Mariano Rolando Andrade-Luisa Futoransky |
El objetivo declarado de este libro es simple:
iniciar la recopilación de toda la poesía escrita y publicada por Luisa
Futoransky desde su primer poemario, Trago Fuerte,
de 1963, hasta sus trabajos más recientes. La idea surgió a mediados de 2018 en
el café Le Rostand de París, nuestro lugar de encuentro desde hace unos diez
años, primero todos los jueves cuando volví a vivir a Francia entre 2009 y
2011, y luego de manera mucho más esporádica, una o dos veces por año, cuando
paso de visita por la ciudad y nos reencontramos. Fue en una de esas charlas
que tenemos sobre todo y nada, siempre con la literatura como eje, que le
propuse a Luisa dedicarme a recuperar todos sus poemarios publicados en estos
ahora más de 55 años y comenzar a armar su obra reunida, mientras ella continúa
con tranquilidad con su sana costumbre de regalarnos nuevos libros y nuevos
versos. Me pareció que había llegado el momento de arrancar con este trabajo
indispensable de reunir lo disperso acá y allá para que los textos “olvidados”
volviesen a circular. Generosa como siempre, Luisa, un poco sorprendida por el
proyecto, dio su luz verde para la aventura.
Al hablar
de la obra de una poeta de tan vasta trayectoria, a lo que debemos sumar su
carácter itinerante (más de media vida entre Japón, China, Italia, Israel y
Francia), se puede comprobar rápidamente que lo más antiguo de su producción
literaria no está al alcance de la mano —o directamente es inaccesible—, y
siempre corre el riesgo de perderse en los laberintos de la inmensa memoria de
la Biblioteca Nacional de Argentina, o alguna biblioteca privada. Los primeros
libros de Luisa simplemente no se consiguen, y por lo tanto no pueden leerse.
Imaginé que así como yo estaba interesado en leerlos, otros también querrían
hacerlo. Por eso, hay que volver a ponerlos sobre la mesa y en las librerías.
Para que
aquello que hablamos una tarde en París no quedase en palabras al viento o en
una expresión de deseos, dada la magnitud del trabajo (al menos para mí), pensé
que el mejor modo era dividir de manera cronológica las publicaciones y dedicar
un “primer tomo” a los años argentinos de Luisa, aquellos anteriores a su
partida definitiva del país a mediados de los 70 y que corresponden a su “nacimiento”
como poeta y escritora, a su juventud, a sus primeros viajes. Se encuentran así
en este volumen el ya mencionado Trago Fuerte
(1963), El corazón de los lugares (1964), Babel Babel (1968) y Lo
regado por lo seco (1972).
La
construcción de la poeta tuvo como escenario principal a Buenos Aires.
“Estábamos buscando un sentido a esa Buenos Aires que siempre se nos escapó por
la tangente. Esa Buenos Aires hirviendo de calenturas y utopías mil”, según sus
propias palabras. Pero también desde muy temprano el viaje estuvo presente como
componente esencial e indispensable de su formación literaria. Por ello no es
nada casual que su primer poemario haya sido publicado en Potosí, Bolivia, en
una de esas primeras travesías. La recuperación de este volumen, que no se
encuentra en la Biblioteca Nacional, ya justifica a mi entender el trabajo
emprendido.
“Luisa
Futoransky, es una muchacha argentina, de extraordinaria sensibilidad lírica.
Voluntariosa, no sabe de imposibles. En el último tiempo ha viajado por gran
parte de Suramérica, conociendo gentes y tierras, saturándose de sueños y de
paisajes. Vibrante antena para recoger lo que hay de natural y propio en el ser
americano o para grabar en el alma los espléndidos paisajes de la montaña y del
valle, nos dará, en lo futuro, obra sazonada de su experiencia estética y
humana, como ahora, a su paso por Potosí, nos dejó para su aparecimiento, este
ramillete de poemas, miel y sal de su espíritu luminoso”, dice la corta
presentación de Armando Alba, el director de la colección de la editorial
boliviana donde aparecieron sus primeros versos, escritos en Buenos Aires entre
1960 y 1961.
La profecía
de Alba sobre la joven poeta prometedora se cumplió. En la temprana Futoransky
está ya la Futoransky que conocemos hoy en día. Pero también está una
Futoransky desconocida, una Futoransky más cruda y más emocional, más desnuda
tal vez, como lo muestran los versos de Trago Fuerte en los que canta al amor y sus
dolores:
“me conozco en la fuerza de su mano
y la textura de la mía hasta encontrar la noche
en la gravedad de su olor
en el ruido de su paso
en las horas detenidas en la cama de viernes a
domingo
en el cuidado de cuidarlo y de cuidarme
en lo que nos hace falta
en esto que tenemos
amo
y él dice lo mismo”
Una
Futoransky que también nos deja ver sus influencias, sus lecturas de aquel
entonces, como en ese “Nuevo barco ebrio” rimbaldiano de Babel
Babel:
“Bajel, cuando llegue la mañana
serás alguien experto ya en la desolación de los
naufragios
y la tierra habrá bebido tu inocencia:
la playa donde arribes te tiene reservado
el más cruel de los desiertos
y el más infernal de los silencios;
no vuelvas tu cabeza
porque es en vano que pretendas ayudar
al que a sus espaldas ya emprendió la estéril
travesía.”
O los
poemas con la mente en T.S.Eliot, la presencia temprana ya de temas universales
vinculados con las sagradas escrituras como Jonás, o los mitos griegos como los
de Ulises y Eurídice, la primera experiencia en Israel contada en “Amanecer en
Hebrón” de Lo regado por lo seco (1972):
“It’s
dangerous for you, me dijeron los militares que me vieron derivar a
las 7 p.m. con mi gitanerío a cuestas, pueblo abajo en Hebrón”.
“El poema
hay que irlo a buscar”, suele decir Luisa. Y vaya si lo ha estado haciendo
desde ya hace más de 50 años, con una exquisita erudición y su infatigable
carácter de exploradora de la palabra. En Futoransky se condensa lo más
argentino de la lengua española y lo más universal de las tradiciones
literarias, una suerte de Arca de Noé de nuestra poesía, un delicado ejercicio
de equilibrista entre lo arltiano y lo borgeano.
En
estos primeros poemarios —“mi catedral de ruinas”, como los define— vemos
también un componente esencial de toda su obra: la música, algo que viene con ella desde los tiempos del
Conservatorio Municipal de Buenos Aires con Cátulo Castillo como profesor, así
como de su pasión por la ópera. Junto a esa melodía,
a veces explícita y otra secreta, que articula sus poemas, se despliegan
diferentes registros lingüísticos, que van del hablar de los arrabales y su
Santos Lugares natal a un lenguaje más lírico y
elaborado, y que provocan en el lector una sensación simultánea de intimidad y
extrañeza. Su
permanente andar
por latitudes y decorados lejanos le ha permitido encontrar los pasadizos para
decirnos aquello que se encuentra en lugares a los cuales no podemos acceder
desde la prisa y la ceguera.