martes, 25 de octubre de 2022

Antonio Requeni: Poemas

 























Gratitudes

El bosque, el mar, los pájaros, la estrella,
el olor de la lluvia, los sabores,
el color y el calor de las palabras,
la mirada de un niño, el curso mágico
del río del amor, profundo y dulce;
la noche de los cuerpos, la memoria,
el silencio, la música. la frágil
perfección de la hoja y el insecto,
un violin, una rosa, un epitafio,
el zumo y el fulgor de la naranja,
Garcilaso en el último crepúsculo,
las doncellas románticas de Schubert,
Chejov y Proust, la Yourcenar, Fellini,
San Antonio Machado y Federico,
el sobrio endecasílabo de Borges
cuya cadencia imitan estos versos,
el mar mediterráneo de mi infancia,
los absortos cipreses de Florencia,
el banco de una plaza en Buenos Aires,
lo que no fue, lo que será, la incierta
razón de lo que nace y lo que muere,
en la piel el secreto escalofrío
del misterio inasible.
el ritual balbuceo del poema.


Un Pájaro

                          "podemos llamar Dios al sentido
                            dela vida, al sentido del mundo".
                                                                Wittgenstein

Desde su frágil pecho un manantial
se abre en cauces de luz por su garganta.
Es el canto de un pájaro que canta
en un parque vacío y otoñal.

No se conmueve nadie. Siempre igual
el sueño de la piedra y la  planta.
Ninguno oye el milagro que levanta
su melodía inútil e inmortal.

En Buenos Aires, la ciudad querida,
flota, y es una gracia inadvertida
la parábola ardiente de esa voz.

¿Es el canto de pájaro? Quien sabe...
Acaso no es un canto ni hay tal ave.
Quizás nos habla en este instante Dios.



Antonio Requeni (Buenos Aires, 1930) Poeta, narrador y periodista. Ha publicado: Luz de sueño (1951), Camino de canciones (1953), El alba en las manos (1954), La soledad y el canto (1956), Umbral del horizonte (1960), Manifestación de bienes (1965), Inventario (1974), Línea de sombra (1986), Poemas 1951-1991 (1992), Antología poética (1996) y El vaso de agua (1997). En 1977, Ediciones Culturales Argentinas publicó el libro Antonio Requeni, selección y prólogo de Ángel Mazzei. Todos los mencionados son libros de poemas. En prosa, ha escrito los siguientes: Los viajes y los días, crónica de viaje (1960); El pirata Malapata, cuentos para niños (1974); Cronicón de las peñas de Buenos Aires (1985), y Travesías, diálogos con Olga Orozco y Gloria Alcorta (1997). Asimismo, publicó los folletos La vida novelesca del perito Moreno, Breve crónica de la avenida de Mayo e Israel, entre lo cotidiano y lo sobrenatural.

Ha recibido, entre otros reconocimientos, el I Premio Municipal de Poesía, el I Premio Municipal de Ensayo Ricardo Rojas, el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía, la distinción Laurel de Plata a la Personalidad del Año (rubro de poesía) del Rotary Club de Buenos Aires, la Pluma de Plata del Centro Argentino del PEN Club, el Premio Esteban Echeverría de Gente de Letras, el Premio Konex en dos oportunidades (en literatura testimonial y en periodismo cultural), la Faja de Honor de la SADE. Además, ha sido condecorado por la República de Italia con el título de cavaliere ufficiale.

 

domingo, 23 de octubre de 2022

Esteban Moore: Hugo Caamaño: una voz poética propia

 




En el prólogo a su obra reunida de la que existen dos ediciones   Hugo Di Florio destaca la importancia de la  poesía de Hugo Caamaño (1923-2015) en el panorama de la literatura argentina contemporánea. Hecho que me lleva a preguntarme el por qué de su ‘invisibilidad’ pasada y presente. Si bien él disfrutaba de cierto alejamiento de lo que consideraba el mundillo literario -lecturas de poemas, presentaciones de libros- ; participaba religiosamente en la mesa de café del poeta Joaquín Giannuzzi, la que  reunía a destacados poetas e intelectuales argentinos,  los viernes en La Paz, y posteriormente en La Ópera, ambos establecimientos ubicados sobre la avenida Corrientes. 

