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jueves, 11 de diciembre de 2014

Mario Pera: Poesía peruana reciente, Denisse Vega Farfán




Denisse Vega Farfán






















el reino tiene mi señal y mi nombre
la forma de mi horca
el viento que revolotea en esos cráneos
es el silbido de mi corazón y mi náusea

ahora sé que mi madre es el sol de los calcinados
y mi padre el brasero que rearma a estos muertos
sobre la piedra más afilada de mi memoria

en este reino no hay cómo regresar
ni cómo seguir avanzando

“oh ave
                          insiste” ___alguien me dijo
y yo sólo fui un manojo de infalibles maldiciones

cómo salir del reino hundido
que hay en cada uno
cómo escapar a los designios de un abyecto Rey
que es uno mismo
ser amo y ciervo a la vez
víctima y asesino del mundo
por el que raudamente se destartalan nuestra fe
y nuestras botas

ciertamente cuando todo quede sumido
a un grano de plomo
cada Rey      
ha de habitar su reino de marfiles
eternamente condenado a ver los muertos
que salieron de sus manos
en una invisible marcha de azogue

yo los he visto desde que aprendí a pronunciar terror
sin quemarme la boca
se iban en manadas como bueyes
halados por un poder que hoscamente refulgía
y tronaba la aurora

hasta el amanecer oía sus plegarias
a invidentes dioses
luego quedamos nosotros
artífices del vértigo y la soledad

si me acerco a sus restos sabré
que la vida aún canta con acento de horror
y crisantemos
si me toco es su carne la que tiembla
es su silencio inmolado el que responde

entonces nada es más injurioso que mi índice
la hedionda impiedad por uno mismo
la corona de moho sobre nuestras cabezas

a dónde va la balada de estos muertos
si no es a nuestros pasos
su furia a nuestros ojos
su oro y sus gualdrapas
a nuestra desnudez
el ácido de sus vísceras a la contienda
de nuestras máscaras?

por eso la ceniza relumbra
en cada materia que amamos
la miseria
donde las fábulas se yerguen azarosas


con el relevo de tus mil lenguas
tu capa tejida de moscas
tu cetro resonante de espinas
los ojos llorando hojalata
tus cientos de pies cruzándome el sueño
que murmuran puentes     vencejos 
amuletos bendecidos de rojo
tantos ríos de prusia y la culpa adobada a los intestinos
como una inscripción solar

qué queda de tu reino?

en mi piel no descansa la sirena de los muertos
no hay tierra donde encalles tu báculo
hay techos arremolinados y muelas desposeídas
que no podrán cantar su verdad
intestinos que simulan banderas bramando el sosiego
una fosa en la que crepitan nuestros ojos licuados de noche

yo he cercado la mía
mi tierra
con palabras que exhalan humo
con manos que se estrujan a sí mismas sin promesa
de malva sobre alacranes
de blanco sobre ceniza
de represa en avalancha

óyeme
no canto ni descuento piedras
no maldigo tu reino perdido
no sorbo la transpiración de cada uno de tus pasos
no te ofrendo mi ciego cordón umbilical
ni aviento cruces y anillos a tu espalda

el polvo te dobla como un cuento
que sopla sordo en las orejas
el báculo ha volado y resuena en los intersticios de una criatura
que es la muerte de la muerte

ah
el árbol de menta en el carnaval de huesos
las altas moradas de lo que no existe
cubiertas de raíces
niño que sales del reino perdido
con mi nuevo rostro
y cantas


(De Una morada tras los reinos)


d

hay una muerte que muere en ti
con los ojos abiertos
la boca burbujeante de constelaciones
y pequeños juegos de ajedrez

una dama con sombra de lagarto
una lengua natal fosilizada
una ostra donde resuena tu nombre inutilizado
sediento de ti

            la certeza
            es un resoplido repleto de abalorios
            que alguien remata en una esquina
            no le interesa a tus pies
            enroscándose en una trompa
                        cantando la vida
                        fuera de sus túnicas

alguien te contó que naciste en un zorzal
atravesado por embudos
            y siglos desventrados…

antes de inaugurar la cena una plegaria
como una hoz
contorneando tu yugular
un bramido de manatíes en el silencio

alguien te contó que la muerte bailaba
con los pechos desnudos
mientras un nuevo lenguaje era varado
como un pelícano ahogado en plomo

            y tanta ceremonia
para festejar la inmundicia
con un nombre alquilado
al que sólo abrigaban las moscas
                y tanto desvelo sobre las dunas
escrutando esas señales
que dejan de cantar cuando las miras
blandiendo la indigestión de las estrellas
blasfemando la luna
para…

