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jueves, 19 de agosto de 2010

Julio Carabelli, poemas.

Julio Carabelli


















 Deudas

Ella me pidió
-no te lleves el libro de Henry Miller-
con el viento cálido guardado en el escote
y preparó la cena
le gusta
le encanta tender manteles verdes
toda la clorofila sobre la mesa
y se lava los dientes
en tanto yo veo una mesa de póker
y me siento con mi gorro de visera verde
verde como aquel verso de Lorca
que nunca recuerda entero
por eso
de la falta absoluta de memoria
culpa de sus zapatos verdes
por los que pierde solitario tras solitario
en la playa imaginaria en donde yo
olvidé mostrarle el mar.
Y sirve tallarines de espinaca
murmurando que con los naipes de póker
siempre pierde
aquí y en la frontera de grosellas
-culpa de tu vieja- dice
y de mi hermana y oígo
la letanía de mi árbol genealógico de vaginales frutos
mujeres
camino al derrame y desparrame
mujeres pendiendo de ramas verdes
mi abuela bisabuela tatarabuela
madre comadre contramadre tía
y pienso
-no hay peor misogínia que la de las propias hembras-
mientras desfilan
con vestidos verdes supongo
los escombros de las mujeres de mi familia
primas cuñadas concuñadas
hasta que verde de rabia le grito que se calle
y se calla
se calla y me mira
con esos sus ojos verdes
verdes como para recordarme
que le debo el mar y alguna que otra cosa.

En las nubes

A ella le gustaba bailar
íbamos al Marabú
al Picadilly
y más tarde
a esos patios tangueros para gente grande.
Ella era feliz
se bailaba hasta el fernet
y cuando tomábamos una copa sus pies
garabateaban corcheas bajo la mesa
como si aquel tango que tocaba Pugliese
anunciara el fin del mundo en percusión.
Yo la acompàñaba bailando como un wichi con botas
porque nadie pudo decir nunca que ella no tuviera gracia
la tenía en demasía
tanta
que yo la veía bailando asteroides
bajo la mirada de santos circunspectos
señores del Big Bang
y un jurado de ángeles milongueros.
Entonces
ambos nos deteníamos frente al paraíso
cuyo techo era un parral
y ella
mientras me abrazaba
corrompía a San Pedro guiñándole una teta.

La reina del blues

Siempre aseguraba que sería
una tarde cualquiera
la reina del blues
mientras servía vino a los borrachos
en el bar mugroso de la terminal

-Ya vas a ver- amenazaba
y mascullaba en pésimo inglés
algún verso aprendido al pasar

y volvía a poner el viejo disco
donde una voz redonda le decía

-la próxima eres tú-

pero no fue la continuadora
ni siquiera pudo cantar
aquel único verso que sabía
en el sucio bodegón que estaba enfrente
la muerte la sorprendió 
sin más lujo
que un raído camisón violeta
y una oxidada intención
con la cual le fue posible
abrir el dique que escondía en las venas.
Ahora
cuando ya no suena tu canción remota
yo te nombro muchacha
la reina del blues
y como tal
mañana
iré a saludarte envuelto en una bata azul.

Amarga rutina

Ella apagó su cigarrillo
diciendo:
-esto es una peste-
-una mierda- dije yo
y estiré mi mano bajo la mesa tratando
-todo es igual- dijo doblando el diario
-una calamidad- le aseguré sin poder
le quedaba un sorbo de cerveza
un sorbo
y llamé a la muchacha que nos atendía
la llamé para pedirle otra botella
porque de pronto
al no poder tocarle las rodillas
sentí sed
una sed infinita como un océano de sed
aunque sean duras
aunque sean duras las rodillas
son la entrada
la puerta a zonas más delicadas
zonas a las que la piel va conduciendo
con la suavidad
y puedo imaginar sus poros abriéndose
como esa botella
una botella abierta por una mano femenina
una botella abierta así deja de ser una botella
pero no pude explicarle eso
no pude
porque había bebido mucho y lo único
era tocar sus piernas
su rodilla de vidrio
su puerta de exiguo jadeo que se abrió
como una palabra
y a la mañana siguiente
al dejarle unos pesos sobre la mesa vi
cómo bailaba en sus hermosos ojos
toda la tristeza del universo
esa tristeza que
le había impedido
rasurarse el bigote como todos los días.



Julio Carabelli (Buenos Aires, 1940). Ha publicado A conciencia pura (Novela, 1986), Continuación de los juegos (Cuentos, 1992), El crimen de la vecina en el presupuesto nacional  (Novela, Primer Premio Centro de Extensión Cultural Leopoldo Marechal, 1993), Jurisdicciones (Poesía, 1997), Jurisdicción de amor (Poesía,1998),  La función social del escritor (Ensayo, 2000), Nueve monedas para el barquero (Selección poética, Inglaterra,2004), El color de Harlem (2005).Colabora con diarios y revistas del país y el exterior. Dirige Letrarte (Encuentro Internacional y Congreso de Escritores que se realiza anualmente en Tucumán, Argentina.