Willy Gómez (1968), poeta y profesor de literatura, ha
dirigido revistas de poesía como
Polvo Enamorado y Tokapus a inicios de los años 90, y publicado los
libros: Etérea (Hipocampo
Editores, 2002), Nada como los campos (Hipocampo
Editores, 2003), Breve eternidad de
Raymundo Nóvak (Hipocampo Editores, 2005), Moridor (Pakarina Editores, 2010) y Construcción civil (Paracaídas Editores, 2013). En esta ocasión,
nos presenta Nuevas batallas
(Arteidea Editores, 2013), un texto delicado de alta poesía con
reminiscencias al neobarroquismo (o neobarrosismo) de
Perlongher y Pedro Lemebel, quizás más emparentado con el barroquismo clásico
de Severo Sarduy y José Lezama Lima: “La Tierra es clásica y el mar es barroco”.
Nuevas batallas, de
Willy Gómez se adentra en el lenguaje, buceando en expresiones aparentemente
inconexas o contradictorias, pero siempre dejando que la luz de la idea ilumine
el verso: “Dentro de un estado descompuesto hay esperanza//Encubre imágenes
deprisa/instauraciones que se extienden” (p. 11). La palabra se convierte en
herramienta de cuestionamientos históricos a partir de la experiencia
particular: “De regreso escribo un correo a Marga:/alguien debería acabar con
tu dolor//Tal vez busco un país –respondió//Hacia esa composición de hielo se
fueron nuestros amigos para iniciarse en un lenguaje sin carga alguna” (p. 15).
La poesía de Willy Gómez denuncia y se involucra con la
economía, la historia; su belleza incluye una verdad que subyace en la
interpretación: “Un país tiene su altar/ahora que hemos salido//de debajo del
montón de un deshecho. Asciende//a vida nueva parece;//pero ciertas
inundaciones sin significado ennegrecen sus orillas,//y asimilar el negro con
ese corte tradicional de agua//es un sumergimiento. Perfecciona el sol en cada
salida de paisaje//o una entrada a tu casa.//Encontraré repisas llenas de
polvo,//periódicos de la república que Velásquez trabaja en serigrafía.//De
nuevo ruinas.//El tiempo –dirás//Casi veinte años//una maquinaria de guerra
desvió su lucha fundamentalista//a un allá que no era suya” (p. 17).
Asimismo, no quedan de lado las contradicciones internas
del país-poema. Una crítica subyace detrás del texto, el paratexto y la
hermenéutica que no necesitan de esfuerzos, porque el recuerdo es latente y la
poesía fresca se derrama como un río posheraclitiano: “Pasamos como sueño y
pradera. Un país se abría//sin conducción//frente a otro espectáculo violento”
(p. 20). “Un hervidero entusiasma con su lenguaje.//Nuestro desplazamiento
progresa. Ruego & canto//han sido desde siempre integraciones//con tapadas
definiendo americanismos,//tal vez como una resistencia de replantear el lujo
de la colonia” (p. 21). “Y al voltear vemos calles,//lo mismo que ayer cuando
en un centro educativo//la
Srta. Turner mostró algunas instantáneas de un país
bombardeado”, “desde la construcción del nuevo ser iniciando sus batallas/o un
medieval dividiendo territorios de un país/que después de la devastación
política interna//prefiere estar conjugando sin sabores/o pesimismos más
confusos que metafísicos” (p. 33). “algo de víctimas/hay heridas de un país en
las cintas de embalaje/mientras escuchamos cierre de cajones/no me llaman a
declarar la culpa copia un maquillaje decente/y huyo por los jardines de una
calle” (p. 56).
Y el futuro inmediato, el no futuro, desarrollo o paz no
cuaja y se desvanece como humo en el aire. No obstante, el poema es directo, no
nombra al cuerpo del delito, pero nombra el arma; no le da un título al suceso
ignominioso que se respira y arde en los ojos, pero describe la escena
del crimen; se solaza y se enerva con detalles importantes y el estro
poético siempre en guardia, siempre dispuesto a enfrentar la estética
estatuaria (¿qué es el canon?) o atraparla en su concepto: “Qué tales
momias,/cómo se levantan cerca de lo ganado./Crean sus empresas,/almacenes para
ese discurso que ya no semeja con su rotura/lo des-/hecho./Significa//cuando
toca claridad y su belleza cura desde el exilio” (p. 40).
En el caso peruano, y ahora me voy a permitir una
enunciación políticamente incorrecta al decir que la guerra Interna fue más que
un conflicto político-militar o una guerra intestina, pero que nunca dejó de
ser barroca, ni tampoco después de finalizada (con los vencedores y vencidos),
pues también fue lo que quedó: por ejemplo, las 4800 fosas comunes que hay en
este país son un hecho barroco, tanto en su forma como en su número, lo mismo
que los 80 000 muertos y los miles de desaparecidos. Lo mismo pasa, y ya de
otro lado, con las 137 universidades que se fundan y refundan a lo largo del
territorio patrio y que no sirven para nada o sirven de poco; o con los
programas de televisión y el mass media en su conjunto, que no se
cansa de difundir un discurso que ya todos conocemos. El maremágnum de
culturas, subculturas y el bullicio entrópico de los demagogos, los partidos
políticos cada vez más cerca del sicariato y nuestra historia como un
guion mal hecho o un cadáver exquisito acromegálico que se va formando día a
día, etc., todo ello hace que el poeta, un buen poeta como es Willy Gómez,
acondicione el texto, sometiéndolo a un agiornamiento y a las nuevas formas, ética y estética, y nos
entregue no la “explosión”, pero sí las esquirlas, esos pequeños detalles o Nuevas batallas para seguir en el
frente de lo que hoy entendemos como poesía.
WILLY GÓMEZ MIGLIARO (Lima, Perú, 1968) Es autor de los
libros de poesía Etérea (Hipocampo
Editores, 2002), Nada como los campos
(Hipocampo Editores, 2003), La breve
eternidad de Raymundo Nóvak (Hipocampo Editores, 2005), Moridor (Pakarina Ediciones, 2010); Construcción civil (Paracaidas editores,
2013) y Nuevas batallas (Arteidea
editores, 2013) Compilador del libro OPEMPE,
relatos orales asháninka y nomatsiguenga (2009).