“yo descendí para dejar de medir la distancia”
-dice la anguila
“yo descendí para guarecer los embriones de los hombres
que se trizaron en la tierra”
-dice el hipocampo

la paz es la carnada
que deja huir el salmón
a la diestra de tus miedos el caracol
rearma su corteza
los ahogados cierran con satisfacción
sus últimas visiones

                           el mar disuelve sus sales
adhiere el efluvio de sus sueños
a la casta sonoridad de las piedras

            ahora puedes abrir los ojos
                        sentir las contracciones de ti mismo
            para alumbrar lo que realmente eres
            un tratado de naves
                          y verdes esporas
            un aleteo incólume
            como la primera tramoya de tu corazón

acá nada es una especie entre tantas
tu pasado es la grisácea piel del tiburón
o sus saturados jugos gástricos
tu hambre el zumbido
de una orca en extinción

            ahora puedes abrir los ojos
            imitar la ondulación de los cardúmenes
            escuchar lo que insistió guardado detrás de tus orejas
            y bajo tus ojeras

acá no es necesario
ponerle un nombre a cada especie
todos se llaman como tú
y tú te llamas como todos
            tordo        pez luna     pez hombre
a dos vidas la hiena que eras
disputando un trozo de carroña
una corbata para ocultar el pudor
             y las aldabas
que no son más aquí abajo
libaciones que almacena el molusco
             para madurar su joya

ves a un pez globo salir detrás de un morro de liquen
sus espinas son la insurrección
el abandono a las colas
por un puesto en el banquillo de los sentenciados
su cuerpo hinchado contiene los aires
que transportan los silbos eternos

eres su drenado veneno
su vastedad
sus giros inciertos que rebasan la tiniebla
hasta desflorarla en una caracola

acá los enemigos parecidos a ti
han desaparecido
o aparecen convertidos
                         en serviles cangrejos
la estación en la que esperabas
hasta que tu cabeza amanecía despedazándose
en el hocico de algún perro
también ha desaparecido

el hipocampo desciende contigo
desierto de voces
su dinámica de impulso y dejarse reflotar
remueve lentamente las alturas
su sigilo es una romería en la que
las formas de un grito estancado
desde el nacimiento
son la principal ofrenda

por primera vez
sin manuales
            ni sueños irreversibles
entiendes el juego
            te toca
                    soplar el silbato


(De Hippocampus)


Una visita alejandrina
(Kavafis)

II

Vine con mis antiguos aparejos
a visitarte a tu casa en Alejandría.
Un museo en Sharm-el-Sheikh. Diez libras egipcias.
Pocos griegos hay ahora, y los jóvenes
de grandes ojos de topacio como te gustaban
confundían tu nombre.
Un retrato en saco y corbata te ocultaba bien
de los ojos del almuédano.
De Ammonis y de Endimión nadie sabía nada.
No estaba la moldura de sus cuerpos en tu cama de latón
y la mesa, donde los inmortalizaste en un libamen impoluto
rugía contenida en la luz oscura.


Compré una pipa para mi amigo peruano…

                                               Para Renato

Compré una pipa para mi amigo peruano
en el Mercado de la Seda.
«Es de cuerno de yak», me dijo la dependiente.
Tiene un lomo suavísimo, discreto,
y un revestimiento de cobre en la boca del hornillo.

Ya temprano había visto su carne
delicadamente sazonada en el bufet
satisfaciendo sobresaltados comensales
―poetas trashumantes buscando el elixir
de su infatigable demonio―.

Teníamos que haberlo visto a 6000 metros de altura,
con la joroba dispuesta, peinando los desiertos del Tíbet.
Detenidos en su ojo, complacido y triste, adivinamos la vida.

Mi amigo colecciona pipas de todos sus viajes,
como si no quisiera abandonar la humareda interior
de cada comarca extraña.
Ya en casa, enciende una al azar
en la demandante hora del poema,
y se pone a laborar, sin angustia, en sus apariciones reptantes.

Quiero creer que, en la espiral de humo, volverá el yak,
paciente como en las estepas más frías,
para guiarlo mientras escribe, entre salvajes amenazas,
decapitadores vientos, que tan bien reconoce.

Beijing, 2013


(De El primer asombro)

Denisse Vega Farfán (Trujillo, 1986) Autora de los poemarios: Euritmia (2005), Una morada tras los reinos (2008) libro ganador del Premio Poeta Joven del Perú 2008 otorgado por el Centro Cultural de España (Lima) y Lustra editores, El primer asombro (2014), y de la plaquette Hippocampus (2010, Uruguay). Ha publicado en otras lenguas: Une demeure après les règnes (Festival International de la Poésie Trois-Rivières, 2013). Poemas suyos han sido traducidos al inglés, francés, chino e hindi. Ha participado en el I Festival Internacional de Poesía de Lima (Perú), Festival Internacional de Poesía del Lago Qinghai (China) y Festival Internacional de Poesía de Trois-Rivières (Canadá).

