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lunes, 26 de julio de 2010

Renato Sandoval, poemas.

















De Nostos (fragmento):

Ver siempre fue el más verde anhelo y el pensamiento
el oleaje de tul entre la sombra tumultuosa.
Pero si seré ése que yo viera un día escalando los manzanos:
las manos eran peces de limón amargo y en los hombros
una joven testuz reía de sí misma señalando el horizonte.
El mozo ascendía como salmón entre las parvas
y las cigarras silbaban la canción de una fuente que se transformaba en mar.
Está bien zambullirse en el acaso, pensé
sin saber la hora en que empezaba mi serie favorita.
Pero no está bien decir que esta fruta es mía
si la rama es quebradiza y vulgar como este sueño.
*
Otro día vi las entrañas de una piedra, de excursión por un bravío roquedal.
Era como si una niña me dijese cuéntame un cuento
y yo, desarmado, implorase a Andersen ayuda peregrina.
Pero allí al fondo estaba yo acuclillado, chupando el dedo de la muerte,
mientras la savia de la piedra me circulaba en la vejiga
y una música de miel se dejaba oír en otras peñas sepulcrales.
Yo sabía que uno mismo es un misterio
y que saber demasiado no era de ningún modo conveniente.
De manera que al primer descuido de la piedra me arranqué de sus vísceras
y sin pensarlo dos veces puse pies en polvorosa.
Corrí, corrí y corrí hasta olvidarme de por qué corría.
Al primer recodo me detuve, deposité en el suelo lo que atenazaba con las manos,
y entonces me vi reptando sobre la arena, alto ya y primoroso,
con corbata y una flor sujetándome el pelo
y al parecer con un poema en los bolsillos.
Parecía un destino promisorio, qué párvulo ese Homero, y qué bandido.
Reí y reí con lágrimas de intenso placer, y las lágrimas formaron una nube
y la nube me impidió ver cómo una lagartija salía de su escondrijo,
tragaba al niño en un instante y oronda se perdía por donde vino.
No vi nada, pues.
¿Será por eso que dicen que ni el mar ni la muerte nunca lloran?


De Suzuki blues

No digas mañana
si adiós es un tiempo insomne,
la colina un alma ignota
que a duras penas
se yergue y expira,
un espolón alzado al viento
de las sombras primeras,
el río de un dios
azorado en la penumbra.
Cavo ahí
donde el aire se agosta,
el último bostezo
de una noche en cinta,
el pórtico de luz
suspendido entre la nada
y esa espuma que aprieta
al otro lado del día.
*
Compasión absoluta
al otro lado del estío;
una frente de sangre
ilumina la trocha
que hoy supura en el mar.
No temer, no
reír, no
callar el nombre constante
que ahora se desploma, recoger
con el párpado erudito
el sigilo de la hora, la caída
inconclusa de quien tanto
se escuece, no
reñir, no pacer, no
santificar al padre ni mentir,
nunca en la gloria, no
callar, no ver, ya no estar
aquí
no.
*
En el tejado el nombre
y el oro de los miserables
tan de pronto mío que ahora aúllo
de pudor y de quebranto.
La fiesta sin alcurnia
redobla en cada pecho,
nadie en la sala bailando
sin pies y en contradanza.
De los balcones un estertor
que trastabilla en la plaza,
un doble engaño:
ríe en el sol la última marmita
y a la luna señala
con doble dedo índice en la nada.
*
Apenas no
y el sentido es la luna de hiel
estampada en la orilla de otro miedo
o el mismo gesto
de alientos olvidados
que hoy se elevan
sin pasmo ni perdón.
El ciego de aquí
es el mismo sordo que antes
dirimía las leyes del hastío
y de la ira, cerca
ya la alabarda de la noche
y el celo en paz de la parda mora.
Esas manos, esas manos
serpenteantes en este pecho de plata
turban el ojo antiguo
que en ellas se pierde
cuando calla un violín.
*
Biblos (Líbano)

Doble afecto
para el que ve lo mismo:
escarpada es la planicie del ojo
donde se cuecen todos los deseos.
Ahí te vi sobre una zarza
airada entre los cedros pusilánimes
de la desidia y el error.
El valle de las sombras en vilo
y esos naranjos de tiempo
que solo sabe a sí
son una deuda de palabras,
el oro maronita
que no se entrega
ni nunca más nos salva.
Frente al mar Biblos desciende
por los ralos papiros de la hora tercia
y bate las peñas contra las olas
de un minarete sumergido.