Hacia principios de los 2000 comenzó a participar en la mesa  que convocaba Jorge Rivelli,  director de la revista de poesía Omero, que en el hoy desaparecido café Argos -Federico Lacroze y Álvarez Thomas,barrio de la Chacarita- reunía  los miércoles por la mañana a  colaboradores y amigos de la publicación. La mayoría de ellos nacidos hacia fines de la década de los 40 y principios de la de los 50 quienes siendo más jóvenes  tenían un recorrido como lectores de la poesía argentina que difería del de Caamaño, quién en su biblioteca personal disponía de textos que aquellos no habían leído  o a los que no se les había brindado la atención que se merecían. Siempre tenía algo que proponer, como la relectura de la poesía gauchesca que consideraba central a nuestra tradición  y su importancia en el desarrollo del tono y la prosodia de nuestro lenguaje. En esto no difería, a pesar de sus profundas diferencias políticas, con ciertas opiniones acerca de nuestro habla realizadas por Jorge Luis Borges:

“Mejor lo hicieron nuestros mayores. El tono de su escritura fue el de su  voz; su boca no fue la contradicción de su mano. Fueron argentinos con dignidad: su decirse criollos no fue una arrogancia orillera ni un malhumor. Escribieron el dialecto usual de sus días: ni recaer en españoles ni  degenerar en malevos fue su apetencia. […] Dijeron bien en argentino: cosa en desuso. No precisaron disfrazarse de otros ni dragonear de recién   venidos.” 

Señalé aquellas actividades del poeta para apuntar que su marginalidad no respondía a las características de un ser antisocial y sus actos no estaban gobernados por el resentimiento;  su decidido rechazo a los medios masivos de comunicación, a la figuración social del poeta, respondían a una actitud ética, a una ascesis de vida. En el juego de egos, aunque tenía el suyo, él no participaba. Apelando a su vena satírica y humorística parodia el ‘mundillo’ que él rechaza en su poema «Un poeta menor de antología» 

Abrumadora circulación de nuevos libros.
            El lector de novelas,
            el novelista en boga,
           la novela. 
           En cambio está el poeta
           entre el librero y el editor
igual que la lengua maldita entre los dientes.

-Pero si no se lee poesía.
No se vende.
Es el metalenguaje.
Novela, sociología, psicoanálisis
es el asunto, viejito
               ¿Se da cuenta?
           ¿De qué grupo es usted?
¿simbolista?
                              ¿modernista?
                              ¿postmodernista?
                              ¿ultraísta?
                              ¿neoclasicista?
                              ¿creacionista?
                              ¿invencionista?
                              ¿dadaísta?
                              ¿surealista?
-Se pudren en el alma los grandes libros,
carne sin magia las palabras
se disuelven al sol.
-Vamos, vamos. No gima, no exagere.

Más importante que la inspiración
es la generación, la promoción, la distribución,
la navegación en la correntada (y el teléfono)
porque si no los barquitos de papel
             se van a pique.
Entonces sí no hay ruiseñor de Teócrito
             que valga.
Además cuando tenía tanto que decir
              no sabía escribir;
              cuando aprendió a escribir
              ya no tenía que decir.
¿Lo comentan los diarios, las revistas?

               Salude, hágase ver
camine usted,
(organismos sin música)
sombrero del mal humor
traje neurótico
zapatos ablandados
por la humedad de Buenos Aires.
Sea orgulloso, pida humildemente;
pida orgullosamente, sea humilde.

En cuanto a lo que refiere a su propia marginalidad en el campo intelectual, ésta  era relativa y optativa, -----elegía cuidadosamente con quién reunirse y conversar de autores y poemas y de las dificultades que  proponía la escritura. Entre los autores a los que sabía recurrir en sus charlas en el café Argos se hallaban, entre  otros: Joaquín Giannuzzi, Raúl González Tuñon, César Fernández Moreno (aunque no se consideraba un morenista, condición reclamada para si por Jorge Rivelli), Alberto Girri, H.A. Murena y hasta grandes olvidados como José Portogalo. Existe un caso en particular, el de Ricardo Zelarayán, pues tenía fuertes diferencias y enojos de variada índole con él, sin embargo insistió en que se publicara en la revista su poema «La gran salina» que consideraba junto a «Argentino hasta la muerte» de Fernández Moreno fundamentales en un cambio de actitud frente a nuestra lengua coloquial.  Esto pone de manifiesto  su apertura y generosidad. En una ocasión se declaró como perteneciente al “malón lingüístico” y extrajo del bolsillo de su camisa un papel en el que había anotado la siguiente frase, que fue considerada y hecha propia  por el indudable sentido humorístico que había cobrado con el  paso del tiempo,  en la actualidad solo produce risa:

                             “Los idiomólogos invocan la tutela nacional de Gutiérrez, de Alberdi, de Sarmiento; acogen el plebeyismo con un pretexto de autonomía criolla; reciben los barbarismos con generosidad cosmopolita de país de inmigración; rompen con la tradición histórica de su lengua universal en nombre de una celosa autoctonía; descoyuntan la sintaxis como si demoliesen un fortín y abren el campo al malón lingüístico para que  se reduzca a jerga de toldería el idioma que introdujo la civilización europea en nuestra América… Los dos últimos decenios del siglo fueron el cauce de esa corriente cenagosa; en 1900 se  la embotella y ofrece como elixir patriótico: Idioma Nacional de  los Argentinos.” 

