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Marco Lucchesi |
TRÍVIA
“Elogio del fragmento”
El todo no me atrae. Sólo el fragmento, dentro del cual despunta la pulsación del cosmos.
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Vencida la memoria de la herida, el fragmento es sólo la cicatriz.
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No conoce descanso, ni admite el sueño de las mónadas. Con la frente bañada de rocío, el insomnio es su estatuto.
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Un fragmento se abre a los mundos que no dialogan: sueños esparcidos, genios malignos.
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Rompe el silencio y muere en el silencio: como un rayo, en el corazón de la madrugada, iluminando las cercanías, para naufragar después en la oscuridad.
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El fragmento suscita un duro black out. Probable sismo de creciente magnitud.
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Lo discontinuo: falla geológica irreparable, cuya superficie no esconde las semovientes placas de fuego.
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Da cuerdas vocales a quien perdió la línea de canto. Produce un coro transversal de voces disonantes.
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La insumisión constituye la primera credencial del fragmento.
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El fragmento se divide en muchas partes, cada una de ellas espejada, a reflejar, imponderable, la utopía del Todo, por el cual suspiran las partes.
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La luz de la cuchilla dice más que las virtudes del corte.
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Dos fragmentos clarifican zonas intangibles. Próximas. Distantes. Castor y Pólux en la Constelación de Géminis.
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El fragmento repele la lógica del exceso. Reposa, activo, en las arterias de la síntesis.
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¿Un escrutinio? Todo fragmento produce un grado de iluminación.
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Crece para dentro de sí, pozo claro de agua fresca.
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Y, entretanto, el fragmento admite contenidos latentes, área sutil de expansión, motor continuo que no conoce fin, cuando la brevedad tensiona un arco de expansiva resonancia.
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Fragmento: ¿utensilio de paz o de guerra?
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Señal de calma después de la tempestad. Despunta en cielo azul, inabordable.
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Una porosa superficie se desvela, bajo las camadas ilusorias del continuo.
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Las partes infractoras se rebelan contra el silencio de la estructura.
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La interjección es la madre de los fragmentos. Su horizonte, impulsivo y arrebatado.
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La demorada soledad estructural. Y la comunión entre conjuntos distantes.
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Fragmento: apartada conjunción de geometrías.
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Ruta de fuga, o fragmento. Disperso en los marcos y forajido.
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Incómodo grafiti en la di-stancia.
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No más la enciclopedia universal de Leibniz, pero sí la herencia de cartas de náufragos.
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Constelación de ideas y archipiélagos: suspendidos en estado larval.
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Lo incompleto y la sinergia de las potencias.
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La suma de pedazos no constituye un sistema. Aclara secuencias aditivas, ambiguas, descentradas.
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El fragmento vive de la precisión del corte. El cuerpo en estado de sitio y contrariamente a lo continuo abstracto.
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Todo es fragmento. Ora, expuesto en carne viva, ora trayendo un plumaje sistemático y estructural.
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“Poética de la vicisitud”
Entre dos lenguas, nada el traductor: animal bifronte, exiliado en una tercera, marcado por el no-lugar. El círculo de incierta adecuación, del que se vuelve prisionero.
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Recorre una frontera ambigua y delicada. No usa pasaporte, apenas el salvoconducto, expedido ad hoc, para formar el repertorio de analogías intangibles.
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Aprender una lengua para después desaprenderla. Poner en pie una casa, desde los cimientos, para, mucho más tarde, deshabitarla. Del texto de partida al de llegada: trashumancia verbal. No pasa la traducción de un nomadismo obstinado.
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Es también acto ilegal, de puro contrabando. La traducción responde a una indeclinable formación corsaria. Se mueven las palabras, insumisas. Fruto del continuo pillaje (semántico).
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El traductor atraviesa la densidad de los fenómenos. La equivalencia entre las palabras es una quimera, mientras se enamora del oro cintilante de la etimología, delirio en el seno de la interlengua, que acosa la erótica entre los textos. Se resiente el traductor de la nostalgia del objeto perdido, capaz de liderar apenas con fantasmas nominales.
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Así, todo no pasa de un glorioso naufragio. El capitán es el último en abandonar el barco, ocupado en salvar la realidad implicada. Y, como viejo marinero, desciende al abismo sin temor, dotado apenas de sus deberes: casi fénix: renace de la cesura de la interlengua.