Sobre la poesía de Denisse Vega Farfán:

Se consolidó con un poemario que ganó, precisamente, un concurso de poesía joven. Desde aquel momento ha realizado entregas en revistas, plaquettes y ediciones de colección, habiendo publicado su último poemario este año. En un primer momento, su poesía hizo uso de versos enérgicos y con una temática variada, siendo el confesionalismo el estilo predominante. Si bien en los últimos años su poesía ha mantenido su corte intimista, esta ha cobrado un tono mucho más reflexivo, sosegado, intentando ganar densidad en su discurso; un tono que alude permanente a figuras referenciales del arte occidental de los últimos siglos, el que no hace uso de las gastadas referencias de género en sus imágenes o alegorías.

Mario Pera: Mirando sobre el heno. Muestra de poesía peruana reciente

Pesa. Pesa bastante y suele abrumar a no pocos el saber que, de algún modo, eres heredero de las palabras de algunas de las más grandes figuras de la poesía en lengua hispana. Tener entre esos “ascendientes poéticos” a escritores de la talla de Eguren, Westphalen, Adán, Moro, Churata, Eielson, Varela, Hinostroza, Cisneros o Watanabe, quienes conforman un concierto bien afinado de voces, es una piedra muy pesada en el bagaje de cualquier poeta. Y no hablo aquí de Vallejo por un olvido involuntario, sino porque, por el altísimo nivel de su poesía, considero que este ha pasado a formar parte de la tradición poética mundial, y no sólo de la peruana. Todos estos poetas mencionados, y varios más, han elevado una valla tan inexpugnable como espléndida para quienes apuestan en estos días por escribir poesía en el Perú y publicarla. Siempre con la intención de estar a la altura de una de las tradiciones líricas más sólidas e importantes en el siglo XX, como lo es la peruana.
Sin embargo, llegados al nuevo siglo y luego de un par de décadas en las que hubo un ensimismamiento de la poesía peruana contemporánea (creo producto del conflicto social interno y de la política represiva que gobernó el país en esos años), han saltado a la arena nuevos autores quienes se encuentran en la ardua tarea de redefinir y configurar un norte para la poesía escrita en un país que, valgan verdades, poco o nada valora y aprecia la trascendental función que para su cultura, identidad y desarrollo ostenta la poesía. Estos noveles poetas, quienes iniciaron su obra en los primeros años de la década del 2000, y otros a partir de la década del 2010, continúan en un caso condensando su propuesta y, en otro, en plena indagación y estructuración de un proyecto poético personal.
Es en este panorama, quizá no tan alentador, que han surgido las voces de poetas los que no tienen nada en común pero que, de tenerlo, ese único punto es, a mi juicio, la responsabilidad y voluntad férrea con la que abordan su labor creativa para acercarse (o alejarse) del hecho poético y transitar por el centro y los límites, nunca bien definidos, de la poesía.
En Mirando sobre el heno. Muestra de poesía peruana reciente, mi intención es el ofrecer una mirada a la poesía de autores peruanos nuevos, cuyo trabajo me parece atendible y serio. Poetas a los que de manera arbitraria califico como “jóvenes”, pese a que para muchos, sea por edad o por los méritos logrados por su obra, ya no lo son. Como bien sabemos el criterio de juventud siempre tendrá sus reparos, más aún en la poesía que es un terreno en el que aquel es un concepto aleatorio, siendo que esta vez me decidí por fijar el límite de selección para poetas que a la fecha (diciembre de 2014) han cumplido, máximo, los 35 años de edad.
Se trata de poetas que han iniciado su camino con la venida del nuevo siglo y quienes han nacido en distintas zonas geográficas del país, por lo que proceden de entornos sociales y culturales disímiles entre sí. Doce poetas peruanos, ocho de la capital y cuatro de provincia, repitiendo estos mismos números en cuanto a género. Lo que espero proporcione una visión general, jamás total, de lo que los poetas recientes vienen creando por este lado del mundo.
Por supuesto, la presente muestra en ningún momento pretende ser restrictiva o excluyente, y menos aún del tipo canónico, pues ello sería un completo absurdo y, más, una necedad. Mi propósito se centra aquí en dar a conocer parte de la obra lírica de jóvenes poetas nacidos en Perú que, en mi criterio, merecen ser leídos con atención.