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miércoles, 4 de agosto de 2010

Rei Berroa: poemas.













Medellín, 2010.






JERARQUÍAS


De los dones

el primero es el nacer

y vivir el primero de los bienes.

El deber fundamental del hombre es liberarse

y amar y ser amado la tarea

primordial de la existencia.

Al final,

subrayen, por favor, la novedad de esta ocurrencia,

morir con dignidad es su último deseo.



OICONOLOGÍA


Tratar de hablar siempre menos.

Querer decir más cada vez.

Colocar los trofeos en el fuego

y asegurarse de que nadie los rescate

para ponerlos de nuevo en la vitrina

con su nula e impertinente vaciedad.

Guardar menos objetos, menos sombras,

pero alumbrar el día todo el día

y limpiar la oreja un poco más.

Dejar ya de rezar en alta voz

en nombre del Altísimo

y ordenar lápices, papeles, obsesiones en el nido,

de forma que reflejen su interior cacofonía

con el hoy, su aquí, nuestro mañana por hacer.

Ingerir cada vez menos,

digerir cada día más.

No poner tanto énfasis en los ayeres, lo vivido

y subrayar lo que se pueda resolver

hablando del enigma del minuto

en este constante matar o morir

con que agredimos a las horas cada ahora.

Dormir cada vez menos,

soñar cada día más.

Buscar cuanta se pueda soledad

y al entrar la noche, apagar

las luces del balcón para poder

alcanzar el astro con el ojo.

Envejece en la bodega el vino

para hacerse de crianza o de reserva;

que vino mal envejecido es vinagrio

que al paladar golpea e incomoda.

Ni levantado ni caído,

a ningún ángel rendirle culto, pero ser

indivisiblemente hombre en esta

misteriosa y angustiada humanidad.

Ignorar la razón de los achaques de la vida

y vivir sin pensar para nada

en el alivio de la muerte.

Tratar de hablar cada vez menos,

esperar pacientemente mi turno

para poder decir, quizás, cada día un poco más.



NO PUEDO APARTAR LA VOZ DE CUANTO SUFRE


Por más que quiera la flor

no puede dominar el horizonte como el árbol.

Como aquél que tampoco

puede dejar la vida para luego,

que odiando comenzó todo lo oscuro

pues la luz deseaba hasta el cansancio.

Y sin embargo

la noche es un enorme corazón

que acurruca en sus alas

la sed, el hambre, el pasto del amor

y acumula en la pupila el apetito

de sus sueños, el silencio

de la claridad que nos descubre la alborada.

Hermoso y terrible es pensar

que tal vez sea mentira la esperanza.

Y sin embargo

no puedo evitar el silbo

vulnerado que penetra en mis entrañas.

Se me quiebra la sangre, en la misma

mitad de las palabras se me quiebra

y amanezco sin ganas de vivir

cuando contemplo el mundo que hemos hecho

a imagen y medida de los dueños de la muerte.

Lo siento Jochy, Mariángeles, Ataol,

lo siento, madre, camaradas todos

de las cuatro esquinas de la historia,

pido excusas de antemano,

pero, aunque lo intentara día y noche,

no podría, ni por un efímero momento,

apartar mi voz de los que sufren

sin alivio y sin consuelo.



¿EL DON DE CONOCER?


El último manzano de la tierra y el primero

con su edad multicolor en primavera

y en otoño su fruto saludable

enreda en las paredes de su tronco

un ángel en forma de deseo

cuya lengua endurecida de serpiente

dice el nombre de las cosas,

las graba en la pregunta de la oreja

y divide los caminos que pisamos

en ególatra-culpables

o en idólatra-inocentes.

No pudo ser.

Aquella edad

no puede haber sido tan querida.

Cumplían las criaturas ciegamente

los preceptos de sus dueños.

En vez de robustecerse sin ambages

en la necesidad de llegar a la estatura que debía,

debilitaba el adolescente esa esperanza

cada invierno o cada luna o cada noche o siempre tarde.

