El día en que decido
escribir sobre Raquel, la pieza de teatro de Samuel Vásquez, tropiezo con la
huella de nuestra desgracia cotidiana. Llevo el libro en la mano. Es liviano.
Casi un opúsculo frágil. Pero es tanto el peso del drama de Raquel que se
siente uno como un atlas cuya carga es invisible. Desciendo en la estación
Parque de Berrío. Voy a las librerías del sector tras libros o revistas que me
ayuden a delinear mejor las palabras de este texto. Hay un diálogo en Raquel
que recuerdo cuando atravieso el parque: "-¿No oyes nada? -No. -Algo está
pasando. -Sí, algo pasa. -Hay que actuar. -Sí. Hay que hacer algo."
Entonces los veo. Construyen una especie de cerco que cualquier brazo fuerte
desintegraría sin mayor problema. Me detengo para saber este silencioso mitin
por qué protesta. Son todos ellos, o ellas más bien, personas mayores, ancianas
para mejor decirlo. Sostienen fotografías de secuestrados y desaparecidos. Son
sus esposos, sus hijas, sus hermanos, sus nietas, sus primos, sus amigas.
¿Dónde están?, pregunta esa escueta muchedumbre de muchos años. Devuélvanoslos,
los queremos en casa, con nosotros, siguen diciendo. Y no gritan. No tienen
altoparlantes. Y son demasiado viejos como para que sus voces se escuchen más
allá del atrio donde están. Es una manifestación lábil. Pero la impresión es
falsa. Hay algo en las miradas, en sus dolientes frases de murmullo que podría
resistir la más fuerte represión, los alegatos más ruidosos o la indiferencia y
el silencio más desalentador. Están ahí, al frente de la iglesia de La
candelaria. Acaso porque es el sitio más central de Medellín. O porque Dios
podría escucharlos mejor que las instituciones democráticas. Protestan cada
semana. Piden que la pesadilla de ellos y de Colombia cese. Que la esperanza
por fin llegue y su luz defina el rostro de Raquel y de todos los secuestrados
y desaparecidos.
Raquel, historia de un
grito silencioso no supera las 50 páginas. Es el relato conmovedor, y no la
espectacular noticia, de un secuestro. Pero Raquel no está hecho de un discurso
narrativo aunque haya en él unos eventos a los cuales el espectador asiste. Y
no podría decir tampoco, con la débil confianza que esta expresión genera, que
es una obra de teatro. Raquel es, por encima del andamiaje de las escenas con
sus diálogos y monólogos, un poema. Su esencia se enraíza en la escritura
poética. Los desgarramientos y los hallazgos íntimos de Raquel están forjados
con esa sustancia imprecisa y vasta con que se hacen los sueños donde amor y
odio, opresión y libertad, muerte y nacimiento se abrazan.
"Es difícil cantar
entre los muertos", dice Vásquez en una de las entrevistas que se le han
hecho. Pero acaso es más difícil hacerlo entre miles de secuestrados y
desaparecidos que, en realidad, son muertos en vida. Por esto Raquel obedece a
la más genuina necesidad del artista que intenta crear en tiempos oscuros.
Raquel, que es una obra cimentada en el silencio, habla en un país donde lo
esencial de su historia y sus dramas permanece callado.
La voz de Raquel es
silenciosa. Es un grito interno. Un reclamo hecho desde el encierro. La
dimensión de su protesta conduce a ese grito que persiste cada día y sale de
todos los calabozos que podríamos señalar y de aquellos otros que la conciencia
atormentada del escritor sitúa en cualquier coordenada física y espiritual de
Colombia. Es un grito que, por su misma condición, remite al grito de Munch.
