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jueves, 27 de junio de 2024

Cecilia Meireles: Poemas

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       
Cecilia Meireles

 
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                            



                                                                                                                                                                          



EXILIO

De tus aguas tan verdes
nunca más me olvidaré.
Mis labios muertos de sed
a las olas acerqué.
Se rompieron en tus rocas:
sólo bebí de lo que lloré.

Se perdieron mis suspiros
desanimados, en el viento.
¡Recuerdo tanto el martirio
en que anduvo mi pensamiento!
Y giran, aún, mis sueños
como en ese momento.

Los marineros cantaban
¡Ah, noche del mar nacida!
De luz inestable, estrellas
salían del agua perdida.

Quedaban como asustadas
alrededor de mi vida.

De tus horizontes quietos
nunca más me olvidaré.
Por lejos que ande, estoy cerca.
Toda en tí me encontraré.
Fuiste el campo más funesto
por donde me disipé.

Remos de sueño pasaban
por mi melancolía.
Náufrago entre los salvados,
mi corazón se volvía.
-Pero ni sombra de palabras
tuve en mi boca fría.

No rogaba. No lloraba.
Únicamente moría.



ECO

Alta noche, el pobre animal aparece en el morro, en silencio.
El césped se inclina entre las errantes luciérnagas;
pequeñas alas de perfume salen de cosas invisibles:
en el piso, blanco de luna, él recoge y extiende las patas con sombra.

Recoge y extiende, y para.
Debe ser agua, lo que brilla como estrella, en la tierra plácida.
¿Serán alegrías perdidas, que la luna captura en su mano?
¡Ah…! No es eso…

Y en la alta noche, por el morro en silencio, baja el pobre animal solo.

Allá arriba, va quedando el cielo. Tan grande. Claro. Liso.
A lo lejos, despunta el mar, después de las arenas espesas.
Las casas cerradas se enfrían, se enfrían las hojas de los árboles.
Las piedras están como muchos muertos: al lado uno del otro, pero extraños.
Y él se para, da vuelta la cabeza. Y mira con sus ojos de hombre.
No es nada de eso, sin embargo…

Alta noche, delante del océano, se sienta el animal en silencio.
Se mecen las negras olas. Los colores del faro se alternan.
No existe horizonte. El agua se acaba en tenue espuma.

¡No es eso! ¡No es eso!
No es el agua perdida, la luna andante, la arena expuesta…
Y el animal se levanta y yergue la cabeza, y late...late…

Y el eco responde.

Su oreja se estremece. Su corazón se derrama en la noche.
¡Ah! Para aquel lado apura el paso, en busca del eco.



CONOZCO LA RESIDENCIA DEL DOLOR

Conozco la residencia del dolor.
Está en un lugar apartado,
sin vecinos, sin conversación, casi sin lágrimas,
con unas inmensas vigilias, delante del cielo.

El dolor no tiene nombre,
no se lo llama, no atiende.
Él mismo es soledad:
nada muestra, nada pide, nada precisa.
Viene  cuando quiere.

El rostro del dolor está dado vuelta sobre un espejo,
pero no es rostro de cuerpo,
ni su espejo es del mundo.

Conozco personalmente al dolor.
Su residencia, lejos,
en caminos inesperados.

A veces me siento a su puerta, a la sombra de sus árboles.
Y oigo decir:
“Quien viese, como ves, al dolor, ya no sufriría.”
Y lo miro, inmensamente.
Conozco hace mucho tiempo al dolor.
Lo conozco de cerca.
Personalmente.

26 de agosto de 1954




DIÁLOGOS DEL JARDÍN

Debajo de tanto calor,
el pájaro se consiguió una rama verde y fresca,
y se puso a hablar.

El pájaro me preguntaba:
“¿Te acordás de los grandes árboles,
con lágrimas doradas de resina?”

Le contesté que sí, que me acordaba,
que en aquel tiempo escuchábamos hablar del ámbar,
y queríamos hacer collares de resina:
pero en nuestras manos ella perdía la transparencia.

“¿Te acordás de las castañas de cajú maduras,
cayendo blandamente en la hojarasca muerta del piso?”

Le contesté que sí, que todavía las veía,
muy lejos, amarillas y túrgidas,
a veces reventadas en su caída,
despidiendo, olorosas, jugo dulce.

“¿Te acordás de las bolitas doradas
que el follaje y el sol balanceaban por encima de los libros?”

Le contesté que sí, y que eran libros de historias,
y que después fueron novelas, y un día poemas,
y más tarde pensamientos difíciles…

Y el pajarito preguntaba:
“¿Te acordás de tu voz devuelta por el eco?”

Y yo me acordaba, pero no de las palabras,
solamente que las respuestas eran siempre incompletas.

