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Gabriel Jiménez Emán |
La fantasía
lírica, la fantasía simbólica, la fantasía gótica y macabra, la fantasía de
aventuras, la fantasía metafísica e incluso la fantasía modernista provienen
todas, tal y como las percibimos hoy, en mayor o menor grado, del romanticismo.
No hay zona de la fantasía occidental, sea ésta literaria, plástica o musical,
que no haya tenido origen, inspiración o rechazo en el romanticismo, el más
poderoso movimiento anímico de la historia de Occidente en los últimos
trescientos años. A él debemos lo mejor y lo peor, la inteligencia de Goethe y
las torpes sensiblerías españolas, le debemos Keats y las infames novelas
románticas hispanoamericanas. Le debemos el androide Frankenstein –surgido de
la imaginación juvenil de Mary Shelley-
y también el Drácula de Bram
Stoker, un símbolo del mal que funciona como imagen latente de seducción. Este
símbolo es a la vez el mayor de todos los mitos modernos. Nace, como el del
moderno Prometeo, literalmente de las cenizas, y es cultivado por igual en
Alemania e Inglaterra, primero en las plumas de los alemanes J.L. Tieck y E.T. Hoffmann. Ambos tienen a mujeres
vampiras como protagonistas de sus relatos, sobre todo el último, en su Tratado sobre la condición de los vampiros.
Estos se habían inspirado en leyendas centroeuropeas de succionadores de
sangre. El vampiro acabó por imponerse como una efectiva manera de introducir
las variantes mórbidas de la naturaleza humana en un solo animal –el
murciélago- creando un ente –el vampiro humano-
que es inmortal pero no es un dios; es de hecho una encarnación del
demonio, pero de un demonio culto, inteligente y extremadamente sensible.
Drácula es irreprochable. La perversión
vampírica que alude a la sexualidad y la expone como una forma de seducción,
nos confirma la imagen de la alteridad en lo romántico contemporáneo. Sobre
ello se ha escrito mucho y bien, desde análisis psicoanalistas firmados por el
mismísimo Freud, hasta acercamientos sociológicos o morales. A su vez, el
vampiro cuenta con la filmografía más variada de todos los monstruos modernos.
De éstos films, el Nosferatu de
Murnau y el de Werner Herzog le hacen justicia, y más recientemente, la
inspirada producción de Francis Ford Coppola. Tan fuerte ha sido la
personalidad de Drácula, que ésta terminó por vampirizar a su propio creador,
quien nació hace 150 años en Dublín y creó a su personaje hace 100, es decir,
que contaba con 50 años cuando lo hizo. Una buena edad, pienso, para madurar a
un monstruo tan recio.
Abraham
Stoker tenía un secreto entre varios: perteneció a una sociedad secreta: La
"Golden Dawn in the outer", un círculo de amantes del ocultismo donde
asistían William Butler Yeats, A. Conan Doyle y Robert Louis Stevenson, entre
otros. Pero antes de llegar a este nivel había sido un gris funcionario público
y un periodista. Datos de su vida nos informan que estudió en el Trinity
College de Dublín –la
Universidad protestante más célebre de Irlanda- (Oscar Wilde,
James Joyce y Samuel Becket pasarán por ella luego) desde 1861, y que fue buen
alumno en matemáticas. Dedicado desde la adolescencia a la filosofía y la
gimnasia, destacó en ambas. Fue Director de la Sociedad Filosófica,
a tiempo que se titulaba campeón universitario de atletismo. Según parece, esta
afición por la gimnasia provino de un grave problema de salud que causó su
invalidez siendo niño; le fue recomendada la gimnasia para rehabilitarse, y
entonces la practicó obstinadamente hasta convertirse en atleta.
Stoker
comenzó a escribir seriamente después de conocer a una figura clave en su vida:
el actor Henry Irving. La devoción hacia éste dio un giro radical a su
concepción del mundo. Trabaja como secretario de Irving desde 1878, después de
una larga década como funcionario público (1867-1877) de la que poco se sabe.
Comienza su afición al teatro y a la crítica de éste, en artículos que aparecen
en la prensa de Dublín. Irving poseía una fuerte personalidad, que apabulló al
principio a Stoker, lo cual hizo le hizo reaccionar radicalmente para librarse
de su exagerada influencia. Hay biógrafos de Stoker que establecen un paralelo
entre la relación de Stoker con Irving y la de Lord Byron y su médico y secretario John Pollidori. En una
apuesta en Villa Diodati, el grupo de románticos compuesto por Byron, Shelley y
Pollidori, a manera de reto lúdico se propusieron escribir historias de
vampiros y androides. Mary Shelley aceptó el reto y escribió Frankenstein; Pollidori el suyo y
escribió Vampyr. Poco después se
suicidaría, y Lord Byron popularizaría el Vampiro de Pollidori hasta casi
apropiárselo, gracias a su fama.