Ese grito emblema de una época que apenas presentía el horror de guerras que nosotros ya hemos bebido hasta la
desolación y la impotencia. Raquel padece la agresión física. Padece otro
martirio tal vez más atroz, el de saberse sola y completamente cercenada de su
medio afectivo. Raquel es víctima de un conflicto político que le parece
absurdo por el modo en que se manipula y sigue culminando en la intolerancia y
en el uso de más violencia. Pero Raquel no sabe si será asesinada. No sabe si
su familia pagará el dinero exigido. No sabe si tras su secuestro hay un engaño
vil. Sospecha que su muerte no hará parte de ninguna causa honorable. Y que sus
justicieros son resentidos muchachos, equívocos y opacos. Y, sin embargo,
Raquel es capaz de decir en los instantes de más dolor: "La fe es una
vieja leprosa que insiste en besarme".
La fe de Raquel
evidentemente no es la patria. Para todos los secuestrados civiles que hay en
Colombia, la patria es un sin sentido. Un campamento en el desierto, así define
la patria un texto tibetano. La patria es la infancia siguen diciendo los
viejos poetas. Ella habita, para Vásquez, la lengua. En "Calcado del
silencio", una lúcida reflexión sobre el papel de la poesía en tiempos de
guerra, Vásquez considera el castellano como el único sitio donde los
colombianos no nos sentimos extranjeros. Una soberanía maravillosa, la lengua,
dentro de un Estado criminal y una concepción de la nación que arrastramos como
jirones vergonzosos desde que ella existe. Raquel, encerrada, reconoce en la
palabra su mejor escudo. Ella es ese hogar que se edifica al borde de los
abismos. Con ella Raquel se despoja de todos sus miedos para cubrirse de pronto
con el velo de sus sueños.
"¿Mi palabra
recobrará su voz algún día?", escribe Raquel al inicio de su diario. Y su
última frase es: "He perdido mi sombra". Una pregunta que surge como
esperanza. Una confirmación que mide la oscuridad donde habitan los
secuestrados y la vigilia de quienes aún los esperan. Pero Raquel así pierda su
sombra, ésta se engrandece con su palabra representada. El grito de Raquel es
un resplandor de penumbra. Una dolorosa luminiscencia útil para quienes viven
en geografías de horror.
Un teatro poético. Raquel
lo es desde su puesta en escena, que está concebida como una pieza musical,
hasta el diario de su protagonista cuyos fragmentos se nos leen. Un teatro
poético. La expresión se convierte en un fantasma si quisiéramos rastrearla en
el horizonte del teatro colombiano. Se podría decir, si separamos Los hampones
de Jorge Gaitán Durán, que no existe entre nosotros. El nuestro ha sido, en su
corta historia, un teatro adormecido por el costumbrismo, estremecido pero
imaginativamente paralizado por los credos políticos de izquierda, caóticamente
fragmentado por lo experimental. Un teatro, en fin, que ha ignorado uno de los
principios poéticos sobre los que trabaja Samuel Vásquez: hacer un teatro que
muestre lo invisible y haga posible su percepción.
Hacer poesía a partir de
un acto insensato. La propuesta, sin duda, no es nueva. Es tan antigua como
Homero, quien hace de la absurda guerra canto memorioso. Pero el logro de
Raquel, por supuesto, no reside sólo en este rasgo. Su pálpito poético se
presenta de manera dual. Por un lado penetra en un mundo donde todo está
inmerso en el presagio, en la intuición, en el sueño, en el temor, en la evocación; y, por otro, acude a
un montaje en el que el director debe responder a las difíciles exigencias
poéticas que supone la obra.
Acaso la principal sea la
representación del silencio. Éste y no otro es el eje que sostiene a Raquel. Es
la razón de ser de su atmósfera. Siete de sus escenas exigen del silencio toda
su desnudez. Desde el inicio la obra, como experiencia leída y experiencia
representada, se incrusta en el espectador desde esa otra cualidad del lenguaje
que aquí realza la protesta y la acusación. Susan Sontag dice que entre las
varias aplicaciones del silencio en el arte, existe la de ayudar al lenguaje
para que logre su máxima integridad. Las palabras, los ambientes, los dramas se
ponderan más cuando se entrometen en ellos largos silencios. En Raquel se sigue
esta circunstancia señalada por Sontag: "A medida que disminuye el
prestigio del lenguaje, aumenta el del silencio." Pero Vásquez también nos
remite a Mallarmé. Como el poeta francés, piensa que es necesario que la poesía
desbloquee con palabras una realidad atestada de ellas mediante la creación de
silencios en torno a las cosas y a los hombres.
