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jueves, 11 de diciembre de 2014

Mario Pera: Poesía peruana reciente, Nilton Santiago




Nilton Santiago




















El tiempo es una mentira de las estrellas

hay algo mal en mí / además de la / melancolía

Charles Bukowski


Toda la noche hemos muerto lejos de casa,
durante toda la noche nos hemos suicidado —sin conseguirlo—
mirándonos al espejo,
como una iglesia en llamas,
como una resplandeciente cicatriz en los árboles de los aserraderos
o en las últimas páginas de los libros
que el tiempo ha olvidado en los hospicios y en los sanatorios.

Mirándonos al espejo, olvidando el testimonio de la luciérnaga
entre tus manos,
viendo cómo se afeitaba Armand con una herradura,
como si fuera un puñado de luz cicatrizando en las aletas de un pescado
que acaba de morir,
por los que somos murciélagos, sin saberlo, para los que agonizamos,
inquietantemente,
en la absurda máquina de arena en la que nos convertimos cuando llueve,
o cuando atardece entre las manos de los suicidas
que cierran nuestras heridas con sus cuchillos de terciopelo
(además de dar de comer al animal insomne de la soledad
y a la mariposa de hielo de la soledad
que cada día brota de las tibias manos de los presos políticos).

¿Sabes qué me da vergüenza Lêdo?
Que algunos dicen
que nacimos de los huevos olvidados en las peceras públicas
o que antes respirábamos por las heridas del corazón,
muy desconfiados, este sueño interior de tus manos,
esta marea dispersa que hiere y hiere,
estas gotas de mar que encontraste camino al cielo de Maceió
que tanto temo,
mientras que yo moría como un pájaro saliendo de su plumaje.
Vaya lío. No obstante, siempre supimos que nos faltaba dinero
y un poco de piel alrededor del corazón
o que nuestra sangre apenas se movía cuando hablábamos de la infancia
o de las revoluciones,
pero de esto se trata, mi querido Lêdo, la soledad.


También el corazón de Boris Vian era una rosa enferma

También el corazón de Boris Vian era una rosa enferma.
Venía cada noche a nuestras largas sobremesas,
porque nos conocía muy bien
como el cuchillo de eviscerar conoce el intersticio de luz
en el vientre del pescado,
también Vian conocía la teología de los peces
y de los centauros y de las bicicletas, porque fue él
quien le dejó la moneda a Rimbaud cuando se le cayó su primer diente de leche.
Es cierto, Boris, quién conoce su corazón está enfermo
pero también el que arroja su tristeza en la boca del pescado,
como una moneda de hielo dentro de una valija de fuego,
o los que tienen el oscuro oficio de sacrificar a los caballos heridos.
Sí Boris, tuvimos amigos y heridas y amigos heridos,
quizás ahora pueblen los jardines que crecen en esos mismos corazones
que se negaban a bombear la sangre de los que fuimos,
y sí también tuvimos padres
y un nombre que preferimos olvidar a cada instante.
Ahora que te conozco bien, ya no compartimos nada
y si nos encontramos algún día en el mercado o quizás en la parada de bus,
es casi un milagro,
eso que compartimos ahora que estamos juntos
y que ya no necesitamos el uno del otro
porque después del segundo suicido o del tercero,
es mejor acostúmbranos al oficio de sacrificar
a los pobres caballos heridos, a las rosas enfermas.


Todos los infinitos crepúsculos

Este no es un poema para impedir la salida del sol
ni otro ajuste de cuentas con los pájaros,
sino un largo minuto de silencio para reconocernos tras la lluvia,
palabras como árboles remando a la deriva en un poema de Mark Strand.
Sé que has dejado de fumar,
de culpar a la lavadora por nuestra falta de amor
por los electrodomésticos
pero vamos —soy cobarde— muy cobarde, como un fuego que acaba
y no quiero hacer de este poema
un encuentro con los que ya hemos dejado de ser
otra evidencia de nuestra falta de solidaridad con los peces.
Luego llegaban los lunes, pesados como una barriga a punto de dar a luz.
En ese entonces,  antes de salir a trabajar, solías despedirte de mis huesos
alimentarte con lo que quedaba de mi cuerpo,
plateada e inclemente, abrías la garganta con sus paredes de terciopelo
y me comías a cucharadas,
la lluvia te alumbraba —me decías—mientras encendías el televisor y desaparecías,
como un árbol acusado de soñar con una rosa inexistente.
No, no sabías cocinar ni tenías los pechos de Jayne Mansfield
tampoco tenías televisor, no leías a nadie,
no te gustaba Bach,
es más, gran parte de ti aún espera nacer dentro de tu madre,
mientras tanto,
ella te confunde con una espiral de ceniza que nace de su ombligo,
y que jamás cesa, como una primavera encubierta.
Respecto a mí, pues eso, a veces creo, más bien,
que soy ese animal que pasa la noche en ese refugio de carne y hueso
cuya única llave no es otra que la soledad
o un disco en llamas de Dizzy Gillespie
ardiendo en todos y cada uno de nuestros infinitos crepúsculos.


