Rafael Felipe Oteriño |
LA PALABRA QUE HUYE
Sólo la palabra que huye es la verdadera,
la que se levanta de la mesa,
la que rompe las filas,
la que corre calle abajo y no se detiene.
Alucinada por el cruce de caminos,
vías férreas, trenes subterráneos,
en el límite de su significado,
como una barca a punto de estallar.
Profética en el interior: ¿qué lengua habla?,
¿cuál es su oración favorita?,
¿qué recuerda de Baudelaire?,
¿en qué barco ebrio huye trepada?
Para saber lo que dice, interrogo a la luna,
exploro el doble fondo del mar,
me detengo a oír las cuerdas de su lira,
antes de que todo se vuelva más oscuro.
Y EL MUNDO ESTÁ AHÍ
Imagina que todo recomienza y que tu cuerpo está ahí,
rodeado de plantas y animales, bajo la columna y el dintel,
mientras voces jamás oídas golpean a la puerta;
que das un paso y otro y que nada se opone a los siguientes.
Imagina que espíritus protectores te acompañan,
hasta una calle dormida en la que se oyen voces anteriores.
Imagínalo, porque todo eso ya pasó: las casas fueron tapiadas
y los ángeles de la infancia abandonaron sus puestos.
Las columnas continúan firmes con su dintel.
Un silbido nuevo ensordece el día. Y el mundo está ahí,
con una pluma de ave del paraíso en cada mano,
para quien sea capaz de dar el próximo paso y los siguientes.
LA FOTOGRAFÍA
En esa placa de veinte por diez soy un sobreviviente.
La calle se detuvo en un punto distante
que puede ser el horizonte y que sin duda no lo es.
Los que me acompañan ya dieron el paso
y se los ve nítidos en el marco que los retiene.
Debo dar cuenta de ellos al filo de mis labios,
cambiar la letra firme de las vocales por el río manso
de las consonantes, todas mis certezas por la duda.
Y aun así no puedo ver a través de sus cuerpos.
Están confinados en el glaciar de la memoria.
Si existe otra vida, ahí están ellos: saciados.
Con ademanes firmes dejan lugar a los que llegan
y a los rezagados les confían una paz sin retorno.
La colmena permanece igual, en brazos del sol,
acunada por derrotas y alguna lejana victoria.
A cada instante, malherida, la vida sobrevive a la vida.
DASEIN
Es tan corto este día,
que en un rapto se agolpan
la mariposa del jardín anterior,
la luna fría de septiembre,
sin tener en claro
cuál de las dos ha de reinar.
Tan corto, que en un abrazo
puedo contenerlo,
con la sensación de asistir a algo
que se consuma sin haber existido.
La huella sigue a la mano,
la perla al pescador de perlas,
la pluma al pájaro
y el trueno al oído.
Flecha súbita
que alcanzó su blanco,
cita no concertada
en el jardín de las delicias,
y yo en el medio,
oficiante anónimo, ciego guardián.
HISTORIA FAMILIAR
He vivido más de lo que pensaba
y ahora soy yo el que cuenta la historia;
desaparecidos todos ellos,
puedo darles forma de pájaro o de pez,
o lanzarlos a caminar sobre una cuerda,
y nadie me lo discutirá;
voltear muros, fraguar encuentros,
hacer ruido en los cuartos y descubrir tesoros,
y nadie me los disputará.
El pasado flota igual que un iceberg,
el puerto hacia el que marchábamos
sigue cerrado por brumas, como entonces;
el muelle forma un espejismo
ante el que nos inclinamos
y al que veneramos, cifrando palabras;
también a punto de extraviarse,
todavía no ha comenzado
su deslizamiento hacia abajo.
El este y el oeste son geografías en el mapa,
pero algún día ya no lo serán;
la tormenta y el eco se escucharán lejanos,
y otros intérpretes más audaces
retomarán la historia
con sucesivas e inevitables erratas.
Y serán –como ahora lo soy yo-
partes de un sortilegio:
los últimos y primeros en contarlo.
NUESTRO SECRETO
Y con el correr de los años,
las frases cortas,
los silencios, las despedidas,
lo no hablado
y lo hablado a medias.
Una poética en movimiento,
que se cumple
sin mover una mano,
en mesas vacías
y en pabellones cerrados.
¿Y si el significado
no fuera otro que mantener
viva una llama,
palabra por palabra,
en labios que también oscurecen?
Los mismos sitios,
parecidas señales
transmitidas más de una vez
en un presente continuo,
pensando en el final.
De padre a hijo,
de hermano a hermano,
porque no hay hora establecida
ni uso ni labio
para entregar esa llama.
Con la sospecha
de estar convictos,
ya que incluso la sombra
tiene para contarlo
la noche entera y una raíz sedienta.
¿Y si no fuera
más que eso:
una ola que se repite,
un traspasar de señales,
entre hojas que caen?
CASAS
Casas de la infancia, enormes como glaciares
e infinitamente pequeñas como huesos.
De su boca partimos, con alas en los pies
y viento helado en las mejillas.
Por laderas de las que brotan géiseres
que todavía explotan en los oídos.
Con el don de lo improbable y lo azaroso,
siembran geografías, fronteras y países.
Anotan en las cortezas mensajes de arena,
las tres luces de Orión y cartas que se extravían.
Cuando un día cierran las puertas,
la lluvia les presta su elegía, su pan y su exilio.
Ocultas detrás de otras casas,
se mueven como antenas detrás de sus hijos.
Y así despiertan a unos y a otros,
llamándolos por sus nombres.
Casas de la infancia:
minuciosas, invencibles.
El sueño que tenían para nosotros
era menos que un sueño: era una premonición.
Escaleras, ventanas, ropas de abrigo:
eso se inscribe en las terminales del cuerpo.
Y de este modo deciden nuestra suerte:
nos sueltan la mano, nos instan a andar.
Rafael Felipe Oteriño (La Plata, Provincia de Buenos Aires, 1945) Poeta y ensayista.. Publicó los libros de poesía: Altas lluvias (1966), Campo visual (1976), Rara materia (1980), El príncipe de la fiesta (1983), El invierno lúcido (1987), La colina (1992), Lengua madre (1995), El orden de las olas (2000), Ágora (2005), Todas las mañanas (2010) y Viento extranjero (2014), y el volumen de ensayos sobre poesía: Una conversación infinita (2016). Su obra se encuentra reunida en Antología poética (1997), Cármenes (2003), En la mesa desnuda (2008) y Eolo y otros poemas (2016). Sobre la poesía escribió: “En ese espejo nos vemos: somos nosotros y no lo somos, es lo que sentíamos y no lo es, es nuestra autobiografía y es una invención. A veces, una sensación de impotencia: lo escrito no tradujo lo que queríamos expresar; en ocasiones, un sostén momentáneo contra la confusión; siempre, el misterio de haber sido conmovidos por las palabras”. Es miembro de número de la Academia Argentina de Letras.
Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2019. |