William Osuna |
El río Guaire tiene malos modales, cuando va
en los autobuses nunca le cede el puesto
a las parturientas, se sienta primero que las
damas, en los entierros grita más alto que
las viudas, dice impertinencias del muerto,
cuentos de
los otros ríos.
A mí que no me nombre, dice el
Orinoco, grumete en La Invencible ni
pudo unir
sus aguas a los siete mares de China.
Los indios lo taparon con concha de
totuma
para que los españoles no se lo bebieran.
No se parece a los ríos de
don Jorge Manrique.
La mar océano
no lo soporta; respecto a
él filosofa como un sabio chino: “Un río que
no sabe
morir es un golfo”.
¿Quién lo maleó?
No lleva doblón , ni sencillo, ni baúl de
pirata en
sus dominios.
Tampoco rabo de tigre, tiene la carne peluda.
No trabaja, no canta.
Se monta en un perol de leche o
sobre el capó de un carro a mirar
los colores de la ciudad: es un río
que contempla, no para que lo contemplen.
Tan pobre: si la luna de los amantes
se atreviera a conversar con él ningún puente
la aceptaría; que no le vaya a pelar
los ojos a la laguna negra, el poeta
Acevedo sería capaz de encerrarlo en un
soneto.
Bronca de ríos y que hermanos. No me
meto en esos líos familiares. Así me
enseñaron en la escuela. No es mi problema.
Por el
camino que da a la selva,
donde se gesta un remolino de caimanes;
y el
árbol de caucho brilla como un
estuche de precioso bisturí , Andrés Mejía le
fue
a meter chirimbolos del Guaire al Magdalena:
el Magdalena tan reilón con sus dientes de
oro y muelas de esmeralda lo dejó beber
ron durante
tres días. No le paró.
Lo
emborrachó, le silbó una cumbia, un bambuco.
Y así lo envió al Motatán, metido en
un guacal de manzanas para la casa de
Hermes
Vargas. Cuentos de Andrés. Más sabe Andrés
por Andrés que el Magdalena y sus pedrerías.
La flor fétida, el aceite de las refinerías,
la
garcita urbana y una nevera desportillada
son cifras que acompañan. En algunos casos el
sol es un golpe de espuelas contra las
aguas revueltas.
El río Guaire es mi amigo. Yo le
pido la bendición. Él es como un burrito
indómito que atraviesa la ciudad cargado de
botellas
vacías:
ningún río de las Francias y de las
Alemanias se le compara. Está enamorado de la
quebrada de Catuche. Qué amores
intercambian bacinillas detrás de los
estacionamientos,
si los vieran.
El Dumbo Márquez no lo quiere: su Harley
Davidson
se ahogó en sus aguas. Yo sí lo
quiero, no es
como el Orinoco que se
alimenta de músicos; se tragó toda una orquesta,
y las cartas de amor de Argenis Daza Guevara;
y si no quería cantar y amar, ¿por qué lo
hizo?
Qué desperdicio. Tan pedante.
En mi infancia yo quería al Orinoco.
En ese cruce había un araguaney, donde se
enlazaban los gatos, que lo miraban a uno
con sus ojos de oro. El viento corría
por ahí: hablaba como duro cartón. Bajaba gruesa
neblina por
la Puerta de Caracas. Todos los
autobuses pasaban de largo y se metían al
cine.
Mi infancia que tenía más colores que los
de un poeta de provincia en su provincia,
no distinguía las aguas, todas eran iguales.
William Osuna (Caracas, Venezuela, 1948) Poeta, docente
y editor. Ha publicado: Estos 81
(1978), Más si yo fuese poeta, un buen
poeta (1978); 1900 y otros poemas
(1984); Antología de la mala calle
(1990 y 1994); San José Blues + Epopeya
del Guaire y otros poemas; Miré los
muros de la patria mía (2004).
Su obra ha sido distinguida con el Premio Nacional de Literatura (2007); Primer Premio, Bienal José Antonio Ramos Sucre, 1976; Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, Distrito Federal, 1983 y el Premio Bienal Manuel Díaz Rodríguez, Mención Poesía, Concejo Municipal del Distrito Sucre, 1984.
Su obra ha sido distinguida con el Premio Nacional de Literatura (2007); Primer Premio, Bienal José Antonio Ramos Sucre, 1976; Premio Municipal de Literatura, Mención Poesía, Distrito Federal, 1983 y el Premio Bienal Manuel Díaz Rodríguez, Mención Poesía, Concejo Municipal del Distrito Sucre, 1984.