(De La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad)


las redes de mi corazón ya no están para peces

Acabo de salir de la estación con el billete de metro entre los dedos —como si fuese la radiografía de una nena con mariposas de metal en el estómago— hace frío y los árboles entran lentamente en los cajeros automáticos para protegerse del invierno. Dicen que aquí no se empadronó ningún ángel ex guerrillero, ninguna flor murió aquí a causa de una lluvia de abejas y magnolias. Da igual, he decidido tomarme dos segundos de respiro, olvidar que la realidad es un pájaro encerrado en un espejo, un goteo incesante de sus plumas en el hemisferio azul del corazón. Esta mañana me he despertado con tu nombre sobre los labios (aunque creo que el no hablarnos es el lenguaje que mejor nos define), sonriendo como una carta recién abierta. El alba, como un animal a medio hacer, nos ha reconocido como pájaros. Es cierto, son ellos y no otros los que se esconden entre las costuras de la lluvia al empezar el día. Son ellos y no otros los que descienden por las monedas de los termómetros para traernos el recado de los hombres del tiempo. Sí, es cierto, tengo un problema con las aves en general, las encuentro inquietantes cuando llueve y creo que, si fuese por ellas, volarían sólo en primera clase. Sé que escriben, en silencio, partituras de miel contra los árboles y que las flores les dan angustia porque tienen el mismo pensamiento de los astrofísicos cuando se enamoran. Nada de esto tiene que ver con el objeto de este poema que era —vaya tontería— describir una jaula o, quizás, llorar como un niño por la ejecución de una lágrima, atiborrarme de cafeína y crisantemos solitarios. Ya lo sabes, los paraguas son los habitantes más sinceros de esta ciudad en blanco y negro. Honradas sean las lágrimas de recambio en las gasolineras de mi corazón. Honradas las estrellas que chillan de noche cuando aún el cielo no ha fijado sus engranajes y se parece a una ratonera para cometas y meteoritos. Ya lo sabes, no se habita una ciudad, sino la soledad de sus gentes, ya lo sabes, un pájaro no es un pájaro, sino un invento de la necesidad de volar sobre la jaula de tus labios. Como lo ves, estoy hecho polvo y las redes de mi corazón ya no están para peces.


El ángel esporádico

Yo no soy el que tiene la mirada o el pijama color Luna
ni el que tiene un huevo lleno de mariposas de materia melancolía
en lugar de un corazón.
No desayuno bollos de nitroglicerina, ni sollozo resplandores,
tampoco soy el intersticio que separa tu sonrisa de la sonrisa de una luciérnaga
y menos la nube donde tu madre dormía antes de nacer.
No tengo televisor, no amo a nadie, no me gusta Bach,
es más gran parte de mí aún espera nacer dentro de mi madre,
mientras tanto,
ella me confunde con una espiral de ceniza que nace de su ombligo
y que jamás cesa 
como una helada llamarada o como un equinoccio en la mirada de un pescado.
Para serte sincero, a veces creo más bien que mi corazón es un lastre,
una fotografía pixelada y sé que eso te conmueve a ti y a la lluvia
que nos arroja el pan de la verdad por las ventanas de las rosas metafóricas.

Es cierto, las rosas no mienten, pero allí están, reprimiendo las lágrimas de Orión
y repartiendo espinas gratuitas entre los recuerdos de los pájaros.
Ahora soy yo el cerrajero que abre tu corazón con la radiografía de mi corazón,
el taxista que escucha en la radio una conversación entre el papa y su banquero
o entre un psiquiatra y los ángeles de silicio que campan a sus anchas
en los establos de objetos perdidos.
Dejémonos de cosas, de medias naranjas,
de darnos la espalda cuando nos metemos a la cama
como dos secuaces que acaban de cometer un crimen de lesa fragilidad.

Es cierto, ya no hay azúcar en las lágrimas de los vendedores de seguros,
ya no hay infancia en los relojes de arena de la nostalgia,
ya no hay ángeles en la miel de los enjambres de tu mirada, pero qué más da.
Dicen que Dios hizo el mundo a puntadas y que se sacó de las costillas
siete días de rebajas,
no obstante, nada de esto ahora tiene importancia
porque también él es un pobre ángel en paro, un ex poeta reportero de guerra
que únicamente es posible en la imaginación de los caracoles.

He aquí la melancolía –me digo- he aquí el poema que no tengo que escribir
sobre ese ángel de dientes rotos que cada día me pide algo de calderilla,
el salario mínimo vital.
Pobre ángel mío, hace siglos que el cielo está cerrado por obras
y Anton Corbijn ha aprovechado el pánico para fotografiarte el corazón escarlata.