Algo
similar habría ocurrido entre Irving y Stoker, cuando ambos hablaban sobre la
posibilidad de recrear la historia de Vlad Dracul, de Transilvania. Irving
escribió una versión que está prácticamente olvidada, y en cambio su discípulo
Stoker la convirtió en la admirable novela que todos conocemos. Admirable
porque logra despojarla de un hálito romántico, y a través de una técnica
epistolar, de informes y diarios en contrapunto, crea un nuevo modo de contar,
fragmentario y nervioso, pero verosímil y objetivo. Tiene mucho de teatral,
nunca es lineal ni convencional, y me recuerda a las invenciones
pseudo-científicas de Poe.
Stoker hubo
de renunciar a sus funciones como Secretario de Irving para poder escribir su
novela. Tomó notas entre 1890 y 1895 y
apartó tiempo para escribirla en dos años. Según parece, fue un proceso
accidentado, donde realizó cambios y supresiones y donde el esquema narrativo
central no estaba nada claro, cuestión que resultó ventajosa a la larga, pues
crea ese efecto “nervioso” en el lector que produce el suspense. Stoker tomó en cuenta las narraciones orales del este de
Europa en su aspecto estilístico; se nutre de Carmilla, la obra de Sheridan Le Fanu, pero sin reconocer
expresamente el eco del escritor francés. De la presencia de la mujeres en Drácula se ha llamado la atención sobre
una posible misoginia de Stoker, por la manera brutal y despreciativa de
tratarlas que posee el Conde. Una lectura que podría desprenderse de la
“chupada” de Drácula es la de la tiranía del sexo, del vértigo que constituye
la interminable sed sexual, muy bien adaptada al consumismo de nuestro tiempo.
No es difícil advertir relaciones sádico-eróticas, algunas relacionadas directamente
con el coito, sobre todo a través de las sensaciones descritas por las mujeres,
como en el caso de una llamada Lucy: “tuve
una vaga sensación de algo largo y oscuro con ojos rojos y de pronto me rodeó
algo muy dulce y amargo a la vez, entonces me pareció que me hundía en agua
verde y profunda y escuché un zumbido tal como he oído decir que sienten los
que se están ahogando y luego todo pareció evaporarse y alejarse de mí, mi alma
pareció salir de mi cuerpo y flotar en el aire”. Finalmente, al vampirizar
a sus mujeres, Drácula las convierte en mujeres fálicas, despojándolas de sus
atributos mentales o espirituales o convirtiéndolas en poseedoras de pulsiones
eróticas sin ningún tipo de inhibiciones, dispuestas a chupar a otras mujeres
para convertirlas en nuevas mujeres fálicas. Recuérdese que Drácula jamás
muerde a los hombres: Stoker previene al varón contra el tipo de mujer
ninfómana. Sus heroínas no son tales, pues se desprecian de continuo a si
mismas y se presentan sumisas, maternales o inocentes, cuando no francamente
torpes. Sin embargo otra obra suya, La joya de las siete estrellas (alude a
la constelación de la Osa
Mayor), permite afirmar lo contrario: existe aquí una evidente afición hacia las
mujeres, una devoción casi enfermiza.
Drácula no sólo ha vampirizado a su autor,
sino a otras obras suyas como a esta Joya de las siete estrellas o La cueva del gusano blanco. La primera
la leí en inglés cuando era adolescente; la segunda la estoy leyendo ahora
gracias a la traducción de Javier Gómez Mompou en la edición de Montesinos
(Barcelona, España, 1987), advirtiendo en ella al comenzar su lectura que el
autor hace recaer sobre un gato las sospechas de un asesinato. Esta novela de
logros se desenvuelve en un ambiente de momias, egiptología y olores
embriagantes del pasado, y su estructura formal es perfectamente policial; el
suspense es tratado de modo maestro, y no deja lugar a dudas: Stoker es uno de
los grandes discípulos de Poe, e influyó notablemente en muchos escritores,
entre ellos a H.P. Lovecraft. Me parece más sobrio y menos adjetivado que
Lovecraft, y el conjunto de su literatura merece una relectura más allá de Drácula, que ahora está cumpliendo su
primer centenario. Sin embargo, conviene resaltar algunas cuestiones. Primero,
la ya citada resonancia no confesa de Le Fanu, que inspiró uno de los capítulos
del libro, titulado "El invitado de
Drácula", protagonizado por una vampira, que es también una Condesa, la Condesa Mircalla
(del que Carmilla es un anagrama); luego está el capítulo donde el castillo del
Conde es destruido totalmente, también suprimido pensando en una continuación
de la historia, que nunca tuvo lugar. Estos son datos comprobados.