A pesar de la luz con que aparecen dibujados

los espacios de aquellos primeros habitáculos

del tiempo en que nada podíamos inventar

que no estuviera controlado,

los días eran oscuros como el hambre de saber

y tuvo que llegar aquel momento tan deseado.

El don de conocer

fue más bien una lucha contra lo infinito,

una irremediable conquista

de las zonas prohibidas en la amplitud

de la materia que somos,

en la claridad de nuestra sustancia.

Aquel primer mordisco al himen sedoso

de las flores del manzano

abrió secretas puertas, hojas blancas, tablas rasas.

Por eso

penetradas las cortezas seductoras

de los frutos del jardín,

vinieron a habitarnos toros como estrellas,

garras se hicieron nuestras manos

con las que pudimos finalmente amplificar

el rumor de nuestros pasos en la tierra

y una savia maniquea nos otorgaba finalmente

el derecho a preguntar y conocer . . .

Se suspende ahora el don del labio del desnudo,

desprecia los modales de la acera,

le brotan las señales del deseo entre las partes,

es ególatra culpable, y a sabiendas

rehúsa estacionarse en el candor

de las hojas de la vid con que se viste.

A su paso veloz entre las horas,

con el don del conocer enterrado en las raíces,

acaricia un cerdo frágil,

el panal de unas abejas que laboran en su pecho

y una piedra que le dieron al salir de la inocencia

para que siga golpeándose en el pecho

cada vez que se sienta naufragar.



EUFEMÍSTICA PARA VIVIR TRANQUILOS


Tampoco hoy vamos a hablar de lo divino.

Pondremos a un lado las ideas que molesten,

nos fijaremos con cuidado en lo que vive,

veremos si hay algo que cambiar en lo que hacemos

(está claro que el mundo no lo hicimos

y, por tanto, no somos responsables

de lo que en Gaza hoy acontece

o junto al Tigris o el Eufrates).

Luego pasaremos a hablar de Empédocles.

Unas cuantas reflexiones de Epicuro

ocuparán el resto de la clase.

Al final contaremos hasta doce,

y apostaremos unos cuantos hilos

de sangre taína o africana.

Y Dios dirá, que nunca dice nada.


SIN DEJAR NINGÚN DETALLE


Cuéntaselo todo a la mujer.

Dile

por qué se encuentra acompañada en sus vacíos,

por qué tus gatos tienen nombres

de astronautas misteriosos

o instrumentos musicales

y por qué, sin darse cuenta, irrumpe en carcajadas

cuando está frente a tus nalgas temblorosas

como enormes mejillas que han perdido

su lugar y dirección en los orígenes del cuerpo.

Antes de que venga blandiendo la verdad

que encontró no importa dónde,

tirada a la vera de la calle,

de boca de tu amigo o tu enemigo,

leída en la sección de sociedad del vespertino

o en la sala de un museo o del mercado.

Cuéntaselo todo a la mujer.

¿Has tratado realmente de entender

su distante timidez, su parca risa,

sus amores escondidos a la sombra de su sueño,

su paso leve y su compás cerrado?

Esbelta como hatillo de silencios,

mastica cada sílaba en tu nombre

con su ritmo entre sensual y reciclable

buscando pronunciar con parsimonia

toda consonante, las vocales,

y poder con ellas dibujar

las redondas anteojeras de las horas,

el bigote encaneciéndote

de ayer a aquesta parte la nuca juvenil

que prolongaba hasta hace poco

los años aquellos de vino y rebeldía,

la piel aceitunada del llanto de la tierra

y el constante fluir de tu sangre

en las heridas de la risa,

halcón que llevas sobre el hombro

para perseguir tu pesadumbre

y apuntalarla a picotazos.

Cuéntaselo todo a la mujer. Revélale

tus dudas y temores, tus aciertos

al momento de triunfar, tus desatinos

en el sueño y el trabajo. Cuántas veces

rozaste sin queriendo

los pechos que viajaban frente a ti

en el metro inevitable del deseo. Quién

metió su mano en la entrepierna y cómo

te dejaste llevar y traer con las señales

que te daban de un pedazo de vivir

en el anverso del oído

o una gota de morir

escondida debajo de la lengua

que atrapabas con los dientes

sin saber si era lengua

o era sombra que comías,

si era a Dios o a Lucifer a quien mordías

o atrapabas, ángel caído o por caer,

soledad eterna, compostura.