Habiéndome referido a ciertos aspectos de la vida cotidiana e inclinaciones de Caamaño, regreso a la pregunta del comienzo aquella de la’ no visibilidad’ o presencia de su obra en el presente,  pongamos por caso su  ausencia de las antologías en un país donde éstas, al igual que los poetas, se multiplican. Aunque la gran mayoría de ellas alientan el debate acerca de su génesis y función, esto es los motivos u objetivos de su origen y si una antología es una colección de textos dignos de ser conservados que den cuenta de la producción de una generación o releven el contexto de una tradición  poética, sus transformaciones y rupturas o son recopilaciones  guiadas por las  modas circunstanciales y el amiguismo. No son pocas las que resultan ser nada más que el engendro de una sociedad de socorros mutuos. Hecho que manifiesta ciertas tendencias en una sociedad fragmentada en la cual los integrantes de las diversas tribus proponen periódicamente, en los suplementos y  revistas culturales, la reorganización, con sus altas y bajas, del canon literario. Operaciones funcionales a la constitución de su propia cabeza de playa en la tradición literaria, intervención que incluye la negación del otro u de lo otro. Esta estrategia proviene de cierta crítica que realiza sus propios recortes de la realidad y que indudablemente ha contagiado  el campo poético. Wilfrido H. Corral señala la existencia de una crítica domesticada que trabaja:
“con un corpus muy limitado, sin tener idea de otros corpus que han existido en el pasado relativamente reciente y con los cuales está involucrada otra crítica actual. Sus interpretaciones, por tanto, son deficitarias y los resultados de sus investigaciones no alcanzan a ser pertinentes y exhaustivos.” 

Este comportamiento se ha extendido al campo de la producción poética y deriva en posturas que niegan aspectos de nuestra tradición literaria, entendida esta como un prolongado proceso dialogal en el que participan un conjunto de voces, propias y ajenas, las que a través de la lectura y la traducción, actividades que constituyen un indudable acto de interpretación y apropiación, se amalgaman en una voz posterior; adquiriendo en la fusión nuevo sentido. Se suma a ello el hecho de que en los últimos tiempos se ha acentuado el “prejuicio antiliterario”, ya señalado por Alfredo Hlito  hacia finales de la década de los 50, que nace del hábito de considerar los aspectos visuales de nuestra cultura desvinculados de los procesos verbales del pensamiento y de la expresión estética. Esta tendencia limita los fines del discurso poético: nominar lo innominable, brindarnos renovadas miradas del mundo y las cosas.
En estas circunstancias Hugo Caamaño desarrolla en solitario su obra, la que está permeada por un  humor acido y una corrosiva ironía. Pero, quizás la particularidad distintiva de su trabajo, en estos tiempos de la autoexpresión anecdótica del ego, sea su profundo escepticismo que lo lleva incluso  a dudar de su oficio:

“La poesía —la gran poesía— la que exige respuestas    absolutas y por eso las busca, sería un modo subordinado del conocimiento, al lado o por debajo del pensamiento puro como tal y de l a ciencia. A no ser que las más afinadas especulaciones sobre el Universo y el hombre, con documentos a la vista, sea la verdadera poesía de la cual, ¡oh cruel ironía! el poeta por  lo general se sabe excluido” 

 Su escepticismo lo obliga a replantearse el procedimiento creativo, rechazar la idea de originalidad, “las ideas (originales) y yo somos cosas distintas”   coincidiendo con T.S. Eliot quien nos dice que el poema:
 
                  “que es absolutamente original es absolutamente malo; es, en   un mal sentido, ‘subjetivo’ sin ninguna relación al mundo al que apela.” 