Si alguien
que no haya leído el Drácula de
Stoker desea imaginar a su vampiro, debe tener como referencia al Nosferatu
calvo, con grandes uñas y pelos en las manos, dos grandes dientes filosos al
centro, (y no los colmillos caninos), y no al dandy refinado de las películas protagonizadas por Christopher Lee.
Lejos de cualquier purismo literario, creo que el Drácula cinematográfico ha
creado una iconografía propia, paralela, que debe respetarse, para mí tan
importante como la secuela producida en la literatura. El homenaje de Francis
Ford Coppola a Stoker me parece respetable, mucho más que el fallido tributo
que el mismo Coppola pretendió rendir al monstruo de Mary Shelley.
Bram Stoker
murió en 1912. Su novela había vendido para esa fecha más de un millón de
ejemplares, cifra astronómica entonces. Solucionó varios problemas económicos a
su autor, no todos, ni por asomo. El era un hombre con muchas deudas. ¿Cuáles
eran y por qué? Poco después de su muerte, -oh fatum- comenzaron las infinitas
reediciones, que no hay cesado hasta hoy. Su viuda Florence Stoker editó aquel
capítulo que su esposo había suprimido a última hora, haciéndolo pasar como un
relato independiente. Pero es justificable. Ella era su mujer.
Stoker
publicó 18 libros, poco citados en la literatura inglesa, aparte de Drácula. Los más logrados, al lado de los
ya citados, son quizá El misterio del
mar (1902), Impostores famosos (1910), Reminiscencias
personales de Henry Irving (1906) y ante todo La dama del sudario (1909), este último dedicado también al tema
del vampirismo, y poco divulgado. Por su parte, La joya de las siete estrellas ha corrido con mejor suerte, y ha
sido llevada al cine dos veces, primero por Seth Holt y Michael Carreras con el
nombre de Sangre en la tumba de la momia (1972);
luego por Mike Newell en El despertar,
protagonizada por Charlton Heston. Recomiendo ampliamente esta última. En La joya de las siete estrellas y
en La dama del sudario está el mejor
Stoker. Por su parte Drácula
sobrevivirá a las malas versiones fílmicas, pero en el fondo todas ellas
tendrán que reconocer a Stoker la autoría de una obra sólida. A él, al inválido
niño de Dublín, al adolescente atleta de Trinity College, al gris funcionario
que durante diez años incubaría el germen de una literatura que tendría que
diferenciarse forzosamente del primer prosista de su tiempo y miembro de la
"Sociedad del Ocaso Dorado": Robert Louis Stevenson, a la vez que
debía crear el nuevo género del horror gótico, que no había sido renovado desde
los tiempos de Ann Radcliffe. Con su obra, Stoker reacciona contra la literatura
de la época victoriana.
Admirable
resulta su obra en conjunto, su visión asombrada de la naturaleza humana, donde
no asoman las concesiones sentimentales ni los pretenciosos alegatos veristas
de lo cotidiano –de los cuales tenemos ya suficiente- , sino, todo lo
contrario: un afán controlado por penetrar en la conciencia de la finitud,
extrapolada y ampliada en la figura del muerto vivo, del vampiro inmortal,
-vivir en la muerte es un destino horrible pero también una suerte de
purificación- domando la fantasía en su condición omnipresente, y extrayendo de
ella plenas verosimilitudes. Ello nos permite también asomarnos al secreto
primordial del mal como posibilidad creadora; no como negación del bien, sino
como manera de imbuir el espíritu en su doble faz masculino-femenina de
seducción o placer, y de desnudarla
toda, en su triste y memorable acontecer.
© Copyright
2014 Gabriel Jiménez Emán
Gabriel Jiménez Emán (Caracas, 1950), escritor venezolano destacado
por su obra narrativa y poética, la cual ha sido traducida a varios idiomas y
recogida en antologías latinoamericanas y europeas.
