Andrés Nieva |
(diario de un día)
Imaginar un paseo de un
día y no escribirlo, es parecido a no haberlo realizado.
No sé que grado
de ética puede tener escribir un diario de un día. ¿Será algo fortuito o un
acto premeditado?
En el patio, el
gallo tiene su competencia matutina con los gallos de las casas vecinas.
La lluvia dejó
pequeños charcos en el suelo, las plantas verde-fluor y es un acto poético las
gotas de lluvia sostenidas en el alambre de la soga.
El colectivo pasa
por la puerta de la casa donde me hospedo. Lo espero como quien guarda una
esperanza.
No sé que hora
es. No tengo reloj desde hace días. El tiempo se diluye junto a la brisa que
corre.
Tengo enfrente un
árbol de moras que se eleva varios metros sobre lo que denominamos cielo. Sus
ramas, brazos viejos le dan albergue a dos palomas que escriben su historia en
un nido.
Miro el camino de
tierra fijamente hasta chocar con un camión estacionado.
La calma se pierde
cuando se acerca una moto y las palomas hacen su ruido tan particular.
En el silencio
todos los ruidos son cercanos.
Viene el
colectivo La Linda. Subo, pago y el chofer corta el boleto de una máquina
antigua.
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El colectivo se
adentra por un camino de curvas. A un costado hay una capilla. Miro un canal de
riego lleno de árboles. También ranchos y hornos de ladrillos.
Los semáforos y
las casas indican que entramos a Villa Dolores.
El sol asoma y los
árboles lo cubren a casi todo con sus ramas.
No importan los
días domingo. Bajo en la plaza, miro la fuente sin agua y las cruces de la
iglesia que con el terremoto de Caucete, una fue a parar al suelo. Los
gorriones y benteveos de mi infancia siguen cantando.
Abandono la
ciudad y voy en dirección al río. Miro dos caballos que comen yuyos. El agua
corre, no se detiene, lleva el color del barro por la lluvia. Camino entre
plantas silvestres. El sol muestra una luz, fuerte, blanca y la piel de mi
cuerpo brilla.
Desde el puente
veo el río que busca su cauce. Hay animales y los sauces llorones cargados de
tortolitas y reina moras le ponen imagen al diario de los árboles.
Bajo las
escaleras, voy por un senderito para caminantes. Camino rodeando los árboles y
me quedo mirando peces y renacuajos.
Las sierras
azules son testigo fiel de cómo cruzo puentecitos añejos de madera debajo de
álamos altos. El río es atravesado por sauces muertos que se niegan a
transformarse en nada luego de que tormentas de tierra los derribaran al río y
éste logra que otras ramas salgan de su otra forma adoptada.
Camino y mientras
camino los árboles me enseñan su lenguaje de tiempo y sabiduría.
Mirar árboles no
marea, dan protección a los sentimientos. Una llanura verde de tonos con cantos
de pájaros que vuelan. Hay un monolito de San Agustín con estampitas lavadas
por el agua y amarillas por el sol. Las ramas de los árboles se agitan y dejan
su mensaje al mundo.
El cielo parece
taparse con teros que gritan y forman un paisaje en movimiento.
Descanso bajo una
sombra, me pierdo en el remolino envolvente de aguas hipnóticas y turbias que
dejan a mis palabras vacías de pensamiento.
Me siento en una piedra
y miro como la creciente lleva basura, ramas y piedras. La música del río es
salvaje.
Camino por el
tubo que cruza el río. Al llegara a la mitad extiendo mis brazos como un
pájaro, tomo aire como un Comechingón y alcanzo la altura de los árboles.
Observo el
monumento a La Oreja y las piedras gigantes del río tienen silencio y energía.
El arroyo de
Chuchiras pasa por arriba del puente. Voy a casa y espero que el agua baje.
Pienso en cuevas
de Comechingones, árboles y pájaros que tienen sus nidos dentro del
campo. El sendero a veces desaparece entre barro, yuyo y árboles espinosos. Las
sierras parecen pintadas por un pintor local al caer la tarde.
Mis pies llenos
de barro. Los árboles por las lluvias recientes parecen impulsados hacia
arriba. Entro en el río, miro plantas acuáticas y piedras nunca vistas por la
masa. Me ayudo con una vara, me protejo de las espinas y sigo.
En ésta parte del
paisaje, hay árboles que se unen y tapan el cielo formando paraísos divinos.
Piedras ancestrales forman parte del diario de un día.
Llego a destino.
Fin del principio. Un Nirvana en mis ojos. Los árboles más antiguos y altos del
universo. Parece que me estuvieron esperando. Pienso que el diario de los
árboles tiene sentido. Subo por otro camino de piedra y paso por el criadero de
truchas. Feliz, miro lento y me quedo junto a un eucalipto lleno de pájaros.
Llueve y pienso
en los árboles de noche y el río que los alimenta.
Andrés Nieva, Moore, Bermani |
Andrés
Nieva
(Villa Dolores, Córdoba, 1973). Poeta y editor. Publicó en poesía: Boca
del Río (2004); Una colcha es muy poco para tapar este
invierno (2005); La suerte del perdedor afortunado
(2007); El tiempo es un perro que huele mal y golpea a tu puerta
(2009); Poemas piedras (2009). En narrativa: Say Yes (cuento) En Prensa: La casa de los tres patios
(poesía) y Los poetas se aburren
(cuento).