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La herida narcisista del traductor. Palabras son espejos que lo reflejan, en mil pedazos, como un Midas centípetro.
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El traductor no es el propietario ni el inquilino de la lengua. Es antes un lector a la procura de una voz.
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Contra la equivalencia entre las lenguas, emerge el concepto de valor, propuesto por Saussure, en su condición relativa, tatuada en el lenguaje. Es la regla de oro para hacer frente a los tentáculos metafísicos. ¿Y cómo no pensar en Laocoonte?
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La traducción: no un acuerdo cerrado, antes una proyección in fieri, que no cesa de indagar sus límites, posibles soluciones que repercuten in abstentia, campo minado, casi infinito. La traducción es un gabinete de crisis.
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“–¿La espesura del ser y la entelequia de la traducción?” –el tiempo conceptual, largamente concebido y aplicado en la lengua segunda, presta equilibrio a una política de los extremos.
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El traductor no legisla en causa propia. Responde a dos requisitos generales: la ética del dislocamiento y el magnetismo verosímil, acercando conjuntos que no serán jamás biunívocos.
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La traducción que elide el silencio del original incurre en el crimen de expansión pantagruélica y devora las células rítmicas y los valores negativos de la pauta. Todo por simple horror al vacío.
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Un tratado de cábala enseña más intensamente que decenas de manuales de teoría.
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El cabalista propone una intimidad textual sin precedentes, viaje a la superficie del verbo, cuando la lengua se fragmenta y genera nuevas dimensiones morfosintácticas, atento al espacio que florece entre las palabras.
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Palabras anfibias, multifacéticas, en las combinaciones producidas por la rotación de los signos y por la vibración de valores derivados. Las notas alfanuméricas de Bach.
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La traducción de la mística hebraica debe mantener su plurisignificación original, como en el Cantar de los Cantares y en el approach poliédrico de Ulises.
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El alquimista y el traductor forman un todo. La oficina debe estar bien dispuesta, pues la química de las combinaciones exige un gran lapso de tiempo. El oro filosofal despunta como vestigio en las manos que tocan el texto y de él extrae intrínsecas virtudes: que no se limitan al “estado de diccionario” porque producen escenarios de contaminación.
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Como un ornitorrinco solitario, entre dos mundos paralelos, el traductor se alimenta de la coincidencia de los opuestos.
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Primero la orientación textual. Luego enseguida, el espejismo de sus coordenadas.
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Con el fin de la equivalencia, el apriorismo se torna un crimen sin fianza: la traducción es una praxis, una ruptura estructural.
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Más cerca de la pragmática, el traductor, casi extranjero de la gramática.
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No separar jamás lo que no se puede separar: contenido y forma, verbo y silencio, valor y sentido. La traducción corresponde a un estado sinfónico.
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Se resalta el valor de la cópula en la alquimia para saber que la traducción es tan natural como un hermafrodita.
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La densidad del texto de partida puede resultar de la potencia de su algoritmo, tal como en la novela de Calvino o en los versos de Hopkins.
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No se debe perder el algoritmo en el texto-fin (lo determinante en lo determinado).
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El traductor, dislocado por principio e insatisfecho, crea sin saber una lengua nueva, órgano maleable, casi especular, entre el mundo-menos de Fitche y el mundo-más de Riobaldo. Actitud expansiva y concentrada.
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Una traducción desprovista de pérdidas recuerda el cráneo de Helena, apuntado por Hermes: despojado de la antigua belleza que lo revistió, sin memoria y sin futuro.
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La traducción como perenne relectura de un mundo, entre Génesis y Apocalipsis.
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La traducción es una imposibilidad que es parecida al hicocervo (el gran monstruo de la escolástica). Es en sí misma, una férrea proyección utópica.
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Poética de la vicisitud, generada por tensión bilateral.
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“Poesía y matemática no son enemigas”
Para el matemático Ion Barbu existe una tierra, de imprecisas coordenadas, donde la poesía y la geometría se encuentran. Tal vez en el espejo de Alicia, en el cuerpo fragmentable del número o en la piel porosa de la palabra, pues todo es lenguaje. O, aún, en el espacio entre las vocales, en la curva imperiosa de un fractal. Siendo lenguaje, también es silencio.