“Y el filo de la montaña, en el horizonte,
¿te acordás cómo era azul y negro? ¿Y las palmeras?
¿Y los arbustos de flores encarnadas?”

Y yo me acordaba de todo, y sentía el aroma de la tarde,
y el canto de las cigarras, y el lamento de los zorzales
y de las tórtolas,
y veía brillar la bola azul del techo, que tanto amé,
y sentía, tan dulce, mi soledad perpetua.

Y le pregunté al pájaro: “¿Dónde estabas,
para que me preguntes todo eso?
¿Vos también viviste tanto?”
Y él me respondió: “No, todo eso está en el fondo de tus ojos.
Yo solamente voy preguntando lo que leo…
Y porque lo leo, canto.”
Abril, 1956


ÉSTA ES LA CASA

Ésta es la casa
menos que de aire
imponderable,
blanca de camelia
con perfume de cal.

Con sus corredores

Sus escaleras

El porche

Las ventanas una a una

Se ve el mar. Las montañas. El tren pasando. El gasómetro

Se ven los árboles por encima con sus flores

La casa imponderable

pero de cimiento madera ladrillos hierro vidrio

La pintura plateada de los escalones huele a aceite a fruta a luz

El agua que gotea huele a musgo,
suena metálica, trémula
insectos pájaros líquidos
pequeñas estrellas
clarines muy lejanos

Alféizares gastados por brazos antiguos

Sombras de mariposas

Yo soy la que compró la tierra
que pensó los dibujos
la que cargó las telas

Pasan legiones de hormigas por los rellanos

Yo sé de quién era la casa
quién vivió en la casa
quién murió

Yo sé quién no puede vivir en la casa

Es una casa
con sus pisos
sus escaleras
sus corredores
balcones
aposentos
albañilería
paredes

imponderable.

Una casa cualquiera.   
Cruz que se carga.
Imponderablemente, para siempre, a la espalda.

1961


CALLE

Busco la calle
que aún me falta:
es larga, es alta,
no es ésta.

Olvido el nombre,
por apuro o por sueño:
es alta, es clara,
pero no es ésta.

En cada esquina
había una fiesta:
es clara, es vasta,
no es ésta.

Nunca me acuerdo
donde empieza:
es vasta, es larga,
pero no es ésta.

Calle que no
se manifiesta:
larga, alta,
no es ésta.



DIBUJOS DEL SUEÑO

Yo, mujer dormida, en la líquida noche
ensancho el ramaje de mis cabellos verdes.
Sigo dentro de ese cristal ondulante,
contenida como el sonido en los signos inmóviles.

Sorda es la transparencia del mundo que ocupo,
donde vago, vigilando lo eterno,
libre de lo efímero visible y tranquila,
y, aunque incomunicable, en soledad feliz.

Yo, mujer dormida, de ojos cerrados
estoy viendo esas paredes fluidas que caminan
conmigo misma, en la cristalina arquitectura:
muralla de sucesivos niveles, sin luz de ningún sol.

Espejos de cuarzo verde, en que me reconozco admirada,
de ojos abiertos desde siempre, para siempre,
dibujándome involuntaria, buscándome exacta,
huyendo de mí en esta caligrafía que no alcanzo.

¡Ah! De mis verdes cabellos suben ahora ramos de rosas,
alta corona del retrato sumergido, frágil y melancólica,
y ya me olvido de que estoy soñando. Y ni suspiro
si las flores se deshojan en este planeta de silencio.

1963



(Traducción  Eduardo D’Anna, poeta, ensayista y traductor)


