Blog sin fines de lucro (Non Profit)de la palabra poética, traducción, crítica literaria, Charles Bukowski, Raymond Carver, Sam Hamill, Allen Ginsberg, Lawrence Ferlinghetti, cultura,costumbres y el buen asado criollo. edmundokirk58@gmail.com. Colaboradores: Demian Paredes, Alejandro Elissagaray; Vanesa Malrossa; Maggie Culligan; Antonio Meloni; Ignacio Oliden; Edmundo Kirk, Patricia Ogan Rivadavia,
What’s the good of it?
I mean all of this poetry
in celebration of
the first person pronoun.
Are we to be the authors
of a poetry without consequence,
a song of ourselves
that cannot hear
the cries of a world at war?
Can we not see the child
who pauses
in a field in Afghanistan
at the sound of a pilotless drone
high overhead
and raises weary eyes
to wonder if this is the plane
that will obliterate
her world? Can we no longer
hear the piercing, hysterical cries
of the mother
who finds her children’s bodies
in a ditch beside a dirt road
leading into nowhere?
Her assassins
bear our names, our banners,
even as we declare
our innocence of war crimes,
our good intentions.
What good is a poetry
that bears no testimony
from those we’ve stripped of name
and deed and voice? What good,
a poetry blind to perpetual war
waged against the world’s poor?
I want no more of it.
I want to cut out my tongue,
blind my eyes
to the stricken faces of child brides
and the good soldier’s dreams
as the bombs fall.
But I cannot be blind
to my country’s abiding shame,
nor to its exported terror,
the Death Machine
that decimates a world.
I cannot scream.
And yet silence
is not an option, not an answer.
Our wounds do not bleed,
but wounds they are.
And if there is no poultice
for such wounds,
no word of compassion
to begin a healing,
what shall be our future
except to repeat our past.
Weary, timid, we seek or settle for
distraction,
gazing into a mirror as though
it were our soul. As if we could
simply wish it all away.
And what can come of it,
what possible good?
Cuando se me cansan las piernas después de largos ratos de trabajo, cuchara de albañil, maderas y martillos; me tomo un respiro, preparo mates.
A propósito, este va a ser un texto “cotidianista”, al decir de Eduardo quién felicitará que baje a tierra por referir justamente, hechos cotidianos.
Él, justamente, que nunca puso un clavo.
Al mirar las cosas que me han robado (mejor dicho, al ver los espacios huecos) de ésta casa que tanto costó y sigue costando enumero lo faltante: televisor, equipo de música, cubiertos, algún cuadro.
Como dijo un amigo: libros no; los dejaron tirados. Justo dejaron lo que les hubiera servido.
Desprecio si los hay, pa’alguien que escribe considerándolos tesoros.
Ya ven, lo valioso no se han llevado. Algunos que lo saben se indignan en mi lugar, pero esto para mí tiene carácter de problema social, no delictivo, culpa del sistema en que vivimos.
Mucho para algunos que no se lo ganaron, algo para quienes toda la vida hemos trabajado y nada, absolutamente nada, para tantos que no tuvieron siquiera la oportunidad.
En el lugar de ellos, haría lo mismo.
Necesito frazadas, máquinas para idiotizar desde donde baja el discurso del consumo, no pudiendo participar del juego y si no tengo un trabajo; ni hablar la comida de mis hijos, haría lo mismo que ellos.
Lo único que les tengo que decir a esos malandrines -porque malandras son los otros, los cipayos que venden el consumo-, es que elijan mejor y se animen con los peces gordos y no con los tipos que hicieron lo que sea laburando.
- Claro, vos me dirás, sí vos; el que estás leyendo; que, ¿cómo van a saber, quiénes son unos y otros?
Acaso alguien va a poner en el frente de su casa un cartel que diga: ”Esto lo hice choreando”. O de los míos: “Esto me costó 20 años de trabajo”?
No, ya sé que no, pero si se avivan, van a ver que no tengo rejas, ni auto nuevo, ni custodio.
¿Por qué con ese dato no son piolas y me dejan algunas cucharitas que detonan estas líneas, y hacen que ponga azúcar y yerba en el mate, desde sus envases?
Undécima carta
Soy un hombre con muchos hijos, nunca demasiados, siempre bienvenidos.
Un hombre que podría estar apesadumbrado por el paso de los años, y aún así conserva su optimismo crítico.
No quedé en dogmas, tampoco soy escéptico.
Desde hace tiempo, si respiro es milagro dado que un asmático que fuma dicen que tiene los días contados.
A pesar de la fe perdida y los muertos, la mañana me encuentra con humo y versos.
Duodécima carta
Ante todo, tal vez sea uno el equivocado, pero qué voy a hacer, tengo esta vida y no otra.
Veo a hombres y mujeres arrobados por “el porvenir” y recuerdo una frase que dice: “El porvenir es cosa nuestra”.
Volviendo: el porvenir de los hombres de mi edad, es ahora; aunque parezca sentencioso.
Fuimos náufragos de la república perdida y estamos ( o sólo yo lo estoy?), atenazado a la existencia.
La mía es una convicción que no sale de este aquí y ahora.
El silencio de este instante después de comer con gente apresurada, anuncia que voy a dormir embriagado de viento, pájaros y sol en la modorra de la tarde.
Decimosexta
Vivo sin timón, brújula ni puerto, sólo con bitácora completa, historias sin detalles de puertos visitados, amarras ceñidas, después abandonadas.
Barco que pisó muchas orillas sembrando su simiente por doquiera.
Bajel sin compás ni catalejo. Sin sonar cuando por aguas fui debajo, sin ojos de buey, sin ancla ni más mástil que mi querido Juan, mi otro enhiesto.
Un barco, una balsa, un bote enamorado del simple hecho de ir siempre navegando.
Soy un bajel naufragado tantas veces que puesto a pensar en esas cosas a veces deseo hundirme por completo sumando la mirada a la de esos peces entre restos que en el fondo han encallado.
Vigésimo primera
Aquel poema de los sesenta, decía: “Yo no sé ciudad si amo tus atardeceres derramados por el sol en tus anchas avenidas...”
porque ahora mi ciudad ya no tiene: “..atardeceres derramados...”
una muralla de cemento los oculta.
Por eso, para ver nacientes y ocasos voy a los confines.
Aquel Barrio Martín donde los chalets florecían, vive hoy en la umbría de edificios altos.
Ese costo de oscuridades es en muchas calles y en tantas que me inclino a vivir en arrabales donde los días conservan sus crepúsculos.
Ya he visto “los dientes de la gente”) Morir no importa, aún con eso, con la historia y el pasado, con los muertos y los que todavía estamos vas a seguir siendo como dice Gary “la única ciudad para nacer y para morir”.
La que añoro y memoro tanto, que estando lejos hace que todavía me cite en los bares de mi barrio.