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La severa progresión de una fórmula puede asustar, como si dentro de ella hubiese un demonio, para los que tienen la aspereza ilusoria de una selva de cactos. Y, de pronto, las cosas se elucidan, cuando elaboramos el proceso, y todo se desdobla mediante una intensa transición. Se sigue el descubrimiento de un mundo solidario y transparente que la fórmula poco a poco desvela y denuncia.
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El pensamiento fractal es la más bella aproximación de las lágrimas de Heráclito con la sonrisa de Parménides.
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Todo objeto fractal guarda dentro de sí un león. Las garras y los dientes responden por el Caos. Una pregunta insiste por asalto: ¿hasta cuándo ha de permanecer adiestrable?
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No es posible aproximarse a la matemática sin una reserva de espanto ante las camadas más profundas en la destrucción de los números primos. Para Novalis, no puede haber matemático desprovisto de entusiasmo.
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En el centro del rigor matemático, subsiste el derecho de soñar, el mismo que me despertó, en la juventud, la paradoja de Gran Hotel de Hilbert. El matemático es un huésped permanente de este espacio pues, así como el poeta, no sabe ni puede abandonar la metáfora.
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La idea de belleza no se restringe a la simplicidad. Corresponde a una ciencia de los patrones, donde el elemento complejo no se degrada. ¿Y habría razón para?
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La última prueba de un teorema, según Godfrey Hardy, residen en la belleza. Si así no fuese, bastaba sacrificarlo en pro de una razón anestésica, víctima de exigua productividad.
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Considerar más de cerca la fuerza epistémica de la belleza.
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La matemática y la poesía coinciden en cuanto a instancias radicales de creación, con la misma intrepidez de quien se equilibra en una cuerda sobre el abismo.
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Indaga Leopold Kronecker: ¿los matemáticos no son verdaderos poetas innatos?
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Para tratar a las geometrías poseuclidianas y a las teorías de las funciones es necesario mínimamente practicarlas, sin que desaparezcan el sabor y el riesgo de la aventura. Por otro lado, sin un quantum de ingenuidad ontológica, aun mantenida bajo latencia poética, sería arduo reunir dispersas demandas, ingentes multiplicidades, que migran oblicuamente en los dominios casi intransitivos, entre poesía y geometría, cuyo diálogo mal comenzó. Una dosis de no-saber propone salidas de emergencia.
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Dar la bienvenida a la noción de obstáculo epistemológico, en tanto intrínseca espesura de la matemática, como un bello fin de la tarde, límite del pensamiento apolíneo, sin despreciar la belleza de la noche y sus potencias.
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La matemática profunda y la alta poesía se comunican de múltiples maneras y se dilatan bajo el signo de las cosas inútiles, como la entienden Hardy y Pessoa. Inútiles. Sublimes.
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Buscar isomorfismo entre la poesía y la matemática es no realizar el diálogo que antecede a las respectivas métricas, los elementos solidarios y menos vivibles que las unen, justo cuando se muestran casi irreductibles.
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“El Infinito” de Leopardi corresponde a la idea de Hardy y Whitehead, según la cual una formulación muy amplia no puede soltar a una particularidad feliz que acabe por limitarla, confiriéndole sabor. En el poema leopardiano, la vegetación impide el alcance del último horizonte.
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Aproximar la poesía y la matemática en el espacio de un meta-saber. No a través del prestigio que cada cual posea, a fin de evitar un anacrónico proyecto colonial.
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La poesía fractal y la poesía del fractal. Y no se trata de un juego de palabras.
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El matemático sublima la belleza de su oficio, al paso que el poeta acentúa la verdad.
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Tema para un interminable seminario de filosofía: ¿el matemático inventa o descubre?
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Tema para una clase de poesía: ¿cuál es el alcance metafórico de la matemática?
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Pensar a través de palabras. Números. Imágenes. Ganancias y pérdidas. Un paso más: no pensar la música sino en su lenguaje.
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Una tácita nostalgia platónica asombra a algunos matemáticos, inclinados hacia las geometrías poseuclidianas. Imperioso levantar la guardia con las lecturas de Kurt Göddel, un verdadero tónico.
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… Y sobre todo después del “no” de Aristóteles a los números platónicos.
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Relativizar la universalidad de la matemática por encima del paralelo 42 (según Ubiratan d’Ambrosio).
