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viernes, 4 de agosto de 2017

Alberto Hernández: STRAVAGANZA




Alberto Hernández









 











 


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¿Cuánto áspero yo
                    en este naufragio?

Albergo entonces la amenaza,
                    guardo la espada
del soldado etrusco,
                    el que cortó
en tiras la piel de mi mujer.

Este idioma
que no hablo,
                    idioma de arena
                    idioma de vientos
este que no hablo
y me suena a interior de caracol.

¡Áspero yo en medio del naufragio¡

A orillas
del Adriático,
como quien viene de Grecia,
                    aturdido, muerto de miedo en 1972.

Despierto húmedo, mojado de sueño.

No ha pasado nada.

En cubierta todo es posible:
Los atenienses invaden la locura
                    de quien se ha quedado dormido
bajo el sol mediterráneo,
                               bajo el sol de Jasón.

Despierto convertido en una ruina de Smirna.
En la Venus de Milo aún en el fondo coralino.

La costa italiana
se mueve con sus barcos
                               y ciudades.

Los marinos corren en mi auxilio.

Nada. El mundo es un espejismo.

La sangre del sueño
no ha salido del sueño.

Retorno a mi idioma,
                              a otro ahogo.



Arles
                         -a Carlos Vitale-

Aquí comienza Roma.

Un antiguo circo
               Mojado por el Ródano
Salpica de sangre
Calles y rostros aún asombrados
Por la luna infrecuente.

Aquí termina Roma
En su intacto comienzo:
Las ruinas de un imperio
Que todavía pregunta por sus huellas.

El silencio de los muros
La mano con que tocan
La mirada
Y las horas colgadas
Del  límite de un nuevo comienzo.

Aquí termina Roma.
Aquí se asoma.



Ella y Roma
                       -a Vincenzo di Caro, mi tío-

Ella abre la ventana y borra el mundo.
Esa mujer duende

-la perdida-,

la que me sueña y luego me expulsa
con todo mi horizonte.

Roma,
tan lejos y tan cerca, tan pronta geografía,
sin horas para su eternidad.

Ellas –entonces-,
la mujer de la ventana
y la ciudad,

                  mis dos traidoras.

                           

Rosa rosse per te

                                    -a Nicolás Soto-

Así seré en estos amarillos de Italia:
Solo, estoy en esta canción,
En esta floración de voces.

Mássimo Ranieri envejece en el disco,
En la ranura de una galaxia.

¿Cómo encajo en el verano romano,
Insignificante y mosca sobre un rosa roja
En plena Vía Apia?

Dejaré en este viento anónimo
El jardín, el río y un rostro que siempre olvido.

Italia,
Sentada en los escombros de mi memoria.

Oh, regina viarum,
                      Amore mío.



Ungaretti

El ojo del universo
Se oculta en el poema.



Ungaretti, el dolor

Un grito.
Tras el universo, un grito.
El poema
Sepulta la ira de los astros
Y revienta en plena Alejandría.



Stravaganza

1.-
Toqué la muerte.
Toqué las arrugas del tiempo.
La pared del dolor,
Los huesos de tanta carne desnudada.

2.-
Entré por el ojo de la muerte.

En el centro de aquellas horas,
Los leones,
Las bestias y las estrellas:

La muerte, alfabeto del terror:
Mi sombra olvidada.

3.-
Un esqueleto
Dirige el tiempo del Coliseo.

La ciudad lo observa,
Lo borra a diario con el humo de los motores.

El ruido alcanza el grito de un hombre desgarrado.


Nocturno de Novara

Cierro los ojos en la sombra.
Quien me sigue sabe de mi osadía.

Frente a Las dos amigas de Boccioni
Me susurra el miedo su larga soledad.

Entonces sigo mis propios pasos:

Tomo un café con un ciego
                            y retorno al siglo XX,
Al muerto siglo XX,
El que aún se estira en estas calles.


Poema en Vivaldi
                                  -a Luis Morales Bance-

En  los ijares del verano
cabalga una centella
                                         y el cielo

el invierno en un charco

el color del otoño
dibuja la silueta
                    de una mula agreste

sangra un árbol
en plena primavera

tibia de dolor
corretea por un río a punto de apagarse

el cielo
se recoge en su única estación

(Concierto para flauta y cuerdas en re mayor,
Op. 10 Nº 3, P. 155)



Maestro de violino

                                -a Eduardo Casanova-

No tengo nada a mano para espantar la muerte:
                                    la ruina conserva en buen lugar
el olvido de los míos,
el rechazo de Venecia, sus malos augurios.