Por tal razón representar
esta obra es tan difícil como tocar uno de esos movimientos lentos de Mozart,
Schumann, Satie o Pärt donde es menester, para expresar toda la carga emotiva
contenida en pocas notas, la mayor técnica posible. Pienso, por ejemplo, en la
escena en que Raquel y plagiario se recelan. Pienso en esas cosas triviales que
Raquel hace en la soledad de su encierro. Pienso en los diálogos minimalistas
de los plagiarios: palabras de una sencillez aparentemente inofensiva, pero
dueñas de una perplejidad que profundiza el drama no sólo de la secuestrada
sino de quienes secuestran.
El de Raquel es un
silencio que, al existir en escena, se palpa y se vuelve lacerante huésped del
espectador. Raquel no sólo está a nuestro lado -en el auditorio es tomada por
los plagiarios-, sino que puede ser cualquiera de nosotros. Somos nosotros
quienes podemos vivir esa agria posibilidad de no saber, durante días, nada del
cielo, nada de ese tiempo donde hay sol y luna. Raquel además habita, y tal es
su logro más exasperante, la realidad del espectador desde una particular
circunstancia: sugerir que el director del montaje es quien idea el secuestro.
Un director que, por el juego del teatro mismo, espejo espantoso y magnánimo,
puede ser también cualquiera de los espectadores.
Y es aquí en donde reside
otro de los atributos de la obra. Mediante la intervención de actores y el
director en escena, Raquel cumple un doble objetivo. Representa un secuestro y,
al mismo tiempo, plantea una reflexión desgarradora sobre qué es hacer teatro
en un país asediado por la locura de los hombres.
¿A qué quiere conducir
Vásquez con este sagaz e incómodo artificio? Sin duda a que la pieza de teatro
transcurre en escena y en el auditorio. A esa convicción estética de que el
espectador debe ser el activo centro ineludible. Sin duda a que los
desgarramientos, por accidentales que sean, son siempre de nuestra incumbencia.
Sin duda a que el drama de los desaparecidos y secuestrados en Colombia es
responsabilidad finalmente de todos nosotros.
Raquel no es una obra que
se actúa para el silencio y el olvido, como cree uno de los plagiarios. Raquel
sucede, se hace tiempo visible en la escena, para dar testimonio de algo
irreversible que nos marca marcando así la historia. No es difícil concluir en
qué consiste ese algo. Pero es el espectador quién habrá de definirlo en medio
del estupor silencioso.
Raquel propone un doble
silencio. Ese que hace del infortunio del otro una íntima realidad compartida
por el espectador. Y no del todo secretamente, pero tampoco de manera
escandalosa. Y está ese silencio ejemplar que a veces es necesario mantener
cuando se pretende escribir sobre una de las grandes heridas que tajan a
Colombia. En este sentido obras como Raquel apuntan a otra estética, a otro
modo de observar, de nombrar lo que se llama periodísticamente la realidad
nacional.
La presencia de Raquel es
de una importancia suprema en la literatura colombiana. Frente a la fascinación
espectacular que la violencia ejerce sobre nuestros actuales escritores, ante
esa narrativa trivial en que se mezclan sicaresca y novela negra, al lado de
esos planos personajes -el sicario, la miliciana, el paramilitar, el
guerrillero, el mafioso, los altos mandos del ejército y la policia, los
políticos, etc- que representan los males del país, Raquel airea y señala un
camino. Y no sólo porque aquí se reclama la voz de la víctima, aquella que,
como dice Claudio Magris, encarna la verdad pereciendo y desapareciendo de la
historia, sino porque en la obra se plantea una problemática -la del secuestro-
de un modo más complejo y más sugerente, más hondo y doloroso.
