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domingo, 23 de febrero de 2014

Fernando Denis: LA CIUDAD DE LAS AGUAS.










Esta ciudad no tiene límites, su caos permanece, vibra al son de las olas, refulge como un oro al atardecer y al llegar la noche es un fantasma arquitectónico bajo la luna de alabastro.
El viajero se detiene en sus orillas, atisba sus faros, sus puentes elevados, la aguda simetría de las aguas batiéndose contra el infinito, el viajero anota en su cuaderno otro nuevo paisaje, otra música que rebota en los aceros y en los cristales, mientras los astros arriba echan sus barajas y se llenan de presagios,  e inmediatamente piensa en Zbigniew Herbert, en sus versos calcados en un jardín de Polonia:
“ la ciudad se levanta sobre el agua
lisa como el recuerdo de un espejo
Se refleja en el agua desde el fondo
y vuela hacia una estrella sublime
donde el olor a incendio queda tan lejos
como un pliego de la Ilíada”.


     Hay quienes han intentado trazar el mapa de esta ciudad hecha para barcos y nadadores, una ciudad hecha de fragmentos de muchas ciudades  y que se ha ido perdiendo en los colores, en unos óleos que sufren la embestida de las tormentas, los huracanes, los tsunamis. 
      Es una ciudad para ser narrada por Conrad, por Stevenson, por Melville, perdida ya entre sus azules inenarrables,  asediada por el mito, por el llamado de las sirenas, asediada por aves y por astros, por la voz del relámpago que llega vertical sobre sus rascacielos y sus relieves, y paso a paso, verso a verso, sus líneas se apagan en un horizonte brumoso, impredecible, impresionista, urdidor de tantos recuerdos viajeros. Ahí se detienen las sílabas, en esa pincelada del cuadro amanece.
       La pintura de Oskar Larrañaga es un viaje hacia el caos del color, hacia la inmersión del pensamiento, y futuriza ese caos a través de una sutil denuncia ambiental.
Estos azules diabólicos, enredados en una terrible soberbia, envuelven la conciencia, la agudizan, moldean el destino humano. A cada instante, en cada pincelada, en cada gesto del milagro del color, del trazo rotundo que da  suerte a esta inmensa catástrofe atmosférica que pretende corregir de algún modo la belleza del mundo, sobre el mar inmenso se ven los pavorosos reflejos, la turbadora soledad y el insistente arremeter del viento que acerca a las torres con noticias del poniente de oro.
      Anochece, y en el tiempo hay una niebla quemada  donde abre sus ojos el empinado cuerpo de un fantasma de piedra, una mole de incesantes parpadeos en sus ventanas. Alguien se asoma. ¿Es Ulises? ¿Maqroll el Gaviero?  ¿Es acaso el capitán Ahab? 
      Hay una experiencia de torrentes y de arrecifes, y una disciplina arquitectónica moldeada por el brillo y el espeluznante color que baja del cielo.  El nadador no concibe tanta inmensidad sobre la tierra, esta inenarrable agua que inunda el taller de Larrañaga y nos entrega una poderosa imagen, una visión desbordante, platónica, donde los colores son fantasmas  y el trazo un mapa de la incertidumbre donde cae sigiloso el horizonte, donde cada gesto del paisaje espera su minuto de sombra, su porción de noche, y estos retazos de poesía se ahogan en un mar enfermo, un mar torturado por la belleza, cada frase del tiempo que lo nombra se detiene en sus ventanales como una ave de mal agüero, como una síntesis del presagio del fin del mundo. 
       Me detengo después de un  largo viejo en esta margen del sueño, y sé que más allá del coro de estas aguas, la conciencia del pintor  se recoge en la memoria y se diluye en el lienzo, en sus cadenciosos ritmos, a su trepidante emoción que es la emoción histórica y su derrota ente el azul abismo.         Gira el norte, un albatros crea una línea en la pupila y se pierde en un verso de Derek Walcott. 
Pienso en el libro de agua, en la mujer de agua, en el concepto mágico de esta alucinante forma de vida. Camino a la hora del crepúsculo por los líquidos corredores en un espejo que a ratos presientes la presencia de los Humeantes, esos apestosos forajidos que pueblan el mar de la película de Kevin Kostner, Mundo acuático.
       Esta alegoría pictórica le confiere  Oscar Larrañaga una idea distinta de acercarse a mundo y cortejarlo, de bajar al mundo con una lámpara encendida para iluminarlo de otro modo, incluso estas llamas que podrían arder al borde de su lienzo debido al recalentamiento global,  eternizarían su obra en un afán regresar al origen, de volver a las cenizas del alba.


        Y es probable que detrás de la muralla, en algunos de sus callejones de arenas amarillas, te encuentres con estos versos clavados en un portón de hierro viejo:


I
he visto al centinela de las aguas que va y viene
dibujando centauros en las murallas
y en los patios, en los portones,
en los campanarios donde duermen los silencios
de bronce;
en la venecia de sus ojos habita la verde madrugada
con sus cirios envenenados de la edad y el asombro,
las ocres tormentas que agitan sus mapas
y sus barcos de papel,
la embriaguez de la primera palabra de la aurora
en los callejones empedrados del poema
cuando se han apagado los faroles

II
el centinela de las aguas deambula con los brazos
llenos de libros que pone a leer a las fuentes,
a los ríos, a las cascadas,
y  recoge en el barro de la ciénaga los diamantes,
los zafiros, las monedas de oro
para dar de comer a los centauros
y a sus lebreles de piedra; 
trae de la Sierra Nevada cántaros llenos de trinos
y colmenas de miel  para endulzar las gargantas  de las sirenas




OSKAR LARRAÑAGA  



Nació en Bogotá. Es arquitecto, pintor y promotor cultural. Desde el año 1999, es Director de Exposiciones y Eventos Culturales de la Casa Cultural Arte Klan Destino. Actualmente, es Presidente de la Fundación Bogotá Arte Conexión – BAC- En BAC, ha sido director y fundador de los proyectos “Los 100 de Noviembre en la Plaza, 2006” “Los 100 en Simultanea, 2007”, “Con Arte y Con Parte, 2008-2009”, “Buscando Talentos, el arte en los colegios, 2010”, “Buscando Talentos, juntos y revuelos el arte en los colegios, 2011”. Con los cuales ha promovido el acercamiento del arte a mas de un millón de personas de las comunidades educativas del Distrito Capital, en al menos 300 colegios distritales y en otros espacios no concebidos para el arte como centros comerciales, plazas publicas y bibliotecas publicas, entre las que se encuentran: Virgilio Barco, El Tintal Manuel Zapara Olivella, Parque El Tunal, Julio Mario Santo Domingo.