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La poesía y la matemática no combaten.
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Y tampoco la historia de la matemática. Recuperar la plasticidad incierta en la elaboración de los conceptos renueva un conjunto de atajos y encuentros improbables, sobre todo en el ensayo a ciegas, cuando florecen vía interrumpidas. Léase en Objetos fractales el “elogio del regreso a problemas muy antiguos”.
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La historia del pensamiento matemático no se reduce a una teodicea victoriosa del progreso, o a una ideología monocrática de construcción.
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Todavía: la historia de la matemática está hecha de clivajes, detenimientos bruscos, ensayos frustrados, esperas seculares, que la solución de continuidad busca enfrentar con una inteligencia de Horus.
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Según Spengler, la historia de la matemática y de la poesía coinciden como formas de un preciso Zeitgeist, obra de estilo, según cortes epocales bien definidos.
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Así: La matemática griega se distingue de la matemática barroca por la actitud que guardan delante del infinito. En cuanto la segunda lo persigue con denuedo, la primera intenta evitarlo con su escudo de Aquiles, al protegerse del rumor de los irracionales.
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La Quinta de Beethoven y la Isla de Mandelbrot. Se deja arrebatar como quien entrega todas las armas.
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El lenguaje como lugarteniente, graficado en los símbolos matemáticos. Es el poema de Novalis, ante la superación de números, figuras: formas vicarias que ocupan el lugar de una realidad oceánica total.
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Poética de la matemática o matemática de la poesía. La solución más productiva consiste en abrazar la primera y abandonar la segunda.
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Matematizar lo real o decidir poetizarlo: falso dilema que recae sobre el mundo-lengua.
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Una formulación de Ion Barbu: “así como en la estética el lirismo extremo es considerado antipoético, podemos decir que el extremo ideal es antigeométrico”.
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La intuición no es un crimen en la matemática. Anótese: “pocas fórmulas ciegas compaginadas con ideas visionarias”.
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Los poetas y matemáticos griegos abusaban de la analogía y de la lítote para moldear su última expresión.
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La imaginación en la matemática y en la poesía se asemejan: como en un vuelo ciego, idea sin cuerpo, imprecisa demanda que lleva adelante, como quien no sabe, pero presiente, no alcanza, pero intuye.
* Tomado de Paisagem Lunar, Tesseractum, 2023 (https://www.tesseractumeditorial.com.br/paisagem-lunar-ebook).
** Versiones: Demian Paredes, Buenos Aires, 2024
Marco Lucchesi (1963) es carioca, políglota, escritor de poesía, ficciones y ensayos, y traductor. También fue profesor universitario y miembro, desde 2011, de la Academia Brasileña de las Letras, que además presidió entre 2018 y 2021. Actualmente, es presidente de la Fundación de la Biblioteca Nacional.
Su sitio web:
https://www.marcolucchesi.org/
Entre sus libros se encuentran: Adeus, Pirandello, Nove cartas sobre a Divina comédia, Meridiano celeste & bestiário, A memoria de Ulisses, Os olhos do deserto, Sphera, Mal de amor, Poemas reunidos y Teatro alquímico, muchas de estas obras premiadas.
Los libros de Marco Lucchesi han sido traducidos a más de una docena de idiomas, y su novela El don del crimen (Premio Machado de Assis, finalista del Premio São Paulo, y segundo lugar del Premio Brasília) fue publicada en Argentina por la editorial InterZona:
https://interzonaeditora.com/catalogo/narrativa-143/el-don-del-crimen-536
Poemas de Lucchesi han sido traducidos y publicados en “Alpialdelapalabra” en 2023:
https://alpialdelapalabra.blogspot.com/2023/02/marco-lucchesi-poemas-sin-titulo.html
Entre la gran cantidad de trabajos dedicados a su obra, pueden mencionarse dos volúmenes: Estética do labirinto. A poética de Marco Lucchesi (2018), de Ana Maria Haddad Baptista, Márcia Fusardo y Nádia Conceição Lauriti (orgs.) y Marco Lucchesi. Poeta do diálogo (2022), de Ana Maria Haddad Baptista, Márcia Fusardo, Montserrat Villar González, Júlia Maria Hummes y Márcia Pessoa Dal Bello (orgs.).