Si era un sueño de mujer o de hombre o desvarío,

y tú no eras sino un grano

pegado a las paredes del duodeno,

tembloroso, ají-picante, rascándote

el cóccix, el trasero, el omoplato

hasta hacer sangrar esas partes de tu cuerpo

que te escuecen mas no conoces,

que nunca el ojo ha visitado y necesitas,

a las que nunca mencionas por temor

a ser tachado de vulgar,

maleducado, improcedente en una conversación

como ésta en que no se debe mencionar

el adulterio, la inmundicia, el puterío

y todo debe ser higienizado

según las morales normas de esa

otra lengua o el oído.

Aunque hagas temblar de rubor

al sumo sacerdote y sus papiros,

cuéntaselo todo a la mujer.

Ella ha sido madre y todo lo contiene,

en ella todo nace,

todo en ella se termina.

No olvides ni un detalle.

Esto te curará seguramente

del mal de ser varón

en esta edad todavía hoy

obstinadamente masculina.



UTILIDADES DE LA RISA


Desde ques mar el agua,

desde ques tiempo el ahora

y desde ques también vida el sueño

con sus verticales coordenadas

de llanto y de ternura,

sus horizontales herramientas

de alivio y de dolor,

de lo real amarilleando

entre lo espeso y lo flüido,

la risa

ha puesto sus huevos en la arena

movediza de la lengua,

estruendosa se dispara por los huecos

bien abiertos de la boca y el gaznate,

arruga las esquinas de los ojos, los obliga

a prestarle atención al desahogo,

se hincha imprevisible en los carrillos,

en las narices del barro en el que estamos contenidos,

nos libera de la ira y del espasmo de la hora

y nos saca de los miedos en que quieren que vivamos

los que ostentan el poder y lo blanden

ante el ojo del votante o parroquiano.

Aunque dure solamente

unos minúsculos segundos destilados

a esta frágil existencia que parece interminable,

la conciencia de la risa

fortalece las paredes en que habita nuestro pulso,

nos ablanda el nervio adolorido de la angustia,

las terribles soledades que sufrimos a veces sin saberlo,

le quita máscaras al río crecido del orgullo,

nos descuajaringa, corta la ceguera irreductible

que marchita la flor del loto en la laguna

y a su modo nos lima sutilmente a los humanos,

todas las aristas del cuerpo y de la idea,

del tiempo y de las mañas que maneja cuando pasa.

Antídoto que limpia de inmundicias las arterias de la vida,

la etapa de la risa es señal inconfundible

de que es el hombre, no los hados o el omnipotente,

quien fabrica los telares de su propia humanidad.

Por ello, no hay que fiarse nunca de los dioses

que no quieren o no saben o no pueden reír o sonreír

aunque sólo sea un breve instante iluminado.


EL ÍNDICE DEL CIEGO


Para Louis Braille, visionnaire



Como si toda la realidad no fuera

nada más que puntos en relieve,

el índice del ciego es un ojo

que, tocando las simas de lo ignoto, se acomoda

y está a sus anchas en la cima del saber.

El ojo del ciego es un índice

que va de lo tangible no vivido

a lo intangible ya intuido y descifrable,

haciendo de sus dedos instrumentos

que le llevan al gozo de aprender.

Es un bastón el índice del ciego

que golpea los valores de la bolsa en el oído

e inventa en las finanzas del buen juicio

imposibles inversiones hasta entonces ignoradas

por la ciencia, el alquimista o quien se lance hacia el azar.

Compañero inseparable del pulgar gracioso,

el índice del ciego es una física posible

que discierne con la punta de la lengua

qué hace la mano en el papel o qué es el tiempo,

qué hace el humano al querer o cómo se enamora.

Es una lengua el índice del ciego

que con sólo seis puntos cotidianos

irriga en sus papilas las vocales,

más de veinte consonantes y el almario

de todas las palabras con que armamos el vivir.