Cecília Meireles (Rio de Janeiro, 1901-1964, estudió lenguas, literatura, música, folklore y teoría educacional, y a los 18 años publicó su primer libro de poemas. Se casó en 1922. A lo largo de su vida sufrió una sucesión importante de pérdidas antes de llegar a adulta: padre, madre, tres hermanitos más grandes; fue criada por la abuela materna. Su primer marido, el artista plástico portugués Fernando Correia Dias se mató en una crisis de depresión aguda en 1935; ella crió sola a sus tres hijas -una de ellas sería después la actriz María Fernanda Meireles-, dando clases en la Universidad del Distrito Federal, y colaborando en periódicos. Se casó nuevamente, con Heitor Vinicius de Silveira Grillo, profesor e ingeniero agrónomo. Fue periodista, publicando notas sobre temas educativos, y escribió numerosos libros de literatura infantil. Dio conferencias sobre Literatura Brasileña en Lisboa y Coimbra y, en 1936, fue contratada por la Universidad Federal de Rio de Janeiro. A lo largo de su carrera pronunció muchas otras conferencias alrededor del mundo. En 1938 recibió el premio de poesía Olavo Bilac, de la Academia Brasileña de Letras. Viajó por varios países, cuyas impresiones llegaron a varios de sus poemas.
Su obra es numerosa: Espectros (1919), Criança, meu amor (1923), Nunca mais..., (1923), Poema dos Poemas, (1923), Baladas para El-Rei, (1925), Saudação à menina de Portugal (1930), Batuque, samba e Macumba (1933), O Espírito Vitorioso (1935), A Festa das Letras (1937), Viagem (1939), Vaga Música (1942), Poetas Novos de Portugal (1944), Mar Absoluto (1945), Rute e Alberto (1945), Rui — Pequena História de uma Grande Vida (1948), Retrato Natural (1949), Problemas de Literatura Infantil (1950), Amor em Leonoreta (1952), Doze Noturnos de Holanda e o Aeronauta (1952), Romanceiro da Inconfidência (1953), Poemas Escritos na Índia (1953), Batuque (1953), Pequeno Oratório de Santa Clara (1955), Pistóia, Cemitério Militar Brasileiro (1955), Panorama Folclórico de Açores (1955), Canções (1956), Giroflê, Giroflá (1956), Romance de Santa Cecília (1957), A Bíblia na Literatura Brasileira (1957), A Rosa (1957), Metal Rosicler (1960), Poemas de Israel (1963), Solombra (1963), Ou Isto ou Aquilo (1964), y Escolha o Seu Sonho (1964).
Tras de su fallecimiento se publicaron Crônica Trovada da Cidade de San Sebastian do Rio de Janeiro (1965), O Menino Atra (1966), Poemas Italianos (1968), Elegias (1974), Flores e Canções (1979), Canção da Tarde no Campo (2001), y Episódio Humano (2007); así como diversas antologías de sus poemas y los poemas completos.
          


































































lunes, 17 de junio de 2024

Seamus Heaney: Ancianas en la Iglesia

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              
Seamus Heaney

   
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        


Las pequeñas velas se deshacen en luz.
Llamas vacilantes reflejadas en el mármol,
espejismo de fuego en el bruñido bronce.
A tu derecha, en el altar a la virgen dedicado
las azules llamas bailotean en las mechas.

Ancianas de rostros pálidos
y apretadas mantillas negras
se arrodillan en los reclinatorios.
Las frías lenguas amarillas de las velas
saltan, danzan
como las susurradas plegarias
se elevan hacia el Santo Nombre.

Así cada día, en este lugar sagrado
ellas se inclinan para orar.
Capillas doradas, 
encaje en los altares,
columnas de piedra,
sombras frescas;
y ellas, siempre ellas.
En la penumbra del templo no hallarás
una sola arruga en sus rostros de cera de abeja.

(Versión Edmundo Kirk)

Seamus Heaney (1939-2013)  Poeta, traductor, ensayista. 

lunes, 10 de junio de 2024

Carmen Bruna: Poemas

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                


                                                                                                                                
EL JÚBILO DEL ESTÍO

El júbilo del estío en la hoguera de los vinos amarillos
y de los pétalos purpúreos
en la leche salada que salmodia
los nacimientos múltiples del ángel.

Al final de la calle pasa el río de los muertos
con ojos de porcelana violada
con nuestra propia voz
dolorosa del mayor dolor
extrañando la sangre que calentaba sus vocales
los colores del arco iris
y el abrazo saludable de la fiebre.


MEDUSA AGUA VIVA

Medusa agua viva que te columpias en el cerco de las llamas,
ave migratoria en la rosa negra del mar,
rosa combustible que prosperas al llegar la noche
cuando los peces duermen amarrados a turbias telarañas
y tu ojo se abre como un equilibrista en el vértice de la ola.

Yo contemplo tus finos tentáculos transparentes,
tus agujas de diamante,
tu apariencia de helecho cultivado en la luna;
comprendo que la hora de la fiebre está por llegar,
me complace saber que navegaré en esa marea
como un velero perdido y sin equipaje.


SOBRE EL HENO

Sobre el heno cae la lluvia tibia,
la tierna moradora del éter:
un milagro para la piel y los huesos de los muertos.
Secreta, te levantas en la noche,
sonámbula impredecible,
las manos pálidas como flores acuáticas,
impía soñadora
arrastrada por la corrientes de los vados
entre piedras y negros rosales espinosos:
la sangre de tu boca es dulce y su fragancia pesada
oscurece la luna de los parques,
te recuestas en la hierba,
destellas como un meteoro,
húmeda y afiebrada,
aplastando los helechos con tu cuerpo desnudo.


