tenía un nuevo libro en la cabeza y me lo contaba. Lo acompañó de manera ejemplar la familia, sus amigos, su mujer, Alejandra, como se acompaña a alguien único. Lo primero que se extraña es la voz, que decía su poesía, no por boca de los dioses, sino por boca del poeta.
Santiago Espel Poeta, traductor y editor.
Santiago Espel-Jorge Rivelli

Gerardo Gambolini: Jorge Rivelli, Dylan Thomas





Jorge Rivelli (1954-2020) Tinta Horacio Spinetto




Mi recuerdo es en parte nebuloso, pero sólo en la precisión de algunos detalles menores. Por lo demás, el grueso de lo que aquí relato es, como solía decir un entrañable editor, rigurosamemte cierto.
Conocí a Jorge Rivelli y a Esteban Moore en 2003, en ocasión del XI Festival Internacional de Poesía de Rosario, al que yo había ido en calidad de simple invitado. Esteban Moore fue con el poeta estadounidense Craig Czury, de quien era traductor, y con ellos estaba Rivelli.
Como es sabido, lo mejor que acostumbran tener los festivales es lo que rodea o puede rodear en términos gastronómico-sociales al festival propiamente dicho. El festival en cuestión se extendía por tres días, y la organización había dispuesto el alojamiento en diversos hoteles para todos los invitados. Aquí mi primera brecha en la memoria, que salta directamente a la imagen de estar compartiendo almuerzos, cenas y tragos con Moore, Czury y Rivelli, en grata camaradería. De qué modo entablamos contacto, no lo recuerdo bien. O quizás sí.
Las raíces familiares de Moore y el interés común en la poesía irlandesa debieron favorecer el diálogo y la afinidad, seguramente. Por su parte, la simpatía y la calidez de Czury, que sedujeron a todos los asistentes el día de su lectura, eran tan grandes como su tamaño corporal.
En cuanto a Jorge, todo el que lo haya conocido coincidirá en que la primera impresión producida por Rivelli podía ser, por decirlo de algún modo, desconcertante. La exorbitancia de su discurso es sabida, sin duda, como es sabida también la generosa naturalidad –­o la natural generosidad– con que iniciaba una amistad, como si en realidad estuviera continuando algo ya preexistente o determinado. En mi caso, la respuesta afectiva que generó su actitud fue instantánea. Desde aquel año hasta el presente, aún sin tener un trato asiduo en los hechos, mantuvimos contacto de manera regular. Y debo decir que casi siempre a instancias de él. Difícilmente pasara mucho más de un mes sin que llamase por teléfono para saber de mí, y para charlar de libros, autores, ideas, etc., sin olvidar, claro está, el necesario y reconfortante chusmerío de ambos lados de la línea.
En lo personal, mi cultura alcohólica es menos que pobre. Y mi resistencia a la bebida se mide en goteros. Evidentemente, no era el caso de Moore, Czury y Rivelli. Fue entonces que ocurrió. Creo que era en la mañana del segundo día del festival, cuando estábamos en el bar pegado al Centro Bernardino Rivadavia. Sobre qué era la charla, imposible decirlo. Pero sí recuerdo que un par de ojos se iban enturbiando de a poco, y que un habla se hacía gradualmente más pastosa. Entonces, en un momento, vimos a Jorge absoluta, profundamente dormido con la cabeza sobre la mesa. En este punto, Esteban sostiene que Jorge quiso remedar a Dylan Thomas, no sé si expresamente o no, sustituyendo 18 whiskies por ginebra. Tampoco sé si fueron dieciocho. Pues bien, el punto era, ¿y ahora qué hacemos?
La solución, con dos finales no necesariamente incompatibles, vino de la mano de Craig Czury. Dicho esto de modo casi literal: de las dos manos, habría que decir, y del hombro derecho. Mencioné que Czury era corpulento. También era forzudo. Sin el menor prurito, se levantó de su silla, se cargó a Rivelli al hombro y lo llevó así una media cuadra, en pleno día, caminando tranquilamente hasta una parada de taxis. Rosario es populosa, y no faltaba gente para mirar la escena. Aquí viene la discrepancia respecto del final. Según Esteban, lo subió a un taxi y lo llevó hasta el hotel (que estaba a unas cuatro cuadras), donde lo dejó desplomado en su habitación. Yo creo que no fue así. Porque tengo la imagen de haberlo seguido una o dos cuadras, así que debió hacer seguramente el trayecto entero.
Hacia el atardecer lo vimos aparecer. Jorge Rivelli. Sólo preguntó qué había pasado, que no era de noche y se despertó en la cama.
La amistad quedó sellada.

Gerardo Gambolini Poeta y traductor.