Advierto en mis huérfanas,
en la sinfonía del dolor,
la perfidia de quienes hacían de mí fuerza de odio.

Ah, tanto silencio a pesar de obtener el grado
                                    del Pio Ospedale della Pietá.
Ah, tanto olvido,
tanto resentimiento en estas densas noches de amargura.

En su hora,
la orquesta femenina,
las bondades de los Ottoboni, de los Spinola Borghese, de Luis XV
y del Emperador austriaco Carlos IV.

Me acompañan los compases, los tiempos y los abismos
de Il cimento dell´armonia e dell´inventione, Op. 8,
mis 4 estaciones,
                                 hechas una en medio del hambre y el frío.

Vengo de las sombras,
me amigo con ellas en estos siglos de ausencia. Y vuelvo a morir,
pese a Bach,
pese a aquel 1945,
                                 pese a las moscas que rondan los cadáveres de Europa.  



Verdi

Io sono un paesano.

El campesino se paseó por los años
                             de un pájaro que lo llevó a Milán.

Los sabios lo empujaron a un lado
y el Conservatorio le cerró las puertas.
Entonces,
Vincenzo Lavigna le enseñó los laberintos de las particellas,
la lectura, el ritmo del corazón.

El drama lo encontró una tarde en primera fila,
bajo la sombra de una plaza,
                                         en la soledumbre de sus agonías.

¿En qué momento Rigoletto, Aída,
La Traviata o Il trovatore hicieron del remordimiento de su adolescencia
un salto para evadir el reloj detenido que tantas veces encontró en una esquina?

Para burlarse de la vida
le escribió a la muerte aquel Falstaff bufo y animoso.

A paso lento, como quien es un río detenido,
la Misa de Réquiem,
su Dies irae,
asunto de meditar para ausentarse,
irse en reclamo de la voz pura de la ópera trágica,
                                                             la antigua tragedia griega:

Torniamo all´antico e sará progresso.



Bari

El Adriático
Se repite en estas costas:

Muere y resucita,
Calca su nombre con todas las mareas.



Allá abajo

El imaginado jardín de Catulo,
Donde no es igual el mundo
Y distintos son los sueños.

Una mujer se desnuda
En el poema de D`Annunzio:

Bellos floridos senos de áspera punta,

Y así el otoño, convertido en arbusto.

Allá abajo,
Ella
Recoge el grano de unas horas.

Se vuelve hacia la tarde,
Allá abajo.



Guerra púnica

Aníbal ad portas, escribe Cicerón.

El miedo de la segunda guerra
                                     Venida de los Alpes
Sigue en el latín de los primeros partisanos.

Escipión llevó la muerte a África.

En Zama,
Aníbal la sintió en medio de las moscas
De todos los cadáveres.

Una daga
Cortó su vida.



Spartacus

Algún esclavo lavó sus manos
En una fuente prohibida.

Si hubo una vez primera,
Él fue el responsable

(Kirk Douglas
                       Alivió su derrota
En la pantalla)



Colpo

Bari se afirma en el tacón
Calabria en la punta.

¿Qué sentirá
                 Messina en el costado?



San Francisco de Asís

Llegado para siempre, Giovanni di Bernardone
Cubrió su cuerpo con la lepra ajena:
Para salvar la casa de su Señor,
Vendió caballo y mercerías y recibió de su padre y de la calle
Castigo con piedras y barro del diario pasar de bestias
Y beatas, decanos de la fiebre,
Borrachos del pecado, dueños de lustrosas ofrendas a la vergüenza.

Detrás de las rejas,
Mientras el amanecer se acuesta sobre la noche,
Perugia y Asís resuelven sus odios,
Sus toscos negocios terrenales.

Francesco conoce el idioma del bosque,
El siseo de los reptiles, el canto innumerable de los pájaros,
La lengua áspera de los lobos, la fuerza aérea de los insectos,
La múltiple y a la vez dulce generación de los ruidos de la noche.

Supo del sol y de la luna y se hermanó con las mareas ocultas de los océanos siderales.

Humillado
Desnudó su cuerpo y caminó hacia la soledad del mundo
Donde señaló la marca de sus llagas,
La muestra eficaz de que el cielo limpia de nubes la muerte y la hace liviana.

Salva mi casa, Francesco, que está en ruinas,
Le dijo una voz altísima
Y entonces ocurrió lo narrado: la ofensa y la lapidación,
El sucio del corazón y los arrebatos de sus vecinos,
De los amargados que no pudieron traspasar el jardín de Asís.  