Al girar con el pulgar la página del día

buscando alivio en la sutura de la hora,

el índice del ciego, a veces anular, a veces medio,

se desliza por los impuros filos del alfabeto alado,

abriendo puertas con las llaves de su luz.

Son tan sólo seis irrelevantes estaciones

que clavan sus puntas geométricas en el ojo

táctil del leyente y 60 y pico veces se combinan

para darle al invidente la esperanza, la delicia

de hacer el mundo y sus relieves a su imagen y color.

Sueña el índice del ciego que es un ojo

y que todo, si está escrito,

lo puede introducir en su memoria digital.



BAILA ARAÑA QUE EN EL LABERINTO ESPERA


Enmarañado mar el de la araña

que hila, huele y hala su donaire

y es dueña de su tela y su talante tierno,

de su espeso salivero

y su desnudo nudo hexagonado,

labio que labra la casa del destino

en donde habita el minotauro,

monstruo que devora el mismo centro de los años.

Bailaba Ariadna desnuda a la entrada del palacio

cuando vio venir entre el grupo de aquel año

al joven Teseo y quiso poseerlo.

Le ofreció una espada con el signo de la muerte

y la llave del regreso le entregó

atándole la punta de un ovillo

a la punta debajo del ombligo

para poderlo controlar mejor y a su manera.

Esperó paciente la araña al otro lado

del abierto muro

hasta que regresó Teseo herido

arrastrando la cabeza ensangrentada.

Ariadna entonces atrapó el cuerpo del muchacho,

devorándolo como una mosca imbele

en la trampa de las cuerdas que había tejido.

Para poder vivir

hay que saber tejer

y luego hay que esperar,

esperar todos los minutos

que requiera el visitante.


¿LA BOLSA O LA VIDA?


Cada poema de amor

Es un poema de lucha

Cada poema de lucha

Es un poema de amor.

En los dos,

Queramos o no,

Nos jugamos

La vida.



NO LE PARECE APROPIADO AL PARECER

EL MOTE DE SEGUNDÓN QUE LE HAN COLGADO


Todos me han tenido siempre de segundo.

Sus intenciones claramente definidas,

me han mirado cuando menos de reojo,

sospechando de mí no sé qué cosas

-“engañan las apariencias,” dicen-

y me ponen en la lista de lo prescindible,

como si el vestido, el rostro, los modales,

sólo fueran ocasiones de un minuto

y el resto de la hora hubiera que entregárselo

a mi némesis, el Ser,

que nunca tuvo que hacer nada

para llegar a ser el hijo predilecto

del humano y sus asombros

(al menos así me lo parece).

Hubo sí ocasión fugaz,

débil esperanza de mi medro

-si hubieran visto qué alboroto

en el mundo desvirtuado de lo que aparenta-

cuando logró por fin Descartes señalar

-perdonen el empaque dieciochesco-

que el oficio del pensar mayéutico

estuviera por encima del Ser estático

o de la inanidad del Estar,

envés de su moneda.

Pensé yo entonces que el partero

de esta modernidad que desde entonces nos apremia,

amigo de reinas, algo galileante, y por ello

sospechado del romano tribunal, daría

otro salto en el método de examinar las apariencias,

haciendo vital la instancia de la idea

de que lo que aparece

puede también ser si yo lo pienso.

Pero el pobre se murió de frío relativo

en una cama nada cogitante de Estocolmo

y yo he tenido que seguir aquí de segundón,

acostumbrado a los axiomas

de la fe, de la filosofía, y deseando vivamente

que un músico quizás,

tal vez algún poeta del Índico o el Caribe,

me ponga en mi lugar, mejor,

espero, del que aquí me asigna Rei Berroa,

me saque oportunamente

de este estado segundino

del que estoy ya bien cansado

y me eleve a la condición

que me tengo, creo yo, bien merecida,

después de tanta espera.



COQUETEO CON EL TIEMPO:

Correo-e para Soledad-A


Constante es, compañera Soledad,

este arcano coqueteo con esta

primera obsesión del existir,

bien mayor en el que están montadas

algunas de las categorías primigenias

del pasar apercibido en los orígenes

del sueño o del aliento, la distancia o la memoria.