Pablo Montoya Campuzano
Samuel Vásquez |
Samuel Vásquez: Poeta, dramaturgo, ensayista, músico y artista plástico.
Fue curador de la Bienal de Arte de
Medellín, y Comisario de la
Bienal de Pintura de Montevideo. Invitado a
inaugurar el Museo de Arte Moderno de Cartagena con teatro, y el Museo de Arte
Moderno de Medellín con pintura. Exposiciones en Colombia y el exterior en los
años 60s y 70s. Incluido en la exposición Cincuenta Años de Pintura y
Escultura en Antioquia, Suramericana de Seguros, Museo de Arte Moderno.
Fundador y director del Taller de Artes de Medellín que congrega
Teatro, Música y Artes Plásticas. Autor de seis obras de teatro, tres de ellas
han sido puestas en escena en Venezuela, España y Cuba. Ha dirigido 17 obras de
teatro. En 1992 le fue conferido el Premio Nacional de Dramaturgia por su obra
EL SOL NEGRO, y una Beca Nacional de Creación del Ministerio de Cultura por su
obra EL PLAGIO. Le fue otorgada Mención en el Concurso Internacional de
dramaturgia Ciudad de Bogotá, por su obra RAQUEL, HISTORIA DE UN GRITO
SILENCIOSO, producida por el Festival Iberoamericano de Bogotá, y editada por la Universidad de
Antioquia. En 2005 le fue concedido el Premio de Ensayo Ciudad de Medellín, por
su obra EL ABRAZO DE LA
MIRADA. En 2007 le otorgaron Beca de Creación Ciudad de
Medellín por su libro de ensayo PARA NO LLEGAR A ÍTACA. En 2010 le fue
concedida la Beca
de Poesía Ciudad de Medellín por su libro DIARIO DE LA ERRANCIA. En 2007
Museo de Antioquia le otorgó una distinción especial “por su labor para el
desarrollo del Arte Contemporáneo en la Ciudad”. En 2011 la Universidad de
Antioquia le concede el Premio Nacional de Cultura por Reconocimiento. La Revista Arcadia
distingue su Antología de Poetas Colombianos “20 DEL XX” como el mejor libro de
Poesía publicado en el Colombia en el año 2013. Es Cofundador de la revista
de poesía Prometeo y diseñador y coeditor de la misma durante algunos
años. Miembro del Comité Organizador del Festival Internacional de Poesía, durante
cinco años. Colaborador de Magazín
Dominical (Bogotá), revista del CELCIT (Buenos Aires). Poemas
y ensayos suyos han aparecido en libros y revistas de Colombia y el exterior, y
fueron incluidos en las antologías de Poesía GOLPE DE DADOS, VENGO
A GOLPEAR A TU PUERTA, MUESTRA ANTOLÓGICA DEL CONGRESO DE
POESÍA EN LENGUA ESPAÑOLA, LA
CASA SIN SOSIEGO, BOCA QUE BUSCA LA BOCA, y Magazín
Dominical -MEMORIA IMPRESA. Poemas suyos han sido traducidos al
rumano, portugués, francés e inglés. Otras obras suyas: LAS PALABRAS SON
PUENTES QUE NOS SEPARAN (poesía); GESTOS PARA
HABITAR EL SILENCIO (poesía); TÉCNICA MIXTA (teatro); EL BAR DE LA CALLE LUNA (teatro);
NEGRET O LA IMAQUINACIÓN
(ensayo); TRAZAS EN EL VIENTO (ensayo), MOORE, CHILLIDA, PICASSO (ensayo), LAS
TAPIAS DE TÀPIES (ensayo), EL OLVIDO NOS DEFIENDE DE LA BELLEZA (testimonio),
ECHAR LAS CARTAS (correspondencia), ERRATAS DE FE (ensayo), ANTONIO SAMUDIO
(con Juan Manuel Roca – ensayo).