CARMEN BRUNA (1928-2014).
Ha publicado: Bodas (1980), Morgana o el Espejismo (1983), La Diosa de las Trece Serpientes (1986),  Lilith (1987),  La Luna Negra de Lilith (1992), Melusina o la Búsqueda del Amor Extraviado  (1993) y  Antologia de la Poesía Cósmica, Tanática y Alucinógena de Carmen Bruna (2004).

 

martes, 4 de junio de 2024

Diego Mendes Sousa: poemas

   
Diego Mendes Sousa

 
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              

SEMEN DE INCENDIO

en la soledad mora el amor y el amor
se hace otoño cuando sólo amamos.
me consuela amar.
amar es buscar es perder es morir.
todos aman y amaré llorar: amar es mi
primavera de bohemio es mi cábala es mi
máscara.
amar todas las noches sólo por amar.
amar eternamente amar, yo amaría a la primera
mujer, sin medida, si amar fuese
solamente carne, pero amar, el amar mismo, es
desesperación.
es verdad, también, que amar es clarividente en el
beso, en el sexo, en el gozo y, además de eso, amar es
salivar así como se consume la naranja, el
mango, la ciruela, el higo: la mujer.
es lamer la miel en la boca.
los limones son ácidos y la mujer: dulzura.
amar no es vivir azul es sufrir azul y, a veces,
amargar en blanco.
amar es probar la poesía de los días, el engaño del
tiempo.
amar es volar sobre el cielo sobre la tempestad sobre el
manto de luz de las estrellas y
caer, caer, caer, caer...
y resucitar en la postrera brisa.
no hay pecado en amar,
amar es amar y es todo y es nada.
y si nada es todo, el todo es siempre.
siempre es amar y amar es huir.
estoy perdido entre indagaciones, confieso.
un soplo me dice que amar es viento.
el viento es plumbaginoso.
el amor: música: vida.
aquí, vuelvo al otoño.
¿será el amor regreso o escarlatín o
devaneo?
muchos se suicidan otros olvidan.
otros se callan y pesan.
Amar es fuego y el Amor: incendio.


BALADA DEL FIN

Gran inspiración de la existencia
Musa de la creencia viva
me invade ahora un vacío
irreparable y nostálgico
No fue bastante el amor
por el canto parte solo
hasta las lágrimas de sangre
Escribo para atestiguar
que el mundo es mutable
que los pájaros vuelan
y el destino es incierto
Más tarde la noche es metálica
en la complexión poderosa
del desierto firmamento


RESTOS DEL CREPÚSCULO

Será siempre tu respaldo
mi pecho
y el corazón clama en ansias
y llanto
y me repugna al calor
de largos besos

durante los días y las noches
infinitas
inmensas a los ojos del mundo

¿Cómo volver en la bruma?
si la mujer es pluma
en el consumo atemporal
de la aurora

durante los días y las noches
infinitas
inmensas a los ojos del mundo


PROFUSO

La vida está oculta
en un manantial en flor
o perdida
gloriosamente
en la oscuridad de l’alma
es bonita
sino también cadena
es fingimiento
observatorio en desafío
y no es onirismo del destino
es tiempo deglutido en demasía

oh vida indescifrable
oh vida incrédula
a los sueños de libertad
una rosa alemana te abisma

en esta profecía reconvalecida
en esta tarde crepuscular
mi canto desdicho
encierro
bajo el celeste azul


TRASCENDENCIA

Siempre que el rudimento de la vida
te parezca angustiante
y el temperamento compartido
con Venus
sensaciones y rumor de Amor
desea el delirio
que este esboza los confines del sueño
y de la materia
Todo cuanto absoluto
conduce sentimiento de pureza
Hoy
ser posmoderno equivale
a ser triste y a tener constante
soledad
Basta mirar el mundo
y sentir la ruina
que se revela solamente al tiempo
que es al mismo instante
masacre y conmoción
y es el máximo en la pérdida y en el dolor
y la ausencia asusta más que
la queja explotada
y encima de nada
y del arte
que es aparentemente leve
supongo que puedo bramar
lo que es ser
menos que el sol
y lo que es abatirse y pesarse
dentro de sí mismo


* Las piezas fueron tomadas de 50 poemas escolhidos pelo autor, Vol. 53, Rio de Janeiro, Edições Galo Branco, 2010.

** Versiones: Demian Paredes, Buenos Aires, 2024.

Diego Mendes Sousa (Paranaíba, Piauí, 1989) es abogado, indigenista, ambientalista y periodista; miembro del PEN Club de Brasil, publicó los poemarios Divagações (2006), Metafísica do Encanto (2008), Velas náufragas (2019) y Gravidade das xananas (2019), entre otros; además de haber integrado diversas antologías. Fue traducido al español por la poeta y ensayista Helena Ferreira, y al inglés, francés y griego.