La máscara que adopta el yo poético de Caamaño, recurre de continuo al mundo en el que nos  ha tocado vivir. Su temática, amplia y variada recorre las cuestiones que han preocupado al hombre en el siglo XX y no han perdido vigencia en el actual: la pequeñez humana ante la vastedad del universo, el enfrentamiento de la fe y la razón especulativa,  la poesía como una forma del conocimiento,  el paso del tiempo, la conciencia de la muerte, la barbarie como respuesta ante lo desconocido,  el peligro nuclear, la destrucción de los bosques y la muerte de los aves, la historia,  la transformación social, el subdesarrollo latinoamericano, los productos culturales y el consumismo, la relación causa y efecto de la imbecilidad humana.   
En el prólogo a su obra completa Hugo Di Florio nos informa que el poeta, cordobés de nacimiento, llega a de Buenos Aires procedente de San Miguel de Tucumán en la década de los 40, donde se afincará en un suburbio al norte de la ciudad. Nada nos dice del motivo de tal decisión, quizá simplemente venía en busca de un destino. Aquí se apropiaría de la ciudad, puede también que haya sido a la inversa. Lo cierto es que adoptaría su prosodia, su eufonía, su modo conversacional, elementos distintivos de su poética. 

Aquí en la gran urbe hallaría esos elementos  que le servirían para instrumentar su voz, una retórica propia que no excluye al otro. La que exhibe registros diversos, notas graves y agudas; en las dos variantes que eligió para expresarse: el verso libre y la prosa. En la primera de estas formas hace gala de un lirismo sombrío, el que no obstante arroja luz sobre  las miserias de la experiencia humana en nuestro tiempo.  En la segunda, se inclina  en su prosa por la precisión de sus enunciados lo que le brinda como a toda prosa bien escrita intensidad poética. 

Hugo Caamaño,  fue un poeta que luchó con sus propias contradicciones, las paradojas de su pensamiento, sus impulsos conflictivos , las convulsiones políticas de su país y que tuvo el valor de sostener en referencia al subdesarrollo que “nuestro complejo de inferioridad nacional brota como la mala hierba y paraliza” .  De todo ello nos deja testimonio sincero en su obra. 
Fue un poeta que tenía bien leídos a los clásicos universales y a sus queridos, Homero, Virgilio, Dante, Quevedo y Cervantes. No obstante ello, advirtió que no tendríamos lengua ni historia sin recurrir  a nuestros propios orígenes, a sus amados Hernández, Sarmiento, Martínez Estrada.

Si alguien le preguntara (en términos poéticos se entiende) si amó la rosa. Estoy convencido que él respondería: Sí, sí, la amé, no por su color y aroma, ni por la suavidad de sus pétalos, sino por sus espinas. 



 

 

 






 










 

 

domingo, 9 de octubre de 2022

Alejandro Elissagaray: Ocaso

 



Alejandro Elissagaray























  
Dylan Thomas viaja en un avión adormecido por Dios,
pero Dios ha muerto, dijo Nietzsche.
Dios no nació?No
El aullido de Ginsberg se vierte
en un huracán sin paz.
Arde el laberinto en el corazón
de Ferlinghetti
y una bella romántica 
como Mary Schelley sigue hablando de catedrales incestuosas.

El mundo está poblado de símbolos.
Por eso dios se ha vuelto pequeño
como una hormiga
y  ya nadie lo recuerda.

La Nada resplandece
en el aleteo de una luciérnaga.
El viento respira en el alma rota de Bukowski
y todo es una fugaz letanía.


Alejandro Elissagaray (Buenos Aires, 1954) Escritor, docente y periodista. Ha publicado los poemarios Poemas ígneos (1976; La piel de la hoguera (1979) y Simulacros (2017); el ensayo Los Universos de Castelpoggi (1997);las antologías de las obras de Luis Benítez (2001) y Los poetas del'80 (2002);los libros de conversaciones con escritores argentinos Itinerarios (Conversaciones con Luis Benítez, tomos 1 y 2, respectivamente 1994 y 1997, con ensayos preliminares de Pamela Nader); Diálogos con Atilio Jorge Castelpoggi (2001, con ensayo epilogal de Pamela Nader);Intramundos. Conversaciones con Elizabeth Azcona Cranwell (2004) y en colaboración con Silvia Beatriz Amarante Interstiticos. Conversaciones con Jorge Aulicino y Así pasan los años. Conversaciones con Roberto Alifano.Sus textos han sido seleccionados en la edición bilingûe Antologia della Poesía Argentina, traducida por Emilio Coco y compilada por Amarante. Ha dirigido la revista cultural Nueva Generación de 1995 a 1999. Ha colaborado, entre otras, en las revistas Ulises; Generación '83; La República; Nueva Sion;El Frontón; Locas;Proa; Prueba de galera; Soles; La escuela paso a paso y Reloj de agua y en los diarios La Prensa y El Tiempo (Azul) Entre otras distinciones ha obtenido el Tercer Premio de Poesía 1995 de la Fundación Inca y la Mención de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE.


Presentación Hugo Caamaño poeta de mundo propio, Academia Argentina de Letras


 

Presentación Otros Poemas Sucios de Luis Pereira Severo