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sábado, 18 de febrero de 2017

Poesía Actual, Venezuela: Néstor Mendoza




Néstor Mendoza





















DÓCIL

Tus proporciones se mantienen firmes
y sobresalen,
como una manera de decir
que aún la belleza de las formas
merece las caricias del amante.

No deberías estar quieta en esa tabla.
Incluso debajo de la piel amoratada
se logra ver un cuerpo bello.
Una cantidad indeterminada
de puños se ensañó contigo.
Quebró la longitud blanca del hueso,
en partes que no pueden armarse de nuevo,
o que yo, particularmente, no sé armar.
Pero todo ya pasó; no temas,
tu presencia se ha vuelto dócil.
Lograron apaciguar tus quejas
con el batazo rotundo en la frente.
El primer golpe vino desde atrás.
No te diste cuenta de la succión
y del desorden de manos,
de lo que se alojaba adentro
(las caricias que nunca se pidieron
y aquella viscosidad repulsiva).
La mesa metálica, plancha fría,
para extender tu figura.
Todo debe permanecer ordenado:
las manos no desparramadas
o colgando su inmovilidad.
La desesperación requiere
de un cierto orden,

incluso tu cuerpo
que ya no sabe cómo respirar.
La horizontalidad toma espacio,
y ahora tú eres superficie.
Busco un culpable:
no hallo al criminal.
Hay cuerpo sin sombra movible,
pero no mano que golpea y extrae la vida.
Tu organismo debería estar de pie.
Se supone que el cuerpo horizontal
solo es digno en el amor.

FEBRERO

Quieren ver el oleaje de sangre, y constatar, con parco
asombro,
qué hay detrás,
más atrás,
y ver si los huesos también sangran.
Quieren ver la emanación del dolor como
surtidores,
su humanidad confundida con el asfalto y todo
el humo.

Hay una pequeña urna donde pretenden acumular
el exceso del paisaje incómodo,
doloroso
(manos y piernas quietas
para siempre)
e hincar, hondo,
el acero del fusil.


FUNDACIÓN

Dios nació
de una naranja.
De sus colores,
refractados,
brotó el arcoíris.

El día no era opuesto
a la noche, ni la mujer
al hombre. Un único
grito unía la piel y
el agua.

Dios bajó de su burro
sin mirar el horizonte
que dejaba atrás;
solo bendijo la tierra
que habitarían
sus hijos.

Fue bueno con
sus creaciones:
prefirió construirse
antes, mucho antes,
prefirió
el ensayo,
la prueba original.
El primer pecado.

Trajo
estacas, cemento
y ladrillos; una bolsa
con semillas.

Dios temía ser hombre;
eligió ser un
niño que juega descalzo.

No quiso estar solo
en la llanura
de los animales,

por eso nos creó.


 LADRILLOS

Cuesta mucho terminar esa pared
tantas veces pospuesta.
Es lo suficientemente baja
para verte desde aquí,
cuerpo laborioso y distante,
cuerpo que no sé nombrar
porque existes a medias.
Un ladrillo unido a otro es
una manera de ocultarte
o acercarte sin que te des cuenta.
La cuchara de albañil que une y aleja,
amontona bloques para borrar la figura.

El cemento y la arena mezclados con tu forma,
inmovilizan piernas y brazos, te convierten
en estatua.
Este muro señala
un espacio neutral
donde cada quien puede
desnudarse:
                              para verte
no necesito echarlo abajo,
moverlo o imaginarlo en otro patio.




Néstor Mendoza. (Mariara, Venezuela, 1985). Poeta, ensayista y promotor cultural. Licenciado en Educación, mención Lengua y Literatura por la Universidad de Carabobo. Realizó estudios de posgrado en Literatura Latinoamericana. Ha publicado los libros Andamios (2012) y Pasajero (2015). En el 2011, recibió el IV Premio Nacional Universitario de Literatura «Alfredo Armas Alfonzo». Sus poemas han sido incluidos en varias antologías de poesía venezolana. Forma parte del comité de redacción de la revista Poesía y del comité organizador de la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo (FILUC).