Renato Sandoval Bacigalupo |
Alba
Ahora duermo de pie como los heliotropos bajo un
chubasco; sus pétalos son mis brazos abiertos al sol
oculto desde el amanecer y mis piernas esas raíces que
les impide irse, correr, fugarse de esta horrenda tierra
que hace imposible cada uno de los sueños, abonando
el rencor fulminante y un miedo ancestral.
¿Hacia dónde deben mirar ahora esos girasoles,
agostados como están por la luz seca de siglos y obuses,
mientras en otras fosas florecen el musgo que adorna
sus sienes y unas zarzas comparten con ellas su hoguera?
¡Tan fácilmente distingo entre un pistilo amputado
y un pene que bebe sangre por ausencias o desamores
impacientes! La lluvia será el escudo de los crédulos y
mantendrá indemnes la locura y la indolencia.
Pero ahora ya no duermo de cabeza ni de a saltos
entre las briznas de ese amanecer que tarda como nunca;
me revuelco en mí mismo y los pasos en falso son lo
único que reptan y brincan en mi sonambulismo. Sol
de soles, altivo celo que te niegas y reniegas porque esa
es tu tarea, de día en día, solo siempre, solo jamás.
Réquiem
Asediado por los acordeones de un pasado preterido;
culpado de sueños y pesadillas que yo criaba libremente
desde la infancia; abolidos el respiro, la riada de sangre
entre mis pensamientos, ahora alienados por el odio
y la náusea ajena como propia, heme aquí, recostado
contra un espejo de piedra donde se proyecta la pipa
de maíz que me cuida y me calienta el corazón yerto
desde los doce años. También en ese espejo altivo se ilumina
la copa de titanio donde reposa otra copa por el
que mi verdadero rostro se asoma, rojo como el parto,
sombrío por la inquina que desde un inicio profetizó
mi desgracia.
Tan tempranero el ocaso de los minutos desperdigados,
mientras las lluvias de otro mundo riegan la
muerte y el ansia de tantos que también quieren morir,
si bien de otra manera: acaso atravesado el corazón por
una aguja supurante que aún no rezuma; despellejado
a cuentagotas la culpa incesante de nuestros padres y de
nuestros futuros difuntos a los que desde ahora desprecio;
violado una y otra vez por las lúbricas hiedras que
fustigan sádicamente la mente, el rubor, un vaga inocencia
dormida indefensa, ínsita, al fondo de aquellos
que aún no nacen.
Pavor, afrenta, vergüenza insigne y vituperio listo
para ofrecerse generosamente por doquier a quien pase
por delante de ese persistente espejo, de esa lápida erigida
entre rumores y escarnios, regalos por llegar; esa
roca pútrida donde reza nuestros nombres, solo nombres
y más nombres, sin coraje, sin excepción.
Bluefields
2
En el dintel, no sé por qué veo eso que rechazo a puntapiés.
No hay sombras que yo proyecte o imagine, salvo
un sueño impuro o una ola rabiosa golpeando y haciendo
añicos cualquier esperanza.
Me lo dije anoche cuando todo era un nuevo fin,
una casi certeza de la nada cierta, de esas nadas
encumbradas
entre las dunas que pueblan mi mente, de esas
que viajan con los pensamientos no dichos o de otros
más aún no pensados, ni siquiera sospechados en estas
aguas sin sal y de púdico engaño.
Si al menos ahí estuviese lo no previsto ni olvidado
como debería haber sido, porque las palabras no
favorecen las buenas maneras, las olas de convicción o
clarividencia, o simplemente porque ya no hablan ni
murmuran ni acezan, pues viven, vastas, en mí como
en ella muero.
Odio
cordial
Pesa mucho el odio en los bolsillos y más cuando el
calor se venga de las criadas, aplastando a perros y
mendigos
con el mentón que pende entre árboles y autos
sin copas ni medidas.
En la frente no hay ripio de bendiciones; el padre
persigna a su cachorro antes de mandarlo al parque armado
por completo de púas y repugnantes fauces. Arriba,
en las alambradas, relumbran balas de rabia en las
torres de vigilancia y en una pira se ofrende la lágrima
de la inocencia.
Pero, en verdad, ¿las esquinas se preguntan dónde
están los hombres tambaleantes? Nunca los he visto
cara a ojo, aunque sí he oído sus pisadas de coyote bajo
el mal aliento de la luna. También hay lobos por doquier,
cobras, coyotes, hienas y una que otra esfinge.
Pesa como nunca la oración a la noche impura, sabiendo
que en la aurora, puntualmente, me despertará
un aullido.
Renato
Sandoval Bacigalupo (Lima, 1957). Estudió Lingüística y Literaturas
Hispánicas en la Pontificia Universidad Católica del Perú y completó estudios
doctorales en Filología Románica en la Universidad de Helsinki de Finlandia. Ha
publicado una docena de libros, entre poesía y ensayo, y muchos otros de
traducciones de autores como Kafka, Rilke, Tieck,Trakl. Pavese, Quasimodo,
Tabucchi, Arnaut Daniel, Södergran,
Ågren, Haavikko, Saarikoski, Dinesen, Boberg, Drummond de Andrade, Lêdo Ivo,
Paulo Leminski, Sylvia Plath, etc. En 1988 obtuvo el primer premio de “El
cuento de las mil palabras”, del semanario Caretas,y el 2015 el Premio de
Bronce de Copé. Dirige la editorial Nido de Cuervosy ha sido el director del
Festival Internacional de Poesía de Lima (FIPLIMA). Vive en Guangzhou (Cantón,
China)