Vivió cinco años en Barcelona y ha representado a Venezuela en eventos
internacionales en Atenas, París, Nueva York, México, Sevilla, Salamanca,
Oporto, Buenos Aires, Santo Domingo, Ginebra y Quito. En el terreno cuentístico
es autor de
Los dientes de Raquel (La Draga y el Dragón, 1973),
Saltos sobre la soga
(Monte Ávila, 1975),
Los 1001 cuentos de 1 línea (Fundarte, 1980),
Relatos
de otro mundo (1988)
Tramas imaginarias (Monte Ávila, 1990),
Biografías
grotescas (Memorias de Altagracia, 1997),
La gran jaqueca y otros
cuentos crueles (Imaginaria, 2002),
El hombre de los pies perdidos
(Thule, España, 2005) y
La taberna de Vermeer y otras ficciones
(Alfaguara, Caracas, 2005)
Había una vez…101 fábulas posmodernas
(Alfaguara, 2009) y
Divertimentos mínimos. 100 textos escogidos con pinza
(La parada literaria, Barquisimeto, 2011),
Consuelo para moribundos y otros
microrrelatos (Ediciones Rótulo, San Felipe, Estado Yaracuy, 212),
Cuentos
y microrrelatos (Monte Ávila Editores Biblioteca Básica de Autores
Venezolanos, Caracas, 2013),
Gabriel Jiménez Emán. Literatura y Existencia.
Valoración Múltiple de su obra Varios autores (Imaginaria, San Felipe,
estado Yaracuy, 2013).
En el campo novelístico es autor de
La isla del otro (Monte Ávila,
1979),
Una fiesta memorable (Planeta, 1991),
Mercurial (Planeta,
1994),
Sueños y guerras del Mariscal (Tres ediciones: Sueños y guerras
del Mariscal, Ediciones B, Bruguera, Caracas, 2007; Sueños y guerras, Fondo
Editorial Eugenio Espejo, Quito, Ecuador, 2010; Sueños y guerras, Alba
Bicentenario, Narrativa, Editorial Arte y Literatura, La Habana, Cuba, 2012)),
Paisaje
con ángel caído (Imaginaria, 2004) y Averno (El Perro y la Rana, 2007).
Sus libros de ensayos literarios son
Diálogos con la página (Academia
Nacional de la Historia,
Caracas, 1984),
Provincias de la palabra (Planeta, Caracas, 1995),
Espectros
del cine (Cinemateca Nacional, Caracas, 1998),
El espejo de tinta
(Fondo Editorial Ambrosía, Caracas, 2007),
Una luz en el camino. Fundamentos
de ética para adolescentes (Biblioteca Básica Temática, Ministerio del
Poder Popular para la Cultura,
Caracas, 2004),
El contraescritor (Editorial El perro y la rana,
Caracas, 2008) e Impreso en la retina.
Crónicas de un adicto fílmico
(Universidad Experimental de Yaracuy, San Felipe, Estado Yaracuy, Venezuela,
2010).
Es autor de los libros de poesía
Materias de sombra (Premio Monte
Ávila de Poesía, 1983),
Narración del doble (Fundarte, Caracas, 1978),
Baladas
profanas (La oruga luminosa, San Felipe, Estado Yaracuy, 1993) y
Proso
estos versos (Círculo de Escritores de Cojedes, 1998),
Historias de
Nairamá (Fondo Editorial del Caribe, 2007),
Balada del bohemio místico.
Obra poética 1973-2006 (Monte Ávila Editores, Caracas, 2010).
Ha realizado una amplia labor como investigador y antologista, entre cuyas
obras se encuentran: Relatos venezolanos del siglo XX (Biblioteca Ayacucho,
1989), El ensayo literario en Venezuela (La Casa de Bello, Caracas, 1988), Mares. El mar como
tema en la poesía venezolana (Banco Unión- Ateneo de Caracas, Premio ANDA,
1990), Ficción Mínima. Muestra del cuento breve en América, (Fundarte, Caracas,
1996), Noticias del futuro. Clásicos literarios de la ciencia ficción
(Fundación Editorial El perro y La rana, 2010), En Micro. Antología del
microrrelato venezolano (Alfaguara, Caracas, 2010). Es traductor de poesía de
lengua inglesa y editor independiente. Dirige la revista y las ediciones
Imaginaria, dedicadas a lo inquietante y lo fantástico. Dirige Imagen. Revista
latinoamericana de Cultura, publicación del Ministerio del Poder Popular para la Cultura (Caracas,
Venezuela, 2013