Luis Antonio de Villena |
Eduardo
Según
Baudelaire la belleza
es
una mezcla impune de voluptuosidad y tristeza
melancólica:
Baudelaire era romántico.
Los
clásicos ven y levantan
una
belleza más fría. No hielo o de hielo, cálidamente
imperturbable,
lejana, aunque cerca, viva, tremante…
Recuerdo
tus ojos como dos lagunas en azul,
tus
labios hechos de pasta de flores,
el
caballete egregio de tu nariz,
tu
cuerpo alto, esbelto, que todo lo decía no diciendo apenas.
Belleza
perfecta, inmóvil, inmisericorde,
belleza
que yo miré infinitas veces y no alcancé y alcancé nunca.
Belleza
que desee fuera del tiempo,
hermosa,
tierna, gélida, caliente.
Belleza
de carne, flores, gema y sacrificio.
Belleza
de la belleza que hoy, viva, siempre viva,
melancólica
y voluptuosamente,
me
hace lagrimear como un orate…
Tú,
aún tú:
Impertérrita,
impertérrito.
Noche de Antesterias
Eran tres días en Atenas: Las Antesterias,
fiestas en honor de Dioniso. El último de esos tres días
(llamado “Las ollas”) se ofrendaba a los difuntos
bajo la advocación de Hermes Ctonio.
Decían algunos –con respeto o temor-
que quizá las almas de los muertos vagaban ese día
por las calles de la ciudad medrosa…
Hace dos o tres noches, en la tercera Antesteria,
Aute dio un concierto. Sonaron dulces sus canciones de
siempre
y me acordé de ti, mi admirable dios joven,
pues sin duda andabas por allí, entre el fervor,
lamentando que mi amigo no cantase aquella canción
que casi te sabías de memoria,
y que tarareaste a mi lado, en otro concierto de Aute,
allá al fondo de mil galaxias de hielo y fuego, quizás en
1981:
“Anda, quítate el vestido, las flores y las trampas…”
“Anda, quítate el vestido, las flores y las trampas…”
No, no la cantó. Quizás Aute no se acordó
de las ollas antesterias…
Yo, sin embargo, te recordé cálidamente,
no como el inhóspito muchacho hermosísimo,
pagado de sí y de su clase,
ni como al chico ya ruano y algo duro
que huía a Ibiza, quizás enfermo, en busca de droga.
No, no me acordé de los túes sucesivos que no eran míos.
Me acordé del muchacho luminoso y perfecto
como una flor de luna,
que vi un verano, por la noche, bajo las acacias de
Recoletos
y que me maravilló
como el descubrimiento de una tierra nueva,
como la vida pura (tan rara)
y como la Belleza que sólo se contempla a sí misma.
Adiós, otra vez, rey de la vida que no tuve.
Maestro involuntario de la Belleza máxima.
Te sirvo una copa de vino blanco. Bébela conmigo.
Deséame suerte, son las Antesterias.
Dioniso nos guíe.
Muchacho maravilloso al que soñé desnudar y amar
y nunca pude hacerlo…
Adiós, gentil compañero de Dioniso.
Aute cantó otras canciones, sí, pero sonaban dulces
también
y el cantautor (sin verte) no se aclaró la garganta con
agua
sino con vino.
¿No era suficiente? ¿No cumplió el rito?
Michael Jackson
Lo
dijo alguna vieja mujer,
probablemente
no una dama:
“La
excentricidad no trae cuenta.”
El
pobre Michael (piel derrotada,
cuerpo
sin futuro) ha sido el Adán
del
porvenir, si Villiers, el decadente,
creó
o soñó “La Eva futura”.
¿Qué
quiso Michael Jackson,
el
bailarín prodigioso,
el
negro que dejó de ser negro,
el
amante de los adolescentes tiernos
y
de los muchachillos al borde de la ventana?
¿Qué
quiso? ¿Trascender la vida?
¿Declarar
con el ejemplo que la realidad
es
pobre y suele ser cegata y mezquina?
Rey
del predio artificial,
de
la vida más allá de la vida,
es
más que natural que Jackson no estuviera
dedicado
a la supervivencia,
a
planchar la vida en los planchaderos
de
la vida. Era –debía ser- flor
de
testimonio y sacrificio.
La
vida es muy corta a la vida,
y
si alguna vez triunfamos
(que
no lo haremos)
querrá
decir que el artificio –“artifex”-
es
mejor, altamente mejor, que la natura.
Michael,
mártir de la ilegalidad,
sumiso
extemporáneo del final,
flor
del jardín extraño y ninguno,
ruega
por nosotros a Cástor y Pólux
si
es que la vida
-la
vida auténtica, más allá de la vida-
debe
seguir existiendo.
El
País de Nunca Jamás.
Vale.
Es el único país.
El
reino de siempre. Lo que cuenta.
La
vida triunfal y roja más allá de la lastimera vida…
Del
reino crisoelefantino de la Artificialidad,
Circe
ha huído.
Luis Antonio de Villena ( Madrid, España, 1951) Poeta, ensayista, crítico, narrador. Licenciado en Filología Románica. Realizó estudios de lenguas clásicas y orientales, pero se dedicó nada más concluir la Universidad, a la literatura y al periodismo gráfico y después al radiofónico. Además ha dirigido cursos de humanidades en universidades de verano y ha sido profesor invitado y conferenciante en distintas universidades nacionales y extranjeras.
Ha sido traducido a muchas lenguas, entre ellas, alemán, japonés, italiano, francés, inglés, portugués o húngaro. Ha recibido el Premio Nacional de la Crítica (1981) -poesía- el Premio Azorín de novela (1995), el Premio Internacional Ciudad de Melilla de poesía (1997), el Premio Sonrisa Vertical de narrativa erótica (1999) y el Premio Internacional de poesía Generación del 27 (2004). En octubre de 2007 recibió el II Premio Internacional de Poesía "Viaje del Parnaso". Desde noviembre de 2004 es Doctor Honoris Causa por la Universidad de Lille (Francia).
Ha escrito y escribe artículos de opinión y crítica literaria en varios periódicos españoles desde 1973. Ha colaborado en numerosos programas televisivos y sobre todo radiofónicos. Actualmente colabora en El Mundo y en Radio Nacional de España. Ha hecho distintas traducciones, antologías de poesía joven, y ediciones críticas.