Un manto ajeno cubrió sus genitales:
Giovanni di Bernardone cambió de nombre, cambió de cuerpo.
De aquella belleza juvenil, pasó a ser el llagado de Cristo,
El estigmatizado de la cruz,
La muerte eterna en la voz del hijo que nunca dejó de cantar.

No lleven monedero, ni bolsón, ni sandalias,
Ni se detengan a visitar conocidos, y siguió la voz y la reveló en el dolor de sus heridas.

Vemos su muerte en Giotto
Y a Santa Clara llorosa, iluminada:
El rostro de Francesco, el “francesito”, quedó para siempre bajo la sombra del único árbol.

Una legión de hormigas, abejas y animales de las flores
Estuvo en las oraciones de Bernardo de Quintavalle, Pedro Catani, Morico Bárbaro, Sabatino,
Bernardo Vigilante, Juan de San Constanzo, Angelo Tancredo,
Felipe y Giovanni de la Capella,

Y así llegó el comienzo, porque el fin no existe.

Mientras el mundo se desplaza
Bajo la mirada tensa de los astros, se oye el Sermón de las Aves en pleno corazón de Italia,
El poema a las afables bestias,
A los lobos convertidos en hombres.



Módena

Yo la vi en mi total ausencia,
Díscola en su Piazza Grande, en la Fontana dei due Fiumi.
Cinturón de la Península,
Una llanura cruza la Emilia-Romaña
Y se estaciona en el soplo sagrado de la Ghirlandina.

¿Cuánto silencio quedó de mi muerte
Ese día, esa hora imprecisa,
                                       en la antigua Mutina que aún viaja conmigo?



Po

La Pianura Padana es un valle ancho y acucioso
Por donde andan y desandan la lentitud del tiempo y el miedo a las inundaciones.

El río
Amarra la cintura de la Península y une los Alpes al Adriático,
En un diálogo que no deja dudas de su cruda frecuencia

Hace posible la Isola Serafini, colmada de aves que van al sur y al norte,
En respuesta eficaz al delta que engulle el salitre y la sequía.

Corre lento el río, corre sabio y anciano.
Lame sus orillas y extiende el dolor de la sangre y los cuerpos llevados a su destino último.

De aquella memoria, una corriente que carga con el mundo.   



Bologna

Hay una sombra agreste
En Porta Nuova.

Mi adolescencia duele,
La soledad del niño que aún era
Me alcanza con el rojo sagrado de estos techos.



Milán

Un viejo mapa me llevó a Lombardía.

Sólo supe de Santa María de Gracia,
Mientras el mundo destrozaba
La calle que perdí entre las manos.



Venecia
                       -a Enrico Terrentin-

Nunca estuve en Venecia.

Pero supe de uno venido de esas aguas.
A diario,
Como quien sale de las sombras, el italiano traía panes,
                                          Mortadela y un tarro de negro café.

Otro día, una espaguetada
Para compartirla con los hombres de la construcción. Y era fiesta
Y nostalgia entre palabrotas y la lengua enredada de Paolo.

La muerte duró poco en su miserable cuarto.
Lo sacaron los mismos obreros.

Por una de las paredes de la habitación
Entré a los canales de Venecia:

La foto conservaba la fecha: 1965.



Dante

Sobre la mesa reposan los papeles,
                           el cuerpo frío, inocentemente florentino.

La muerte había pasado con sus dientes, sus pies descalzos y la vara de medir el silencio.

El perfil del cadáver, cada vez más lejano, deja ver una ventana por donde entran el cielo y sus relámpagos.

Alighieri se acerca con el cuerpo vencido.
A pocos pasos, La Comedia, la que será Divina, remeda la máscara de Dante: duro, amargo, narigudo, muerto.

Florencia lo trajo a los tormentos, a la tenacidad de todos los odios.

Ahora, después de tanta intensidad, después de tanta Beatrice Portinari,
el alma flota
                                    sobre la mesa sucia.

Giotto lo imaginó de cerca.

La máscara mortuoria lo paseó por el infierno, el purgatorio y el paraíso.

Virgilio aún lo mira entre los círculos de las almas amadas. Lo nombra hijo.
Lo encuentra con Homero, Ovidio y Lucano
                                                                                             Y toman el vino de la eternidad.
  


Giotto

Cimabue lo descubrió pastor de ovejas.

Una escapó del rebaño y se hizo piedra en la perfección del trazo.

Otra vez,
El viejo maestro espantó con la mano
                                                              La mosca
Que el chiquillo
                                                    Había plasmado en la nariz de un retrato.


