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martes, 18 de noviembre de 2014

Horacio Cavallo: Poemas



Horacio Cavallo


















Ritual

Buscar la claraboya –raro cielo–,
andar casi sin ropa, atardeciendo
por los muros crecidos de la casa,
entre juguetes rotos y alaridos
que sobrevuelan sobre toda infancia.
Andar, y andando así, entristecido
oír en los tablones de madera
el paso del abuelo hacia la nada,
la radio borroneada en la cocina.
Oír al heladero en las veredas
de todos los domingos que retengo.

El estirón, el rostro demacrado,
el miedo de crecer sin evitarlo, 
los carros vibrando en los adoquines.

No hay cómo rescatar esos veranos
con la ventana abierta y las revistas:
las muchachas perdidas en las ramas
de los árboles altos y frondosos,
y nosotros –soy yo, y los que me habitan–
perdidos en las nubes, en los charcos,
sonando una guitarra en solitario,
queriendo retener y sin remedio
la verdadera vida, que se pierde
irremediablemente con las horas.

Y llegan los disfraces, las costumbres
que deben repetir los hombrecitos,
el fingido ritual, la mansedumbre
que se empoza en la boca, amargamente.


Rezar

Vuelto de trabajar, anocheciendo,
miope don nadie entre la muchedumbre
apuro el  paso.
Busco tu desmemoria, tu pereza,
la curva de tu espalda acucharada
donde hincarme a rezar en buen lunfardo.


Claustro

Hay noches que quisiera
cerrar puertas, portones, ventanales,
oírme respirar,
creerme un poco.


Alberto

El padre de mi padre está sentado
en un sillón de mimbre, un mediodía,
inmerso entre la luz que da el pasado,
bajo una claraboya que llovía.

Mira la nada, bebe adormilado,
hojea el diario, tose en su manía
de descifrar las letras. Cualquier lado
donde olvidar los lentes le servía.

Abre un álbum y busca entre las fotos
a su madre muriendo calcinada
–un primus que revienta, ya no hay modo–

o al hijo, a las mujeres, nada, todo
lo que recuerda olvida, en la gastada
mesa del bar con sus compinches rotos.


María Isabel

La madre de mi padre balbucea
atada a la baranda de la cama.
Reclama sus zapatos, gruñe, llama
al dios que alguna vez la volvió atea.

Evoca Sangineto, la marea,
il papo, il fratello, la sua mamma.
Después todo se vuelve melodrama:
Jura que cada uno la apedrea

Una abeja se posa en un anillo.
Se casa, se descasa. Rencorosa
se mira en el reflejo de un cuchillo.

Sus perras enterradas y sus nietos,
el hijo, los apuntes, la borrosa
sombra que cae sobre sus ojos quietos


Espuma

Quiero traer un niño de diez años
debajo de esta ducha.
No mirará a su padre que lo enfrenta
mientras oye caer el chorro de agua.
Nadie más andará por los vestuarios.
Acaso alguna voz llegue de lejos
a confirmar que nadie está soñando.

Es sábado después del mediodía.

Siento que la felicidad va a parecerse
a la espuma en el pecho de mi padre.


Sigo siendo ese niño bajo el chorro de agua.
Los dedos arrugados en las puntas
y una pregunta clara que no suelto.

Durazno abierto

Estoy temblando, madre,
como me sacudía una tarde
con un durazno abierto
en medio de las manos.

Estoy temblando, madre,
parado sobre el charco,
con los ojos abiertos, madre, padre,
y una palabra oscura al borde de la lengua.

Madre que estoy temblando,
bajando la escalera con pasos de reloj.

Te estoy pidiendo agua, madre.
Agua.

Alto en la noche

Alto en la noche busco sus dos ojos
y hay un espejo y una cama prestada
en donde el movimiento del plexo,
de las manos, como si soñara
con perros que no encuentran acomodo,
o con una Meharí en la que viajaban
el viejo y Dorotea y sus silencios.
El plexo y sus dos manos, le decía,
encierran una forma de la dicha.
Hay otras entre medio:
La ventana y el carro entre las sombras,
el agua en la botella del ciervo y de la cruz,
la forma en que se hamaca mientras fuma,
o cuando vuelve rugosa la curva de su espalda
y dibuja con su boca una O como una invitación
a descender  al maelström.
Esas cosas que cuando todo tenga su límite preciso
-todo se va a algún lado con el tiempo-
flotarán en lo alto de la noche.


Horacio Cavallo: Narrador y poeta uruguayo nacido en Montevideo el 31 de diciembre de 1977.
Ha publicado El revés asombrado de la ocarina, poesía, Ediciones de la Crítica, 2006, (Premio Anual de Literatura MEC, Ministerio de Educación y Cultura 2006); Oso de trapo, novela, Trilce, 2008, Premio Municipal de narrativa 2007; Sonetos a dos (en coautoría con Francisco Tomsich), poesía, Trilce, 2010,Premio Fondos Concursables para la Cultura 2009 (MEC); Fabril, novela, Trilce, 2010, Premio Fondos Concursables para la Cultura 2009 (MEC); Piano solo, relato, Trópico Sur, 2011; Clementina y Godofredo (con ilustraciones de Daniela Beracochea), infantil, Topito Ediciones, 2012, Premio Fondos Concursables para la Cultura 2012 (MEC); Cenizas, relatos, La Propia Cartonera, 2012; El jorobado de las alas enormes (con ilustraciones de Pantana), infantil, Trilce, 2012, Descendencia, poesía, Ediciones del Estómago Agujereado, 2012, El silencio de los pájaros, Alter ediciones, 2013, relatos, y Figurichos, junto al Ilustrador Sebastián Santana, Ediciones de la Banda Oriental, 2014, Premio Bartolomé Hidalgo en Libro Álbum. Integra varias antologías tanto en poesía como en narrativa.