Cuando éramos tú y yo de aguas y quimeras,

nos frustraba su moroso caminar,

arbolada lentitud de sombra y mimbre

que queríamos siempre apurar en vano siempre

e imprecábamos, ¿recuerdas que imprecábamos

al cielo creyendo con ello acelerar

el paso impertinente de los días?

Mas luego, al subir los peldaños de los años,

y estar nosotros llenos de fuego muchas veces;

otras, de libro y levadura,

parecía el tiempo existir tan sólo para otros:

nos reíamos de las quejas

de los que nos habían precedido apenas

unas horas antes en las aulas del sentido,

con ellos compartiendo la existencia, con ellos

que nos pedían con frecuencia pensar

sobre aquella atolondrada mudanza

con que nos abocábamos a los abismos;

nos reíamos de los que venían detrás de nosotros

cuya impaciencia tildábamos de infantiles

triquiñuelas, dignas de nuestros guiños y provocada

por una fe sin límites en nuestro inmortal destierro.

Mas luego, en algún momento imprecisable

de esta historia nuestra tan antes sutil,

tan pronto mudable, caímos en la cuenta

de que coinciden en nosotros todos los opuestos,

de que éramos -¡cómo no pudimos notarlo antes!-

hembra y hombre todo el día, ala

que en el aire era ola, agua que en la ola

era fuego fatuo demonio que construye

ángeles de barro que pueden robar

todas las alas que construyen mundos,

todos los mundos que destruyen alas,

que construyen aguas para diluir el fuego,

que levantan fuegos para cultivar el mundo,

que derriban mundos para dominar la tierra.

En mi caso, esta conciencia tuvo dos relámpagos:

el primero, ante la quiebra involuntaria del amor;

el segundo, con el nacimiento transformador de Olivia

en cuyas manos diminutas cabía todo el universo,

en cuyo mundo futurible estaban

todos los ojos del vivir con sus asombros.

Desde entonces, ya no sé si es ciencia o sueño o coqueteo,

pero el peso de nuestra temporalidad ha echado

profundas raíces en mi estado y me hace ahora gozar

cada minuto como si fuera sólo uno,

cada experiencia como si fueran

todas las experiencias de la vida.



CAPITAL DEL MIEDO


Sería bueno que no olvidaran los humanos del XXI

que después de los tres días angustiosos de septiembre

que sufrió Manhattan,

ha vivido Bagdad víctima del miedo

tres mil doscientos días

con sus horas, sus minutos y segundos,

con medio millón de ataúdes

esperando su turno justiciero, y con la muerte

genocida sembrada para siempre

en las entrañas de la vida, la cual

se les quedó por hacer irremediablemente.

¿A quién le tocará,

¡a quién

le tocará

regar mil y una vez

las cenizas de todos esos sueños!?



De Libro de los dones y los bienes

[Caracas: El Perro y la Rana, 2010]



Rei Berroa. Poeta, crítico y traductor dominicano, autor de más de veinticinco libros, entre los cuales destacamos: Otridades (Zamora, España: El Sinsonte en el Patio Vecino, 2010), Libro de los dones y los bienes (Caracas: El Perro y la Rana, 2010), De adinamia de mente de umnesia (Villahermosa, México: Maúcho, 2010 [poemario sobre el Alzheimer, premiado en Murcia, España]), Libro de los fragmentos y otros poemas [Caracas: El Perro y la Rana, 2007], Aproximaciones a la literatura dominicana I y II (Santo Domingo: Banco Central, 2007 y 2008), Ideología y retórica: Las prosas de guerra de Miguel Hernández (México: Libros de México, 1988), Libro de los fragmentos (Buenos Aires: Último Reino, 1988), Literature of the Americas (Dubuque, Iowa: Open University, 1988), Retazos para un traje de tierra (Madrid, 1979). Coordina anualmente para el Teatro de la Luna de Arlington, Virginia, y Washington, DC, el Maratón de Poesía. Desde 1984, se desempeña como profesor de literatura contemporánea de España, Latinoamérica y el Caribe en George Mason University, Virginia.