Afuera, donde existe Florencia,
Las campanas despachan la tranquilidad del universo.



Masaccio

1.-
Miré a San Pedro a través de sus ojos.

San Juan se aproxima a Jesús.

Allá, donde duele el dolor,
Dejé a un lado el lugar del César.

El día, cubierto por el polvo del lago, descubre a Cristo:
Ordena al pescador el pago de los tributos,
                                                         Las obligaciones del miedo.

Dad al César lo que es del César

2.-
Nada dejó Vasari en el olvido.

El Renacimiento se hizo
En las paredes de Brancacci:
Allí pernoctaban Rafael de Urbino y Leonardo da Vinci, embelesados.

Dios súbito y trueno
Relevó a Masaccio del mundo a sólo 28 años de distancia.

Salí a tiempo del tiempo:
En un rincón de la iglesia, un muchacho revuelve los colores de un incendio.



Cicerón

Un alfiler de plata atraviesa la lengua muerta del orador.
La venganza
–de mano de una dama de aquellos días amargos-
        se encargó de extraer de la boca el instrumento artístico de Marcelo Tulio Cicerón.

Su cabeza, cortada de tajo por un soldado cerca del puerto de Bríndisi,
argumenta el poder de César Augusto,
                                              el miedo a quien desdeñara el Imperio y soñara con la República.

Cazado como conejo,
Cicerón dejó el resto de su cuerpo tirado en una cuneta. Un perro negro le lame la mano izquierda. La derecha también viajó a Roma.

Entonces, el Foro, la inscripción de su honra, la verba hinchada frente a la dureza del César.
El ahogo de la sangre, la herida en el cuello, la espada afilada y la sonrisa de quienes halaron sus cabellos para meter la testa en una bolsa.

Los ojos muertos mientras la tarde se hunde en el Adriático, en el talón de Italia.

Todo fue parte de la función:
                            el Imperio y sus columnas truncadas,
la fuerza estatuaria de Donatello, las múltiples heridas contra César, los iddus de marzo, la traición, la retórica en pleno mercado, la muerte.

¡Ay, Catilina, Ay, Antonio¡

Pompeyo y su derrota. Los lamentos de César, la íntima amistad. Muerto César,
Su hijo Octaviano, alejó la República de los deseos del orador.

El odio germinó en Roma. Camino a Grecia por la Vía Apia, el mar picado retardó la huida.
Los soldados cumplieron su trabajo.

La muerte se instaló cómoda en la lengua de Cicerón.  



 Iddus de marzo

La suerte está echada.

Y la sangre corrió por las escaleras e invadió la plaza, el Foro de Roma,
las calles del mundo.

Hasta ahora no hemos logrado detenerla.



Cayo Julio César

La herida más dolorosa no fue la del corazón.

“Hace siglos que la muerte me reclama aquel grito,
Como si no supiese que tiene casa propia”.

-Tú también, hijo mío-, le dijo en griego.

Brutus sintió el peso de aquel 15 de marzo. Alguien aún conserva el puñal
                                                de la traición.

La estatua de Pompeyo fue testigo del cadáver cubierto con un manto.

Corría el año 44 y un viento cálido envolvía la plaza del Senado.


(Stravaganza fue publicado por Stella Verde/ Edizioni Eva, Milano, Italia, 2012)


ALBERTO HERNÁNDEZ. Poeta, narrador y periodista. Egresado del Pedagógico de Maracay. Estudios de postgrado en la Universidad Simón Bolívar en Literatura Latinoamericana. Fundador de la revista literaria Umbra, es colaborador de revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Su obra literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. En el año 2000 recibió el Premio “Juan Beroes” por toda su obra literaria, otorgado por el Círculo de Escritores de Venezuela. Ha representado a su país en diferentes eventos literarios: Universidad de San Diego, California, Estados Unidos, y Universidad de Pamplona, Colombia. Encuentro para la presentación de una antología de su poesía, publicada en México, Cancún, por la Editorial Presagios. Miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo. Ha publicado ensayos y textos poéticos en las revistas Turia de España (Aragón), números 81-82; en Il foglio volante de Italia, Nº 4, abril 2007; Piedra de molino, Arcos de la Frontera, España, primavera de 2007, entre otras. En Venezuela, en la Revista Nacional de Cultura, Imagen, Solar, Poda, et al.
Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al italiano, al portugués y al árabe. En 2012 recibió de manos de las autoridades rectorales la máxima condecoración de la Universidad de Carabobo, la Orden “Alejo Zuloaga”, en el marco del X Encuentro Internacional de Poesía de la UC.