(De El equipaje del ángel)


Nilton Santiago (Lima, 1979) Licenciado en Derecho y Ciencias Políticas. Poco después de la publicación de su primer poemario, El libro de los espejos, segundo Premio Nacional de Poesía Premio Copé 2003 (2005), se marchó a vivir a Mallorca, España. En el 2012 obtuvo el II Premio Internacional de Poesía Joven de la Fundación Centro de Poesía José Hierro, que mereció la publicación en Madrid de La oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad, con el prólogo y varios grabados de Juan Carlos Mestre. Finalmente, acaba de recibir el XXVII Premio TIFLOS de poesía por su libro El equipaje del ángel (2014) y ha quedado finalista de la última edición del Premio Adonáis de Poesía del 2014. En la actualidad vive y trabaja en Barcelona.

Sobre la poesía de Nilton Santiago: 

La poesía de Santiago ha sido para muchos, me incluyo, una novedad en el panorama poético peruano, ello pues tras publicar su primer poemario dejó el Perú y nada se supo de él. Su obra lírica cuenta con un gran espíritu narrativo, en el que hace uso frecuente de referencias culturales a figuras de la música, poesía, actuación, etc. para a partir de ellos elaborar versos que, como galerías, nos ofrecen estampas de lo cotidiano, del mundo contemporáneo en sus vicisitudes. En su obra se delinea, así, la geografía de una miscelánea cultural a la que Santiago observa con sarcasmo y con coloquialidad, lo que le permite trabajar una poesía que, incluso, aborda los aspectos más cotidianos y sencillos de la vida actual sin perder por ello el tono lírico.

Mario Pera: Mirando sobre el heno. Muestra de poesía peruana reciente

Pesa. Pesa bastante y suele abrumar a no pocos el saber que, de algún modo, eres heredero de las palabras de algunas de las más grandes figuras de la poesía en lengua hispana. Tener entre esos “ascendientes poéticos” a escritores de la talla de Eguren, Westphalen, Adán, Moro, Churata, Eielson, Varela, Hinostroza, Cisneros o Watanabe, quienes conforman un concierto bien afinado de voces, es una piedra muy pesada en el bagaje de cualquier poeta. Y no hablo aquí de Vallejo por un olvido involuntario, sino porque, por el altísimo nivel de su poesía, considero que este ha pasado a formar parte de la tradición poética mundial, y no sólo de la peruana. Todos estos poetas mencionados, y varios más, han elevado una valla tan inexpugnable como espléndida para quienes apuestan en estos días por escribir poesía en el Perú y publicarla. Siempre con la intención de estar a la altura de una de las tradiciones líricas más sólidas e importantes en el siglo XX, como lo es la peruana.
Sin embargo, llegados al nuevo siglo y luego de un par de décadas en las que hubo un ensimismamiento de la poesía peruana contemporánea (creo producto del conflicto social interno y de la política represiva que gobernó el país en esos años), han saltado a la arena nuevos autores quienes se encuentran en la ardua tarea de redefinir y configurar un norte para la poesía escrita en un país que, valgan verdades, poco o nada valora y aprecia la trascendental función que para su cultura, identidad y desarrollo ostenta la poesía. Estos noveles poetas, quienes iniciaron su obra en los primeros años de la década del 2000, y otros a partir de la década del 2010, continúan en un caso condensando su propuesta y, en otro, en plena indagación y estructuración de un proyecto poético personal.
Es en este panorama, quizá no tan alentador, que han surgido las voces de poetas los que no tienen nada en común pero que, de tenerlo, ese único punto es, a mi juicio, la responsabilidad y voluntad férrea con la que abordan su labor creativa para acercarse (o alejarse) del hecho poético y transitar por el centro y los límites, nunca bien definidos, de la poesía.
En Mirando sobre el heno. Muestra de poesía peruana reciente, mi intención es el ofrecer una mirada a la poesía de autores peruanos nuevos, cuyo trabajo me parece atendible y serio. Poetas a los que de manera arbitraria califico como “jóvenes”, pese a que para muchos, sea por edad o por los méritos logrados por su obra, ya no lo son. Como bien sabemos el criterio de juventud siempre tendrá sus reparos, más aún en la poesía que es un terreno en el que aquel es un concepto aleatorio, siendo que esta vez me decidí por fijar el límite de selección para poetas que a la fecha (diciembre de 2014) han cumplido, máximo, los 35 años de edad.
Se trata de poetas que han iniciado su camino con la venida del nuevo siglo y quienes han nacido en distintas zonas geográficas del país, por lo que proceden de entornos sociales y culturales disímiles entre sí. Doce poetas peruanos, ocho de la capital y cuatro de provincia, repitiendo estos mismos números en cuanto a género. Lo que espero proporcione una visión general, jamás total, de lo que los poetas recientes vienen creando por este lado del mundo.
Por supuesto, la presente muestra en ningún momento pretende ser restrictiva o excluyente, y menos aún del tipo canónico, pues ello sería un completo absurdo y, más, una necedad. Mi propósito se centra aquí en dar a conocer parte de la obra lírica de jóvenes poetas nacidos en Perú que, en mi criterio, merecen ser leídos con atención.