De 24 x 1

I

Dios es una mónada que engendra una mónada, y refleja en sí mismo una sola llama de amor

Entonces el punto
la escueta cava del encanto
el norte imbuido en su propia especie
a tientas en el umbral de la razón no concebida
el murmullo de las manos replegadas contra la mente
un escozor en una palma y un orificio en la otra
por donde se cuelan todos los talentos
el munífico saber de los más débiles
crepitando azules entre las llamas del despojo
a ciencia cierta o desierta
la voz en su ola de aliento y deseo
como la afrenta en su día más plano
o la desidia empozada sobre la cuesta no vista y sin palabras.
Es causa numeral de los entornos, una duda supina, una garra
de luz catatónica y el suplicio de mil enjambres en flor. Cifra, folio
en su tinta y garrapata del adiós que solo sabe de albricias. Una fusa
en extinción o un nuevo par que ahora clama sin desdoro.
Si solo fue sin apenas ver lo que nunca estuvo, un puñal
en la frente, un atado de espadas, un manojo de sombras escindido
entre las matas, nubes de añil y de centeno entre tanto barullo y esperpento.
Del dos y del uno tan solo el tercer amante yace inerte
en la esfera aparcada junto al cauce de la gloria. Añejo
el placer ajeno que en bocanadas se desgrana a su antojo, antro
de cera esculpida en el panal de luz que entonces
se hizo y ahora se apacienta entre los dedos.
Sin par o sin non, aupado en la certeza de lo que está fuera de sospecha,
un manubrio de espejos bajo la selva contrita que se refleja en el relente.
Único entre ninguno, total bajo la nada, en sí mismo brasa,
holgura, parquedad, errancia en los cañaverales, sola sospecha
de mareas tremebundas y rostros que se arrastran por las sendas
de ausentes asteroides, aros de tul, confetis en llamas, una sola
esperanza para tanto revuelo y extravío. Sabio el placer
de brillar en suspenso como ninguno, la noche de puertas entreabiertas
y el ojo avizor afilándose las pupilas: más terciar en la pareja
ensimismada, reclusa como el número que la expone o apenas sencilla
o dupla por diversa a cambio de nada.
Una en sí misma la imagen que imagina sueños y ansias, siempre certera,
febril o pusilánime, un florete de idas sin tropiezos, un traspié
florido entre estrellas sin firmamento.
Qué rayo aquel de subsuelos trinitarios, una lonja de amor
que a dentelladas
poco a poco se aviesa.



Esteban Moore, Renato Sandoval, Medellín, 2010.



Renato Sandoval Bacigalupo (Lima, 1957). Ha estudiado Lingüística y Literaturas Hispánicas en la Pontificia Universidad Católica del Perú y seguido estudios doctorales en Filología Románica en la Universidad de Helsinki de Finlandia. Ha publicado, en poesía, Singladuras, Pértigas, Luces de talud, Nostos, El revés y la fuga, Suzuki Blues y 24 x 1. Poemas suyos han sido traducidos al francés, alemán, italiano, danés y finlandés. En ensayo, El centinela de fuego, libro dedicado al poeta simbolista José María Eguren, y Ptyx: Eielson en el caracol. En el campo de la traducción, son conocidas, entre otras, sus versiones de Pavese, Quasimodo, Tabucchi, Arnaut Daniel, Tieck, Rilke, Kafka, Södergran, Ågren, Haavikko, Saarikoski, Dinesen, Boberg, Drummond de Andrade, Sylvia Plath, así como un par de piezas de teatro escritas en francés por César Vallejo y una antología de cuentos de Quebec (Canadá) bajo el título La mano de dios. En 1988 obtuvo el primer premio de “El cuento de las mil palabras”, del semanario Caretas. Dirige la editorial Nido de Cuervos y las revistas Evohé y Fórnix. En la Pontificia Universidad Católica del Perú dicta, alternadamente, Literatura Alemana, Literatura Nórdica y Literatura Francesa Medieval.


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