martes, 10 de julio de 2012

Andrés Nieva: El diario de los árboles.




Andrés Nieva























(diario de un día)

Imaginar un paseo de un día y no escribirlo, es parecido a no haberlo realizado.
 No sé que grado de ética puede tener escribir un diario de un día. ¿Será algo fortuito o un acto premeditado?
 En el patio, el gallo tiene su competencia matutina con los gallos de las casas vecinas.
 La lluvia dejó pequeños charcos en el suelo, las plantas verde-fluor y es un acto poético las gotas de lluvia sostenidas en el alambre de la soga.
 El colectivo pasa por la puerta de la casa donde me hospedo. Lo espero como quien guarda una esperanza.
 No sé que hora es. No tengo reloj desde hace días. El tiempo se diluye junto a la brisa que corre.
 Tengo enfrente un árbol de moras que se eleva varios metros sobre lo que denominamos cielo. Sus ramas, brazos viejos le dan albergue a dos palomas que escriben su historia en un nido.
 Miro el camino de tierra  fijamente hasta chocar con un camión estacionado.
La calma se pierde cuando se acerca una moto y las palomas hacen su ruido tan particular.
 En el silencio todos los ruidos son cercanos.
 Viene el colectivo La Linda. Subo, pago y el chofer corta el boleto de una máquina antigua.
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 El colectivo se adentra por un camino de curvas. A un costado hay una capilla. Miro un canal de riego lleno de árboles. También ranchos y hornos de ladrillos.
 Los semáforos y las casas indican que entramos a Villa Dolores.
El sol asoma y los árboles lo cubren a casi todo con sus ramas.
 No importan los días domingo. Bajo en la plaza, miro la fuente sin agua y las cruces de la iglesia que con el terremoto de Caucete, una fue a parar al suelo. Los gorriones y benteveos de mi infancia siguen cantando.
 Abandono la ciudad y voy en dirección al río. Miro dos caballos que comen yuyos. El agua corre, no se detiene, lleva el color del barro por la lluvia. Camino entre plantas silvestres. El sol muestra una luz, fuerte, blanca y la piel de mi cuerpo brilla.
 Desde el puente veo el río que busca su cauce. Hay animales y los sauces llorones cargados de tortolitas y reina moras le ponen imagen al diario de los árboles.
 Bajo las escaleras, voy por un senderito para caminantes. Camino rodeando los árboles y me quedo mirando peces y renacuajos.
 Las sierras azules son testigo fiel de cómo cruzo puentecitos añejos de madera debajo de álamos altos. El río es  atravesado por sauces muertos que se niegan a transformarse en nada luego de que tormentas de tierra los derribaran al río y éste logra que otras ramas salgan de su otra forma adoptada.
 Camino y mientras camino los árboles me enseñan su lenguaje de tiempo y sabiduría.
 Mirar árboles no marea, dan protección a los sentimientos. Una llanura verde de tonos con cantos de pájaros que vuelan. Hay un monolito de San Agustín con estampitas lavadas por el agua y amarillas por el sol. Las ramas de los árboles se agitan y dejan su mensaje al mundo.
 El cielo parece taparse con teros que gritan y forman un paisaje en movimiento.
 Descanso bajo una sombra, me pierdo en el remolino envolvente de aguas hipnóticas y turbias que dejan a mis palabras vacías de pensamiento.

Me siento en una piedra y miro como la creciente lleva basura, ramas y piedras. La música del río es salvaje.  
 Camino por el tubo que cruza el río. Al llegara a la mitad extiendo mis brazos como un pájaro, tomo aire como un Comechingón y alcanzo la altura de los árboles.
 Observo el monumento a La Oreja y las piedras gigantes del río tienen silencio y energía.
 El arroyo de Chuchiras pasa por arriba del puente. Voy a casa y espero que el agua baje.
 Pienso en cuevas de Comechingones,  árboles y pájaros que tienen sus nidos dentro del campo. El sendero a veces desaparece entre barro, yuyo y árboles espinosos. Las sierras parecen pintadas por un pintor local al caer la tarde.
 Mis pies llenos de barro. Los árboles por las lluvias recientes parecen impulsados hacia arriba. Entro en el río, miro plantas acuáticas y piedras nunca vistas por la masa. Me ayudo con una vara, me protejo de las espinas y sigo.
 En ésta parte del paisaje, hay árboles que se unen y tapan el cielo formando paraísos divinos. Piedras ancestrales forman parte del diario de un día.
 Llego a destino. Fin del principio. Un Nirvana en mis ojos. Los árboles más antiguos y altos del universo. Parece que me estuvieron esperando. Pienso que el diario de los árboles tiene sentido. Subo por otro camino de piedra y paso por el criadero de truchas. Feliz, miro lento y me quedo junto a un eucalipto lleno de pájaros.
 Llueve y pienso en los árboles de noche y el río que los alimenta.

Andrés Nieva, Moore, Bermani
Andrés Nieva (Villa Dolores, Córdoba, 1973). Poeta y editor. Publicó en poesía: Boca del Río (2004); Una colcha es muy poco para tapar este invierno (2005); La suerte del perdedor afortunado (2007); El tiempo es un perro que huele mal y golpea a tu puerta (2009); Poemas piedras (2009). En narrativa: Say Yes (cuento)  En Prensa: La casa de los tres patios (poesía) y  Los poetas se aburren (cuento).